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Más allá de algún póster desperdigado, el único signo de campaña electoral municipal en Redeyef es la canción de rap que berrean los altavoces de un humilde local con el logotipo de Mashrua, la escisión del partido gobernante conservador Nidá Tunis. En su interior, un joven se muestra desconcertado ante las preguntas de un corresponsal extranjero, y se limita a ofrecer un folleto de propaganda preparado para los comicios municipales del próximo domingo 6 de mayo. A él solo le han contratado para pinchar música. El local está situado en la céntrica Plaza de los Mártires, que preside una torre con las fotografías de las víctimas de la “intifada” de 2008 y la Revolución de 2011.
La combativa Redeyef, una pequeña ciudad de 27.000 habitantes circundada por minas y fábricas, ha sido fuente habitual de titulares durante los últimos seis meses. En este periodo, centenares de jóvenes parados que exigían un trabajo digno al Gobierno bloquearon la salida de los fosfatos, paralizando buena parte de una industria vital para el país. El Gobierno amenazó con enviar al Ejército, pero finalmente no se atrevió. Los agentes de policía, incapaces de desalojarlos de las entradas de las fábricas, acabaron huyendo de la ciudad. Ahora, la entrada a su comisaría, asaltada en enero por la multitud, la ocupa un vendedor ambulante de cacharros.
Desde finales de marzo, las dos partes sellaron una tregua que ha permitido retomar la extracción y procesamiento del valioso mineral. Para resolver otras crisis parecidas en la región, el Gobierno ha ofrecido centenares de empleos en la compañía pública de fosfatos. “La solución pasa por un verdadero desarrollo, por invertir aquí. Pero el Gobierno solo ofrece ‘trabajos fantasma’, un sueldo por no hacer nada... Son mejores que nada”, se encoge de hombros Yusef Tabbabi, uno de los cabecillas de las protestas. Los lugareños tienen experiencia en eso de echar pulsos al Gobierno. En 2008, su “intifada” mantuvo en jaque durante al Estado nada menos que seis meses, y algunos historiadores consideran que aquella rebelión fue el principio del fin del régimen de Ben Alí.
A sus 32 años, Tabbabi ya ha desarrollado un tumor cerebral benigno que se debe tratar a más de 500 kilómetros, pues no hay ningún gran hospital en toda la provincia de Gafsa (400.000 habitantes). “No soy el único. Hay muchos casos, incluso entre niños. Es evidente que es la factura que pagamos por la contaminación que generan las fábricas”, se queja este graduado en Turismo. Como muchos de sus compañeros, se debe conformar con un trabajo ocasional de jornalero en la construcción por cinco euros al día. La lucha contra la polución será una de las principales demandas que deberá atender el alcalde que surja de las primeras elecciones municipales libres de la historia del país.
A pesar de la riqueza de su subsuelo, la provincia de Gafsa es una de las más pobres del país. Los registros de todos sus indicadores de desarrollo son sensiblemente peores a la media nacional: 28% de tasa de paro frente 13%, o 27% de analfabetismo frente al 18%. La situación no es muy diferente en las provincias colindantes. Durante las dictaduras de Burguiba y Ben Alí, el Sahel, la región costera de donde provenía la élite política tunecina desde 1956, acaparó buena parte de las infraestructuras. Curiosamente, durante la colonización francesa, Gafsa era una de las zonas más avanzadas. Los habitantes de Redeyef presumen de que aquí se instaló el primer campo de tenis de toda África y una de sus primeras salas de cine, que todavía se conserva en pie.
Primeras elecciones municipales
Los analistas destacan la importancia de los comicios municipales, última etapa de una transición democrática admirada en el exterior por ser la única aún viva de las llamadas “primaveras árabes”. “La descentralización debe ayudar a superar las desigualdades entre las regiones, una de las principales demandas de la Revolución”, asevera Bassem Mattar, responsable de la ONG Atide, que vela por la transparencia del proceso electoral. Sin embargo, los habitantes de Gafsa no parecen demasiado entusiasmados con la contienda, primer eslabón en un largo proceso de redistribución del poder político.
“No pienso votar. La Revolución no ha mejorado nuestra vida en nada. El ciudadano de a pie, y sobre todo los jóvenes, hemos perdido la confianza en toda la clase política, la de aquí y la de allí. Los políticos solo persiguen sus intereses particulares”, espeta Hatim Kirifi, un parado de 29 años que estudió lengua española en la universidad. En cambio, los políticos locales sí se muestran esperanzados. “Siempre hemos apoyado la descentralización. El poder político debe estar lo más cercano posible a los ciudadanos, así sus decisiones serán más acertadas y la calidad de los servicios públicos será mayor”, sostiene Moncef Adibi, director de campaña de Ennahda, el partido islamista moderado que se impuso en esta región en las legislativas de 2014.
Aunque Gafsa es un bastión tradicional del sindicalismo y la lucha obrera, ni los propios representantes de los partidos de izquierda confían en su victoria en las municipales. “Creo que conseguiremos entre un 8% y un 10% de los votos aquí”, admite resignado Samir Amrusia, un dirigente del Frente Popular, la principal fuerza de la izquierda tunecina. “En esta región, aún cuenta la solidaridad tribal, y tanto Ennahda como Nidá juegan con ello”, añade.
Estos dos partidos son los únicos que han presentado listas en los 350 municipios del país, seguidos muy de lejos por el Frente Popular, con 120. Los islamistas y los miembros reciclados del antiguo régimen, muchos de los cuales copan la estructura de Nidá, como el propio El-Khanashi, son las dos únicas fuerzas que poseen unas engrasadas maquinarias electorales, lo que les permite dominar la escena política de Túnez.
Para Rabah bin Ozman, voluntario del Foro Tunecino por los Derechos Económicos y Sociales (FTDES), la izquierda también es responsable de su ostracismo: “Los partidos progresistas están agriamente enfrentados entre ellos por rencillas de hace décadas, algo que desmoviliza. Además, algunos partidos viven anclados en el pasado. No pasa lo mismo con los islamistas. La Ennahda de 2018 no es como la de 2011. Ha evolucionado en base a la realidad”, se queja este activista.
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Las Benneton revolutions han destruido a la autentica izquierda. Mas dictadura, renovada. Gracias Neo-liberators.