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Energías renovables
Las renovables; los nuevos “gigantes de viento” contra los que lucha la España vaciada
Érase una vez un pequeño pueblo llamado Clares, asentado desde hace cientos de años en la Comarca del Alto Tajo de Guadalajara. Esta pequeña aldea, de unos 100 habitantes en verano y varias decenas menos en invierno, vivía tranquila su día a día. Ahora quedaría muy bien escribir que, durante la mañana, los pájaros pían tranquilos a las orillas de un río fresco y caudaloso pero, como bien saben las gentes del lugar, aquí sólo se deja ver el agua cuando llueve. Quizá tenga algo que ver que a su Virgen le acompañe el apellido “del Lluvio”, pero esas averiguaciones las dejamos para otro día. Clares, cuyo invierno dura unos nueve de los doce meses que tiene el año, se levanta sobre dos laderas a pesar de la extensa cantidad de llanura que tiene a sus alrededores, decorada con estepa, trigales y una gran dehesa; de las más grandes de la península.
Sus vecinos -que no habitantes- son las típicas gentes del lugar. La caza, el pastoreo y la vida rural se respira en cada casa de piedra tallada. Cualquier esquina es buena para dejar aparcada la bicicleta, o para sentarse a tomar la fresca cada noche. Cuando una chaqueta, y en ocasiones alguna capa de más, son necesarias para no pasar frío.
El punto más alto de la pequeña localidad manchega se encuentra en sus dos altos; el del San Juan y el “del Cerro”. Si quieres encontrar setas, este es el lugar. Y si quieres buscar el silencio y relajarte con el suave sonido de la naturaleza… Te diría que este es tu sitio, pero te llevarías una buena decepción. Porque lo que pudiese parecer el zumbido de las abejas picoteando las margaritas que colorean al alto en verano, no es otra cosa que el ejército de molinos de aire que vigila al pueblo en sus alrededores.
No estoy hablando de este pueblo porque lo haya buscado en el mapa y me haya decidido a investigar un poco sobre él. Sino porque soy clareño. No de nacimiento, que ya los hay pocos, sino de sangre.
Se podría decir que el clareño es una especie un tanto singular. Los hay como yo, de sangre. Pero también vecinos autóctonos y de adopción. En este último grupo se podría meter a los aerogeneradores de cierta compañía de renovables española. Pero serían esos vecinos que siempre ponen la música a altas horas de la madrugada, o el que deja la bicicleta en el rellano como si este espacio fuera de su propiedad.
Por si ya fuera poco, a estos vecinos de viento que Don Quijote confundía con gigantes, ahora se le pueden sumar otros a los que les gusta más el sol. Hablo de las placas solares o el equivalente a un mar de “espejos” azules si los observamos desde la lejanía.
Salta la “sorpresa”
Hace unos meses salía a la luz la noticia de que Iberdrola, por poner nombres y apellidos, había proyectado en este pequeño municipio una macro central solar fotovoltaica que cubrirá una superficie equivalente a… ¡750 campos de fútbol! Sí, ha leído bien. Imagínese el Municipal de la Romareda multiplicado por setecientos cincuenta. Pocas veces somos noticia, pero que sea este el motivo, ha hecho reflexionar a las gentes del lugar sobre de qué manera se están aprovechando estos terrenos de la España vaciada. A las compañías y administración no les basta con tener uno de los mayores parques eólicos de Europa. Como dice el dicho, nos crecen los enanos.
No solo Clares está preocupado con esta invasión de las renovables, también lo están pueblos de otras comunidades. Galicia, las dos Castillas y la provincia de Teruel son algunos de los territorios que claman contra la fiebre de las renovables y su imposición al mundo rural de que deben de ser ellos los que acojan estas energías verdes.
A muchos políticos se les llena la boca con banales frases de plástico. Que “no hay que abandonar a la España rural”, que si “hay que dar servicios a los pueblos” para que vuelvan a recuperar a las gentes perdidas los últimos cincuenta años… A priori, el propósito no es malo, y es cierto que son exigencias que plataformas como Teruel Existe han puesto encima de la mesa a la hora de negociar temas delicados. Pero la cosa cambia cuando vemos que donde antes había un prado lleno de pastos o cultivos, ahora hay una macrogranja, una extensísima central fotovoltaica o en el caso de las zonas más montañosas y ventosas, un parque eólico. A la España vaciada la están llenando, pero no de gente.
Uno de los objetivos del Gobierno es que para el año 2030 España genere 89 gigavatios con energías renovables. Algo más del doble de lo actual si tenemos en cuenta que ahora la producción es de 40. El crecimiento de la construcción de parques fotovoltaicos ha crecido exponencialmente en los últimos años. Un dato: solo los diez complejos de energía solar más grandes del país ocupan seis mil hectáreas de terreno. Para que nos hagamos una idea, estas 6.000 hectáreas son equivalentes a más de 8.200 estadios de fútbol de las dimensiones del Santiago Bernabéu. Es un fenómeno casi especulativo, que impresiona aún más si analizamos los datos que maneja la plataforma Teruel Existe: solo en la provincia sur de Aragón, el conjunto de parques eólicos proyectados es tal que, en caso de aprobarse todos, ocuparían el 10 % del territorio turolense. Es por estas situaciones por las que, por ejemplo, la Asociación Fotovoltaica UNEF ha promovido un certificado de excelencia de sostenibilidad. No se trata de que las grandes empresas energéticas cumplan los estándares legales permitidos, sino de que den un paso más allá.
