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Tribuna
Quiero ver a Puigdemont paseando por La Castellana
Puigdemont se reúne en Bruselas con el número 3 del PSOE, bajo un cuadro de una urna del referéndum del 1 de Octubre. La derecha se escandaliza. Agitan las calles. Lanzan a obispos y jueces ultras. Acoso a las sedes socialistas. Disturbios. Hablan de traición a España. Pero las negociaciones continúan y la cúpula del PSOE se reúne con la de Junts en una alargada mesa presidida por el expresident exiliado. Es difícil no compartir la situación de excepcionalidad: el partido del gobierno, que ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea, entabla negociaciones en el exilio con el político más perseguido por la justicia española, que había escapado 6 años atrás escondido en el asiento trasero de un coche. Gobierno a cambio de amnistía. Mensaje al mundo de la existencia de un conflicto político.
La balsa de Txapote
El PP se intoxicó con su narrativa en las pasadas elecciones del 23 de julio. Dijeron “toda España está harta de los acuerdos de Sánchez con los independentistas y Podemos” (“El Plan Sánchez y su Banda”, en palabras de Albert Rivera), y no concebían que eso no fuera verdad. Por momentos hasta lo creyó la izquierda. Feijóo se veía vencedor tras las autonómicas y construyó un marco que esperaba ganador: “Que te vote Txapote”, en relación a los acuerdos socialistas con “los herederos de ETA”. Feijóo lanzó una pregunta en las elecciones dirigida a los votantes del PSOE: “Estás en una balsa a la deriva en el mar, con Otegi y Abascal, y sólo puedes salvar a una para evitar hundiros. ¿A quién tirarías por la borda?”.
Las derechas estaban convencidas que los votantes socialistas preferían a Vox antes que al partido abertzale y a los socios de Sánchez [sustituya Otegi por el independentista o podemista de su elección]. Quizás el mayor logro de Pedro Sánchez fue darle la vuelta a esta pregunta. Sin miedo, acompañado de Zapatero, se lanzó a una batalla ideológica (casi suicida) en los platós de los medios de derechas, bien detectados como líderes de la oposición. El PSOE, por primera vez, hablaba a sus bases de cómo su gobierno intermedió para lograr el fin de ETA, de la importancia de los acuerdos con independentistas catalanes y vascos, o de los logros alcanzados por los Ministerios de Unidas Podemos. ¿Queremos más o menos igualdad entre hombres y mujeres? ¿Más o menos derechos LGTBI? ¿Avanzamos hacia mejores salarios o, por el contrario, aceptamos más precariedad?
Los votantes del PSOE llegaron a la conclusión de que los socios de Sánchez eran más deseables que Abascal: “todo vale si así evitamos la llegada de la ultraderecha al poder o el bloqueo electoral”
Detengámonos un segundo. La pregunta del PP sobre los socios de Sánchez tuvo unos efectos secundarios imprevistos. Vox es la derecha, el franquismo, lo contrario a lo que los votantes del PSOE construyen su identidad (“voto al PSOE para frenar a la derecha y a los franquistas”, diría un socialista histórico). Es normal que rechazaran a Abascal. Sólo Felipe González, Alfonso Guerra o Amelia Valcárcel, tras décadas en otro espacio ideológico, podían empatizar con Feijóo. Cualquier votante del PSOE el 23J sabía, de una forma más consciente o inconsciente, que el líder del PSOE, en honor a su trayectoria, llegaría a acuerdos con quien fuera necesario para mantener a su partido en el poder y a la derecha fuera de Moncloa. Y a pesar de ello (o precisamente por eso) le votaron. Llegaron a la conclusión de que los socios de Sánchez eran más deseables que Abascal: “todo vale si así evitamos la llegada de la ultraderecha al poder o el bloqueo electoral”. No tenían ninguna duda de que el acuerdo con las izquierdas independentistas sería una consecuencia real… y que eso era mejor que los recortes en derechos y libertades de la ultraderecha. Ésta es la paradoja: Sánchez jamás podría haber avalado la amnistía ante sus bases si el PP no hubiera hecho girar las elecciones sobre los aliados del PSOE.
