África
El levantamiento de Sudán: “Esto es una revolución popular”

En Sudán, una oposición civil multidimensional está constituyendo una seria amenaza para la continuidad del régimen dictatorial de Bashir tras semanas de protestas.

Manifestación sudán
Las fuerzas de seguridad reprimen con gases lacrimógenos la manifestación del 25 de diciembre en Jartum
Traducción: Eduardo Pérez
31 ene 2019 06:30

Si un hospital no es un santuario para una persona herida, ¿qué es? ¿Y qué nivel de odio, qué tipo de perversidad pueden ser satisfechos por el intento de asegurarse de que un manifestante muera dos veces? El 9 de enero, policías antidisturbios, fieles a al Bashir vestidos de civil, y miembros de las fuerzas de seguridad, dispararon gas lacrimógeno y munición real contra el hospital de Omdurman en Sudán, después de que se llevara allí a manifestantes heridos durante la mayor protesta hasta la fecha en demanda de la caída del régimen.

Como las nubes de sustancias químicas asfixiaban a los heridos, el personal del hospital tuvo que improvisar: vaciaron tanques de oxígeno en la habitación para contrarrestar el gas lacrimógeno. Esto es a lo que se enfrenta el pueblo sudanés después de un mes de protestar para deponer al presidente Omar al Bashir.Desde el 19 de diciembre, en Sudán han prendido más de 300 protestas populares en todo el país. El levantamiento general empezó en la ciudad de Atbara —una ciudad con un largo legado de lucha—, en el nordeste, antes de alcanzar 22 ciudades, incluyendo la capital Jartum.Tras una visita del FMI en julio, el Gobierno sudanés adoptó un programa de austeridad que recortó los subsidios sociales y triplicó el precio del pan. La inflación está en el 70% según cifras oficiales, la tasa de desempleo es la quinta más elevada del mundo, el pan es caro, y el gas escasea en todo el país. Al mismo tiempo, el país está asistiendo a una aguda crisis de los tipos de cambio, con los cajeros automáticos vacíos en su mayoría. La gente de Sudán está harta.
Tras una visita del FMI el Gobierno sudanés recortó los subsidios sociales y triplicó el precio del pan. La gente de Sudán está harta
Es significativo que las protestas comenzaran en las periferias, antes de alcanzar la capital —porque si la gente de la capital se enfrenta a la miseria, aquellos en las periferias pueden enfrentarse pronto a una crisis alimentaria. La Red de Sistemas de Alerta Temprana contra la Hambruna ha pronosticado que los precios de la comida, ya a un 150-200% sobre la media, se incrementarán hasta un 200-250%. Según los especialistas, se espera inseguridad alimentaria crítica en la mayoría de las ciudades de la periferia para 2019. La mala gestión es la única culpable. Sudán es un país que gasta la mayor parte de su presupuesto anual en surtir los lujosos estilos de vida de la élite del régimen. Pero así como es un momento trágico para el pueblo sudanés, es también un momento de triunfo. Desde que las protestas empezaron, no ha pasado ni un día sin una manifestación en alguna parte del país. El sindicato de médicos de Sudán está en huelga indefinida. La administración de las universidades sudanesas se han puesto del lado de la revuelta. Los seguidores del popular equipo de fútbol Hilal han bloqueado puentes. Y la gente común se ha encontrado haciendo la impensable: paralizar un sistema que ha permanecido sólido durante casi 30 años.

¿Un régimen omnipotente?

