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Música
Michael Nyman Band en Madrid
La cita es el 18 de febrero a las 20:00 horas en el Auditorio Nacional de Música —como parte del “40th Anniversary Tour ” que celebra la banda—. En 2015 tuve oportunidad de entrevistar a su fundador en Ciudad de México. Aquel día hablamos de su proyecto más reciente, de su vida fuera de Inglaterra, de sus intereses más personales. Lo siguiente es una muestra. Un aviso de lo que pueden disfrutar si asisten al concierto del “intelectual con corazón artístico, o al revés, que modificó la lírica pianística clásica”.
Para el argentino Daniel Barenboin “la música no es cuestión de poner juntos distintos elementos, sino de integrarlos. La diferencia entre producir sonido o música es que cuando haces música todo debe estar integrado”. Entonces ¿cómo debería componer un pianista para referirse al momento germen de los nacionalismos? ¿Qué lenguaje emplearía un estudioso de la música para comunicar el dolor enterrado bajo millones de tumbas? ¿Cómo se concibe un ensamble musical a partir de la pena que no muestran las cifras? ¿Cómo se adiestra el oído para reflejar el resonar de batallas como la de Verdún? ¿Cómo para interpretar la banda sonora de The Piano (1993)? ¿Qué armonía, qué orquestación, cuál el contrapunto para repensar la Gran Guerra desde la contemporaneidad?
En 2014 se conmemoraron 100 años del estallido de la Primera Guerra Mundial y el compositor Michael Nyman (Londres, 1944) aceptó la ambiciosa tarea de crear una obra dedicada a esta fecha, un recordatorio de nuestras peores miserias como especie. Después de revisar los registros fílmicos que conservan Francia, Alemania y Estados Unidos, Nyman logró lo que pocos: con simplicidad y potencia, concebir el documental que hoy conocemos como War Work: 8 songs with Film —editado por Max Pugh— que sin ahorro reseña la atmósfera apocalíptica en que se transformó gran parte de Europa el 28 de julio de 1914.
Se trata de una transición de momentos bélicos que solo caben en el saco de lo terrorífico, acompañada de una progresión armónica siempre in crescendo. Imágenes que se repiten tantas veces —tantas— como el calvario de quienes participaron en la ofensiva protagonizada por las potencias de la época. Una contienda que ensordece de la misma forma que el engranaje al interior de una fábrica, de una fábrica como metáfora del hombre convertido en una máquina inmejorable en la industria armamentista. 8 piezas musicales que se fusionan con los versos de escritores europeos y con la sucesión de pasajes que rasgan el disfraz de bienestar del imperialismo. Que dejan expuesta la fragilidad humana.
Lo operístico de Rossini, el violín de Beethoven, la sonata de Schubert y la emotividad de Chopin acompasan el sinsentido de la guerra y la tragedia que conlleva. David Bomberg, Ernst Stadler, Gaston de Ruyter y Guillaume Apollinaire, entre otros, narran la violencia que se mueve como un tornado, que va dejando a su paso desechos y polvo. Esto es lo que presenciaron quienes acudieron a un sitio amable en la Colonia Roma, que disimula el acelere incesante de la Ciudad de México: el Cine Tonalá. Entre amigos, saludando a sus vecinos —como uno más— y sin salvar ninguna distancia, apareció Michael Nyman para compartir unas horas de esta, otra de las largas temporadas que permanece en la capital.
En medio del barullo previo a la proyección, sentados cerca de la entrada, con la interrupción de la gente que lo reconoce y se acerca a saludar, esto fue lo que comentó:
¿Qué sientes al presentar War Work: 8 songs with Film en un sitio tan casual, para algunos tan hípster como el Cine Tonalá?
Lo interesante es que mi casa está muy cerca de aquí. El Cine Tonalá es un sitio al que vengo con regularidad, a veces solo para sentarme y leer un libro. Todo comenzó cierto día que hablé con Juan Pablo, uno de los encargados, sobre la viabilidad de presentar War Work. Tres meses después ya estábamos organizando el evento. México tiene dos extremos: la burocracia que demora la puesta en marcha de cualquier idea y la posibilidad de hacer cosas casi de forma inmediata, como la presentación de este documental o la improvisación de esta entrevista.
¿Cómo fue el proceso creativo?
No fue una decisión espontánea. Dos o tres años atrás, diversas instituciones me pidieron una composición que estuviera conectada con la Primera Guerra Mundial; si bien conocemos más acerca de la Segunda y del Holocausto, esta es una parte muy importante de nuestra cultura. Sabemos cuál fue la historia, cuál el sufrimiento y sus consecuencias. Los europeos otorgan un gran sentido a la conmemoración de esta fecha. En 2014, la BBC presentó cada noche un programa sobre el tema y se han publicado innumerables libros que reseñan los orígenes, los eventos y los efectos de la guerra. Cuando dejo La Roma y regreso a Londres, siempre encuentro un libro nuevo de más de setecientas páginas con una interpretación diferente.
¿Cuál es la tuya?
