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Gestación subrogada
Gestación subrogada, neoliberalismo y cuidados: bioeconomías en expansión
Pensar y debatir sobre la participación de terceras personas en lo reproductivo es necesario, ¿cuál es el papel que queremos que tenga el mercado en los nuevos modelos?
A veces nos falta contexto al pensar: planteamos preguntas demasiado amplias e imprecisas (¿a favor? ¿en contra?) y, encima, las respondemos a trazo grueso, como absolutos, como si las situaciones y las personas flotasen en el aire, como si no existiese un contexto múltiple pero clave. Llevamos ya un tiempo dándole vueltas al debate sobre la gestación subrogada y nos quedan muchas que darle, juntas. Aquí vuelco algunas ideas a modo de "contexto" en línea con las presentadas en dos encuentros sobre "gestación subrogada", uno primero dentro del marco del Orgullo Crítico 2017 (aquí el audio) y un segundo debate que desde las Jornadas Transmaribibollo y junto con la UNEDI, hicimos a principios de este mes en el CS La Ingobernable. Ambos fueron junto a Martu (como este artículo) y en los dos hubo mucho debate posterior, que, espero, también pueda producirse en este formato.
Intentando no caer en un "a favor" o "en contra" genérico, sí podemos tener posiciones fuertes sobre la necesidad de poner coto a la mercantilización de todo, incluido el cuerpo, el material y los procesos biológicos, los cuidados. Sí sobre la necesidad individual y colectiva de afrontar los límites (de la vida, del deseo, de los cuerpos). Detrás de muchos debates o formas de pensar la gestación subrogada o los vientres de alquiler se está ocultando un debate mucho mayor y potente, mucho más interesante y vivo: ¿Qué reproducción queremos?, ¿qué vida(s)?, ¿qué parentesco? Hablar de gestación subrogada es necesario ahora, pero no debemos perder de vista esas otras preguntas, cuestiones importantes aunque surgidas hoy como si fuesen menos urgentes. El texto que aquí sigue pretende contribuir a un espacio de debate sobre la gestación por sustitución, para ir poniéndole palabras, contextos, textos, sentires y posicionamientos concretos a algunas de las propuestas que hay encima de la mesa en torno a las bioeconomías reproductivas en la actualidad.
Habitamos un mundo caracterizado por la expansión de lógicas y políticas neoliberales, un mundo marcado por la globalización, la deslocalización, la diferencial regulación de flujos de cosas y personas. En las últimas décadas todo esto ha implicado procesos fuertes de individualización y mercantilización, solo posibles en un marco de desigualdad profunda que se aumenta con -y aumenta la propia lógica de- esa globalización neoliberal. En este contexto surge la gestación por sustitución y no debemos perderlo de vista al pensarla.
Este desarrollo neoliberal, que ha sido en mayor detalle estudiado y mejor contado por muchxs otrxs(1) ha implicado, entre otras cosas, la pérdida del sujeto político común/colectivo y una cada vez mayor incapacidad para identificar lo común de los problemas que nos acechan a cada una en su individualidad, llevándonos a resolverlos parcial y precariamente en ese nivel. Es decir: no somos capaces de agarrar la base común de los problemas que podría dar claves para buscar soluciones más globales, más reales, más compartidas. Pasa en múltiples cuestiones y pasa, también, en el ámbito de la crianza y la reproducción. Para entender y analizar esta dinámica podemos servirnos de los análisis feministas en torno al empleo de hogar y, sobre todo, a las cadenas globales de cuidado, ámbito dentro del cual podríamos quizás incluir algunos mercados reproductivos. En el caso de la crisis de cuidados existe un problema común -la falta de reconocimiento del derecho al cuidado, la ausencia de responsabilidad colectiva por la sostenibilidad de la vida- y a las consecuencias visibles del mismo (falta de cuidados, necesidad de resolver necesidades vitales básicas) se desarrolla una respuesta parcial, limitada y limitante, que ayuda a algunas a resolver en el concreto ciertas necesidades haciendo imposible que todas las resolvamos de igual manera (como se ve en las distintas formas del empleo de hogar). Es decir, se ataja el problema de unas personas en base a la desigualdad de acceso a recursos, generando una mayor desigualdad de acceso, en este caso, a los recursos de cuidados. ¿Nos sirve este ejemplo para pensar en la gestación subrogada e, incluso, en la donación de óvulos? Creo que sí, que nos sirve, en definitiva, para pensar las transferencias de capacidad reproductiva que se han hecho posibles tras sacar la fecundación del cuerpo con la fecundación in vitro, y que se han adaptado a un mundo estratificado y han tomado forma en él. Nos sirve, en concreto, para ver la forma global que
están tomando los tratamientos reproductivos que implican a terceras personas (donaciones de gametos y gestación por sustitución), y para ver la forma concreta que toma en países donde las lógicas de comercialización están teniendo más fuerza, sean o no directamente denominadas así.
