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Opinión
De cómo cobrando el salario mínimo nunca tendrás una casa
No yerran la PAH y y el resto de plataformas por el derecho a la vivienda cuando centran sus ataques en los fondos buitres, la especulación inmobiliaria y los pisos turísticos como los grandes culpables de que alquileres y precio de venta de la vivienda se hayan disparado en los últimos tiempos. Este razonamiento es totalmente cierto y está demostrado con rigurosos estudios del mercado inmobiliario. Sin embargo, en paralelo a esos factores denunciados, hay otros aspectos a los que rara vez se dirigen las críticas y que también contribuyen a que a una persona corriente, con un sueldo de los considerados normales, hoy día le resulte poco menos que un bello sueño la posibilidad de comprarse un piso mínimamente digno.
En el último tercio del siglo pasado la mayoría de familias trabajadoras —no sin los correspondientes sacrificios y merced a la estrategia del franquismo tendente a sustituir a los proletarios y su lucha de clases por nuevos propietarios inscritos forzosamente en el sindicato vertical— pudieron comprarse una vivienda; incluso cuando los hijos iban accediendo al mundo del trabajo conseguían, contando también con una generosa ayuda de los padres, dar la entrada para un piso que mediante la correspondiente hipoteca acabaría siendo de su propiedad quince años después.
Hoy, transcurridos más de sesenta años, son escasas las familias que pueden afrontar el pago de su hipoteca (ni siquiera contando con que ahora la compra se suele financiar a treinta o cuarenta años vista) o el alquiler de la vivienda y permitirse además la adquisición de un piso para unos hijos e hijas que cada vez encuentran su primer empleo más tarde y de peor calidad. En esas circunstancias la juventud se ve obligada a convivir con los padres hasta edades mucho más tardías o se tiene que resignar a alquilar una habitación o a compartir una casa con otras personas igual de precarias.
El panorama social, más que las estadísticas, demuestra que los salarios han subido mucho menos que los precios de la cesta de la compra, la energía, los combustibles, los viajes y, sobre todo, de la vivienda; o lo que lo mismo: que el control sobre el incremento de salarios y pensiones ha sido mucho más frreo y efectivo que la vigilancia sobre la evolución de los precios.
Son escasas las familias que pueden afrontar el pago de su hipoteca o el alquiler de la vivienda
Por más que nos abrumen desde gobierno, patronal y medios afines (que son casi todos, desgraciadamente) con macrodatos de la triunfal economía española, con optimistas previsiones de crecimiento del PIB, con cifras positivas de la creación de empleo (sin entrar nunca en la valoración de la calidad de tales trabajos) y del crecimiento récord de las afiliaciones a la Seguridad Social, la realidad es mucho menos triunfalista y nos muestra cómo una gran mayoría de la sociedad, con independencia de que se tenga un puesto de trabajo, se las ve y se las desea para llegar a fin de mes. No digamos ya para vivir en una casa digna, alimentarse adecuadamente, planificar unas vacaciones o sustituir el viejo automóvil.
Produce verdadera pena escuchar a políticos, presuntamente de izquierdas, cuyos ingresos pueden estar en los 5.000 o 6.000 € mensuales, celebrar el éxito de que el SMI esté ya en 1.184 euros brutos mensuales o confundir intencionadamente el sueldo medio (2.265 €/mes) con el sueldo más común (unos 1.200 euros brutos al mes) para presentar tan magros logros como el resultado de su impecable gestión.
Y si los partidos políticos asumen con mayor o menor entusiasmo las estrategias del capital de contener los salarios e introducir reformas que precarizan las condiciones de trabajo y abaratan los costes laborales, qué pensar de esos dos mimados sindicatos mayoritarios cuya misión parece ser la de firmar todo tipo de recortes a cambio de disfrutar en exclusiva de la representatividad institucional, las cuantiosas subvenciones y el trato exquisito de la práctica totalidad de los medios de comunicación.
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