Un régimen que hace tiempo parecía invencible ha demostrado ser cualquier cosa menos eso. Durante mucho tiempo los analistas políticos consideraron inquebrantable el régimen sudanés. Las interminables guerras civiles acompañadas por la persecución de todo el pueblo sudanés significan que la mayoría del PIB se destina a apuntalar un estado securitario para hacer guerras y torturar disidentes. En 2013, Sudán logró evitar la Primavera Árabe, aunque una ola de protestas populares que estaban sobre todo centradas en la capital consiguieron asustar a la élite gobernante. En 2014, el 88% del presupuesto nacional fue al “sector de la seguridad” y al “sector soberano”, es decir, los bolsillos de la élite. Los miembros de la élite dominan los intereses económicos locales gracias a sus estrechos lazos con el Gobierno. Incluso las agencias de seguridad controlan una amplia variedad de sectores económicos. Pero éste no es el único secreto del control parasitario del régimen sobre la economía.El Gobierno de Sudán ha desplegado diversas estrategias para mantener su poder. El Gobierno ha respondido a las demandas de desarrollo de poblaciones rurales olvidadas armando milicias paramilitares, que a su vez han mantenido el poder aterrorizando a la gente de Darfur y los Montes Nuba. El Gobierno ha respondido al hambre con la austeridad. Ha dividido el país para mantener el poder. Y ha dejado a aquellos que viven en las periferias sin otra opción que la lucha armada. En pocas palabras, la inestabilidad ha fomentado la estabilidad para la élite, siempre y cuando sean capaces de volver a consolidar la soberanía mediante la violencia continua.
Omar al Bashir
Omar al Bashir (a la izquierda) junto al ex presidente sudafricano Jacob Zuma
El Gobierno sudanés también sigue la doctrina del pacto con el diablo: a cambio de beneficios para individuos, o países e instituciones más poderosas, busca protección y legitimidad. Reformas neoliberales para la buena voluntad del FMI, lujos y privilegios para la clase capitalista local, tierra a precios especiales para países como Turquía, Kuwait y Qatar, soldados para la coalición dirigida por Arabia Saudí en Yemen, y buenas noticias para Rusia. Lo hace en la esperanza de que estas potencias cumplan su parte del trato y le protejan del descontento popular. Y en efecto, ya hemos visto que esto ha dado sus frutos. El jeque Tamim bin Hamad Al Thani de Qatar prestó apoyo y ofreció ayuda a al Bashir después de que empezaran las protestas. Cavdet Yilmaz, vicepresidente del partido AKP, gobernante en Turquía, también expresó su solidaridad. “Apoyamos al legítimo Gobierno de Sudán. Turquía ha afrontado estratagemas parecidas muchas veces”, dijo tras reunirse con el embajador de Sudán. El Grupo Wagner [organización paramilitar] de Rusia también fue invitado por al Bashir a principios de enero de 2018 y tiene presencia en Sudán. El 12 de enero, Al-Hadi Adam Musa, presidente del subcomité parlamentario sobre Defensa, Seguridad y Orden Público, anunció que barcos de guerra rusos se dirigirían muy pronto a los puertos de Sudán. Pero, aunque el régimen tiene las armas y el respaldo de la “comunidad internacional”, el pueblo sudanés se ha mantenido firme. Durante mucho tiempo, a los analistas les ha desconcertado cómo el régimen ha permanecido tan sólido. Aunque pueda parecer que es así, el pueblo sudanés ha demostrado que esto no es sino una fachada que en gran parte sólo existe en la medida en que el pueblo cree que es así. El 19 de diciembre, cuando los estudiantes de primaria, secundaria y universidad empezaron la primera protesta en Atbara quemando la sede del gobernante Partido del Congreso Nacional (PCN), cuando empezaron a golpear a la policía, y cuando el coronel Mohamed Karshom desertó e impidió que las Fuerzas de Apoyo Rápido —fuerzas paramilitares leales al régimen— entraran en la ciudad, se rompió el hechizo y supieron que el Estado ya estaba fragmentándose. Nada era seguro: el motín de los militares era posible, la policía no estaba preparada para batallas callejeras, el Estado perdió el control rápidamente. De este a oeste, de norte a sur, las fuerzas de seguridad sudanesas no han podido mantener el ritmo. El régimen nunca fue omnipotente. El día en que se dieron cuenta de ello fue el día en que su suerte estaba echada.

El PCN: desesperado y despiadado

Diversos elementos de la élite dominante han abandonado el barco. Los fieles paramilitares al régimen, como la Fuerza de Apoyo Rápido —las célebres milicias Janjaweed que cometieron el genocidio en Darfur fueron en su momento parte de esta fuerza—, dirigidos por el teniente general Mohammed Hamad Doqlou, ya han realizado críticas a Omar al Bashir, quizás al sentir que la marea se está volviendo contra él, y temiendo que su asociación oportunista con su gobierno pueda convertirse en un lastre. Algunas ramas del Ejército —la misma institución que llevó al poder a la Junta gobernante— incluso parecían haberse amotinado. Cada día, parece, la élite dominante se vuelve más desesperada.Pero si los levantamientos del siglo XXI nos enseñan algo, es que la desesperación viene primero,  pronto seguida por la barbarie. Hoy en Sudán, los policías de paisano y las milicias recorren las calles, golpean manifestantes, les siguen a casa o incluso a los hospitales para asegurarse de que terminan el trabajo. Al menos 40 personas han sido asesinadas según Amnistía Internacional. Cientos han desaparecido. Los disidentes de la oposición han sido arrestados en masa. El Gobierno espera que la situación involucione a la de Yemen o Siria, que ellos puedan ser los “salvadores” de una “amenaza terrorista”. Pero tienen en frente una oposición civil bien organizada y multidimensional. En este momento, siempre y cuando las protestas sigan siendo pacíficas, siempre y cuando los revolucionarios sigan siendo pacientes, entonces perfectamente podríamos ver la caída de uno de los regímenes más sólidos de África.

