Niñas afganas, en clase en una escuela pública
Niñas afganas, en clase en una escuela pública. Inés Gil

Afganistán
Afganistán: la vida en el país talibán

Crisis económica, atentados y derechos recortados para mujeres y niñas conforman el día a día de la vida en Kabul (Afganistán) tres meses después de la vuelta de los talibanes.
25 dic 2021 06:00

En el centro de Kabul, en el mercado Mandawi, los compradores se agolpan frente a los puestos de comida. Los hombres con ropas tradicionales se cruzan con mujeres liberales vestidas solo con un hiyab. A veces, una mujer con burka camina entre las tiendas. Un día normal en Kabul como se ha visto durante años. Pero en cada esquina, pequeños grupos de cuatro o cinco hombres barbudos andan. Algunos llevan turbante en la cabeza, patrullando, armas en mano. Estos son los talibanes, los nuevos señores de Afganistán. Tres meses después de la caída de Kabul, refuerzan la seguridad para consolidar su poder. Con su llegada al poder, terminó la guerra en el país. Muchos afganos, incluso los hostiles a los talibanes, se alegran: “Las carreteras a Kandahar o Herat son más seguras, y hay menos problemas de seguridad que antes en Kabul”, dice Haroon, un joven afgano.

Sin embargo, la paz es frágil: en los últimos días, Kabul ha sido escenario de tres atentados con bombas en minibuses. Tuvieron lugar en el oeste de la capital, en barrios predominantemente hazara, un grupo étnico chií. Esta minoría religiosa representa entre el 15% y el 20% de la población, y ha sido víctima de ataques mortales en los últimos meses, sobre todo reivindicados por ISIS en Khorassan (IS-K), “Daesh ataca a todos los afganos, pero aún más a los chiítas porque somos más vulnerables”, señala Mohammad baqir Hussaini, un representante de la comunidad. En algunas áreas de Afganistán, IS-K cuestiona el poder de los talibanes, especialmente en la ciudad de Jalal-Abat, donde los combatientes están implantados. Los talibanes hacen poca publicidad de esta realidad para evitar mostrar alguna debilidad.

La minoría chií víctima de violencia

Para la comunidad chiíta hazara, la guerra no terminó con la captura de Kabul. Los hazara todavía son víctimas del estallido de violencia. A mediados de octubre, un ataque a una mezquita chií en Kandahar reivindicado por IS-K mató a más de 60 personas. El 8 de octubre, un atentado en una mezquita chií en Kunduz, también reivindicado por IS-K, dejó más de 70 muertos. Desde entonces, el IS-K ha emitido una declaración en la que llama a atacar a los chiítas, a quienes considera apóstatas, en sus hogares “de cualquier forma posible, cortándoles el cuello o detonando sus cuerpos”.

Esta no es la primera vez que se ataca a los hazaras. Ya víctimas de masacres en el pasado por varios grupos —incluido talibanes—, considerados durante décadas como ciudadanos de segunda clase, solo fueron reconocidos como iguales al resto de los afganos en 2004. En el cementerio chií de Karte Sakhi, al oeste de Kabul, Ali limpia la tumba de su padre. Viene a rezar allí todos los viernes, día de descanso para los musulmanes. “Ves estas tumbas”, dice señalando una decena de lápidas sepulcrales, “son chiítas que fueron asesinados hace años por los talibanes. Solían ser ellos. Hoy es Daesh“. El hombre de 45 años suspira: “Vivimos con miedo”. Sus ojos ligeramente rasgados que delatan sus orígenes hazara —el grupo étnico desciende de los mongoles— y mira la majestuosa mezquita azul de Karte Sakhi: ”Los lugares de culto religioso se han vuelto extremadamente peligrosos. Ahora evito las reuniones de grupo", dice.

Los ataques contra esta minoría religiosa muestran que la situación de seguridad en Afganistán sigue siendo frágil. El ejercicio del poder para los talibanes no es tan fácil. Fueron insurgentes durante 20 años y hoy deben aprender a convertirse en gobernantes en un contexto difícil: desde que volvieron al poder, Afganistán ha estado más aislado que nunca. Las sanciones internacionales han empeorado la ya frágil situación financiera. El país se está hundiendo en una crisis económica cada vez más profunda.

