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África
Agricultura urbana: una delicada red de salvación para las clases populares de Maputo
“Desde un punto de vista agroecológico, la ciudad de Maputo tiene potencial para la producción de hortícolas y de animales pequeños, especialmente aves”. Es es una de las sentencias de Carlos Bavo, un investigador mozambiqueño que ha hecho un diagnóstico de la situación de la agricultura urbana en la capital del país de África del Este. Sin embargo, no todo es categórico porque, continuando con la idea de gran potencial, el experto matiza: “La agricultura urbana de subsistencia se mantiene con un alto potencial para convertirse en una actividad realmente comercial y generadora de ingresos, pero que, cíclicamente, se enfrenta a obstáculos que hasta la fecha han sido insuperables”. Esta producción agrícola aparece como una esperanzadora fuente para mejorar la calidad de vida de los colectivos más populares de la ciudad y, sin embargo, a pesar de los esfuerzos coincidentes de las autoridades, las comunidades locales, las asociaciones mozambiqueñas y las organizaciones internacionales, sobre esta actividad persiste una amenaza constante.
La agricultura urbana en Maputo se ha convertido, en los últimos años, en una actividad que ha despertado un creciente interés. Con la disponibilidad de un anillo verde en los distritos periféricos de la ciudad y la tradición agrícola de una buena parte de la población migrada procedente de zonas rurales, esta actividad ha sido habitual durante décadas, precisamente desde los grandes desplazamientos desde el campo hasta el núcleo urbano. Sin embargo, durante la mayor parte de ese tiempo, la actividad ha pasado desapercibida, considerada como secundaria, prácticamente como una afición que desde la pequeña maxamba familiar (las pequeñas huertas urbanas que constituyen el tipo de explotación más habitual) mejoraba la dieta y, a veces, completaba ligeramente los ingresos.
“La agricultura urbana de subsistencia se mantiene con un alto potencial para convertirse en una actividad realmente comercial y generadora de ingresos, pero que, cíclicamente, se enfrenta a obstáculos que hasta la fecha han sido insuperables”
En los últimos tiempos, las maxambas y las asociaciones en las que se reúnen tradicionalmente las y los productores han llamado la atención de las autoridades. Se ha puesto en valor la aportación de esta producción, en la mayor parte de los casos informal, a la seguridad alimentaria de sectores sociales vulnerables, pero también el potencial para crear empleo y para generar rendimientos, así como para configurar un modelo de ciudad concreto. El municipio de Maputo muestra su interés con acciones de planificación, la más reciente un plan de agricultura urbana que está en proceso de elaboración junto a organizaciones locales.
A través de encuentros con sus protagonistas, el investigador Carlos Bavo ha elaborado el diagnóstico de la situación de la agricultura urbana en Maputo más actualizado, impulsado conjuntamente por el Centre d’Estudis Africans i Interculturals (CEAi) de Barcelona y la ONG Enginyeria Sense Fronteres (ESF), que trabaja en este ámbito de desarrollo en el país africano. El experto mozambiqueño presentó recientemente sus pesquisas en un foro de investigación universitaria en Barcelona. En la actualidad, la radiografía de esta actividad en Maputo muestra que 14.500 productoras, en su mayoría mujeres, se dedican al cultivo de pequeñas explotaciones fundamentalmente en los barrios periurbanos. Ocupan, en total, 1.300 hectáreas lo que da una idea del tamaño medio de esas maxambas.
Estas productoras, en un 82% mujeres, están agrupadas en 33 asociaciones distribuidas por toda la ciudad. Se trata de una dinámica tan particular como tradicional. “Las asociaciones de agricultores”, explica el propio autor de la investigación, “sirven para reunir a los y las productoras, crear sinergias y perseguir una serie de objetivos comunes, que en la actualidad pasan por la tenencia de la tierra, actualmente amenazada por grandes proyectos inmobiliarios en la periferia de Maputo; la exploración de mercados; y el aprovechamiento de las oportunidades, especialmente, a través del apoyo material y del desarrollo de las capacidades técnicas”.
La mayor parte de estas explotaciones son para el consumo familiar, como señala la radiografía de la actividad, aunque una parte de la producción se destina también a la comercialización en la ciudad de Maputo y una mucha menos proporción llega incluso a exportarse a países vecinos como Eswatini y Sudáfrica. El estudio de Bavo, titulado Desafíos de la agricultura urbana en Maputo: acceso al agua, tecnología e ingresos señala que el sector emplea directamente a alrededor del 3% de la población económicamente activa de Maputo y contribuye con el 8% al PIB de la ciudad.
