Psiquiatría
Lazos que ahogan

Desde pequeños se nos inculca que debemos amar a la familia pero, a veces, se dan relaciones tóxicas, como es el caso de María con sus hermanos.

María
“No sé si soy su criada, su empleada del hogar, su sirvienta o su chacha” / Ilustración: Marta Villarte
15 may 2020 18:43

Las seis de la mañana; suena el despertador. María se levanta, como los últimos veintitrés años, para ir a trabajar. No obstante, ella considera que “se le puede llamar trabajo desde hace cinco”, ya que es cuando empezó a cobrar, exactamente 350 euros al mes. No es capaz de definir con claridad cuál es su profesión: “No sé si soy su criada, su empleada del hogar, su sirvienta o su chacha”.

El determinante posesivo “su” hace referencia a sus hermanos, cuatro hombres solteros que viven en un pequeño pueblo a 10 kilómetros de donde vive María. Desde los 36 años, esta mujer de ahora 59 acude todos los días de la semana, excepto viernes y domingo, a su casa. No guarda fiesta días como Jueves Santo, San Jorge, Año Nuevo o el Día del Trabajador. “Ellos tienen que comer siempre”, apunta. De hecho, si no va a poder acudir durante varios días, les deja la comida hecha. “Limpio, hago la compra, cocino, les compro la ropa, se la llevo a casa para que se la prueben y si no les gusta la devuelvo, coso, tiendo…”. Y así enumera una lista interminable de tareas.

Quizás María no sabe calificar su profesión, pero sí el tipo de relación que mantiene con sus hermanos: “Es una relación tóxica”. En declaraciones a Zero Grados, la psicóloga Laura Rojas-Marcos define una relación tóxica como “cualquier tipo de dinámica con otra persona, o a veces incluso con uno mismo, que produce malestar emocional, sentimientos de inseguridad, ansiedad, angustia y miedo”.

Esta profesional, especializada en relaciones familiares, especifica: “Hay una cierta predisposición a pensar que hay que querer a la familia. El amor se da por hecho”. En su libro La familia. De relaciones tóxicas a relaciones sanas (2014, Grijalbo), advierte: “En ocasiones la vida en familia se convierte en un camino sin salida, estresante y doloroso en el que no podemos evitar tratar con familiares tóxicos”.

DESDE LOS 14 AÑOS

La relación tóxica de María con sus hermanos se empezó a tejer a los 14 años, cuando abandonó el colegio sin obtener el graduado escolar. Recuerda que su madre tenía una clara misión para ella: “Me decía constantemente que tenía que ayudar en casa porque éramos muchos”. Exactamente doce hermanos, ocho chicos y cuatro chicas. Ella es la décima. Desde que tiene uso de razón, recuerda que “los hombres no han hecho nunca nada más que ir al campo y al bar”.

Relaciones tóxicas
Relaciones tóxicas. / Ilustración: Marta Villarte

María creció rodeada de comentarios y actitudes que reforzaban esta tradicional creencia: “Mis padres eran machistas. Siempre decían: ‘Las mujeres a fregar y los hombres a hacer cosas de hombres’. Yo no estaba de acuerdo, pero llegué a asumirlo o, al menos, a aceptarlo”. Por ello, María se dedicó de los 14 a los 36 años a “vivir por y para la familia”. Ahora, con 59, casada y con hijos, sigue viviendo parte de esa realidad.

Con 17 años sufrió depresión y asegura no haber recibido ningún tipo de ayuda o apoyo. “Como entonces no existían las depresiones, me decían que estaba idiota”, recuerda. Se intentó suicidar tomándose una caja de aspirinas, pero las vomitó. A los 21 años quiso “huir de esa casa de mierda”. Se fue a servir a un hogar en una ciudad cercana. A los 10 días, se arrepintió porque se sentía “culpable del trabajo que había en casa”. Su madre la llamó y todavía recuerda sus palabras: “Me dijo que era una payasa y que tenía que volver”. Y María volvió.

Sus padres eran mayores, el dinero escaseaba y mantener a tantos hijos suponía un esfuerzo enorme para ellos. María admite que “ambos tenían predilección por el mayor y el pequeño”. A ella su madre solía insultarla: “Me decía que era subnormal pero que al menos los subnormales cobraban paga y yo no”. A su padre lo define como un “machista sin talento”. No dejaba salir de casa a su mujer y era muy insistente con el sexo: “La obligaba. Yo oía cosas. Era muy pesado y al final mi madre accedía. Si somos doce hermanos por algo será…”.

Tanto María como sus hermanas se encargaron de las tareas del hogar durante años. No obstante, ellas se casaron alrededor de los 23 años y se independizaron para formar una familia. “Todos me decían que mi obligación era estar allí por estar soltera”, se lamenta María. A los 36 años conoció a Adolfo y pronto se casaron. “Yo le pedí que se casara conmigo. Había bebido alguna copa de más y le dije: ‘Nos casamos o qué’. Tenía que cazarlo rápido, se me pasaba el arroz”, bromea María.