Todos los días, frente a los bancos, decenas de Afganos esperan su turno. El ambiente es tenso: “Estoy esperando a cobrar el dinero enviado por mi familia desde el extranjero”, dice Mahab, un residente de Kabul. La crisis económica se ha agravado en los últimos tres meses. Más de la mitad de los Afganos están desempleados. El Gobierno provisional de los talibanes no puede pagar a los funcionarios: “Hace tres meses que no recibo un salario”, afirma Saghar, una profesora de matemáticas en una escuela pública de Kabul. Actualmente, el 60% de 38 millones de afganos padecen inseguridad alimentaria, según el Programa Mundial de Alimentos. Abdul Sayed, residente de Kabul, tiene seis hijos. Cuatro de ellos trabajan. Hace unas semanas, desesperado por el hambre, estaba a punto de vender a su hija de cuatro años, Marwa, por 100.000 afganis (1.000 euros). En Afganistán, según varios informes de ONG y periodistas locales, ha habido un aumento en la venta de niñas por familias que sufren de pobreza extrema.

En el hospital de Atatürk, especializado en pediatría, “los casos de niños que sufren desnutrición van en aumento”, asegura la doctora Atifa Shapour, que actualmente atiende a una decena de bebés víctimas de desnutrición severa. “El hospital ya no tiene fondos para comprar leche y medicamentos. Algunas familias que no pueden pagar estos bienes vuelven a casa sin tratamiento para sus hijos desnutridos”, se lamenta. Después de que los talibanes llegaran al poder, el Fondo Monetario Internacional (FMI) bloqueó ayudas por 450 millones de dólares en Afganistán. Las reservas de 9.000 millones de dólares del banco central afgano, la mayoría de las cuales se mantienen en Estados Unidos, también han sido congeladas.

Según la enviada especial de la ONU para Afganistán, Deborah Lyons, “el país está al borde de una catástrofe humanitaria”

Según la enviada especial de la ONU para Afganistán, Deborah Lyons, “el país está al borde de una catástrofe humanitaria”. La crisis es visible en Kabul, con un número impresionante de mendigos, niños trabajadores y personas sin hogar. Pero el número de pobres es aún peor en el campo. En el hospital francés de Kabul, la ONG La Chaîne de l'Espoir ofrece operaciones médicas gratuitas a niños de familias muy pobres que provienen de las provincias más remotas de Afganistán. Said Rahim Rastkar, jefe de misión de la ONG francesa, deambula por las habitaciones del hospital: “Este paciente viene de Kandahar, fue operado por quemaduras en los brazos”, dijo señalando a un niño de ocho años. Aquí, acaban de operar a esta chica por problemas renales graves”. El jefe de misión se sienta en su despacho: “Con la crisis económica, las demandas van en aumento. No sabemos si seremos capaces de responder positivamente a todas las necesidades en los próximos meses. Por la falta de medios en Afganistán, hay una gran ausente: los datos. No sabemos quién quien necesita asistencia sanitaria, cómo llegar a estas poblaciones. Este invierno va a ser terrible para los afganos", agrega.

Las grandes víctimas: las mujeres

A mediados de octubre, la Unión Europea anunció la liberación de mil millones de euros durante una conferencia internacional dedicada al riesgo de una crisis humanitaria en Afganistán. Es en este contexto que los talibanes están negociando en el escenario internacional el reconocimiento de su Gobierno. Sus objetivo: levantar las sanciones internacionales a cambio de garantías sobre los derechos humanos y, en particular, sobre los derechos de las mujeres.

Shayma, una profesora de inglés, afirma con una mirada impotente: “Antes de los talibanes, las mujeres podían enseñar a los niños. Ahora está prohibido. Solo podemos enseñar a las niñas”

Pero hasta ahora, los esfuerzos de los talibanes han sido escasos: es cierto que en la capital afgana las mujeres se visten de manera relativamente liberal según los estándares afganos. Y los afganos escuchan música desde sus automóviles, una práctica prohibida durante el primer emirato Islámico entre 1996 y 2001. Sin embargo, algunas prácticas ya recuerdan las horas más oscuras de la historia afgana, cuando los talibanes estuvieron en el poder por última vez. En una pequeña escuela pública, en las alturas de Kabul, unas niñas con velos blancos que cubren su cabello están reunidas en un aula. Frente a ellas, Shayma, una profesora de inglés, afirma con una mirada impotente: “Antes de los talibanes, las mujeres podían enseñar a los niños. Ahora está prohibido. Solo podemos enseñar a las niñas. Eso hace difícil nuestro trabajo porque no tenemos ningún hombre para enseñar el inglés y las matemáticas a los niños”.