Una lucha multidimensional

Los últimos ocho años desde el comienzo de la Primavera Árabe han dejado a muchos —incluidos a muchos en la izquierda— en la ambigüedad respecto a apoyar luchas revolucionarias en todo el mundo. En Egipto, vimos la protesta más popular del mundo degenerando en una restauración que llevó al general al Sisi al poder. En Libia, vimos un Gobierno de transición dependiente de la OTAN fracasar en la estabilización del país tras la caída de Gadafi. En Yemen, una revolución involucionó en la peor crisis humanitaria del mundo después de que el país se convirtiera en una esfera de guerra indirecta entre Arabia Saudí e Irán. En Siria, el país ha quedado hecho jirones tras convertirse en un campo de batalla para Turquía, Irán, Rusia, los países del Golfo y Estados Unidos. Aunque hay que reconocer todo esto, no debería paralizar a la izquierda en la desesperación. Desde 2011, de hecho, la izquierda ha estado en crisis: pero una vez nos reunimos para celebrar la democracia radical de las plazas. Si queremos redimirnos, necesitamos volver a esa esperanza. Porque si una izquierda no es revolucionaria, no es nada.¿Habéis oído algo sobre el manual de los dictadores? Cada uno de los países mencionados anteriormente ha aportado su respectivo capítulo: en Siria se aprendió que las líneas rojas no existen y matar civiles es juego limpio, en Egipto se aprendió que un régimen puede continuar si cambias la cabeza visible. En Libia y Yemen se aprendió que uno se puede aliar con milicias para seguir siendo relevante, y en todos estos casos se aprendió que en el mundo de la geopolítica no hay moral, sólo intereses.
La lucha popular por sí misma no forma revoluciones, y tampoco lo hace ignorar las divisiones raciales y de clase entre periferia y centro
También está el manual de la oposición. Es un libro repleto de fracasos. En Siria, la lección de la supremacía árabe y el chovinismo unida a una dependencia de regímenes despóticos nos enseñó que las revoluciones no se pueden forjar sin reconocer las cuestiones raciales (por ejemplo la cuestión kurda). Fue también en Siria donde aprendimos que las revueltas no violentas que se arman prematuramente son una invitación a las potencias imperialistas. En Yemen se aprendió que la oposición de ayer puede ser hoy el encargado de las masacres, y en Egipto quedó claro que la lucha y desesperación populares pueden ser cooptadas por un ejército que prometa seguridad por encima de libertad. En todos, salvo en Egipto, quedó claro que la intervención externa lleva a la miseria.

Lo que nos lleva a Sudán. La lucha popular por sí misma no forma revoluciones, y tampoco lo hace ignorar las divisiones raciales y de clase entre periferia y centro. La intervención externa no puede trazar una ruta para el país, y tampoco lo hará el armamento prematuro. Se necesita un Gobierno de transición, la oposición no debería estar armada. La revolución debería estar representada por una organización de base, no por el Ejército, y no se debería depender de la intervención externa. En todos los aspectos, el movimiento revolucionario sudanés parece estar preparado.