En mi caso quería hacer más que una mera pieza musical. Lo que me interesó fue revisar los archivos y ver material que jamás se ha presentado en televisión. La estructura del filme está relacionada con su musicalización, pero la banda sonora no es lo más importante. Hay mucha repetición. Compuse música basada en los textos de poetas que murieron en el campo e incluí elementos de artistas dadaístas que no participaron directamente y tienen un diálogo distinto con los sucesos. Desde el primer minuto aparecen figuras impactantes. Las secuencias de cadáveres son mínimas, pero en su lugar están los rostros de gente viva que, por sus circunstancias, no podemos decir que esté realmente viviendo. No hay entrevistas ni una voz que te sitúe en contexto. Ya verás por qué no quise ser descriptivo…
Mitad espontaneidad, mitad conocimiento y suficiente investigación, el de Nyman no es un proyecto terminado. Durante uno de sus viajes a Italia —me dice— asistió a una exposición de pinturas con la misma temática y no resistió la tentación de tomar su cámara para incluirlas. No obstante, sabe que en determinado punto debe detener sus búsquedas y concluirlo.
¿Por qué elegiste este país como tu segundo hogar?
¿Por qué México?, por esto. Me gusta la manera en que me trato a mí mismo en México y la manera en que México me trata. Amo esta apertura, la ausencia de sospecha o desconfianza, y además encuentro fácil hacer amigos. Por lo general no me gusta estar rodeado de mucha gente; si estuviera en Paris nunca dejaría mi casa; en Barcelona tal vez un par de días, pero aquí es distinto. Debo decir que mi conocimiento de este país está muy fragmentado. No he sido parte de la escena musical o artística, pero tengo porciones individuales de información que van de los aztecas hasta el México contemporáneo. He compuesto basándome en textos de Sor Juana Inés de la Cruz, escribí una sinfonía a partir de un escrito de Octavio Paz y supe de la civilización maya antes de vivir en México. También estuve dos o tres días en Yucatán, visité Mérida, fui a Chichen Itzá. Creo que, hasta el último día, siempre habrá algo más por descubrir. Ahora me gustaría trabajar con los archivos del cine mudo que se conservan en la Cineteca Nacional.
Un vídeo que resume la vida de Alice Guy —la primera realizadora de un metraje—, una imagen en blanco y negro de Roberto Rossellini en el set de Paisano (1946), la portada del libro La vida surrealista de Leonora Carrington, escrito por Joanna Murhead. Un artículo sobre los 10 comercios más antiguos de la ciudad y otro sobre fotografías vintage de la vida cotidiana en el México del siglo XX. Este es el tipo de información que Nyman comparte en su muro de Facebook. No solo eso, también expresa su indignación —con el mismo ímpetu— por la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, el asesinato del fotoperiodista mexicano Rubén Espinosa o el trato que han sufrido las víctimas del incendio en la torre GrenFell en North Kensington (Londres).
Durante nuestra charla se muestra dispuesto y sonriente, me habla con familiaridad, como si no fueran escasos los minutos que tenemos de conocernos, como si alguien nos hubiera presentado en una ocasión anterior. Por lo general viste con sobriedad, en tono gris, y no usa calcetines. Su pensamiento es agudo, pero en el trato es sumamente sencillo. Se nota que disfruta estar con los que están, camuflarse, intentar —sin lograrlo— pasar inadvertido. Así es el músico inglés que se unta de lo mexicano y no es ajeno a sus problemáticas.
Nuestras conversaciones posteriores —y esporádicas— me dejan ver que está tan interesado en la historia contemporánea como en innovar en disciplinas fuera del entorno musical. Es un tanto ciudadano del mundo, con sus afectos puestos en personas y lugares concretos. La amistad le importa. En su vida profesional persigue la perfección, en la privada es bastante reservado, y para los asuntos comerciales más bien práctico. Se sabe reconocido en su ámbito, sin que ello signifique abusar de esta posición. Como buen artista es receptivo y solidario. Un humanista. Curioso, sobre todo observador —afirma Max Pugh, de los que miran donde ningún otro se detiene —.
Sobre los datos duros alejados de mi subjetividad, podría decir que es compositor de óperas, bandas sonoras, música orquestal y de cámara. Mencionar algunos de los muchos reconocimientos que le han dado a lo largo de su carrera. Agregar que es escritor, intérprete, director, fotógrafo y realizador minimalista, o nombrar a los cineastas independientes y de Hollywood con los que ha trabajado. O referirme a Virgin, EMI, Decca, Warner Classics y Sony como las disqueras que han comercializado su música. O resaltar que ahora tiene su propia compañía —MN Records— y, por supuesto, la banda con la que se presentará en Burgos, Barcelona y Madrid.
Toda esta información pueden encontrarla en Wikipedia o en su página personal. Sin embargo, para extraer la parte sustancial es mejor escucharlo. Su enorme bagaje, su otear constante, todas sus inquietudes están dentro de cada creación; transitan de lo épico al New Age, de la agitación a la calma, de las cuerdas al teclado, de la soledad al acompañamiento y de la melancolía al éxtasis total. Van y vienen, las combina. Añade y renueva. El resultado es arte, actos de belleza —como sugiere el título de una de sus grabaciones— que enaltecen una profesión y ponen en valor la cultura. No solo eso, que dignifican al ser humano maltratado por toda clase de pandemias sociales, desde los conflictos armados que recordamos en el siglo XX —o antes— hasta el actual resurgir de las ultraderechas. Música, imágenes fijas o en movimiento para documentar el acontecer de la humanidad.
Es decir, del conjunto que somos, pero también de nuestra capacidad de sentir, conmovernos y hacer que este tiempo en el que coincidimos lo merezca.