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Agricultura
María Sánchez: “Necesitamos devolver la dignidad a la gente que sostiene el mundo, los campesinos”
María Sánchez es mujer, es del campo, es veterinaria y es escritora, por este orden. Acaba de publicar una compilación de vocabulario popular rural llamado Almáciga. Afirma que la agroecología y el feminismo se cruzan porque las formas de lucha contra este sistema extractivista están lideradas por mujeres.
María Sánchez es mujer, es del campo, es veterinaria y es escritora, por este orden. Nacida en la Sierra Norte de Sevilla en 1989, trabaja y escribe con una mirada agroecofeminista. En este momento de su vida se siente afortunada de poder acompañar a asociaciones que defienden especies de animales que están en peligro de extinción como las gallinas extremeñas azules. Reivindica con urgencia su origen rural y, después de escribir Cuaderno de campo y Tierra de mujeres, acaba de publicar una compilación de vocabulario popular rural llamado Almáciga. Acaricia a su gato mientras conversa, apasionada por lo que dice que sin duda es lo que siente.
Te defines como agroecofeminista. Tanto la agroecología como el feminismo son movimientos sociales y políticos pero también son prácticas, maneras de vivir: ¿dónde se cruzan entre ellos?
Yo voy a hablar desde mi experiencia personal, desde mi día a día. Porque yo no soy académica, no hago artículos científicos. Mi día a día está en el campo, en la práctica. Y para mí la agroecología y el feminismo se cruzan sobre todo porque, en este país, los proyectos más interesantes que se están haciendo en agroecología, las formas de lucha contra este sistema extractivista que se enfoca solo en la producción, que no tiene en cuenta la vida, que no tiene en cuenta el territorio ni los ecosistemas, están liderados y puestos en marcha por mujeres. Son ellas las que están salvando razas en peligro de extinción, fomentando grupos de consumo, organizándose para luchar contra las macrogranjas.
Creo que es fundamental esa forma de trabajar y de relacionarnos con la tierra que nos da la agroecología. Pero la agroecología de entrada no es feminista, porque las violencias patriarcales alcanzan todos los estratos, por eso es fundamental ponerse esas gafas feministas y no reproducir esas violencias.
El mundo rural tiende más a ser comunitario que el urbano, aunque la pandemia le ha dado una vuelta a esa realidad: ¿crees que la urbanidad es compatible con vivir de manera comunitaria?
Yo creo o espero que sí. Esa ha sido una de las cosas positivas de la pandemia. Silvia Rivera Cusicanqui, una de mis sociólogas favoritas, dice que cuando un sistema colapsa por acumular problemas, se da el pachakutik —mito indígena que significa el retorno de los viejos tiempos— y que en las grietas que se abren, se dan nuevos espacios en los que podemos reimaginar y repensar nuevas formas. Yo no idealizo el mundo rural y demonizo la ciudad, para nada. Pero si reivindico que siempre se ha hablado muy mal de los pueblos y hemos idealizado las ciudades, pues durante la dictadura franquista el progreso era dejar tu pueblo e irte a una ciudad.
“Nos hemos dado cuenta que las ciudades no están hechas para la vida comunitaria. Vas por la calle y no te puedes sentar, porque ya no hay espacios públicos; se diseñan bancos para que la gente no pueda estirarse o en los que no se puedan sentar dos personas juntas”
Es verdad que, por la pandemia, la gente ha empezado a hablar con sus vecinos, que no se conocían. En mi pueblo, si un día mi abuela no abre la puerta, ya están las vecinas pendientes. Pero es que las ciudades realmente para que están hechas, ¿para la vida o para producir y consumir? Nos hemos dado cuenta que las ciudades no están hechas para esa vida comunitaria. Vas por la calle y no te puedes sentar, porque ya no hay espacios públicos; se diseñan bancos para que la gente no pueda estirarse o en los que no se puedan sentar dos personas juntas, esa arquitectura anti-vida, anti-compartir. Hemos vivido en una burbuja de inmediatez y de individualidad que me da terror. Entonces esa fractura que se ha producido durante la pandemia a mí me da esperanza, porque por ejemplo en Madrid se han organizado bancos de alimentos y comedores sociales impulsados por la gente.
Aseguras que el campo es una forma de resistencia. ¿De resistencia a qué?