Por eso son ahora baldíos los intentos de un Feijóo desconcertado de soliviantar a las bases del PSOE, argumentando que los socialistas no incluyeron la amnistía en su programa electoral. Sigue sin entender que el 23J la gente no votó el programa electoral del PSOE pero sí su política de pactos. Y que sus movilizaciones, lawfare y filibusterismo sólo reactivarán a Vox.
Puigdemont, el independentista al que impulsó la CUP
Volvamos unos años atrás. Es Septiembre de 2015. Artur Mas consigue doblar a Esquerra y lidera la candidatura independentista de Junts pel Sí (que formalmente encabeza Raül Romeva). Con una estética de campaña que recordaba a la de Ahora Madrid, la Convergencia de los recortes y la corrupción se hace camaleónica para mantener el poder. Sin embargo, se queda a seis escaños de la mayoría absoluta. Un suplicio. Con los Comunes descartando la vía unilateral independentista y Esquerra amenazando con romper la coalición en caso de repetición electoral, la CUP, con diez actas, se convierte en el único socio viable. Pasan cuatro meses. Negociaciones críticas, un empate a 1.515 votos en la asamblea de la CUP, y un acuerdo suicida in extremis: dimiten varios diputados cupaires y, a cambio, Artur Mas se aparta para poner al frente a un desconocido alcalde de Girona, Carles Puigdemont, que había ido de número 3 al Parlament por la circunscripción gironesa. Presidente de rebote, un neoliberal que había prorrogado a manos privadas los beneficios del agua en su ciudad, pero que había apostado claramente por la independencia. Era enero de 2016 y la CUP acababa de apretar el botón de aceleración del Procès.
Cambiaron muchas cosas tras el referéndum del 1-O. La más importante es que una parte significativa de la población catalana se desconectó emocionalmente de España
El procesismo, para Guillem Martínez, implica gobernar autoritariamente sin escrutinio público mientras se hace parecer que se construye una independencia hacia la que siempre se está caminando, a pesar de no dar nunca ningún paso real; una forma contemporánea de populismo. Así había surfeado Artur Mas desde 2010 a 2015 la ola de recortes. Pero, sorprendentemente, la presión de la CUP y de Esquerra lleva a Puigdemont a cumplir lo prometido: año y medio después de su investidura, acompañado de Esquerra y la CUP, llega la convocatoria de un referéndum vinculante para el 1 de Octubre (1-O) del 2017, anticipo de una Declaración Unilateral de Independencia (DUI). Esos meses de septiembre y octubre se marcan en la memoria de varias generaciones de catalanes. El independentismo tenía clara su estrategia: convocatoria de referéndum, represión brutal desde el gobierno de España y, como consecuencia, declaración de independencia avalada por la comunidad internacional.
Cambiaron muchas cosas tras el referéndum del 1-O. La más importante es que una parte significativa de la población catalana se desconectó emocionalmente de España, tras ver con sus ojos a la policía usar la fuerza de manera excesiva en los colegios electorales, como señaló Human Rights Watch. Una generación que votará por décadas independentista. Pero, incluso así, la represión no fue tan brutal como algunos hubieran previsto y la internacionalización del conflicto, encabezada por Romeva, fracasó ante la diplomacia española. Bloqueo.