Además de esa capacidad de generación de riqueza el atractivo tradicional de estos cultivos ha estado en su aportación a la seguridad alimentaria. Aunque el investigador mozambiqueño establece algunos matices. “La aportación es parcial”, advierte Bavo, “porque solo se produce en una época del año, en invierno. La falta de tecnología, como el uso de invernaderos, por ejemplo, impide la disponibilidad de productos durante todo el año. Esta carencia provoca, por un lado, la pérdida de ingresos para los productores, que durante la mitad del año dejan de ganar dinero con su producción; y la incapacidad para retener a los clientes, por otro lado, ya que en la mitad del año en que los productores no suministran hortalizas, los clientes buscan otras soluciones”.
En todo caso, si hay una amenaza inminente a esta actividad es la presión urbanística que se experimenta en una ciudad en expansión como Maputo. Carlos Bavo advierte que este fenómeno presiona a las productoras agrícolas desde dos frentes. Por un lado, provocan “conflictos dentro de las asociaciones, ya que hay productores que se dejan engatusar por el gran capital inmobiliario y venden sus tierras, provocando un mal ambiente dentro de las asociaciones porque muchos prefieren seguir produciendo”. Y por otro lado, se generan “conflictos entre las asociaciones de productores y las autoridades locales y los propietarios de urbanizaciones, porque hacen grandes construcciones que bloquean los cursos de agua, (que en algunos barrios es un bien especialmente sensible), alterando el trazado natural del terreno y provocan inundaciones en las zonas de producción, afectando la producción de los agricultores”.
“Hay productores que se dejan engatusar por el gran capital inmobiliario y venden sus tierras, provocando un mal ambiente dentro de las asociaciones porque muchos prefieren seguir produciendo”
A esta presión se suma una cuestión aparentemente mundana, como es el prestigio social de la agricultura urbana, o más bien la falta de ese prestigio social, que la convierte en una actividad poco atractiva para los jóvenes. “Una dura amenaza”, señala el investigador, “es la falta de continuidad de la actividad de producción agrícola por parte de las generaciones más jóvenes. La agricultura es familiar y de subsistencia, por lo que la actividad necesita continuidad en la familia, pero apenas hay jóvenes interesados. Interiorizan la idea de que la agricultura no es rentable, que no genera suficiente rendimiento y que el apoyo público es muy débil”.
El experto mozambiqueño incorpora en su análisis una particular mirada sobre la modernidad y el ascenso social: “Veo poca racionalidad en la preferencia de los jóvenes por apostar al comercio informal en las calles y plazas de la ciudad, cuando podrían trabajar en la agricultura. Se produce un gran dilema entre los jóvenes, porque encuentran ejemplos de otros jóvenes que invierten en el trabajo informal y con ello ganan lo suficiente para, por ejemplo, mostrar algunos signos externos de prosperidad que sirven de motivación para que otros apuesten por lo informal y dejen de dar continuidad a la inversión familiar en la producción agrícola”.
El informe de la situación de la agricultura urbana en Maputo también pone de manifiesto como las pequeñas productoras se sienten acorraladas por los intermediarios que fijan precios injustos, lo que además de la pérdida de recursos, genera una considerable frustración. Por eso, algunas de las acciones para la promoción de la actividad agrícola en la ciudad tratan de reforzar la comercialización de los productos. Bavo advierte que la tarea no es sencilla: “Si las productoras van al mercado, no queda nadie produciendo. La mayoría trabajan solas. Suelen quedarse con la producción en sus campos: hacen sus tareas habituales y esperan a que vengan los clientes. No pueden irse. Pero incluso si pudieran, tendrían que tener recursos. Conocí a un productor de una de las zonas de Maputo que tiene tres empleados y una furgoneta que le ayuda a recorrer 100 o 200 km para vender sus productos. Me transmitió resultados muy alentadores. Pero este es un ejemplo raro”. Y ahí radica uno de los principales retos. “¿Cómo hacer que los supermercados confíen en la producción local? ¿Cómo hacer que sea capaz de abastecer todo el año? Es la única manera de competir con los productores del otro lado de la frontera sudafricana que abastecen a los supermercados”, comenta Bavo.