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Decía A. Bonanno: “¡Qué locura el amor al trabajo! ¡Qué gran habilidad escénica la del capital que ha sabido hacer que el explotado ame la explotación, el ahorcado la cuerda y el esclavo sus cadenas!”. Si vamos un paso más allá podemos agregarle: qué locura el amor a la disciplina y al ocio productivo, mediado por la competición intersubjetiva, fomentado por la ideología del capital. Este ha conseguido que los sujetos adoren la cárcel de las aplicaciones y los datos limitantes y alienadores, esos que, si no se registran y se publican, parece que no existieron. Esos datos que acaban por generar un mundo de posibles muy direccionado, dejando infinidad de formas al otro lado. Esos datos que le hacen correr hasta la extenuación por motivos que, aunque sean propios de los sujetos, les son completamente ajenos.
Es sorprendente la cantidad de libros, presentaciones y artículos que se están generando en torno al mundo del big data y sus enigmáticas fórmulas posibilitadoras, los algoritmos. Fórmulas aparentemente inquebrantables en las que a priori debemos confiar ciegamente ya que predicen, sin aparente margen de error, nuestros gustos y las actividades que haremos en un futuro próximo.
Vivimos en la era digital y “la nube” o el espacio virtual es una realidad intangible del mundo que percibimos y habitamos. Aunque parezca un espacio al margen, no deja de ser una prolongación del mundo real, el cual resulta su sustrato y en el que están engarzadas sus raíces. Aunque no podamos palparlo, dando la impresión de que “la nube” es algo extraño y ajeno sobre lo que nos resultará complicado intervenir, está ahí, operando y generando marcos de posibilidad y aunque no seamos conscientes de ello, lo estamos sintiendo o si se quiere padeciendo.
Se escucha hablar de esta herramienta de ingeniería social desde tecnicismos, los cuales, si el mundo del big data de por sí es poco accesible y desconocido, lo hacen aún más distante. Se aumenta así la fractura del ellos —los que lo poseen, manejan y utilizan— y el resto de los mortales, el nosotros. Se generan debates en torno a cómo protegerse frente a la apropiación de nuestros datos, del papel de la ley y de los Estados frente al tratamiento de esta información. Se habla también con insistencia, de quién genera los datos, quién resulta ser su dueño legítimo, el que hace que el dato exista —la persona que produce la información— o la entidad que lo registra. Nos interesa resolver esta cuestión para plantearnos poseerlos y ser nosotros mismos los que decidamos sobre la venta de los datos a terceros y, caso de querer venderlos, sobre quién recaerá el rédito económico.
Estos no son temas menores, dan para escribir y pensar mucho, como por ejemplo ¿por qué se acepta que se haga negocio con la información personal? o ¿hasta qué punto hemos interiorizado el régimen de verdad, que somos nosotros mismos los que queremos mercantilizar y vender nuestra información?, ¿no somos capaces de imaginar nada que no esté mediado por el mercado, las inversiones y la ganancia en términos económicos y sociales?
Aun así me gustaría llevar la línea de debate a otro prisma no menos importante. Me gustaría acercar la cuestión del impacto directo que esta herramienta tecnológica tiene sobre nuestras vidas, cómo el big data las está limitando y direccionando.
¿Los algoritmos son predictivos o por el contrario son unos nuevos dispositivos parciales de socialización? Quizá no solo eso, sino también agentes limitadores de posibilidades. Considero interesantísima esta cuestión ya que la fórmula propuesta no solo va a predecir el comportamiento de la gente, sino que da un marco de posibles. Siendo así, ¿dónde situamos la frontera de lo que pudo ser pero no es porque la máquina, la inteligencia artificial —que parece queremos que destierre todo trazo de humanidad de la faz de la tierra—, dijo que esta o aquella cosa no puede suceder? Los datos predicen lo quE te va a gustar, entonces te proponen tus posibles, instaurando así una frontera de lo invisible. Dejando al otro lado lo que no es digno de tu estrato social.
Me interesa la parte de big data que construye realidad y que limita a los sujetos y su campo de posibilidad. Pensemos en el deporte y en la salud, ¿qué puede significar esta tecnología en un campo como este? ¿cómo está resignificando el deporte y los modos de practicarlo a día de hoy? La experiencia de un usuario que navega por internet desde su dispositivo móvil o su computadora comienza con el spam publicitario. Pongamos por caso alguien que quiere comprar unas zapatillas para salir a correr. Sabemos todo lo que sigue a continuación y qué sucede hasta que nuestro objeto “deseado” llega a casa. Deberíamos detenernos a pensar por qué los deportes individuales y de fondo están resultando un boom, pero ahora preferimos enfundarnos nuestras zapatillas y salimos a correr.