Ojo, no todo el campo, y es que tenemos un grave problema: se está uberizando el campo. Con la pandemia la situación de los temporeros está siendo portada: “un trabajador muere trabajando 12 horas al día por 20 euros cogiendo sandías, sin descanso, sin beber agua”, pero esto lleva pasando muchos años, y se han denunciado las condiciones en las que se trabaja en las grandes explotaciones intensivas como los invernaderos en Huelva, esa es la fabulosa huerta de Europa de la que se presume. Jornaleras de Huelva en Lucha llevan años denunciando la situación de las mujeres migradas. Pero luego los migrantes son los que nos roban en el discurso racista y xenófobo imperante.
Y, ¿qué comida comemos? Ya no es solo con lo que viene de origen animal, también son las verduras, el propio aceite de oliva: que sean árboles no quiere decir que no sean parte de un sistema intensivo que se carga un ecosistema, que se carga la biodiversidad. Debemos ser conscientes de que somos seres interdependientes, como dice la gran Yayo Herrero, y no solo entre las personas, sino con el suelo, el agua, los animales. Hemos llegado a una industrialización del campo porque eso es lo que se fomenta y es lo que se subsidia. Y mientras tanto, si cogemos los mapas de la superficie de pasto y los mapas de la superficie de Red Natura que son todos los parques naturales, los espacios protegidos del país, coinciden. Donde hay ganadería extensiva es donde está la biodiversidad, es donde están los parques nacionales como Sierra Nevada, como Doñana.
Entonces, si tenemos en cuenta que la agricultura representa solo un 3% de la actividad económica del estado español, esa resistencia también está prácticamente en peligro de extinción, ¿cierto?
Claro. El campo de la resistencia es el de los pastores que trabajan con razas autóctonas en peligro de extinción, a pesar de que muchas veces no son rentables. Es el de los grupos de consumo, hortelanas que siguen peleando y protegiendo sus semillas. Y otra forma de resistencia es comer los alimentos de temporada, comer bienes de proximidad. Da rabia porque podríamos alimentarnos todos así, porque tenemos un territorio y tenemos gente que quiere hacerlo, el problema es lo que se está incentivando y lo que se está subvencionando. ¿Por qué hay tantas macrogranjas, tanto monocultivo intensivo?
En mi tierra, en toda la vega del Guadalquivir, una tierra muy rica, antiguamente había árboles frutales, había pluralidad. Y ahora, ¿qué están plantando? Olivos. ¿Porqué? Porque es lo que da dinero: por la Política Agraria Común de la Unión Europea.
Que hayamos perdido la biodiversidad de cada pueblo, de cada territorio, es fruto de la homogeneización de la comida, de querer comer todos lo mismo
En América Latina hay una lucha importante por conservar las semillas nativas frente a la entrada de semillas certificadas y transgénicas. ¿Cuál es la situación de las semillas nativas en la península ibérica?
Yo trabajo con animales, así que no sé tanto sobre ese tema, pero creo que a nivel mundial es algo que debería de preocuparnos mucho más de lo que nos está preocupando: dependemos de grandes empresas para poder comer. La humanidad está en manos de unas personas con poder, es algo muy grave. Que hayamos perdido la biodiversidad de cada pueblo, de cada territorio, es fruto de la homogeneización de la comida, de querer comer todos lo mismo.
¿Crees que en el campo la división de tareas asociada al género es más fuerte que en la ciudad o no tiene nada que ver?
Tanto en la ciudad como en el campo el machismo lo abarca todo. De pronto si se ven más remarcadas las tareas de la mujer en el campo: cuidar de la casa, cuidar de los hijos y cuidar también de la huerta, pero también se ha descubierto, por ejemplo, que había mujeres en la trashumancia, en el movimiento de rebaños de norte a sur de la montaña a los pastos de verano, aprovechando rastrojos, pero ellas no han contado su historia.
Yo desde mi experiencia —y no es lo mismo ser una mujer veterinaria que una mujer migrante que trabaja como jornalera, es decir yo hablo desde mi situación de privilegio—puedo decir que comparando mi trabajo de veterinaria con el de escritora, es impresionante el machismo que me he encontrado en las grandes ciudades. En cambio, he trabajado por España y Portugal con ganaderos y ganaderas de todo tipo y me he sentido muy querida y muy cobijada.