Khadija Ashrafi es una periodista amenazada de muerte por los talibanes
Khadija Ashrafi es una periodista amenazada de muerte por los talibanes. Vive escondida en Kabul. Inés Gil


En el aula, la mitad de las ventanas no tienen vidrio. La puerta esta medio rota. Las niñas estudian en condiciones espartanas. Ahora tienen que someterse a unas normas que dificultan aún más el aprendizaje: “Por estas nuevas normas, muchos chicos ya no vienen a la escuela”, suspira Shayma. Arriba, otras clases están llenas de niñas sentadas en el suelo. No hay sillas ni mesas en las clases. “Están todas entre el primero y el sexto grado”, señala el director de la escuela, “desde el regreso de los talibanes al poder, las niñas ya no pueden venir a la escuela por encima del sexto grado”. Esto corresponde a la edad de la pubertad, cuando las niñas tienen 11 o 12 años. En 28 de las 34 provincias, los talibanes prohíben la asistencia a las niñas de la escuela secundaria. Para la comunidad internacional, el respeto de los derechos de las mujeres y las niñas es fundamental para levantar las sanciones a largo plazo. “Es una lástima”, deplora Shayma, mirando a un grupo de niñas que salen de la clase, “ahora tienen que quedarse en casa. Para algunas, el futuro se reduce al matrimonio precoz”.

Miedo y incertidumbre

Entre 2001 y agosto de 2021, pese a los altos niveles de corrupción, Afganistán había logrado importantes avances con respecto a los derechos de la mujer y la libertad de expresión. Estos esfuerzos pueden verse destruidos en los próximos meses. En un pequeño y modesto estudio en el oeste de Kabul, Khadija Ashrafi se sienta en un colchón en el suelo, sobre una alfombra roja, al estilo clásico de salones tradicionales afganos. Tiene una mirada seria: “Soy periodista y mujer. Por lo tanto, los talibanes amenazan con matarme”. Originaria de Ghazni, la periodista vive escondida en Kabul con sus dos hijas y su esposo: “Mi única salida es huir a Occidente, pero no tengo posibilidad de irme”.

“Después de la llegada de los talibanes, mis superiores me dijeron que no volviera a trabajar. Mi madre también era agente de policía, ya no trabaja”, dice Muzhda, agente de policía

Muchos afganos, activistas —mujeres jueces o periodistas— no lograron escapar y aún están amenazados de muerte por los talibanes. En muchos sectores, las mujeres han tenido que volver a casa. Solo el sector de la salud no se ve afectado, porque las necesidades son inmensas. Muzhda era agente de policía antes de la llegada de los talibanes: “Después de la llegada de los talibanes, mis superiores me dijeron que no volviera a trabajar. Mi madre también era agente de policía, ya no trabaja”, dice con el ceño fruncido. Su hermana era periodista: “Ahora estamos las tres en casa, sin trabajo y sin recursos”.

Pero también hay sectores que quieren dar el beneficio de la duda a los talibanes. Aproximadamente el 60% de la población tiene menos de 25 años. Afganos que solo han conocido la guerra y la ocupación y los bombardeos estadounidense. En el primer trimestre de 2019, un informe de la ONU afirmó que las fuerzas extranjeras —representadas principalmente por los estadounidenses— y el ejército afgano habían matado a más civiles que los talibanes. Muchos afganos cansados de la guerra quieren dar una oportunidad al movimiento talibán. Entre los motivos que llevaron a parte de la población a apoyar al movimiento talibán, según diversas investigaciones, destacan sus instituciones menos corruptas en comparación con las del Estado central y en particular, con respecto a las instituciones de justicia: “No me gustan los talibanes, pero tenemos que admitir que cuando queríamos tener una decisión judicial, preferíamos ir a los talibanes. No teníamos que pagar a los jueces”, dice Ashraf, originario de Kandahar.

Otra parte importante de la población no quiere que la comunidad internacional reconozca a los talibanes. Temen que el oscurantismo regrese si se reconoce el Emirato islámico. Sin embargo, la emergencia para gran parte de la población es la ayuda económica internacional. Hoy, 8,7 millones de afganos se ven afectados por la hambruna. Según el director ejecutivo del PMA, David Beasley, esta es "la peor crisis humanitaria del mundo”.

Arquivado en: Afganistán
Informar de un error
Es necesario tener cuenta y acceder a ella para poder hacer envíos. Regístrate. Entra na túa conta.