La resistencia

Permítannos empezar con la Asociación de Profesionales Sudaneses (APS), el grupo principal que representa la lucha de base. La organización paraguas ha aterrorizado el sistema. Su cara visible y secretario, Mohammed Naji al Asam, fue señalado y arrestado el 4 de enero. En su última alocución, tranquilo y desafiante, resumió la naturaleza multidimensional de la lucha en su llamamiento contra el racismo y el sexismo, y su homenaje a los muertos en las guerras civiles del país. “Enviamos nuestros saludos a aquellos asesinados en las guerras lanzadas por el régimen en el Sur y en los estados de Darfur, Nilo Azul y Kordofán del Norte”, dijo. “Enviamos saludos a todos los hombres y mujeres encarcelados en las cárceles del régimen, a la mujer sudanesa que lucha hombro con hombro con el hombre sudanés (…) saludos a toda la gente sudanesa, del este, oeste, norte y sur, que se han unido por una causa, la caída inmediata del régimen”. Tres días más tarde, fue detenido. La APS es un sindicato paraguas que atraviesa líneas profesionales para acusar al régimen. La organización paraguas se formó en agosto de 2018, cuando varios sindicatos independientes (profesores, médicos, profesores universitarios, abogados, periodistas, ingenieros, etc.) forjaron una alianza. Las negociaciones empezaron en enero de 2018, después de que el presupuesto oficial anual del gobierno expresara la continuación de la austeridad nacional. Desde entonces, la APS se ha organizado bajo un frente unido, para luchar por la clase trabajadora de Sudán. ¿Qué significa ser un profesional en Sudán? En Sudán, a menudo son los profesionales quienes viven más precariamente –no comparten ni las comodidades ni los privilegios asociados con la “clase media” en la imaginación popular. ROAR habló con un profesor y miembro del sindicato de los profesores que se agrupa bajo la ASP. Se unió a la ASP debido a una existencia precaria. Representando sólo un 2% del PIB anual de Sudán, el sector de la educación empieza con un salario mínimo para los profesores que es aproximadamente de 10,25 dólares al mes.
La APS ha evolucionado más allá de representar diferentes sectores de la clase trabajadora, asumiendo la organización de la revuelta
“El profesor está mal equipado y sin formación para hacer su tarea, el profesor trabaja para un régimen contrario a la ética e inmoral, el profesor no está representado por nadie sino por sindicatos independientes militantes que luchan para cambiar su condición”, explicaba. La APS ha evolucionado hasta más allá de representar diferentes sectores de la clase trabajadora, asumiendo inmediatamente la organización de la revuelta, ya que a muchos sudaneses les cuesta mucho confiar completamente en la oposición. También está la oposición. Estos son partidos políticos que se han organizado dentro de las Fuerzas del Consenso Nacional. Por el momento, su iniciativa más importante fue Llamamiento de Sudán, una alianza con la oposición armada en las regiones periféricas de Kordofán y Darfur (Frente Revolucionario de Sudán, FRS). A través de Llamamiento de Sudán, el FRS ha sido convencido —incluso ha hecho públicos comunicados a este respecto —para asegurarse de que la revolución sigue siendo pacífica y sin armas. Ni las Fuerzas del Consenso Nacional ni el FRS han pedido intervención externa. A pesar de los arrestos, Llamamiento de Sudán ha asegurado que la Asociación de Profesionales Sudaneses pueden estar a la altura de la dinámica de la desobediencia civil no violenta. ROAR también habló con Mahdi Muhammed Kheir Batran, quien dejó Sudán y nunca volvió desde que al Bashir tomó el poder. Él era un líder en el Partido del Congreso Sudanés, que se formó para oponerse al gobierno de al Bashir, y ha funcionado desde el exilio desde entonces. El doctor Batran se mostraba entusiasta sobre los recientes acontecimientos, la coordinación entre los partidos de la oposición y la lucha continua en las calles. “No he vuelto a Sudán en 29 años, parece que podré hacerlo pronto. Ésta es una revolución popular, una lanzada por la juventud”, señaló emocionado. “Éste es un levantamiento popular, y es sólo con el consentimiento de las masas que se puede instituir un programa de la oposición. Ninguno de nosotros empezó este movimiento”. Según todos los indicios ésta es una lucha sofisticada y organizada, pero librarse del régimen de Omar al Bashir es sólo un primer paso. Hará falta imaginación política —una que vaya mucho más allá de los horizontes liberales de Túnez, por ejemplo— para deshacer el daño causado por el PCN. Trazar la ruta hacia un Sudán progresista que respete los derechos de todos y abandone las leyes de la sharia que han trastornado la unidad del país es una tarea extremadamente exigente. Debería revertir la violencia causada por el neoliberalismo y negarse a vender el país al mayor postor. Ésta no es una revuelta de la Primavera Árabe, más bien es una revuelta de base africana encabezada por el pueblo sudanés exigiendo la caída del régimen dictatorial de Omar al Bashir. El carácter multidimensional de la oposición social está demostrando ser un gran reto para el Gobierno, que tras tres décadas en el poder está ahora frente a una de las más serias amenazas para su existencia.
Texto original publicado en Roar mag
Mohammed Elnaiem es el ministro de Asuntos Domésticos y Exteriores en 400+1, una organización de liberación negra con sede en Estados Unidos. También es estudiante de doctorado en la Universidad de Cambridge, donde estudia la relación entre capitalismo, esclavitud y patriarcado.
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