We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Actualidad LGTBIQ+
¿Qué fue de los gais? Casi todo
Antropólogo y activista queer, trabaja como investigador y profesor en la Universitat de Barcelona. Es autor de varios libros y artículos de estudios queer y turísticos, incluyendo Bifobia: Etnografía de la bisexualidad en el activismo LGTB y Se vende diversidad: Orgullo, promoción y negocio en el World Pride.
Cada mes de junio, como golondrinas a la primavera, vemos cómo medios impresos y audiovisuales se llenan, poco a poco, de contenido de temática LGBTIQ+ o queer con un gran abanico de miradas. Revisiones y análisis sobre la historia de los movimientos sociales por la liberación sexual y de género, acompañadas de productos culturales nuevos o revisitados como memoria viva.
La especificidad del lugar de trabajo como entorno donde sufrir violencias, o de las experiencias concretas de colectivos dentro del colectivo LGBTIQ+, como las de las mujeres mayores o las personas trans. Finalmente, y a medida que va acercándose el 28 de junio, comparaciones o reivindicaciones sobre la implicación de administraciones públicas, movimientos de repulsa ante desprecios institucionales, así como descripciones de manifestaciones como la del Orgullo Crítico de Madrid.
Un punto en común que podemos encontrar en cada vez más medios es la diversificación de intereses, con miradas atentas a la diversidad dentro de la diversidad sexual y de género, con una cierta prioridad en los temas más candentes, como puede ser la reciente Ley Trans. Lejanos pueden quedar, al menos en algunos medios progresistas, los años de hablar de Orgullo Gay y de tratar solo historias sobre hombres gais y, como mucho, algunas mujeres lesbianas.
Lejanos pueden quedar, al menos en algunos medios progresistas, los años de hablar de Orgullo Gay y de tratar solo historias sobre hombres gais y, como mucho, algunas mujeres lesbianas
Es por ello que puede sorprender la reciente columna de Ramón Martínez publicada en este medio, ¿Qué fue de los gais? A partir de esta pregunta, y desde su experiencia como docente, el activista y escritor se interroga por el papel de los hombres gais que han dejado de votar a opciones progresistas o que han dejado de sentirse interpelados por los movimientos sociales LGBTIQ+. Ante esta situación, que puede verse o intuirse en una reciente encuesta sobre intención de voto entre la población queer española, su explicación es el abandono de la G, de los hombres gais, de la centralidad del activismo mayoritario. Si “nos hemos centrado en otras siglas de nuestra amalgama de iniciales a cuyas necesidades específicas era necesario dar una respuesta activista”, como las realidades trans o plurisexuales, es de esperar que los hombres gais —o parte de ellos— se hayan sentido olvidados en sus especificidades y necesidades, más allá del matrimonio igualitario.
Sigue la columna con el agravio comparativo por la atención merecida por este colectivo dentro del colectivo, por el hecho de que, en sus palabras, “esos varones no heterosexuales somos la mayor parte de la militancia de nuestro movimiento, pero también la mayor parte del cuerpo social visible dentro de la diversidad sexual y, además, la inmensa mayoría de las víctimas de agresiones motivadas por la LGTBIfobia”.
Ante estas palabras, quien escribe se ha visto obligado a proponer una réplica alimentada de varios años de militancia pero, sobre todo, de la investigación desde los estudios queer. Mi intención no es atacar a quien durante años fue compañero de militancia, sino aprovechar para abrir un debate justo cuando más necesario puede ser, cuando podemos recibir el bombardeo de imágenes simplificadas de manifestaciones del Orgullo.
Encuentro difícil tener que pensar en el abandono de la G después de ver las listas anuales de las personas LGBTIQ+ más influyentes en medios como El Mundo o El Español y encontrar todavía tan poca diversidad
Mi intención, igualmente, no es cuestionar las necesidades de una letra dentro de las siglas LGBTIQ+, sino la sensación de agravio comparativo y de olvido, porque los datos cuestionan esta imagen. Encuentro difícil tener que pensar en el abandono de la G después de ver las listas anuales de las personas LGBTIQ+ más influyentes en medios como El Mundo o El Español y encontrar todavía tan poca diversidad detrás de mayorías holgadas de hombres gais empresarios o políticos. Difícil, al ver cómo, salvo honrosas excepciones, la representación LGBTIQ+ en listas electorales se reduce a menudo a hombres gais, generalmente jóvenes. Difícil, al verme borrado como persona bisexual e intersex cuando se habla de “bodas LGTBI” para referirse a bodas entre personas del mismo género.
Las personas queer que no somos hombres gais estamos demasiado acostumbradas a bajar la cabeza y a sacrificar intereses específicos por objetivos comunes, o a evitar sembrar la discordia entre la comunidad o el colectivo. Sobre ello habla Clara Bafaluy en su artículo en el monográfico de Pikara Magazine sobre bisexualidad: ya basta de bajar la cabeza cuando nos piden que dejemos “las olimpiadas de la opresión” y de comparar violencias, cuando la realidad de los datos deja claro que algunas letras dentro de las siglas están peor que otras. Ni votamos igual, ni pensamos igual, ni vivimos igual, y desde los estudios queer tenemos datos que dejan muy clara la heterogeneidad intrínseca a la “comunidad” o “colectivo”. Los resultados para España de la mayor encuesta LGBTI de la Unión Europea lo dejan patente: menor visibilidad, menor satisfacción con la vida, peor percepción de la salud, más discriminación, más acoso, más violencia física y sexual en general para las personas trans, intersex y bisexuales que para los hombres gais, con pocas excepciones.
Esto contradice también el argumento sobre las víctimas de Ramón Martínez, por la diferencia entre registros y encuestas. Un registro de incidentes de odio a posteriori no equivale a la realidad: la infradenuncia y cómo funcionan los observatorios y la policía facilitan que la mayoría de registros sean de un perfil muy determinado —agresiones físicas a hombres gais, generalmente jóvenes— en detrimento de otros perfiles de víctima y de otras formas de violencia. A esto se suma la diferencia entre la violencia sufrida desde “fuera” del colectivo con la violencia desde “dentro”, como la bifobia y la transfobia por parte de compañeres.
LGTBIAQ+
La LGTBIfobia también entiende de clasismo
En resumen, creo que nos hace un flaco favor pedir la centralidad de la parte del colectivo o la comunidad que más visibilidad y atención mediática y académica ha recibido, sin hacer antes una reflexión sobre por qué ha sido y es así. Hablar de “mayoría de las víctimas” sin reflexionar sobre cómo funcionan los observatorios, de “la mayor parte de la militancia” sin tratar cómo funcionan y cómo atraen gente los colectivos, y de “la mayor parte del cuerpo social visible” sin analizar la invisibilidad o qué perfiles salen más en productos culturales es, en mi opinión, hacerse trampas al solitario, como poco. Creo que es hacerle el juego a movimientos separatistas del contexto anglosajón, como la LGB Alliance, que utilizan los intereses específicos de la homosexualidad como excusa para su transfobia, o a un lepenismo que usa una idea de homosexualidad como parapeto contra lo verdaderamente revolucionario.
En un momento en el que las personas trans son quienes más bombardeo mediático y político sufren y en el que todavía hay tanta invisibilidad y desconocimiento sobre la intersexualidad y la asexualidad, creo que puede ser buena idea priorizar las causas donde todavía se concentran mayor dolor, mayores riesgos y menor conocimiento. Sea por pragmatismo ante la reacción conservadora o fascista en gran parte del mundo occidental, o sea por compañerismo, la mejor opción activista puede ser ceder espacios antes que reclamarlos.