Opinión
Entre el dominio y el victimismo: el patriarcado enseña los dientes

El antifeminismo en auge no es patrimonio de vetustos escritores, de casposos políticos de derecha, de obispos prediluvianos. Se va extendiendo entre muchos hombres que afirman en foros y en espacios privados lo que no se atreverían a enunciar en público. Por ahora.

Concentración en repulsa por la Manada
Manu Navarro Miles de mujeres tomaron la calle en repulsa por la sentencia de La Manada
30 abr 2018 11:22

I. Sobre el dominio


21 de mayo del 2016, Río de Janeiro. Una adolescente de 16 años acude a una fiesta. Allí se encuentra a su ex novio, va a su casa, se duerme. Cuando despierta, está en otro lugar donde más de 30 hombres la violan. Para ellos es una fiesta, un momento de “jolgorio y regocijo”, como diría el juez Ricardo González. La penetran de todas las formas posibles, incluso con objetos. Se animan entre ellos y lo graban. Después la dejan tirada y rota. El vídeo se viraliza, para que otros hombres se unan a la fiesta desde sus pantallas. Mientras, en los medios de comunicación, se preguntan cómo pudo ella acabar ahí. Si era una chica decente, qué tan largo era su vestido. Las mujeres toman las calles: "Estupro Nao É Culpa Da Vitima", claman.

Poco después, la antropóloga argentina radicada en Brasil, Rita Segato visitaba Madrid. Para Segato, quien dirigió una extensa investigación entre violadores, en la Brasilia de los 90, la violación tiene fines expresivos. La autora, que después trasladó esta mirada a los crímenes de Ciudad Juárez o a los feminicidios en Centroamérica, señala que, quienes violan, no obtienen un placer sexual, si no un placer de dominación: usan el cuerpo de las mujeres para mandar un mensaje de potencia a otros hombres. Esos otros hombres interpelados pueden no estar allí, ni si quiera enterarse. Pero también pueden ver los vídeos a través de Whatsapp, o estar presentes, participar de ese crimen de poder, que es la violación. Todos forman parte de la fratría, una confederación masculina, un pacto mafioso sellado por la violencia y el secreto. Aquella violación grupal en Brasil aportaba un macabro caso práctico.

7 de julio del 2016, Pamplona. Una joven de 18 años llega a la ciudad para disfrutar los Sanfermines. Baila, canta, bebe, como todo el mundo. Conoce a un grupo de cinco chavales, se ofrecen a acompañarla a su coche. Mientras van caminando juntos, ella piensa en llegar a un lugar seguro y descansar. Ellos discurren sobre dónde podrán meterla para “follársela.” No tienen los mismos objetivos, pero lo que ella quiera no importa. Ella solo es un cuerpo, un objeto, un dispositivo para su diversión. Llevan tiempo bromeando sobre drogar mujeres y violarlas. Se sienten poderosos, orgullosos del peligro que suponen. Van a demostrarse su masculinidad entre sí mismos y a los amigos del grupo de chat, y a los miles de hombres que luego verán los vídeos en Youtube. La meten en un portal, la acorralan y la penetran sin parar. Todas sabemos lo que pasó después, pero no todas vemos lo mismo. Porque en el fondo ella quiere, mascullan los tipos en los foros. Porque si está ahí algo busca, comentan algunos tertulianos. Porque había besado a uno de ellos, explican los abogados defensores. Porque después no performó el rol que hacen las mujeres violadas en las películas, argumenta un juez. Tras usar su cuerpo para esta ceremonia masculina de dominación (nos follamos a una entre cinco, dijeron) la dejan tirada, con la ropa rota, sin móvil.

Que el cuerpo de las mujeres es el lugar donde inscribir la potencia masculina no sé reduce a los portales oscuros, ni a las violaciones grupales de una violencia tal que generan una indignación insoslayable. Mira el caso Torbe, el magnate del porno, con su “respetable” industria, con aquellas chicas que pensaban que su cuerpo era suyo, un medio para ganar dinero, y que descubren que para ello su cuerpo tiene que ser de los otros, no podrán poner los límites, serán violadas y violentadas.

Mira a Harvey Weinstein, acosando a mujeres a la altura de su poder, sin molestarse en ocultarlo. ¿Para qué? Es a través de la dominación sobre esos cuerpos jóvenes y deseados que manda un elocuente mensaje sobre su lugar en la jerarquía masculina. Mira al entrañable Bill Cosby, violando mujeres durante 40 años mientras prodigaba simpatía y moralina en las televisiones. Mira los volquetes de putas, los acuerdos firmados en prostíbulos de lujo. Atiende al pujante negocio de los ligones profesionales que dan master class sobre cómo manipular a una mujer hasta acostarse con ella. El método será más o menos violento, pero el mensaje es siempre el mismo: tu cuerpo existe para mi disfrute, tomarlo me posiciona frente a otros hombres.