En este contexto se están reformulando a una velocidad pasmosa las nociones de libertad y derecho. Se leen hoy desde una idea mercantilizada de ambas, atravesada por el privilegio, que no contempla que si no es para todxs, no es libertad, que si sólo es accesible para unxs cuantxs, no es un derecho sino un privilegio. Sin un sujeto político colectivo claro, el individual “yo” se convierte en el sujeto político de referencia, desde el que se construyen políticas individuales, individualistas, restringidas y que no nos sirven en el marco de la búsqueda de ese delicado equilibrio entre el acceso universal y el reconocimiento singular. ¿Cuál es el sujeto colectivo que puede responder a las preguntas de qué reproducción queremos?, ¿cuál el que puede enfrentar la cuestión de la crianza desde una perspectiva distinta a la de posesión?
Cuando desde el feminismo se habla del derecho de todas al cuidado (pero todas, todas, todas), se señala, por un lado, que no hay una responsabilidad colectiva de sostener la vida, que el acceso al cuidado está estratificado y las vidas de unxs se cuidan, respetan y reconocen más que las de otras. Pero se señala, además, que la base de lo que queremos para nosotras tiene que ser igual para todas: el derecho al cuidado para todas implica saltar por los aires los arreglos que actualmente están resolviendo las necesidades de cuidados de forma asimétrica (donde unas cuidan por tiempo o dinero en detrimento de su autocuidado y del cuidado de los suyos(2)).
Para pensar hoy la bioeconomía de la reproducción resultan clave estas trazas de contexto: el neoliberalismo, el individualismo, la mercantilización de (casi) todo (incluida la sanidad), y la expansión y transformación de las cadenas globales de cuidado. En este contexto podemos ver las bioeconomías y su expansión en las últimas décadas con una luz particular. Dicen algunas autoras que la bioeconomía es un proyecto de expansión de lógicas y políticas neoliberales (3). Si miramos a las relacionadas con los cuerpos de las mujeres, podemos pensar que también expanden un régimen heteronormativo de lectura y valoración diferencial de lo masculino y lo femenino, en particular de las tareas o trabajos feminizados o masculinizados.
La idea de la bioeconomía se utiliza para referenciar a todos esos procesos o materiales biológicos que, en términos generales, son puestos al servicio de la acumulación de capital. En este sentido, los avances en biotecnología y biomedicina han permitido una ampliación de lo que podemos intercambiar (a nivel biológico o corporal). En este marco, una de las preguntas políticas fundamentales que tenemos que hacernos es dónde y cómo limitar ese intercambio. Necesitamos, pues, pensar si los modelos actuales a través de los que hemos pensado nos sirven: venta o donación, trabajo o altruismo. ¿Qué régimen queremos colectivamente que se aplique a la transferencia de sangre?, ¿y a la de embriones?, ¿qué pasa con las células madre?, ¿y los órganos?, ¿y los ensayos clínicos? Y ahí, con una idea un poco más clara de todo esto, sí pensar, discutir y dar vueltas en torno a estas otras preguntas: ¿qué significa gestar para una misma?, ¿y para otrxs?, ¿qué modelos sociopolíticos queremos para los nuevos intercambios posibles biomédicamente?, ¿cómo y dónde establecemos los límites del mercado reproductivo?
Resulta, por último, importante pensar las bioeconomías de la reproducción sin perder de vista que estas forman mercados en torno a un binarismo sexual que refuerzan con su existencia. Que son mercados generados en torno a tareas feminizadas, reproductivas, de cuidados. Esto hace que sean bioeconomías distintas a las que se dan en torno a las células madre o las semillas (más caracterizadas, quizás, por su financiarización): estas bioeconomías mercantilizan cuestiones íntimas y lo hacen aprovechando un sistema económico que se sostiene sobre la invisibilidad de ciertas tareas como trabajo y mediante la valorización de las tareas o funciones masculinizadas. Pensemos, pues, la gestación subrogada en el contexto de la expansión del neoliberalismo como algo vinculado a las dinámicas clasistas, individualistas y heteronormativas de resolución (parcial) de los problemas. Pensemos, pues, la gestación subrogada dentro de un marco más grande en el que atrevernos a imaginar otras reproducciones posibles, otras crianzas.
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(1) Dos ejemplos: Laval y Dardot (La nueva razón del mundo: ensayo sobre la sociedad
neoliberal, 2013 - Barcelona: Gedisa) y Sandra Ezquerra (Acumulación por desposesión, género y crisis en el Estado español, 2012 - Revista de Economía Crítica, 14: 124–147)
(2) Amaia P. Orozco y Silvia L. Gil (Desigualdades a flor de piel: cadenas globales de cuidados. concreciones en el empleo de hogar y políticas públicas. Madrid: ONU Mujeres).
(3) Vincenzo Pavone y Joanna Goven (The Bioeconomy as Political Project: a
Polanyian Analysis, 2015 en Science, Technology & Human Values 40(3): 302–337 y el libro Bioeconomies: Life, technology and capital in the 21st Century, 2017 - Palgrave Macmillan)