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Unión Europea
Colegio de Eurócratas: posgrado al corazón del poder
Cada año, Bruselas recibe decenas de candidatos a dirigir el continente. Son jóvenes ambiciosos aspiran a colocarse como funcionarios de la Comisión, asesores de los partidos o como lobistas de las empresas privadas. En esta pugna, una carta ganadora suele ser estudiar en el Colegio de Europa.
Durante estas semanas hemos asistido con estupor a las intrincadas negociaciones para nombrar a los cargos de la Comisión Europea y, con mayor o menor fortuna, hemos intentado seguir estas noticias a pesar de la opacidad y secretismo que envuelven al Consejo de Europa. Sin lugar a dudas, estar al día sobre cómo se elige a los responsables de nuestro destino ya es, simplemente, una tarea titánica y uno terminar por concluir que, para ser ciudadano europeo, es necesario cursar antes un Máster en derecho comunitario.
Si bien esto puede parecer una broma, lo cierto es que Bruselas, la ciudad de los expertos, recibe cada año hornadas de egresados dispuestos a dirigir el continente tras obtener una de estas titulaciones. Son jóvenes ambiciosos que compiten a lo largo de su vida por las mejores credenciales y recomendaciones posibles con la esperanza de colocarse como funcionarios de la Comisión, asesores de los partidos o como lobistas de las empresas privadas.
El éxito del proceso de construcción de la UE y su necesidad de burócratas europeístas colocó al colegio en un lugar privilegiado gracias a su liderazgo espiritual y, en la actualidad, tiene 492 matriculados
En esta dura pugna, una carta ganadora suele ser estudiar en el Colegio de Europa, una institución poco conocida en España, pero que suele asociarse con la excelencia académica por su pulcro nombre. Sin embargo, se trata de un instituto educativo que no puede equipararse a un centro universitario convencional. Surgido a propuesta del diplomático español Salvador de Madariaga durante el Congreso Europeo de la Haya de 1948, se fundó en 1949 en la ciudad de Brujas como una institución privada a raíz de la iniciativa particular de distintos intelectuales vinculados al movimiento federal europeo, si bien el peso del proyecto recayó sobre el grupo de políticos flamencos que prestaron los recursos necesarios para su sostén.
En sus textos fundacionales, se propuso crear una escuela para los cuadros dirigentes de Europa que deberían compartir unos ideales comunes y caracterizarse por una inteligencia y moral superiores. No obstante, el plan originario era formar líderes intelectuales y no eurócratas, ya que no existía ningún tipo de institución comunitaria desde la que pudiesen ejercer su liderazgo. Se trataba de que las élites políticas de cada país se impregnasen de europeísmo en una escuela que, además, imponía una convivencia en residencias universitarias para que los alumnos hiciesen vínculos personales que trascendiesen las fronteras nacionales.
Por esta razón, el Colegio de Europa, situado en Brujas, se ideó como un club político y, a día de hoy, sigue sin ser una universidad, porque no oferta estudios de grado ni puede conceder doctorados de ningún tipo. Es un centro dedicado exclusivamente a los estudios de posgrado o Máster y, en realidad, carece de una estructura fija y continuada de profesores, de un auténtico claustro, porque recurre a los profesores visitantes para impartir la mayoría de cursos o tutelar las tesinas de sus alumnos.
En un principio, esto no supuso ningún problema, porque en sus orígenes fue un centro académico marginal e irrelevante. De hecho, durante la presidencia de Salvador de Madariaga (1950-1964), jamás se superaron los 50 inscritos y no fue hasta 1973 que pasó en un solo año de 59 a 92 alumnos. Progresivamente, el éxito del proceso de construcción de la UE y su necesidad de burócratas europeístas colocó al colegio en un lugar privilegiado gracias a su liderazgo espiritual y, en la actualidad, tiene 492 matriculados.
Sin embargo, el Colegio sigue sin ser un centro académico de prestigio comparable a una universidad por su nivel de producción científica. Es una escuela para futuros funcionarios de la Comisión Europea y sus másters tradicionales en Economía Europea, Derecho Europeo y en Política y Gobernanza Europea son monográficos sobre el funcionamiento de las instituciones de la UE. En realidad, su principal atractivo es ser un puente dorado para acceder al corazón del poder de Bruselas y su extensa red de contactos es uno de los reclamos empleados en su propia página web.