Relacionadas

Afganistán
Afganistán Mujeres afganas: vetadas de la vida pública, expuestas a la violencia sexual
La extensión de los matrimonios forzados por razones económicas, la disolución del Ministerio de la Mujer y el desmantelamiento de los albergues para víctimas han propiciado que estos crímenes se cometan cada día con mayor impunidad.
Análisis
Análisis Afganistán: el país de las prohibiciones
El régimen talibán aprobó una nueva ley que recorta todavía más los derechos de los pobladores, en especial las mujeres. Desde Occidente, las reacciones apenas tocan la tibieza.
Personas refugiadas
Personas refugiadas Entre dos mundos: voces afganas en Barcelona
Tres años después del retorno de los talibanes al poder, tres refugiados afganos comparten el relato de cómo consiguieron salir y cómo viven en la distancia el callejón histórico en el que parece inmerso Afganistán, después de 20 años de ocupación.
Memoria histórica
Memoria histórica Cultura, exilio e loita das bibliotecarias galegas na Segunda República: a vida de María de los Ángeles Tobío
Durante os primeiros anos trinta, as bibliotecas tornaron en espazos de traballo ideais para un modelo de muller que aspiraba ser independente e que manifestara un claro compromiso político. A Guerra Civil remataría con todas as súas aspiracións.
Xunta de Galicia
Sanidade A Xunta de Feijóo, condenada por negar as visitas a unha muller falecida de cancro por ter covid-19
A xuíza di que a situación requiriu medidas de prevención “flexibilizadoras”. Faleceu a principios de 2022 no Hospital Álvaro Cunqueiro durante os últimos meses de administración do xefe do PP con Julio García Comesaña como conselleiro.
Madrid
La burbuja del alquiler Sumar, Podemos y sindicatos de inquilinos presionan para convertir en indefinidos los contratos de alquiler
Sumar lanza una propuesta legislativa para transformar en indefinidos los contratos de alquiler, una de las principales demandas de la manifestación por la vivienda del 5 de abril. Una moción de Podemos, rechazada en el Congreso, pedía lo mismo.
Cine
Kamal Aljafari “Palestina está en la raíz de la situación actual del mundo”
Kamal Aljafari lleva toda su carrera trabajando con materiales de archivo, indagando en las imágenes e interviniendo en ellas para preservar memorias en desaparición y para oponerse al proyecto colonial sionista y su falseamiento del pasado.
Opinión
Opinión ¡Que vivan los aranceles!
Que Trump propugne aranceles no debe hacernos caer en la trampa de defender los intereses de los grandes oligopolios.

Últimas

Historia
Descifrando a historia Así foi a rebelión antifiscal galega de 1790 contra a burocracia española
A monarquía española quixo implantar a Contribución Única, algo que provocou fortes protestas. A máis coñecida foi o motín da Ulloa, chamado así porque se produciu nas zonas desta comarca. Foi a maior revolta antifiscal do Antigo Réxime en Galiza.
Paterna
Paterna Vandalizan el muro de Paterna donde el franquismo fusiló a 2.238 personas
El paredón amaneció este viernes con grandes letras pintadas con spray negro donde se podía leer “Sagredo eres maricón y tarado”, en referencia al alcalde del municipio.
Opinión
Derecho a la vivienda Flex Living: el caballo de Troya de la precarización del alquiler
No es una respuesta moderna a las nuevas formas de habitar la ciudad. El ‘flex living’ no es más que la última jugada del sector inmobiliario y los grandes fondos de inversión para maximizar beneficios a costa del derecho a la vivienda.
Opinión
Opinión La unidad del anarcosindicalismo es la acción conjunta
Al hilo de supuestos movimientos desde la CGT hacia la unificación con CNT es necesario diferenciar entre lo que es una relación en clara mejora y lo que sería un proyecto real en marcha.
Más noticias
Galicia
Memoria histórica Cultura, exilio y lucha de las bibliotecarias gallegas durante la Segunda República
Durante los primeros años treinta, las bibliotecas se convirtieron en espacios de trabajo ideales para un modelo de mujer que aspiraba ser independiente y que había manifestado un claro compromiso político. La Guerra acabó con todas sus aspiraciones.
Comunidad de Madrid
Sanidad Pública Sindicatos piden el cese de la dirección del Hospital 12 de Octubre tras las obras de remodelación
Los problemas con las nuevas instalaciones han cristalizado en una unión sindical que ha reclamado formalmente el fin de la cúpula de dirección tras ser “ignorados” de manera “sistemática”.

Recomendadas

Líbano
Ocupación israelí Israel incumple el acuerdo de paz y mantiene tropas en el sur de Líbano para “vigilar” a Hezbollah
El Ejército sostiene la ocupación de cinco colinas a lo largo de la frontera tras evacuar sus soldados de decenas de municipios. Miles de civiles regresan a sus casas para descubrir que lo han perdido todo.
Feminismos
Ana Bueriberi “El activismo tiene que ser colectivo: para contribuir al cambio es imprescindible despersonalizar la causa”
La periodista madrileña Ana Bueriberi reconoce que no sintió la discriminación hasta que llegó a la Universidad. Hoy, desde el proyecto Afrocolectiva reivindica una comunicación antirracista, afrofeminista y panafricanista.
Inteligencia artificial
Militarismo La máquina de los asesinatos en masa: Silicon Valley abraza la guerra
Las fantasías distópicas sobre los futuros usos de las máquinas en la guerra están más extendidas que el relato de lo que ya está pasando en los campos de batalla.