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Unión Europea
La centrada historia europea
Al visitar La Casa de la Historia Europea, un museo en Bruselas que cuenta la historia del continente, te encuentras con el relato de una UE blanqueada, no colonial, fundada sobre el anticomunismo.
Las próximas elecciones al Parlamento Europeo visualizarán la ruptura del consenso político sobre el que la Unión Europea se ha construido y abrirán un nuevo periodo de redefinición de sus principios y objetivos. Los liberales, que nos prometen un futuro resplandeciente gracias a la razón y los valores ilustrados, se enfrentarán a los populistas de derechas liderados por Salvini, que entienden la política como un conflicto irresoluble entre etnias enfrentadas que, en última instancia, solo puede solventarse mediante la fuerza.
Sin embargo, esta pugna puede terminar en reconciliación si las dos posturas son capaces de encontrar puntos de acuerdo en su amor común por el orden y el capitalismo. Por lo tanto, es pertinente interrogarse sobre la naturaleza y el alcance de esos supuestos valores europeos. En este sentido, es interesante prestar atención al museo conocido como La Casa de la Historia Europea, situado en el parque Leopold de Bruselas e inaugurado el 6 de mayo de 2017.
Su artífice es el historiador polaco Włodzimierz Borodziej, especializado en el levantamiento de Varsovia de 1944, y la figura más destacada de su consejo académico es el profesor Norman Davies, el principal especialista en la historia de Polonia, que, en teoría, recibió la misión de articular un discurso sobre la memoria que uniese a los europeos.
En un principio, se supone que dicho relato es el de democracia versus totalitarismo, pero, como es obvio, su exactitud histórica plantea problemas. En primer lugar, el siglo XIX representa menos del 10% del museo y es tratado superficialmente. La Revolución Francesa, si bien es la iniciadora del cambio político (la terminología del museo omite la palabra revolución), no merece ningún tipo de análisis para evitar caer en las controversias historiográficas que el bicentenario provocó hace 20 años. Del mismo modo, los movimientos nacionales de la primavera europea de 1848 son presentados positivamente, al mismo tiempo que se ensalza la unión de Europa, aunque olvidan señalar que dicha unión fue la del Congreso de Viena de 1815. Es decir, el concierto de los reyes contra las revoluciones liberales y democráticas.
Este totum revolutum se acompaña de vídeos que ridiculizan el marxismo y lo reducen a una fe dogmática al retratar a Marx como un Moisés, elemento que anticipa todo el argumentario posterior consistente en entender el comunismo como una desviación de la normalidad histórica. Asimismo, el colonialismo europeo tiene un espacio testimonial que, nuevamente, no relaciona correctamente este fenómeno con el expansionismo económico ni incide en la pervivencia de su legado. Si el periodo de 1870 a 1914, al igual que nuestro presente, estuvo marcado por las conflictos entre liberalismo y democracia, sería interesante mayor profundidad. Sin embargo, abordar las raíces de nuestros problemas actuales no merece dicho esfuerzo.
Por el contrario, la Primera Guerra Mundial es tratada exhaustivamente y las explicaciones se corresponden con el consenso historiográfico que, si bien reparte culpas entre todos las potencias por su imperialismo o nacionalismo, incide en una mayor responsabilidad de Alemania por su militarismo. Es, posiblemente, la única sección mínimamente valiente del museo que, además, contrasta con la incomodidad que la conmemoración de la IGM produjo en Europa al coincidir con el Brexit.
Sin embargo, el nudo gordiano del museo es la siguiente sección: totalitarismo frente a democracia. El hilo conductor es equiparar comunismo y nazismo, como resume la propia guía del centro:
Es más, se obvia que la Unión Soviética surgió en un régimen autocrático inmerso en un proceso revolucionario, mientras que el nazismo dio un golpe de Estado institucional en una democracia parlamentaria. Desde un punto de vista ético y legal, no se pueden equiparar los dos fenómenos sin igualar la legitimidad de una democracia parlamentaria con la de una autocracia. De igual modo, la línea argumental empleada en la exposición es próxima a los postulados del historiador conservador Ernest Nolte, quien veía en el nazismo una reacción a la barbarie bolchevique, una tesis que justificaba o blanqueaba el nazismo y provocó un debate con Habermas conocido como la disputa de los historiadores.
Por lo tanto, esta equidistancia es ciertamente problemática y difícilmente compartida por países que sufrieron una dictadura de origen fascista como España, cuyas experiencias pasadas no son equiparables a las de los países del Este y sus democracias populares. Este debería ser uno de los puntos centrales de debate del museo, pero, nuevamente, es totalmente soslayado. En este sentido, la planta dedicada a la construcción de la Unión Europea tiene tres secciones. La primera, la más grande e importante, explica sin ambages que el proyecto europeo surge a iniciativa estadounidense para derrotar al comunismo. La segunda vincula la UE al Estado del bienestar y la tercera sección, la más pequeña y casi un añadido a esta última, es un memorial de la Shoá. De este modo, se jerarquizan claramente los tres principios legitimadores de la UE: 1) anticomunismo 2) Estado del bienestar 3) derechos humanos.
De nuevo, este discurso puede sonar extraño a oídos hispanos, porque estamos acostumbrados a asociar la creación de la UE con un proyecto que buscaba un espacio propio y diferenciado entre los dos bloques que protagonizaron la Guerra Fría. Sin embargo, en los países del Este, siempre se trató de un proyecto que debía ser punta de lanza de su liberación, un instrumento proactivo para derrocar los regímenes comunistas, mientras que fue un invitado de piedra en la caída de las dictaduras militares.
El museo condensa una visión conservadora de la historia que, si bien pretende ser progresista en sus aspiraciones, no afronta las incómodas contradicciones entre capitalismo y democracia. En caso de conflicto entre el orden y los derechos fundamentales, uno entiende que el orden debe prevalecer para impedir el riesgo de la revolución o el socialismo. Es difícil no entender el museo como una apuesta por el autoritarismo de raigambre liberal también conocido como ordoliberalismo.
Esta posición ideológica se refleja en su consejo académico. Además de los historiadores ya señalados, la casi totalidad de sus miembros son expertos en el periodo de entreguerras en Alemania, Austria y Hungría de tal forma que se puede afirmar sin rubor que Europa es Europa Central y el resto de países se pueden considerar periféricos. Solo hay una historiadora italiana del antifascismo, la profesora Luisa Passerini, y no hay historiadores españoles o portugueses. Tampoco encontraremos especialistas en el imperialismo, el colonialismo europeo o en el siglo XIX. En este museo, Europa es blanca y sabia, un continente de orden y progreso. Durante todo el siglo XX no tuvimos ningún papel imperial ni colonias, luchamos por la democracia y fuimos víctimas del terrible totalitarismo soviético. Esto implica que, si los visitantes son europeos afrodescendientes, aquí no se sentirán europeos ni encontrarán ningún elemento que conecte su pasado familiar con la historia de este continente. De igual modo, si son de origen asiático podrán ubicar el Este como un espacio opuesto a occidente y sus valores ilustrados que, por supuesto, son universales y superiores.
Por todo esto, uno imagina que Salvini y sus partidarios no encontrarán mucha resistencia cuando asalten las instituciones europeas y quieran imponer sus valores, porque, ciertamente, sus principios son, en esencia, europeos.
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Excelente artículo y muy ilustrativo. Gracias, Sirera.
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