155 monedas de plata
Casi hubo una solución pactada tras el 1-O. Lo quería la vieja cúpula de CiU y lo quería Rajoy. Lo negoció el PNV, con llamadas cruzadas entre Madrid y Barcelona: si Puigdemont convocaba elecciones, se evitaría el 155 y, probablemente, las consecuencias judiciales. Era 26 de octubre de 2017, horas antes de una rueda de prensa donde se iba a anunciar el acuerdo con Moncloa, que leería Puigdemont. Hay presiones, dudas, flecos pendientes. La atención a los medios se va retrasando. Y en el entretiempo, ¡booom! Gabriel Rufián lanza uno de los tuits más decisivos de la historia política catalana, del que posteriormente renegaría. Sólo 4 palabras: “155 monedas de plata”. Se viraliza. Y Puigdemont duda: “¿Cómo quiero pasar a la historia? ¿Como un héroe -un mártir- o como un traidor?”, se preguntaría. A los pocos minutos se cancela la rueda de prensa y se convoca al Parlament para activar la DUI, tras dos semanas en suspenso. Dos años después, al rememorar ese episodio, el expresident diría: “Sé lo que es que te acusen de traidor o de venderte por 155 monedas de plata sólo para plantear unas elecciones a cambio de frenar el 155”. ¿Habría llegado tan lejos Artur Mas u otro líder ortodoxo de CiU? Jamás. La CUP tenía razón: el proceso que iniciaron con Puigdemont llegó a término. La paradoja es que el partido anticapitalista, que había desencadenado todo, no lo culminaría, rechazando formar parte del gobierno de concentración nacional que estaba a punto de declarar la independencia.
La escapada en un coche y la estrategia Bobby Sands
Para entonces, Puigdemont ya había generado alguna de las imágenes más espectaculares de la política contemporánea. Fue el día del referéndum, el 1 de Octubre de ese año. La policía y la Guardia Civil tienen la orden de impedirle participar en esa consulta. Un helicóptero sigue su vehículo. ¿Cómo esquivar al helicóptero de seguimiento? Entra en un túnel con su coche, se baja rápidamente y se monta en otro automóvil que sale del túnel en dirección contraria, llegando a votar a su colegio electoral como si nada hubiera pasado. Semanas después, el 28 de octubre, ya con la policía a punto de detenerlo, la maniobra de despiste daría un paso más. Tras dar un paseo por el centro de Girona y convocar a los periodistas al día siguiente en el Palau de la Generalitat, escaparía de incógnito a Bruselas, dando esquinazo, otra vez, al CNI. Apoyado por varios Mossos de confianza, saldría de su casa escondido en la parte trasera del coche y tras tres intercambios de vehículo, cruzaría finalmente la frontera.
Pocas horas después comenzaban las detenciones, ya iniciadas dos semanas antes con los Jordis, líderes del movimiento social. Mientras medio Govern catalán se encontraba en el exilio, para internacionalizar el conflicto y forzar a involucrarse a tribunales de terceros países, la otra mitad continuaba en Cataluña y era encarcelada. La autonomía catalana era intervenida y unas nuevas elecciones serían convocadas para el 21 de diciembre de 2017 (21-D).
En Catalunya, casi 40 años más tarde, como en Irlanda, los cabezas de cartel electoral en 2017 serían políticos y dirigentes sociales presos o exiliados
Con un 155, represión, exilio y detenciones, el 21-D de 2017 desembocó en el momento de mayor simpatía independentista. La campaña rememoró a la del Sinn Fein con Bobby Sands en abril de 1981. Sands, preso del IRA en huelga de hambre, fue el símbolo de una campaña unitaria a las elecciones al parlamento de Westminster. Mientras fallecían compañeros suyos del IRA, también en huelga de hambre, un convicto Sands lograba una asombrosa victoria electoral por apenas mil votos de diferencia. 25 días después de su elección y sin llegar a tomar posesión en Londres de su escaño, Sands fallecía tras 66 días de inanición. Sin embargo, esa elección cambió algo en Irlanda del Norte. Cien mil personas flanquearon su cortejo fúnebre en Belfast, lo que convenció al Sinn Fein para lanzarse, con éxito, a la arena electoral.