El caso de mi pueblo es el que más me toca de cerca. Su emplazamiento, en un gran terreno de estepas y matorrales, es cierto que puede ser el ideal para transformar el sol en energía limpia. Pero de nuevo, todas estas luces tienen sombras. Y lo que parece positivo, se convierte en negativo cuando el extenso manto de placas solares está proyectado en el espacio protegido Red Natura 2000, la mayor red de protección de biodiversidad del mundo. Este ejército azul altera los microclimas generados durante años y crea serios problemas ambientales, además de la contaminación visual que genera, claro. ¿A quién no le apetece ver un buen atardecer rodeado de placas y aerogeneradores?
La España vaciada se rebela
Vecinos, asociaciones y municipios de diferentes comarcas se han puesto de acuerdo para protestar contra el “boom” de los megaproyectos renovables que están colonizando a la España despoblada. Por el momento, España tiene en el aire inversiones en esta industria que superan los 60.000 millones de euros. Pero el principal problema es el cuello de botella en las administraciones para otorgar la Declaración de Impacto Ambiental (DIA) a las empresas. Mientras tanto, el mundo rural se defiende ante estos gigantes empresariales alegando que para los pueblos, los perjuicios son mucho mayores que los beneficios.
España es uno de los países de Europa en los que la tasa de concentración de población es más baja. Frente a porcentajes como el 67,8% de Francia o el 59,9 de Alemania, en nuestro país solo el 12,7% del territorio está poblado. Y en las provincias más despobladas la densidad llega a ser de ocho habitantes por kilómetro cuadrado.
Pese a que a priori estas grandes inversiones pueden traer grandes beneficios económicos a la zona, la realidad es que, según cálculos de Teruel Existe, el impacto que generan es casi nulo. Solo el 3% de lo que se genera con aerogeneradores se queda en la zona; el 2% en impuestos para el ayuntamiento y el 1% para el propietario de la tierra que alquila a la empresa. Un tema además espinoso porque puede crear desavenencias entre los vecinos, ya que no se le ofrece a todo el mundo cantidades de dinero para arrendar su terreno. Una buena ubicación y unas condiciones atmosféricas idóneas son algunos de los requisitos que se piden. Por ello, ya es normal que las empresas den charlas informativas en los municipios, e informen a los vecinos de los pasos que se van a acometer.
En el asunto de los puestos de trabajo, tampoco parece compensar la fuerte inversión multimillonaria que se hace con la cantidad de empleos que genera. En la fase de la construcción sí que puede ser un punto de “gran demanda de trabajo local”, según el ejecutivo de la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA) José María González Moya. Pero lo cierto es que estamos ante una industria muy mecanizada donde un grupo muy reducido de personas es capaz de controlar uno o varios parques eólicos o solares. Un ejemplo claro nos conduce a Extremadura, donde únicamente el 5% de los empleos “energéticos” de la comunidad generan la mitad de su riqueza industrial.
Volviendo a Clares, cien molinos no dan trabajo para más de un puñado de personas. Y pese a que programas de televisión o visitas ilustres como la de Pedro Sánchez han intentado romantizarlo, en esta zona los gigantes de viento no han servido para atraer a los jóvenes a vivir allí. Sí es cierto que las mejoras en las infraestructuras son visibles: calles nuevas, instalaciones modernas, fiestas patronales más animadas… Pero un día laboral de invierno no vas a encontrar a nadie. No por el frío -que no sería de extrañar-, sino porque, por mucho dinero que nos llueva, si no se crean las condiciones para que los jóvenes se instalen, los pequeños municipios que lo rodean continuarán su camino de convertirse en un lugar exclusivamente utilizado para el veraneo.
La España rural empezó a desangrarse con el éxodo a las grandes ciudades en la segunda mitad del siglo pasado. Atrás quedan los años en los que vivir en un pueblo de 200 habitantes era lo normal. Era la España de nuestros abuelos y bisabuelos. Y ahora, parece que está de moda reavivarla, pero con palabrería y actuaciones asépticas de cara a la galería. El caso de la invasión de las renovables viene a ser lo mismo; una de cal y otra de arena.
La España vaciada no está en contra de las energías renovables, sino de cómo se están aprovechando estas grandes empresas para pegar el pelotazo e instalarse en estas zonas. Se está utilizando la excusa de revitalizar a los pueblos con estos macroproyectos cuando la realidad nos dice que no es así. Un fuerte impacto en la biodiversidad, contaminación acústica y visual, y cuatro puestos de trabajo en relación con la fuerte inversión que se realiza, son algunos de los problemas que generan estos proyectos.
La transición ecológica y verde se tiene que hacer. Es necesaria y obligada para el cumplimiento de los objetivos medioambientales. Pero se debe llevar a cabo de una manera escalonada y yendo más allá de lo que permite la legislación. Intentando preservar todo lo bueno que nuestros mayores nos dejaron y lo que la naturaleza nos da. A la malherida España rural se le puede poner la puntilla con estos macroproyectos descontrolados, y yo no concibo que se aprovechen de mi pueblo. Hablamos de justicia, y de memoria.