¿Cómo se llevan el feminismo y la tradición en la ruralidad?
En este sentido no hay choques pero si algunos planteamientos y cuestiones. Choques si puede haber, ¿pero para quién? ¿Para las feministas de la ciudad? Porque a las feministas del mundo rural también pueden chocarles muchas cosas del feminismo urbano, ¿no? Creo que debemos de entender que hay muchos feminismos posibles y que nos debemos de acompañar. Un comentario que a mí no se me va a olvidar nunca vino de una mujer migrante de Jornaleras en Lucha de Huelva que trabajaba en campos de fresas y que dijo “lo que no puede ser es que vengan aquí las feministas de Madrid a decirnos cómo tenemos que hacer nuestra lucha: nosotras como mujeres migrantes que trabajamos en los campos nos organizamos y decidimos cómo tirar para adelante”, eso hay que entenderlo.
Las mujeres del sur global son sin duda las que alimentan el mundo. La agricultura campesina y familiar es llevada a cabo por mujeres principalmente
Mujeres como tu abuela y tu madre, que trabajaban la tierra y atendían la casa, deben quedar muy poquitas en España pero siguen siendo mayoría en las zonas rurales de los países del sur global. ¿Cómo analizas esta situación global?
Las mujeres del sur global son sin duda las que alimentan el mundo. La agricultura campesina y familiar es llevada a cabo por mujeres principalmente y qué mal que sean a las que menos apoyamos. Y no solo a ellas sino a las prácticas que conllevan: prácticas de resiliencia, de conservación de semillas, de razas autóctonas, de alimentos de temporada, de saberes y conocimientos agroecológicos. Detrás de todo esto también hay una cultura y un patrimonio que tenemos que defender.
Aquí en España muchas mujeres siguen trabajando la tierra, siguen teniendo su huerta de subsistencia, pero no aparecen: son invisibles para el Estado y para la cifras.
Aquí en España sí siguen estando esas mujeres. Aquí se sacó la titularidad compartida de la tierra y no ha habido muchos avances. Muchas mujeres siguen trabajando la tierra, siguen teniendo su huerta de subsistencia, pero no aparecen: son invisibles para el Estado y para la cifras. Aquí existe una organización que se llama Ganaderas en Red que son las pastoras que tienen ganado en extensivo, que pastan y que viven en el campo. La unión, el cooperativismo, el asociacionismo, para mí son fundamentales para defender y luchar por estas otras formas de producción.
También has repetido en varias ocasiones que vivir del campo es muy duro. No lo es, en cambio, vivir en el campo, como hacen los llamados neorurales, cuya sostenibilidad económica depende de la actividad urbana. ¿Cómo construir un modelo que valore más el trabajo del campesino o que inclusive valore por igual recolectar frutas y verduras que ser agente inmobiliario?
La gente que se está yendo hacia el campo que no hace “tierratrabajo”, sino que hace teletrabajo, y más ahora con la pandemia, viven en una incoherencia porque que yo sepa las pantallas aún no nos dan ni patatas, ni coles, ni lechugas ni tomates. ¿Quién puede irse a espacios donde además los servicios públicos están aniquilados? ¿Donde no hay acceso a una buena sanidad, a educación, transporte? Alguien con recursos y que no dependa su vida de esos servicios.
Ahora se está diciendo, por ejemplo, que el pastoreo es la mejor manera de prevenir incendios, que las cabras son las mejores bomberas: eso lo llevan diciendo las campesinas toda su vida, toda la gente que no ha ido a la universidad. Pero tiene que venir alguien de la ciudad o la academia a confirmarnos y a validarnos.
Entonces es fundamental, para empezar, devolver la dignidad a los campesinos y a las campesinas, porque llevamos muchos años, muchas décadas despreciando todo lo que han hecho ellos. Lo que hoy entendemos por progreso, por modernidad, es todo lo contrario a lo que hacían nuestras abuelas. Ellos entendían el progreso como otra cosa. Y que pena, porque ahora se está diciendo, por ejemplo, que el pastoreo es la mejor manera de prevenir incendios, que las cabras son las mejores bomberas: eso lo llevan diciendo las campesinas toda su vida, toda la gente que no ha ido a la universidad. Pero tiene que venir alguien de la ciudad o la academia a confirmarnos y a validarnos.