En Catalunya, casi 40 años más tarde, como en Irlanda, los cabezas de cartel electoral en 2017 serían políticos y dirigentes sociales presos o exiliados. ¿Existe mayor síntoma de excepcionalidad? Estas elecciones mantuvieron el poder en manos independentistas, pero mostraron los límites de esa estrategia: a pesar de lograr un techo histórico de 2.058.358 votos, eso sólo suponía el 49% de los votos a favor de la independencia. Con la mayor legitimidad imaginable, no se había superado el 50%. Tocaba pensar qué hacer.
El otoño que nos ganó Rajoy y los puentes de Iglesias
Para Mariano Rajoy, el referéndum catalán fue una oportunidad. Su partido se encontraba en la fase final del juicio de la Gürtel y el Congreso de los Diputados ya mantenía desde junio de 2016 una mayoría alternativa, conformada por la izquierda y los independentistas. Rajoy no podía convocar elecciones, dado que Ciudadanos se encontraba en su mejor momento. Debía aguantar. Si Sánchez en enero de 2016 se había opuesto al pacto con los independentistas, su posterior cese como Secretario General del PSOE y su sorprendente victoria en las primarias de su partido como Pedro el Rojo en mayo de 2017, abría nuevas posibilidades de acuerdos. Era cuestión de tiempo. Irene Montero señalaba el camino con una moción de censura a Rajoy el 13 de junio de ese año. Pero era imposible: cuatro días antes Puigdemont había convocado el referéndum del 1-O. Esa fecha, primero, y el 155, después, rompían los puentes entre socialistas y partidos catalanes. Rajoy quería un 155, pero no demasiado; un conflicto, pero no tan fuerte para que izquierda e independentistas hicieran piña. El 1-O fue contingente y necesario, ya que sin él, durante ese otoño el presidente gallego habría sufrido ya una moción de censura.
Sin embargo, los jueces de la Audiencia Nacional suelen seguir su propia agenda y el encarcelamiento a los líderes catalanes provocaría otro movimiento tectónico. ¿Tenía sentido mantener la equidistancia con Madrid cuando el gobierno de Rajoy los estaba recluyendo?, se preguntaban Esquerra y Junts en 2018. ¿No era mejor apoyar, a cambio de nada, a cualquier gobierno alternativo? La respuesta era clara y arrastraron a la derecha vasca del PNV. Todas las piezas estaban sobre el tablero. La oportunidad política la daría el final del juicio de la Gürtel, el 24 de mayo de 2018. Sánchez se lanzaba a la toma del poder con una moción de censura, sin negociación ni acuerdos con ningún partido. Game over Rajoy.
Durante estos años había surgido un 15-M españolista, la España de las banderas, que polarizó a buena parte de la opinión pública contra el independentismo
La llegada de Sánchez a Moncloa no implicaba por sí sola ninguna solución. De hecho, en las elecciones de noviembre de 2019, Pedro arremetió con dureza contra los independentistas, encabezando ‘la vuelta al orden’. No era sencillo. Durante estos años había surgido un 15-M españolista, la España de las banderas, que polarizó a buena parte de la opinión pública contra el independentismo. El auge de Ciudadanos, primero, y de Vox, después, se asienta en estas raíces. Faltaba didáctica y mostrar que el diálogo servía. No todos se atrevieron. Pablo Iglesias, visitando a los presos en la cárcel de Lledoners y defendiendo la plurinacionalidad, jugaría, no sin desgaste, un rol didáctico ante la opinión pública española: “Yo ya he hecho mi trabajo ahora le toca al Gobierno”, dijo el a la postre vicepresidente en octubre de 2018, tras una reunión en la cárcel con Junqueras en la que buscaba su apoyo a los presupuestos. Nacía “la mayoría progresista y plurinacional”, que sustentaría un gobierno de coalición a partir de enero de 2020. Los puentes que Iglesias construyó con el independentismo vasco y catalán, serían después transitados por muchos otros, desde Adriana Lastra con Bildu, a Yolanda Díaz y Santos Cerdán con Puigdemont.