II. Sobre el victimismo

Abril de 2018, Toronto. Un joven de 25 años irrumpe en una de las calles principales de la ciudad. Conduce un coche que usa para atropellar a todas las personas que puede. Una decena de ellas mueren. Las autoridades descartan que se trate de un atentado terrorista, el joven pertenece al movimiento Incel: involuntarian celibates. Hombres que no consiguen acceder a mujeres.

Tienen una identidad formada de grupo, sus foros, su lenguaje propio: se consideran machos beta, las mujeres les rechazan porque prefieren a los machos alfa, así que ellos odian tanto a los machos alfa como a las mujeres. Comparten estrategias sobre cómo violarlas, escriben beligerantes post misógenos desde perfiles con fotos sexualizadas de chicas. No son los únicos, los MGTOW (men going their own way) tienen miles de vídeos en Youtube, donde explican por qué han decidido prescindir de compartir su vida con mujeres.

Resumiendo mucho, las mujeres son el mal. Los argumentos que dan son un poco vieja escuela: las mujeres son parásitos económicos, brujas castradoras, mentirosas, manipuladoras. Se juntan entre sí para maquinar tu ruina. Todo el sistema legislativo y político las protege. Quieren acabar con nosotros. ¡Aléjate de ellas! Sus vídeos y foros sirven como espacio de catarsis donde los hombres dicen haber visto la luz, y descubierto la verdadera naturaleza femenina. Todo ello mientras insultan a algunas mujeres en particular y a todas en general. Un victimismo violento.

Tanto los hombres que exhiben su poder dominando cuerpos de mujeres como aquellos que comparten su amargura por no poder acceder a ellas o expresan su resentimiento por las contrapartidas que se les exigen construyen a la mujer como un antagonista en torno al cual generar una identidad

Tanto los hombres que exhiben su poder dominando cuerpos de mujeres, como aquellos que comparten su amargura por no poder acceder a ellas, o expresan su resentimiento por las contrapartidas que se les exigen, construyen a la mujer como un antagonista en torno al cual generar una identidad. Mujeres objeto/mujeres enemigas. En todo caso, un grupo otro, con el que no cabe la empatía, con quienes el vínculo es solo instrumental. La masculinidad tradicional no se sostiene, el privilegio masculino en el ámbito público está en disputa, la condición de proveedor lleva décadas en retroceso, y las mujeres no aceptan ya lo que aceptaban antes. La dominación sexual es el único espacio donde muchos hombres pueden manifestar su poder.

El sexo ha sido, tradicionalmente, una prerrogativa masculina. Disputarles su derecho a ejecutar su deseo hace temblar los pilares íntimos del patriarcado. Es una batalla que no se puede ganar a solas. Pero las mujeres cada vez están menos solas, las respuestas ante la violencia sexual son cada vez más amplias, la vergüenza paralizante va retrocediendo a medida que más mujeres hablan. Entonces, en las cuevas de los foros machistas rugen los potenciales lobos de las manadas del futuro: se sienten atacados por el lobby feminazi, una entidad que, en su imaginario, está formada por mujeres vengativas que quieren establecer un régimen hembrista, o —con el patrocinio de Soros, y la ayuda de refugiados e inmigrantes— hundir la civilización occidental, alertan los más visionarios.

El movimiento feminista está fuerte, interpela y moviliza porque conecta con las experiencias de vida, porque conecta subjetividades, festeja el vínculo. Pero, paralelamente, hay otras subjetividades que se van entretejiendo a la defensiva. Se refuerzan entre ellos, comparten la experiencia de la masculinidad herida, la pérdida de privilegios, la igualdad leída como amenaza. Mientras insultan en las redes, acosan virtualmente, apoyan a violadores, se consideran víctimas. El antifeminismo en auge no es patrimonio de vetustos escritores, de casposos políticos de derecha, de obispos prediluvianos. Se va extendiendo entre muchos hombres que afirman en foros y en espacios privados lo que no se atreverían a enunciar en público. Por ahora. Es necesario pensar en una estrategia amplia que afronte este momento reaccionario, sentido común machista, que se extiende como un elemento fundamental del fascismo que reemerge.

Cargando valoraciones...
Ver comentarios 61
Informar de un error
Es necesario tener cuenta y acceder a ella para poder hacer envíos. Regístrate. Entra na túa conta.

Relacionadas

Cargando relacionadas...
Cargando portadilla...
Comentarios 61

Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.

Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!

Cargando comentarios...