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Túnez
Túnez: un viaje a la deriva en la cuna de la revolución árabe
Sábado 17 de diciembre, seis de la tarde, hora local. En Túnez, los colegios electorales echaban la llave y guardaban las urnas tras la jornada de votación. Algo más de nueve millones y medio de tunecinos estaban censados y eran legibles para votar. Solo se presentó un 8,8%.
El fiasco electoral no sólo es fruto del distanciamiento político entre los gobernantes y la ciudadanía o resultado de una inflación sin precedentes, sino que va más allá. Desde hace meses, Túnez, la precursora de la llamada Revolución de los Jazmines de 2010, ha visto como su actual presidente, Kais Said, diseñaba a escuadra y cartabón su perpetuidad al frente del país. Tres meses antes, Said aprobó una nueva ley electoral que reducía la influencia de los partidos políticos, es decir, la de su oposición. El líder aseguró que “no hay intención de excluir a ciertas partes”, mientras que los partidos eran sustituidos por listas uninominales y el Frente de Salvación Nacional, que reúne a decenas de partidos y organizaciones, llamaba al boicot.
Con la Constitución promovida por Said el pasado verano, no existe ningún mecanismo para que el Parlamento pueda cesar al presidente, a pesar de que éste sí pueda disolver las cámaras sin consulta previa
En sus nuevos planes, tampoco entraban las mujeres. La medida electoral no incluyó ninguna de las disposiciones de paridad de género que, en su momento, hicieron de Túnez un pionero regional de la representación política femenina. En 2019, Souad Abderrahim se convirtió en la primera mujer alcaldesa de una capital en el mundo árabe y el 47% de la representación local en Túnez era femenina.
La aventura jurídica de Said en 2022 no se queda ahí. El 24 de julio, Túnez votó en referéndum una nueva Constitución. De nuevo, a medida del presidente. Aprovechando que un año atrás, Said se arrogó plenos poderes y cerró el Parlamento, ahora había diseñado y aplicado —con una tasa de participación electoral del 27,54%— un sistema político hiperpresidencialista. No existe ningún mecanismo para que el Parlamento pueda cesar al presidente, a pesar de que éste sí pueda disolver las cámaras sin consulta previa.
El match point infinito
Said no sólo se alzó como el máximo representante de la ley, sino que, además, avanza con una imperecedera ventaja. En un punto de juego infinito, el presidente sumó a la paralización del país, que atravesaba, como podía, la fuerte ola de covid-19 y la crisis política, con su aportación estrella: la destitución del ex primer ministro, Hichem Mechichi.
La vacante estuvo dos meses libre. Durante ese tiempo, Said preparó la suspensión total de la Constitución de 2014 y la fusión de los poderes ejecutivos y legislativos. El 29 de julio de 2021, Najla Bouden Romdhane fue designada primera ministra de Túnez. Era la primera vez que una mujer ocupaba el cargo. La realidad es que, sin poderes alguno, Said los había absorbido todos tras las modificaciones legales. Desde entonces, los discursos públicos de Bouden han sido escasos y el apoyo de Said sobre las leyes islámicas de sucesión del país, que favorecen a los hombres, son una clara evidencia de que la elección de Bouden estaba orquestada para continuar así con su vida política.
Kais Said, una figura peculiar
Para entender el presente, hay que recordar el pasado. Kais Said, apodado como ‘Robocop’, por su inmutable rostro, se presentó a los comicios en 2019 de forma independiente. La segunda vuelta de las elecciones de 2019, arrojó la victoria de Said frente a su rival Nabil Karoui con el 72% de los votos y casi el 60% de la participación electoral. De profesión jurista y cercano a planteamientos conservadores, renegó de las formaciones políticas desde el principio de su carrera mientras se convertía en el primer independiente electo que alcanzó la presidencia de la República.
De profesión jurista y cercano a planteamientos conservadores, Said renegó de las formaciones políticas desde el principio de su carrera mientras se convertía en el primer independiente electo que alcanzó la presidencia de la República
Aquello fue el principio de una deriva de totalitarismo desenfrenado. Cerró medios de comunicación, diseñó las reglas desde cero y capó las redes sociales de la oposición y otras agrupaciones de la sociedad civil. Hasta el día de hoy. En la misma jornada de las recientes elecciones legislativas, el Mundial de Catar ocupó más espacio que la política en la portada del periódico de mayor circulación en Túnez.
Entre principios de los noventa y hasta 2011, la era de Zine El Abidine Ben Ali, el control sobre los medios de comunicación distanció al pueblo de la política. Esta política de “desertificación” mediática llevó al pueblo tunecino al desinterés. Desde 2011 hasta 2021, la situación lo cambió todo. La recién estrenada Primavera Árabe politizó de nuevo a la sociedad, hasta 2021, cuando la batuta de Said devolvió a la ciudadanía la aversión hacia la política institucional.
¿Llegó Túnez a culminar su proceso democrático?
En 2015, 39 personas fallecieron a manos del Estado Islámico en los atentados de Susa, una de las zonas de hoteles más concurridas del país. Unos meses atrás, miembros de la misma organización yihadista habían asesinado a 24 personas en el Museo Nacional del Brado en la capital. A pesar del albor del nuevo orden político, Túnez tenía otro problema pendiente: el batacazo sobre el turismo. De enero a junio, la llegada de turistas descendió un 21,9%. Con europeos a la cabeza, que redujeron sus visitas en un 45%.
El turismo no ha sido el único bache sobre el desarrollo nacional. La corrupción y la desidia de la clase política han desilusionado a la ciudanía. Todavía una veintena de familias dominan la cúpula económica del país mientras que los políticos dedican un 16% del Producto Interior Bruto a sus salarios públicos. Además, en 2011 Túnez ocupó el puesto 73 en el ranking del Índice de Percepción de la Corrupción, en 2013 empeoró hasta el 77 y en 2014 alcanzó el peor resultado desde 1994, cayó hasta el septuagésimo noveno lugar.
La carrera por configurar un oasis democrático a su imagen y semejanza, han llevado a Kais Said y a Túnez a una situación política que recuerda a la de Ben Ali. Durante el estallido de las revoluciones, Túnez persistió como el país menos inestable dentro de una región generalmente frágil. Ahora, el desequilibrio se deja ver y devuelve a los nostálgicos la posibilidad de volver a un sistema vetusto.