El tiempo de los mártires
Aunque Junts había retenido la presidencia de la Generalitat en 2018, la solvencia de Pere Aragonés, un habilidoso político que gestionó la Generalitat en la pandemia, ante la desaparición, primero, e inhabilitación, después, de Quim Torra, comenzaba a construir una nueva hegemonía. En tiempos de incertidumbre pandémica, era la hora de centrarse en lo importante, la economía y la protección social. Y Esquerra representaba eso. Aunque nunca habrían logrado vencer sin tener un mito. Junqueras, desde prisión, asumió una estrategia gandhiana, aceptando en su propio cuerpo la represión y el encarcelamiento, en comparación con un Puigdemont que cada vez se encontraba más lejos, desde su mansión en el exilio de Bruselas. Acompañado de los Jordis, Junqueras veía como cada noche cientos de personas acudían a Lledoners a darles las buenas noches, cantarles villancicos o realizar conciertos. Era el tiempo de los mártires.
Llamando a la sensatez desde la cárcel, Junqueras iba convirtiendo a Esquerra en el partido alfa, de régimen, de la política catalana. Más fiable para los intereses económicos que Junts, más predecible. Libertad de mercado y protección social. Estabilidad en Catalunya, capacidad para revertir la fuga de empresas. Radicalidad e izquierdismo de su delegación en Madrid, con un Rufián que llevaba el difícil peso de la defensa independentista en el Congreso y que generaba simpatías en la izquierda española. Un mix de éxito, que tendría su cénit en las elecciones de 2021: Esquerra, aunque por un único escaño (33 a 32), superaba a la derecha catalana por primera vez desde la II República. El sorpasso que no consiguió ni Podemos en España, ni Bildu en Euskadi. Era el 21 de mayo de 2021 y nacía un gobierno presidido por Pere Aragonés. Inicialmente en coalición con Junts, el matrimonio con los de Puigdemont duraría poco: año y medio después les enseñaba la puerta de salida.
El desencuentro de fondo estaba en la nueva hoja de ruta de Esquerra. Hablar más de izquierda y derecha. Estabilidad. Calma. Economía. Oriol Junqueras daría un paso más y desde Lledoners, el 7 de junio de 2021, diecisiete días después de que su partido lograse el gobierno, instaba a una tregua y a pensar la independencia a diez o veinte años. “Paremos este desgaste, cojamos fuerzas y que vuelva a intentarlo la siguiente generación política”, parecía sugerir. Tras esa carta, el indulto de los encarcelados por el Procès se firmaría a las dos semanas.
Canallita Puigdemont
28 de octubre de 2023. Valtonyc vuelve a casa. El rapero exiliado por sus canciones sobre la familia real es acompañado en el coche durante parte de su viaje por Puigdemont. Presidente y rapero lanzan un mensaje con profundo impacto visual: “Volver siempre es la mejor parte de la aventura”, confesaba el mallorquín. Compañero y confidente, Puigdemont, con una estrategia populista, se ha ido convirtiendo en el ‘canallita’ de la política estatal.
Piensen por un momento en la imagen del ex president con su guitarra en fiestas privadas con Laporta, o celebrando el año nuevo tocando el tema “Take me home, Country roads”. Un pintoresco estilo político. Un estilo que desconcierta. “Tarado”, lo llegó a denominar Rufián en 2022. Junqueras es otra cosa. Alguien por el que te decantarías a la hora de recibir una clase sobre historia catalana o de crecimiento macroeconómico. Tiene su público. Como Feijóo y Yolanda, Oriol Junqueras asumió tras la pandemia el fin de la hipótesis populista, apostando por una fase de tranquilidad y gobernabilidad. Puigdemont ansiaba otro camino: impulsar un choque de régimen y lograr la vuelta del Govern en el exilio, siempre con una agenda neoliberal bajo el brazo.