Por otra parte, ellos mismos afirman que sus “exigentes requisitos de ingreso y los rigurosos procedimientos de selección garantizan que los estudiantes reclutados sean del más alto calibre”, pero lo cierto es que el Colegio no tiene una política propia de selección de alumnos. El proceso de selección de candidatos depende de los Ministerios de Exteriores de los países de la UE y, por lo tanto, en la práctica la criba de los alumnos lo realizan los gobiernos nacionales mediante sus programas de becas para cursar estudios en Brujas.
Por ejemplo, el 27 de noviembre de 1990 se publicó en la prensa española la posibilidad de solicitar por primera vez becas al Ministerio de Asuntos Exteriores (MAE) para cursar estudios de posgrado en el Colegio de Europa, pero dicha convocatoria y las bases que la regulaban jamás se publicó en el BOE. De igual modo, la lista de los primeros becarios afortunados tampoco salió en el BOE, a pesar de que entre ellos se encontraban Juan Moscoso del Prado, hijo del ministro socialista Javier Moscoso del Prado, Luis Garicano, sobrino nieto del ministro franquista Tomás Garicano Goñi o Miriam González, hija del senador del Partido Popular José Antonio González Caviedes. Por el contrario, la siguiente convocatoria de becas sí fue publicada en el BOE junto a su reglamento y, posteriormente, también se hizo pública la lista de sus beneficiarios.
Esto significa que la cercanía con el poder político puede ser un mérito preferente para lograr ese high calibre requerido y que, además, estamos subvencionando con nuestros impuestos mecanismos de cooptación y reproducción de las élites, ya que el 70% de los matriculados en el Colegio de Europa recibe una beca para cursar estudios. De hecho, se trata de unas cuantías elevadas, porque las matrículas y parte del alojamiento cuestan unos 25.000 euros al año y España ha sido generosa en el envío de alumnos pensionados.
A principios de la década de 1990, por ejemplo, mandábamos a 20 becarios del MAE que representaban el 10% del total de los inscritos. Esta nutrida presencia de españoles, además, se corresponde con nuestro peso histórico al frente de la institución. Salvador de Madariaga, fundador y tío de Javier Solana, fue su presidente durante 14 años, mientras que Manuel Marín lo fue de 1990 a 1995 e Íñigo Méndez de Vigo, político del PP, de 2009 a 2019, cargo que compatibilizó con el Ministerio de Educación. De los 70 años de existencia del colegio, 20 han sido bajo la batuta de un español, una cifra notable si tenemos en cuenta el aislamiento que la dictadura franquista supuso para el país.
Como es obvio, una institución educativa con una naturaleza política tan marcada plantea dudas respecto de su independencia y pluralismo: ¿Hasta qué punto la libertad de cátedra está garantizada en una escuela ideada para crear una élite funcionarial? ¿Es posible criticar el papel desempeñado por las instituciones europeas durante la crisis económica? ¿Hay un debate académico y riguroso sobre el Euro dentro de sus muros?
Según Bill Mitchell, profesor emérito de la Universidad de Newcastle y uno de los críticos más agudos de la unión monetaria, el Colegio de Europa condiciona toda su labor docente al objetivo político de lograr la integración europea y eso impide un debate plural. Esta impresión es compartida también por antiguos estudiantes del colegio, que critican la prevalencia de marcos analíticos rígidos y reduccionistas que impiden discutir o analizar los problemas fundamentales de la UE. Los tratados de libre comercio y sus bondades universales, por ejemplo, son verdades incuestionables.
Por otra parte, el financiamiento del Colegio de Europa también plantea serias dudas éticas. Al ser una fundación de utilidad pública, puede aceptar donaciones de particulares. Según sus libros de contabilidad, al año reciben aproximadamente diez millones de euros provenientes de las matrículas y otros ocho millones de donaciones públicas y privadas, aunque no se detalla su origen. Según su página web, la Comisión Europea, el Gobierno Belga y otros estados contribuyen a sus sostenimiento, pero no facilitan las cantidades exactas.