Es fundamental, resignificar y valorar el conocimiento que llevaban encima nuestras abuelas. Mi familia materna ha sido muy humilde pero nunca pasó hambre, porque siempre había trueque de comida y de actividades con los vecinos y eso lo hemos olvidado. Como hemos olvidado los pastos comunales de España. Ojo, yo no digo que tengamos que volver a eso a toda costa, pero creo que podemos usar todo ese conocimiento con las herramientas que tenemos ahora. Pero en las ciudades el éxito es lograr ser autónomo, eso tan característico del individualismo reinante.
La transformación está también en la educación: si desde pequeños los niños saben de dónde viene lo que comen, valorarán las tareas del campo y querrán ser como ellos. ¿Pero cómo vas a valorar lo que no conoces?
En muchos países del sur global se habla del desplazamiento forzado hacia el norte global a causa del sistema. Pero tú has hablado de un desplazamiento forzado del que no se habla mucho, el de la población rural hacia las urbes, y pienso en concreto en las mujeres andaluzas que migraron hacia las ciudades a hacer los trabajos de los cuidados de manera precarizada.
Muchos de los que hoy construyeron las ciudades, Barcelona, Madrid, son migrantes del sur, sobre todo de Andalucía y Extremadura. Entre ellos toda mi familia materna, está en Cataluña, sus hijos son catalanes. A mí me hubiera gustador que mis tíos abuelos hubieran podido decidir quedarse en su pueblo.
Lo que se incentiva son las macrogranjas, los cultivos extensivos. La industrialización es una cadena de muerte y es lo que se está subvencionando con la PAC
Las subvenciones de la PAC ascienden a más de 6,7 mil millones de euros, representando aproximadamente el 30% del total de la renta agraria española. ¿Las agricultoras en el estado español viven gracias a los subsidios?
La gente que conserva la biodiversidad y los ecosistemas, que fijan población, las guardianas del territorio y las prácticas sostenibles, no son apoyadas, al contrario. Se les maltrata con la burocracia, les ponen las cosas difíciles y encima no se valora el trabajo que hacen. Si el dinero de esas subvenciones llegara realmente a la gente en el campo, ¿crees que tendríamos este problema de despoblación? Tú ves el mapa de la gente que recibe las ayudas de la Política Agraria Común (PAC) y está en Madrid, en Sevilla, en Córdoba, en las ciudades, no son la gente que trabaja la tierra. Lo que se incentiva son las macrogranjas, los cultivos extensivos. La industrialización es una cadena de muerte y es lo que se está subvencionando con la PAC.
La producción no tiene en cuenta el cuidado del territorio. Aquí se paga al que más contamina y al que menos conserva. Y deberíamos de revertir: las políticas agrarias que valoren al que menos contamina y al que más conserva. Para mí no debería de recibir dinero una macrogranja que tiene 1.000 cerdos, sino una pastora que tiene una raza en peligro de extinción y que está con ganadería ecológica.
La situación social, política y económica que ha causado la pandemia mundial por el coronavirus nos lleva a replantearnos muchas cosas: una de ellas es la soberanía alimentaria. Frente el poder transnacional que domina la producción y distribución de alimentos en el mundo, ¿qué tendría que pasar en el estado español o en cada región para lograr tal meta?
Tenemos que fomentar las redes de pequeños productores. La soberanía alimentaria se consigue reeducándonos: no pasa nada si no comemos tomates durante todo el año. Vivimos en la era “quiero esto ahora y lo quiero ya”, pero el campo, la naturaleza, tiene unos ritmos. Necesitamos comenzar por el reconocimiento y devolver la dignidad a la gente que sostiene el mundo, los campesinos.
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Bravo por la entrevista y a la entrevistada, cuya labor y pensamiento son extremadamente interesantes. Como único pero, decir que en su libro "Tierra de mujeres" se muestra, en mi opinión, muy moderada respecto a lo que dice en entrevistas como esta. Además, pese a que pueda resultar tentador publicar en una gran editorial, hacerlo en el grupo Planeta, uno de los imperios empresariales más grandes y funestos de Europa, es un error, en especial cuando se sostienen determinado tipo de ideas.