En 2022, con su partido expulsado del Govern y los presos indultados, comenzaba la reconquista del poder por Puigdemont. Primero, retomando el control de Junts. Línea dura, confrontación con el Estado, retórica independentista y críticas a las mesas de diálogo. Y una jugarreta del destino: las elecciones del 23 de julio. Una frase desafortunada de Esquerra (“Tengo más miedo a Yolanda Díaz que a Abascal”, en boca de Rufián), la desorientación de la CUP (“no apoyaremos ni a Sánchez ni a Feijóo”) y la precariedad del gobierno de coalición, que perdía 6 escaños. En Waterloo, no duden que Puigdemont abrió una botella de cava esa noche electoral: era el árbitro del país. ¿Qué se puede lograr si el gobierno de España depende de tu voto? Casi cualquier cosa. La clave siempre es la construcción del horizonte de lo posible.
Esta coyuntura traerá más normalización en la política española (y más gritos de las derechas) y mantendrá en barbecho la independencia, pero también generará turbulencias en Catalunya. Competencia, no cooperación. Comenzará la ofensiva del ex president por recuperar la Generalitat en 2025. Esquerra, por su parte, buscará ganar tiempo, dormir el balón, volver a demostrar su rol estabilizador, mantener línea directa con Madrid y situarse como “conseguidores” (traspasos de Rodalies, condonación de la deuda, más inversiones, negociaciones bilaterales). ¿Será suficiente?
Es el momento de la amnistía
La huida de Puigdemont, su elección en las europeas de 2019, la retirada de su credencial, su gira internacional con su detención y puesta en libertad en Alemania, el Pegasus y el espionaje, el lawfare y las acciones de Llanera y la Audiencia Nacional… Todo ello impide la normalización. No la quería Puigdemont, mientras continuase su exilio, y no la quiere la derecha española, que necesita ver arder Catalunya para alcanzar de nuevo Moncloa. ¿Cómo podría llegar al poder Feijóo de otra manera en un país con la menor inflación y desempleo de Europa y con unas políticas sociales y laborales que objetivamente han funcionado? Haciendo que la gente piense en Puigdemont y Otegi y no en las subidas de salarios o la sanidad pública.
La amnistía es necesaria porque hay que romper la burbuja mental de las derechas, liberarnos de su secuestro
La amnistía es necesaria porque hay que romper la burbuja mental de las derechas, liberarnos de su secuestro. Durante un tiempo, llegamos a creer que nuestro país era como lo contaban los medios de la derecha. Pero el 23-J nos dejó otra auto-imagen de España. Y la realidad es que es un país más avanzado. Que no se avergüenza de los derechos feministas, sino que siente orgullo de ellos (¡que se lo digan a Rubiales!). Que no quiere incendiar Catalunya, sino entenderse. Que no quiere jubilarse a los 70, sino salir del trabajo una hora antes. Gobernar es que las políticas desarrolladas se parezcan más a las aspiraciones de tu pueblo. Feijóo logró retrasar durante meses la investidura para ganar tiempo -por eso se prestó a ser candidato fallido- y esperar que los jueces o los reaccionarios del PSOE reventasen los acuerdos de gobierno. Pero no le funcionará. Porque éste espacio, el de tender puentes entre Catalunya y España, es además el más rentable para el socialismo. El 23-J, el PSOE subió 7 diputados en Catalunya, compensando la pérdida de 6 escaños en el resto del país. Un revival de 2008, cuando desde Catalunya se consolidó el segundo mandato de Zapatero. Sánchez lo sabe. Los disturbios y ataques a las sedes de este partido y las nuevas imputaciones de Rovira y Puigdemont sólo cerrarán filas con el PSOE y acelerarán los acuerdos.
Es la hora de la amnistía a los líderes y participantes en el Procès y a todos los represaliados por el régimen político. Ni raperos en prisión ni manifestantes acusados de terrorismo. Ni lawfare ni espionaje. Muchos ladrarán, pero afortunadamente sabemos que no son tantos. Es el momento: Queremos ver a Carles Puigdemont caminando por el Paseo de la Castellana.