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África
Toronto no es una ciudad
Tal vez te preguntes qué es lo más inesperado que podrías encontrarte a ocho mil kilómetros de tu casa, en este tiempo en el que el panóptico digital arroja millones de rincones “desconocidos” fotografiados una y mil veces.
Cuando llegas a Addis Abeba, capital de Etiopía, te recibe el bullicio de una urbe siempre en construcción y continuo crecimiento, en la que la especulación inmobiliaria de las multinacionales convive con la pobreza que aún se aferra a la mayor parte de sus habitantes.
El pueblo de Awbarre, setecientos kilómetros más al este del país, en la región del Ogadén o Somalí, pertenece al mundo más frecuente de calles sin asfaltar, piedras amontonadas y polvo que te reseca la garganta. También de casas de chapa y lona decorada con el logo de alguna ONG internacional. El asfalto quedó atrás, en la avenida principal de la ciudad más cercana, Jijiga, a unas dos horas por una carretera de tierra en la que se suceden distintos controles de las fuerzas federales etíopes, milicias somalíes y policía local de los distintos pueblos que se atraviesan. Algunos todavía con conflictos muy recientes.
En Awbarre, erigido sobre una antigua ciudad medieval, también proliferan las obras. Una nueva e imponente biblioteca en la avenida principal, nuevos hoteles. Muchos de ellos en realidad solo dan comida, arroz o pasta, aunque tengan escrita la palabra hotel en su fachada. Pero sobre todo se observa mucho movimiento. Quizá sea por los mineros de oro, que agujerean los alrededores en busca de las piedras que luego trituran para extraer el metal precioso, o por ser una zona de comercio y paso obligado desde hace centenares de años. Buena parte de la población es todavía nómada o seminómada en esta parte del mundo.
Situado a poca distancia de la frontera con Somalia, en el pueblo hay instalados tres campos de refugiados. En ellos se reparte distinta población desplazada de sus hogares: los que huyeron de la guerra del Ogaden y la guerra civil desde los años 80, los que huyen del terrorismo de Al Shabab, y los refugiados internos, mujeres y niños sobre todo, empujados por la violencia de género o las cada vez más frecuentes sequías.
En un territorio tan árido como es la llanura somalí, el acceso al agua es un grave problema. Tan solo en la región aproximadamente 3,5 millones de personas sufren una escasez grave de agua y alimentos. Miles de cabezas de ganado mueren cada año a consecuencia de las sequías, dejando sin apenas recursos a las familias que dependen del pastoreo para vivir. La ayuda humanitaria en este punto del planeta es urgente y vital, como subrayan diversas ONGs desde hace años.
Y es que en el Cuerno de África la temporada de lluvias (de junio a octubre) es cada vez más errática o incluso sin precipitaciones, a consecuencia de la crisis climática más larga y grave de la que se tiene constancia. Los continuos conflictos armados que cada tiempo estallan en la zona suponen una dificultad añadida a la búsqueda de seguridad, necesidades básicas y medios para sobrevivir.
Hasta aquí los datos y la dura realidad de este territorio. De vuelta a Awbarre, cuando caminas por sus calles te encuentras con chavales que, como en cualquier parte del planeta, acuden a diario a las distintas escuelas en la zona, que pasan las tardes entre juegos en la avenida principal o ayudan a sus familias en el campo, en el comercio o en casa. Algunos incluso se han organizado para mantener su cultura. Les han cedido una habitación en la antigua biblioteca del pueblo y la han convertido en un espacio donde los adolescentes bailan música tradicional somalí. Es increíble verlos. Al principio los movimientos son palmas y tímidos bamboleos del cuerpo. Pero enseguida la cosa coge ritmo y empieza la exhibición más atrevida, una suerte de breakdance del desierto, con volteretas y otros pasos en los que chicos y chicas participan por igual.
A Mulu, una joven que estudia para el examen de acceso a la universidad, no le queda tiempo para el baile. Dedica además la jornada completa a trabajar de sol a sol en un restaurante que abre muy temprano, tanto que hasta allí se acercan de madrugada los más nocturnos que aún no se han despegado del khat, la droga más popular en esta parte del mundo. Cuando echa el cierre, la noche ya ha cubierto el pueblo.
Un poco más arriba de la calle del restaurante, en una construcción de piedra, lona roja y suelo de tierra, como casi todas, nos encontramos con un pequeño local siempre cerrado de día, con un altavoz pintado en su pared al modo somalí. Aunque la publicidad en su fachada habla de una “empresa de grabación de eventos y bodas”, el Toronto HD es en realidad un club de música.
Tras el conflicto civil iniciado en los 80, algunos refugiados de guerra consiguieron establecerse en la canadiense Toronto. Uno de ellos, Ahmed Hussen, nacido en Mogadiscio en 1976, es hoy ministro de Inmigración en el país norteamericano. La conexión entre ambas poblaciones es, pues, muy estrecha. Muchos tienen familia allí y esperan poder ir algún día.
El negocio empieza a vivir cuando llega la noche. La pequeña habitación se transforma en una sala de paredes decoradas con neones magentas y azules y empapelada de posters de cantantes. Está regentado por Redouan, un joven somalilandés con familia, como no, en Toronto. A cambio de un “bizum” de unos pocos birrs, la moneda etíope, pincha música y proyecta videos de última actualidad para las adolescentes del pueblo y alrededores. Redouan viene de Borama, una ciudad cercana cruzando la frontera hacia Somalia. Es el único empleado del Toronto. Al caer el abrasante sol abre sus puertas y sus clientes se arremolinan en la puerta. Las fotos hechas por extranjeros, como la mayoría de las veces en este país, gustan poco. Al club solo acuden jóvenes locales, no se ven aventureros en busca de experiencias extremas. Simplemente no llegan a esta parte del mundo. Así que después de pedir permiso a Redouan para tomar algunas fotografías, abandono el lugar, fascinado. Y una vez más me sorprendo pensado que, a veces, lo más inesperado es encontrarse con lo cotidiano en el último lugar donde esperas hallarlo.