Ucrania, cuidar a quienes la guerra aísla

En las aldeas aisladas del norte de Járkov, a lo largo de la frontera rusa, una clínica móvil recorre carreteras destrozadas para llegar hasta pueblos y habitantes que la guerra ha dejado incomunicados. A bordo, el personal sanitario y los voluntarios de la asociación franco-ucraniana Dignitas brindan atención, medicamentos y consuelo.
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Aurika Vovk, de 75 años, y su esposa viven en Tsyrkuny. Aurika comenta : “La vida sería mucho más difícil si no tuviéramos al equipo médico que viene a nuestro domicilio, porque no podemos desplazarnos hasta Járkov ”. Foto: Léa Thomas/Hans Lucas .

Es temprano por la mañana cuando los miembros de Dignitas se ponen en marcha en una antigua escuela transformada en base logística. Los neones bañan el lugar con una luz fría. En la sala principal de almacenamiento, numerosas estanterías guardan material médico y medicamentos: antihipertensivos, antibióticos, insulina. El material revela las principales dolencias de los pacientes.

Creada en 2024 por Paul Vazeux, jefe de proyecto francés, y Lilia Bukhalova, ucraniana nacida en Járkov, la asociación responde a una dolorosa evidencia: los pueblos más cercanos a la frontera de Ucrania, bombardeados de forma esporádica, han perdido médicos, farmacias y transportes. Los habitantes, a menudo ancianos o demasiado pobres para marcharse, se encuentran aislados en zonas que se han convertido en desiertos médicos.

Dignitas puso en 2024 en marcha sus clínicas móviles, gestionadas por personal sanitario ucraniano, reforzadas por voluntarios internacionales y que hoy asisten a unos 1.200 pacientes de una cuarentena de aldeas 

 Un vacío que la guerra no deja de agrandar. Dignitas puso entonces en marcha sus clínicas móviles, gestionadas por personal sanitario ucraniano, reforzadas por voluntarios internacionales y que hoy asisten a unos 1.200 pacientes de una cuarentena de aldeas del óblast de Járkov y catorce centros de acogida para personas desplazadas.

Empezamos a usar de manera informal las clínicas móviles antes de 2024 con grupos de amigos y otros voluntarios internacionales en Sloviansk, en el Donbás, durante el verano de 2023. Luego, Emma Igual, amiga y voluntaria española de la asociación Road to Relief, fue asesinada el 9 de septiembre de 2023 junto a uno de sus compañeros cuando su vehículo fue alcanzado por un ataque ruso en la carretera entre Sloviansk y Bakhmut. Después decidimos continuar las acciones en los alrededores de la ciudad de Járkov, para correr menos riesgos, explica Paul.

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En el pueblo de Prudyanka, a 15 kilómetros de la frontera rusa, Katerina Povaleyaleva se encuentra de pie frente a las ruinas de su antigua casa, destruida por un misil ruso en marzo de 2022. Recibe atención de la clínica móvil para tratar su diabetes e hipertensión. Foto: Léa Thomas/Hans Lucas .

Una clínica móvil como acto de resistencia

Cuando el 4x4 abandona Járkov, la oscuridad que se desvanece permite distinguir las siluetas de los edificios de arquitectura soviética, muchos de ellos marcados por los impactos de los ataques en esta ciudad, considerada un objetivo prioritario por su cercanía a las tropas rusas, ubicadas a apenas treinta kilómetros. Hacia el norte, la carretera se vuelve cada vez más caótica. Los campos se extienden vacíos, atravesados por espirales de alambre de púas, mientras los puestos de control se suceden. El conductor reduce la velocidad en algunos tramos: el asfalto muestra los daños de los bombardeos. Al aislamiento de los pueblos y sus habitantes se suma el riesgo de los drones que sobrevuelan la región a diario. Un detector de drones, ajustado a varias frecuencias, permanece instalado en el tablero y emite señales intermitentes, el único medio de garantizar una seguridad relativa para el equipo sanitario. “Hoy nos dirigimos a una zona peligrosa”, comenta Chris, voluntario estadounidense, mientras revisa el material de emergencia listo para ser usado en caso de ataque.

Desde Tsyrkuny, un pueblo al norte de Járkov, la frontera rusa está a veinte kilómetros. Chris estaciona la clínica móvil junto a un portón marcado por impactos de bala que datan de la invasión rusa en marzo de 2022. Cerca, se escuchan varios estruendos de artillería. Detrás, Aurika Vovk, de 75 años, y su esposa reciben al equipo médico. “El café está listo”, dice con una amplia sonrisa, mostrando la alegría de compartir un momento que rompe la rutina del aislamiento. Siempre nos hemos quedado aquí, incluso durante la invasión general del ejército ruso y el mes de ocupación que siguió. Los combates fueron muy violentos y casi todo quedó destruido. Hemos logrado reconstruir y reparar nuestras casas gracias a la ayuda internacional, pero ya no hay comercios aquí, y los médicos del pueblo también se fueron”.