De igual modo, tampoco es posible saber la cuantía que las empresas otorgan para sostener sus cátedras monográficas. Por ejemplo, Google financia la Cátedra de Innovación Digital, Iberdrola la Cátedra de Política de Energía Europea, y también son donantes Deloitte, Banco Santander, Toyota y Total. Sorprende la prodigalidad de estas empresas con la escuela que formará a los futuros reguladores europeos que deberán vigilarlas y la falta de control y de escrutinio público a nivel europeo de estos conflictos de intereses.
De hecho, 2019 ha sido un annus horribilis para el Colegio de Europa. El 12 de febrero el periodista del Euobserver, Nikolaj Nielsen publicó que habían organizado una reunión entre personal diplomático saudí y cargos de las instituciones europeas. Esta noticia levantó un pequeño escándalo porque se asoció a una posible mediación política de Arabia Saudí encubierta por el Colegio de Europa para impedir la aprobación de sanciones por el reciente asesinato del periodista Jamal Khashoggi y varias europarlamentarias pidieron explicaciones al rector de la institución, mientras que más de 100 antiguos alumnos escribieron una carta abierta para expresar su malestar por este tipo de actividades. Por su parte el rector, Jörgan Monar, contestó con displicencia acusando a Nikolaj Nielsen de ser un periodista descuidado y asegurando que todo el dinero saudí ingresado por la escuela alcanzaba tan solo para comprar un proyector.
Este incidente reveló una profunda paradoja: el Colegio de Europa, que había sido el germen intelectual de la Unión Europea, no es una institución comunitaria sometida a los reglamentos de la UE, sino una fundación regulada por las leyes belgas. Eso significa que puede sortear la normativa europea sobre transparencia y, gracias a su extensa red de contactos y antiguos alumnos, ser una plataforma ideal para hacer lobby desde la puerta de atrás.
Además, en el ojo del huracán se encuentra un español, Jesús Ballesteros, el responsable de la Oficina de Desarrollo. Este departamento se dedica a diseñar cursos a medida para atender a las necesidades de sus clientes y formarlos en asuntos europeos. Si los programas de posgrado, como mínimo, tienen unas exigencias académicas que cumplir y un proceso de admisión, en esta oficina se puede contratar al personal del Colegio de Europa para satisfacer los deseos del cliente.
De nuevo, esta faceta de la institución encaja difícilmente con el canon de un centro universitario y la propia biografía profesional de Jesús Ballesteros es paradigmática de la nueva clase de gestores universitarios que la UE promueve. Según su Linkedin, se licenció en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid en 1999, en 2001 terminó su Máster en Derecho de la UE por la UC3M y, tras cinco meses de prácticas en la Comisión Europea, fue contratado en 2004 como investigador por el Colegio de Europa. Sin embargo, tardó cuatro meses en dejar esa faceta para convertirse en asistente en el departamento de gestión de proyectos y, desde ahí, ascender a director de la Oficina de Desarrollo, cargo que ocupa desde 2015.
La labor de estos técnicos es lograr financiación externa para los centros universitarios y resulta paradójico que, mientras el profesorado universitario está experimentando una precarización brutal en Europa, los gestores de estas escuelas de excelencia inician carreras profesionales estables y longevas a una temprana edad. De igual modo, la consecución de sus objetivos no parece supervisada por un comité ético integrado por académicos que resuelva los posibles conflictos de intereses que puedan ocasionarse.
Por lo tanto, la captura del proyecto europeo realizada por las grandes corporaciones sitúa al Colegio de Europa en el centro del debate político, ya que su transparencia e independencia han sido seriamente cuestionadas este año. El próximo 1 de noviembre Herman Van Rompuy sustituirá a Íñigo Méndez en la presidencia del colegio y, precisamente, el proceso de elección de un nuevo rector ha empezado también esta semana. Este nuevo equipo deberá responder ante una generación más crítica con las prácticas de decidir nuestro futuro en despachos cerrados y sin consultarnos, porque un despacho cerrado siempre es un lugar para el abuso.
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