¿NUEVA FAMILIA, NUEVA VIDA?

Casarse no implicó formar una nueva vida y dejar atrás ese entorno. Cuando fallecieron ambos padres, María y dos hermanas acudieron a la casa durante un tiempo para hacer alguna tarea, pero, al cabo de los años, sus hermanas empezaron a envejecer y dejaron de ir. En consecuencia, fue María la que se quedó “al cargo” de sus hermanos. Así, hasta el día de hoy.

“No saben hacer nada, pero es que tampoco quieren aprender. Tengo que cuidarlos”, explica. Sandra Vaquiro Rodríguez y Jasna Stiepovich Bertoni, en su artículo Cuidado informal, un reto asumido por la mujer, publicado en la revista Ciencia y Enfermería, hablan de una “feminización general en el cuidado familiar como un paradigma de desventajas, esfuerzos, sacrificios relativos al género que conllevan a desigualdades innecesarias, evitables e injustas”.

Entre los sacrificios de María se encuentra, en primer lugar, la imposibilidad de trabajar ni cotizar en la Seguridad Social. “No voy a tener vejez, no voy a cobrar jubilación. Al no estar afiliada, no tengo ni seguro médico. Si me pasa algo en el trayecto o en la misma casa, no me ampara nada”.

María afirma que se ha “desvivido” por sus hermanos: “Llevo toda la vida esclava para ellos”. Aunque admite no guardarles rencor, no duda en llamarlos “egoístas” y “maleducados”. Ella lo ha dado todo por ellos, pero estos, “por no dar, no dan ni las gracias”: “Nunca han valorado lo que hago ni me han dicho una palabra de agradecimiento. Para ellos es lo normal, lo que debo hacer”.

CONCILIACIÓN FAMILIAR

Pero si en algo le ha afectado realmente esta situación ha sido en la conciliación con su familia. “Adolfo lo ha pasado muy mal. Yo llego a casa nerviosa, cansada, y no puedo hacerle el mismo caso ni a él ni a mis hijos”. De hecho, hoy en día, con lágrimas en los ojos, reconoce haber “desatendido” a estos. “No cogí apenas en brazos a mi hija. Yo creo que por eso no aprendió a andar antes. Tampoco la animé a que practicara ballet porque yo no tenía tiempo ni fuerzas para llevarla a entrenar ni a las exhibiciones. Por la misma razón borré a mi hijo del fútbol”. María lo resume en una frase: “Me he dejado la salud y la vida por ellos”.

Por otra parte, la relación entre los cuatro hermanos no es buena: “Se llevan fatal, ni se hablan. Eso a mí me afecta porque todos me cuentan cosas a mí y tengo que estar en medio”. Un día empezaron a insultarse “a grito pelado” en casa delante de María. Ella se enfadó y dejó de ir durante cuatro días. “Se sintieron vulnerables, desprotegidos. Al darse cuenta de que igual no volvía, cambiaron un poco. Casi no me lo creía”. A partir de entonces, empezaron a realizar alguna tarea como tender de vez en cuando, hacerse la cama y poner alguna vez la lavadora. Aunque María se alegra de ese cambio, admite que “es muy triste tener que ponerse así para que pongan una mísera lavadora”.

Relaciones Tóxicas II
“Me he dejado la salud y la vida por ellos” / Ilustración: Marta Villarte

Adolfo también tiene su versión de la historia: “Están muy mal acostumbrados. Es muy fácil y muy bonito estar largo y que te hagan todo”. Respecto a los cuatro días que María dejó de acudir a la casa, Adolfo no lo duda: “Se cagaron patas abajo. Desde entonces hacen algo, pero vamos, como si no hicieran nada”.

El futuro no lo ve muy distinto. “Ellos se han habituado y María es incapaz de terminar con esto. Tendrán ochenta años y seguiremos así”, se apena. A pesar del rencor que desprenden sus palabras, Adolfo ha apoyado siempre a su mujer: “Antes de casarme con ella ya sabía lo que había. No me gusta, pero lo entiendo en cierta parte. Yo lo que intento es que cuando llegue a casa tenga las menos cosas posibles que hacer, por lo menos ahora que estoy jubilado”.

“NO ME PERDONARÍA DEJARLOS SOLOS”

No sería raro encontrar quienes piensen: “Si sabe que no es su obligación, que no vaya”. Sin embargo, existe un sentimiento muy poderoso e influyente, a veces imparable, que gana la batalla frente a la racionalidad: la culpa. Bernardo Stamateas, en su libro Gente tóxica. Cómo identificar y tratar a las personas que complican la vida para relacionarte sanamente (2018, B de Bolsillo), la define así: “La culpa es una emoción que nos paraliza. La culpa es vergüenza, bronca y boicot contra uno mismo”.