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Las clínicas móviles recorren las carreteras del óblast de Járkov, a menudo cerca de la frontera rusa, y permiten que una cuarentena de aldeas y 1.200 pacientes se beneficien de consultas medicas. Las visitas de la clínica móvil son muy esperadas por los habitantes, muchos vienen a buscar consuelo y una presencia humana. Foto: Léa Thomas/Hans Lucas .

Aurika padece arritmia cardíaca y necesita supervisión regular. Natalya y Valeria, médica y enfermera, respectivamente, realizan hoy un electrocardiograma cuyos resultados se envían al servicio de cardiología del hospital de Járkov, donde un cardiólogo interpreta el examen y, si es necesario, ajusta el tratamiento que la clínica móvil proporcionará. “Sin la clínica móvil, no podría recibir atención adecuada, porque no tengo medios de transporte”, dice Aurika con voz agradecida.

El vehículo retoma su camino. Desde el pueblo de Prudyanka, la frontera rusa se encuentra a solo 15 kilómetros al norte. Katerina Povaleyaleva, de 63 años, recibe distribuciones de medicamentos para tratar su diabetes e hipertensión. Al borde del camino que conduce a su casa, señala con el brazo hacia las ruinas ennegrecidas. “Durante la invasión a gran escala del ejército ruso en marzo de 2022, un misil destruyó por completo nuestra casa. Por suerte, mi esposo y yo habíamos huido a Poltava, un poco más al sur, y regresamos varios meses después, cuando los rusos se fueron definitivamente. Todo estaba completamente destruido aquí y hoy tenemos una casa nueva, cuya construcción fue financiada por una fundación estadounidense. Tenemos suerte, porque aquí muchas personas viven en condiciones extremadamente difíciles, en viviendas muy deterioradas, a veces sin electricidad”, se lamenta mirando los restos de su antigua casa.

En las aldeas alrededor de Balaklia, una pequeña comuna cerca de la ciudad de Izioum, los habitantes sufrieron seis meses de ocupación por parte del ejército ruso, de marzo hasta septiembre de 2022

En las aldeas alrededor de Balaklia, una pequeña comuna cerca de la ciudad de Izioum, los habitantes sufrieron seis meses de ocupación por parte del ejército ruso, de marzo hasta septiembre de 2022. En uno de los caminos de arena que serpentea entre las casas, algunos vecinos se agrupan y esperan el paso de la clínica móvil. “¡Ya vienen!”, exclama Valentyna con entusiasmo. Mientras todos se reúnen alrededor del vehículo, Nikolái Stepánovich espera pacientemente frente a su casa, sentado en un pequeño banco de madera. Durante la consulta médica recibirá un tratamiento antibiótico preventivo por una sospecha de infección urinaria cuyos síntomas lleva varios días padeciendo.

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Olena Mikhailevna, de 70 años, vive en el pueblo de Vessel, perteneciente a la pequeña comuna de Balakliia. Es uno de los pueblos más alejados a los que la asociación se desplaza para asegurar el seguimiento médico de los pacientes. A la llegada del equipo sanitario, algunas lágrimas ruedan por las mejillas de Olena, que sufre por el aislamiento. Foto: Léa Thomas/Hans Lucas.

Valentyna, quien vive a pocos metros, no oculta su preocupación por el futuro de Ucrania. “Hemos vivido cosas horribles aquí, sobre todo en Izioum. Los rusos arrojaron cientos de cuerpos de civiles ucranianos en el bosque, en agujeros cavados en la arena. Con el avance ruso en el Donbás, tememos que vuelvan aquí”.

Cuando el sol desciende detrás de la línea de árboles, los habitantes se marchan uno a uno. Algunos abrazan sus medicamentos contra el pecho como si fueran objetos preciosos. Otros se toman el tiempo de agradecer, simplemente, con un gesto o una sonrisa.

Luego, la clínica se detiene en la casa de la última paciente del día. Olena Mikhailnevna, de 70 años, vive sola, ya que sus hijos han abandonado la región. Cada visita del equipo médico es para ella un alivio. “Desde hace tiempo, ya no puedo ir a la ciudad. Así que cuando llega la clínica, siento que la vida viene a mí. La vida aquí es tan rara » dice, mientras abraza a un gatito gris. Al despedir al equipo frente al portón de su casa, lágrimas recorren sus mejillas arrugadas. “Señoritas, me gustaría ofrecerles flores. Las flores de mi jardín”.

En estos pueblos de Ucrania donde la guerra ha borrado la normalidad, las clínicas móviles son más que un servicio médico: son un hilo de continuidad, un delicado lazo que conecta estas vidas aisladas con esperanza y humanidad. Recuerdan que, mientras alguien tome la carretera para venir hasta aquí, los habitantes no estarán completamente abandonados.

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