¡No! parad. Antes nos ponemos todo el outfit a conjunto, el cual aparecía publicitado alrededor de la página web que visitamos al comprar las zapatillas. Nos ponemos también la banda cardiaca, el reloj que la acompaña y encendemos el GPS de nuestro dispositivo móvil para que la aplicación de turno nos diga por dónde hemos corrido, a qué velocidad lo hemos hecho, durante cuánto tiempo y registrar así nuestra actividad.
¿Verdaderamente es necesario este arsenal para salir a correr? Disfrazarnos de corredor, con todos estos elementos parece hacernos más atletas. ¿Registrar los números de nuestro entrenamiento es verdaderamente relevante? Quizá esa información para nosotros sea insignificante, lo que quizá estemos persiguiendo sea compartirla en nuestras redes sociales y mostrarnos como atletas amateur con una meta saludable o amateur avanzados que ocupan su tiempo destrozando los parciales de sus amigos y vecinos, buscando así su reconocimiento. Además, no se nos olvide, saca una foto de la carrera que enseñe lo bien que lo pasas cuidando tu cuerpo.
Estos datos, estos números, pasan directamente a la nube quedando registrado tu tiempo, por dónde corriste, con que materiales, a qué horas sueles hacerlo, qué días y los datos que se generaran, los cuales desconocemos. Entonces las marcas y las aplicaciones están ahí, ofreciéndote carreras, nuevos amigos que comparten tu pasión y las pruebas populares a las que te puedes apuntar, bien para luchar contra una enfermedad rara, recaudar fondos o cualquier actividad benéfica que se nos ocurra.
También te ofrecerán pruebas patrocinadas por grandes marcas en las que ir a batir tus tiempos y alcanzar los retos que te proponen este año. Convierte el running o el cycling o el swimming —si eres un Ironman puedes con los tres— en tu forma de vida. Quizá esta es la parte más visible, no por ello menos densa para un análisis profundo, pero vamos un paso más allá. ¿Qué podemos sentir los sujetos y cómo nos relacionamos con estas aplicaciones?
Soy hijo de mi tiempo y efectivamente me he enculturizado en este lugar del mundo y sin que este dato sirva de excusa, también participo de estas actividades. Quizá este artículo, en cierto modo, sea una estrategia de resistencia. Cuando salgo a rodar pienso en qué está significando y suponiendo este fenómeno tecnológico. Cómo antropólogo tengo una especial sensibilidad para tratar de observar y registrar la información que facilitan mis compañeros en cuanto a la relación, el hacer y el decir respecto a las aplicaciones.
Da la impresión de que la aplicación de turno se transforma en una cárcel. “Tengo que salir a entrenar”, “si no queda registrado es que no se ha entrenado”, “estoy horrible de forma, no bato tiempos”, “el año pasado por estas alturas rodaba diez segundos más rápido.” “Esta semana tengo que hacer 40 kilómetros y 1.500 metros de desnivel, es el reto de la aplicación”, “no puedo hablar ni parar, que me baja la media”, “este tipo no rueda a menos de cinco minutos los 1000 metros, no tiene nivel para venir”. Todo este discurso se reproduce muy a menudo y creo que suena atroz, competitivo y en línea con una de las partes más toxicas de la masculinidad hegemónica. Pues, efectivamente, este es el sentir, hablan desde la pulsión y este es el resultado de las aplicaciones, del big data, de las predicciones y el registro masivo de datos: seres presos de metas autoimpuestas.
El autodisciplinamiento y el cuidado del sí —del que hablaba Foucault— reproducido tras el velo de la vida dedicada al deporte amateur. Esa auto-publicidad que nos vende como un ser que se preocupa por sí mismo, persiguiendo un capital simbólico-social en cuanto a forma de vida y cuerpo hegemónico que nos esforzamos en conseguir. Mientras tanto, seguimos como hámster en una rueda que no cesa de correr, y cada vez más rápido, porque un nuevo algoritmo acelera este movimiento que nos impide bajar.
Comenzaba hablando de la cantidad de libros, artículos y datos que giran en torno al big data y aun así, y después de escribir estas líneas, la única certeza es que no tenemos ni idea de hasta dónde están llegando, pero creo que cada vez estamos más encerrados.
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Muy buen post. Justo cambié de móvil y viene integrada una aplicación de cuántos pasos doy en un día, y hay días que no cumplo con el mínimo según la aplicación, claro. Esa meta empieza a meterse en mi cabeza y lo peor es que no puedes eliminarla del móvil.