 María siente culpa. También pena, lástima y a veces rabia. Pero sobre todo culpa. “Me sentiría mal si no fuera. Sé que solo dejaré de ir cuando esté realmente enferma. Soy consciente de que no debo, que dan asco, pero me dan pena. No me perdonaría dejarlos solos”.

ESTA TOXICIDAD NO ACABA AQUÍ…

María no solo tiene una relación tóxica con esos cuatro hermanos. Un quinto hermano, el pequeño, se ha “aferrado” a ella desde pequeña. Su nombre es Leo y tiene 52 años. Según María, esto se debe a que su madre era muy mayor y parecía más su abuela. “Me seguía a todos los sitios. Hice de madre. Bueno, aún lo hago”, comenta. A los 26 años, Leo atravesó por una depresión que todavía arrastra. Al igual que María, quiso suicidarse, pero él intentándose cortar las venas. “También se quemó con un mechero para saber qué era el dolor”, añade María. Aunque no se lo ha diagnosticado ningún profesional, María cree que sufre un trastorno de personalidad evitativo.

Leo ha mostrado una especial timidez e introversión desde pequeño que le llevado a marginarse y aislarse de los demás. “A los 13 años me dijo que era gay. Los demás no lo supieron hasta que tenía casi 30, cuando lo soltó borracho en una boda. Parte de su depresión se debe a la falta de aceptación que ello tuvo en la familia”, aclara. Al no sentirse vinculado con el pueblo ni con su familia, se mudó a otra ciudad. Desde entonces es profesor particular a domicilio. “Ha cotizado nueve meses. Tiene 1000 euros en el banco, de los cuales 500 se los he dado yo. Está casi en la indigencia. Si no le ayudamos económicamente, no podrá comer”, dice desolada.

Durante muchos años, Leo acudía de vez en cuando a casa de María a pasar algunos días. Solo iba a verla a ella, pues al resto de la familia no quería visitarlos. “Cuando estaba en casa me seguía desde que me levantaba hasta que me echaba. Era como tener a un crío pequeño al que hay que atender y entretener”, se acuerda. María asegura haber “aguantado” todas sus recaídas, bajones y depresiones.

¿Y por qué lo hace? Por culpa, siempre por culpa: “No puedo dejarlo solo, me sentiría mala persona. Solo me tiene a mí. Es un pobre desgraciado”. En una entrevista mantenida con la psicóloga Erika Alcolea Schott, la profesional apunta que “la dependencia entre hermanos es especialmente complicada porque sientes una especial obligación por ayudarle”.

Su relación actual se basa en “llamadas telefónicas interminables”. Esto es, él la llama dos o tres veces al día “porque se aburre y está solo”. “Leo critica el sistema, se queja de la vida, dice que todo es una mierda, que la gente da asco y que quiere morirse. Yo no sé qué decirle ni qué hacer. Solo puedo escucharle”. María considera que “es demasiado listo” y por eso “no puede aceptar este mundo”. De hecho, comprobaron hace unos años que posee un coeficiente intelectual por encima de la media. María se ha llegado a pasar horas al teléfono. Reconoce que muchas veces no tiene fuerzas ni ganas, que está cansada, pero que ella misma le propone hablar porque le hace “duelo” “En ocasiones me duele la mano de aguantar tanto el teléfono”, manifiesta. Leo lo asume: “Yo sé que soy muy pesado”.

ASERTIVIDAD

En cuanto a la solución o remedio, la psicóloga Rojas-Marcos lo tiene claro: “Asertividad, límites y, si es necesario, distanciamiento. Es difícil, pero hay que diferenciar entre lo que es razonable y lo que no. Que sea tu familia no significa que tengas que aguantarlo todo”. Esta profesional define la asertividad como la “capacidad de decir no porque conoces tus derechos sin ser agresivo”. A ello, agrega: “Las personas asertivas son personas respetuosas y seguras. Dicen las cosas de manera firme, clara y directa, que no agresiva. Son conscientes de que tienen derecho a sus gustos, sus necesidades y sus deseos”.

María admite sentir la obligación de “salvar” a sus hermanos. La culpa, la condescendencia y la pena convive con ella. Pero Rojas-Marcos advierte: “Nadie nos puede salvar ni nosotros podemos salvar a nadie. Podemos ayudar, acompañar, sugerir, contribuir, pero no salvar. Salvar salvan los médicos”. Hay lazos fraternales, lazos de amistad, lazos de trabajo; lazos por conveniencia, por necesidad, por caridad; lazos irrompibles, lazos débiles. Y también hay lazos que ahogan.

*Los nombres son ficticios por petición de los protagonistas

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