We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
México
Cuando López Obrador ha de elegir entre traicionar a 30 millones de personas o apostar por Zapata y su revolución
El próximo 10 de abril se conmemorará el Centenario del asesinato de Emiliano Zapata. Figura clave de la historia contemporánea de los Estados Unidos Mexicanos. La influencia del revolucionario que cabalgó los diferentes estados mexicanos para liderar un ejército que pusiera en el centro de las luchas revolucionarias el reconocimiento de los pueblos indígenas y la recuperación de sus territorios para recuperar la propiedad comunal de sus tierras y su libertad es tan indudable, que al poder le sigue haciendo falta adueñarse de este campesino revolucionario para maquillar sus planes económicos y sociales que seguirán expropiando los territorios y las vidas a sus propietarios, los Pueblos Originarios.
Cuando te asomas desde la historia y perspectiva eurocentrista sorprende bastante que la mayor parte de los partidos, agentes sociales y proyectos sociales en México se definen como revolucionarios. Da lo mismo que defiendan al capital, sus intereses y sus fuerzas de represión, se autodenominan igualmente como “revolucionarios”.
No en vano, por su parte el Ejército Zapatista de Liberación Nacional recoge su nombre como símbolo de la revolución mexicana. Pero por allí igual que por aquí, cuando nombramos la Revolución, nos referimos a cambios sociales profundos que revierten los valores y la organización social poniendo en el centro de las prioridades a la vida no al valor que otorga el dinero. Y para ello, es necesario desarrollar a través de la práctica la ideología que se defiende, el respeto, la horizontalidad, la autogestión, la libertad... En el caso mexicano la vida pasa necesariamente por el reconocimiento de los Pueblos Originarios, los nativos, los indígenas, “los del color de la tierra”, los “hombres maíz” que llevan conviviendo en el territorio desde tiempos ancestrales, sin duda, antes de 1492.
Por eso, los macro-proyectos que ha vendido AMLO como “salvadores” de la maltrecha economía mexicana, para los Pueblos y las Comunidades Indígenas son en realidad proyectos de destrucción. Porque lejos del proyecto Revolucionario o de la Cuarta transformación social, desde luego no de abajo a la izquierda, siguen siendo proyecto de expropiación, extractivismo y colapso. Terminar de apropiarse de los territorios indígenas que viven en armonía y respeto con el medioambiente, no solo significa la apropiación y el robo de sus territorios y medios de vida. En el caso de las comunidades indígenas, su vida está indeleblemente ligada al territorio, como medio de subsistencia, pero también desde una cosmogonía y relación de respeto ecologista de incalculable valor. Pero esta simbiosis con el territorio también ha configurado su modo de organizarse, de autogestionarse desde la Comunidad, no solo de la propiedad comunal de los terrenos, de la milpa, sino también de los modos de autoorganizarse, de gestionar los conflictos desde la responsabilidad y el resarcimiento, del cuidado y apoyo mutuo, de la solidaridad, la responsabilidad y la ética. Por ello, más allá de la gravedad del irreversible colapso medioambiental, la destrucción de “las sociedades en movimiento”, de la cultura, de las comunidades, es otro exterminio que no puede pasar en silencio.
Resulta bastante insultante que un presidente del Gobierno que sigue defendiendo las fronteras norteamericanas, al corrupto ejército que tanto ha criticado, la extracciones, el corredor Transítsmico o el Tren Maya, se envista con un bastón de mando maya…
Apostar de nuevo por el endeudamiento público para refinanciar la petrolera nacional PEMEX o la creación de la Guardia Nacional como nuevas soluciones para los problemas de siempre, es de fácil anticipación del fracaso social, desde luego, nada revolucionario, sino siempre neoliberal.
En el país con más desapariciones y feminicidios que conocemos, de autoridades y cuerpos de represión corruptos, el narco y la mafia, la muerte es inherente a la vida. La muerte es de las pocas seguridades con que cuentan las personas. Por eso, “perdieron todo, hasta el miedo” y no se resignan.
En el sureste mexicano, la Revolución ha cumplido ya 25 años desde el Levantamiento Zapatista del EZLN en el Estado de Chiapas.
En estos días y estas conmemoraciones se recordará no solamente al revolucionario Zapata, sino a los también asesinados por un sistema político corrupto que necesita de la explotación de seres humanos -no humanos-, territorios y medioambientes, para seguir sosteniendo las vidas que el capitalismo elige porque lo sostienen.
Uno de los últimos asesinados por el neoliberalismo mexicano es Samir Flores Soberanes, campesino indígena nawatl que organizaba la oposición y resistencia al proyecto integral Morelos. Pero antes, también estuvo el maestro Galeano. Y todos los días, en las prisiones mexicanas, se secuestra y “mata en vida” a las miles de indígenas y personas presas injustamente. Lo que no asesina el narco o los paramilitares, lo secuestra el sistema penitenciario y de injusticia.
El pasado mes de diciembre de 2018, el Estado mexicano ya fue condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por la detección ilegal, tortura y violación de las detenidas en el Caso Atenco. Doce años después de la barbarie contra los colectivos que protestaban contra el proyecto del mismo aeropuerto que propuso AMALO, el Estado ha sido condenado a investigar y reconocer el ordenamiento oficial de la violación de derechos humanos por parte de sus fuerzas y cuerpos de in-seguridad ciudadana.
Igualmente, a mediados de abril, la Unidad de Observación de la Oficina en México del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ACDH-ONU) sigue investigando la violación de derechos humanos en Chiapas.
Al mismo tiempo, desde el 15 de marzo, presos en lucha han iniciado una huelga de hambre indefinida apoyada por los colectivos indígenas, antirrepresivos, de defensa de Derechos humanos y Adherentes a la Sexta Declaración de Lacandona, para denunciar la falta de justicia, las detenciones arbitrarias de indígenas, la fabricación posterior de imputaciones, la tortura y autoinculpaciones que mantienen secuestradas en las cárceles a cientos de miles de personas en México durante varias decenas de años. No piden la amnistía que está tratando de negociar el Gobierno de López Obrador, ya que son inocentes, lo que piden es su inmediata libertad y la condena del sistema carcelario y sus fuerzas de represión.
Os invitamos a seguir esta actualidad. Tenemos mucho que aprender de “Los arroyos que bajan”, como tan magistralmente describe el periodista Raúl Zibechi en su nuevo libro Los arroyos cuando bajan. Los desafíos del zapatismo, editado por Baladre en 2019.
Porque otros mundos son posibles, no están solos.