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Venga, circula
Un murito
A mí todo me hace feliz. No dura mucho esa felicidad, pero le saco provecho y la disfruto mientras me cosquillea en las yemas de los dedos y la piel de los párpados. La luz del sol desparramándose por las paredes y el suelo de mi casa cuando amanece a las siete y veintipico de la mañana, el sonido de los pájaros mientras desayuno a las siete y treinta y nueve, los hombres grandes que pasean perros minúsculos que se enrabietan contra su propia sombra y le ladran enfadadísimos a las ocho menos diez. Casi todas las mañanas me pica la misma repartidora de Correos para que le abra la puerta del portal y luego, en vez de avisarme de que me ha llegado un paquete que no cabe en mi buzón, me deja el papelito ahí para que vaya a recogerlo a la oficina más cercana el día siguiente. Podría enfadarme porque si le abrí la puerta por qué narices no me dice que hay un paquete para mí esperando en su carro, pero me gustan los rituales y siento que hemos establecido algo que perdurará en el tiempo y que, si yo perdiese en algún momento la memoria o dejase de saber quién soy, ese simple zumbido del timbre de mi casa y el posterior “¡Correos!” que exclama la cartera asignada a mi sección me devolverían mis recuerdos al instante. Las revistas de ofertas de los supermercados que estudio con atención porque tengo trescientos millones de años ya, los ramos de flores de 6 o 12 euros (según el tamaño) de una floristería que hay cerca de mi casa. Algunos de esos ramos no aguantan ni tres días aunque les cambies el agua y recortes los tallos en diagonal con mimo y esmero, pero no me enfado. Sigo haciendo el camino desde la floristería a mi casa sosteniendo las flores con cuidado.
Todo me hace sonreír, pero tengo un puño que me aprieta el corazón cada vez que veo las noticias o leo el periódico o me meto en internet
No me dura mucho porque no somos estáticos, la felicidad viene y va. Lo importante es tener siempre algo dentro que empuje de vuelta cuando las noticias son malas, cuando de nuevo haya un país que invade a su vecino o el precio de la luz y de la gasolina estén una vez más en máximos históricos o un desastre natural barra con cientos de personas llevándoselas por delante o los mercados se pongan nerviosos o la patronal no vea con buenos ojos que las personas tengan derechos. Todo me hace sonreír, pero tengo un puño que me aprieta el corazón cada vez que veo las noticias o leo el periódico o me meto en internet. Respiro cuando se afloja y soy feliz con un billete de cinco euros que encuentro en el bolsillo de una chaqueta que guardé hace unas semanas, con un helado de pistacho y vainilla o con un vídeo de mi sobrina en clase de kárate. Intento saber menos de las cosas y construyo desde allí. Sospecho que el alimento de los reaccionarios es precisamente esa desazón y esas ganas de decir “me bajo del carro”, así que sigo subida por pura cabezonería. Hago lo que puedo. Quizá estemos sobreinformados, quizá no necesitemos saber quién es Nancy Pelosi (¿sabrá ella quién es José Luis Ábalos, por ejemplo?), cómo vive Tamara Falcó o cuántas calorías tiene un polo de fresa. Ese puño que me aprieta el corazón a veces se abre y se cierra, por eso sé que tarde o temprano aflojará de nuevo, como en el poema de Camus. Construyo un murito con todo lo bueno que me rodea, todo lo que me hace feliz, y desde allí empujo.
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Ese murito salva vidas, por no bajarte del carro y seguir empujando. Gracias por la reflexión, si todas seguimos empujando como propones "soñando con un futuro que sea diferente", es que "algo está pasando"..: https://www.youtube.com/watch?v=u8OKU3nP12w