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Amazonía
Antonio Sánchez: “Hay pocos males tan absolutos como el extractivismo salvaje”
Según el último informe anual de la organización Global Witness, 2020 fue el año más violento desde que empezaron a monitorear los asesinatos de defensores y defensores ambientales. Tres de cada cuatro asesinatos ocurrieron en Latinoamérica. El informe indica que no solo se incrementaron los homicidios sino que también hubo un aumento de arrestos, campañas de desprestigio, actos de criminalización y amenazas. Antonio Sánchez es jurista. En 2019 se estableció en Lago Agrio para trabajar con la Unión de afectados por Texaco (UDAPT) en la redacción de la demanda que daría lugar a la sentencia que prohibió los mecheros petroleros en la Amazonía ecuatoriana. Actualmente colabora con el Centro de Comunicación y Desarrollo Andino.
¿De dónde nace la idea?
En 2018, estaba colaborando con una organización en Bogotá y todas las semanas nos llegaban noticias de líderes sociales y defensores ambientales muertos. Pero hubo unos días de aquel verano que se produjeron tantos asesinatos que miles de personas se echaron a la calle para expresar su repulsa. Aquella demostración, en la que cada manifestante portaba una vela y se iban gritando los nombres de los masacrados, me impresionó. Algunos líderes y lideresas amenazados visitaron la organización para contarnos sus experiencias y hacernos ver la desprotección que sentían. Empecé a pensar hasta dónde podía llevarles la sensación de abandono en sus territorios y la desesperación.
Sin embargo, la acción de la novela transcurre entre Ecuador y Perú.
Sí. Un año después de aquello estaba trabajando con la UDAPT en Lago Agrio, un pueblo de la Amazonía ecuatoriana. En octubre se produjo el paro nacional contra las políticas antipopulares del Gobierno. Como toda la actividad del país, incluida la judicial se suspendió, decidí viajar por unos días. Pero todas las carreteras estaban cortadas, así que me eché a navegar por los ríos amazónicos. Siguiendo el curso del Napo llegué hasta Iquitos en Perú. Es un viaje de logística complicada, por días te quedas varado en comunidades de las orillas esperando a la siguiente embarcación. Para entretenerme retomé aquella historia que tenía en la cabeza sobre defensores acorralados y me puse a tomar notas. Navegando el Napo me di cuenta que era un escenario propicio para situar la acción y visibilizar todo lo que su curso contiene: la explotación petrolera en el Yasuní, la lucha de monseñor Labaka, la minería ilegal, el genocidio cauchero, las dragas de oreros, la historia de Iquitos...
La UDAPT es la unión de Afectados por Texaco, una organización que denunció a esa petrolera por el desastre ambiental que produjo en esa parte de la Amazonía.
Así es, la Texaco cavó cientos de hoyos donde vertían el crudo que de ahí se iba para los ríos. El daño causado fue de tal magnitud que el proceso terminó con sentencia condenatoria firme por 9.000 millones de dólares para repararlo. Pero la petrolera, ahora llamada Chevron, nunca cumplió y huyó del país para no ser embargada.
¿En que trabajabais en ese momento?
Las instalaciones de la Texaco las heredaron otras petroleras y siguen produciendo constantes pasivos ambientales en forma de derrames. Además, continúan utilizando prácticas obsoletas como la quema del gas asociado en antorchas, conocidas como los mecheros de la muerte. Desde la UDAPT interpusimos una demanda contra su uso por las enfermedades y contaminación que causan.
Petroleras
Nueve niñas hacen frente a los “mecheros de la muerte” en Ecuador
¿Cómo terminó el proceso?
La sentencia reconoció que aquellos mecheros vulneraban derechos fundamentales, sin embargo los prohibió tímidamente. En muchas zonas podrán seguir funcionando hasta 2030, mientras que los que están cerca de poblaciones solo por 18 meses más. Sin embargo, faltan pocos días para que se cumpla este plazo límite y siguen en activo. Evidentemente hay presiones por parte de las petroleras para que no se ejecute la sentencia.
Has participado en Bolivia en una demanda contra la falta de inspecciones a la minería. ¿Fue un proceso parecido?
Sí, porque ambos países tienen constituciones muy jóvenes, similares y pioneras en el reconocimiento de derechos al agua, la soberanía alimentaria, los pueblos indígenas y en las que la naturaleza es considerada sujeto de derechos. Y además cuentan con procedimientos eficaces para protegerlos a través de un control constitucional difuso, que significa que todos los jueces pueden ejercer ese control. De esta manera el amparo se obtiene de manera rápida. No como aquí, donde el control se ejerce de manera concentrada por un solo órgano, el Constitucional, que puede tardar muchos años en resolver, lo que no parece muy apropiado cuando lo que se está invocando es la violación de derechos fundamentales. Además aquel sistema puede suponer una grieta en la impunidad de las corporaciones para las que es más fácil acercarse a unos cuantos jueces de la capital que a todos los jueces de un país.
Bolivia
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Pero luego no se ejecutan muchas de esas sentencias...
Claro, es que eso que se ha llamado la arquitectura jurídica de la impunidad, es decir, el sistema que las empresas transnacionales han creado controlando los tratados internacionales, las legislaciones nacionales y los tribunales de arbitraje, sigue avanzando. Y si a pesar de todo, en algún país obtienen resoluciones judiciales desfavorables, también van a tratar de incidir en la fase de ejecución para no responder por sus violaciones de derecho.
Siendo jurista, ¿por qué una novela y no un texto científico para relatar todo esto?
En las oficinas de la UDAPT tenían una pequeña biblioteca con ensayos sobre el desastre de la Texaco y el proceso judicial. La miraba y me daba cuenta de que, a pesar de la abundante literatura científica y de la magnitud de caso, no es una historia que haya llegado a un público general. Con la lucha de los defensores, pasa algo parecido, que solo se habla de ella cuando ya los han matado, en noticias y estadísticas. Pensé que narrando aquella realidad a través de una novela podría llegar a más gente.
A pesar de ser abogado, haces que los protagonistas abandonen las vías legales y se lancen a la acción directa contra la industria extractiva.
Sí y de una manera clásica: el sabotaje de infraestructuras. La intención era exponer las razones que llevan a los protagonistas a tomar sus decisiones, después de encajar tantos golpes de las corporaciones extractivistas. Aunque no es un alegato por esa vía directa, o al menos no como única opción. Pero tampoco creo que estemos en condiciones de descartar posibilidades. Me sorprende que no haya habido más acciones de este tipo, que más que de ataque deberían considerarse de defensa. Tal vez una combinación de estrategias sea lo que evite el desastre final.
Tendemos a pensar que el expolio de recursos es una maldición que recae exclusivamente en los países del Sur global. Pero aquí hay muchos territorios en peligro de convertirse en zonas de sacrificio, Extremadura por ejemploDerrotero es en parte crónica y en parte novela de aventuras.
Sí, la crónica puede resultar más eficaz para visibilizar, pero el territorio me tentaba a probar con la novela de aventuras que además podría resultar más atractiva. Aunque al incursionar en ese genero hay que ir con cuidado para no caer en los tópicos del infierno verde [la Amazonía] lleno de anacondas y jaguares, que tanto han simplificado a la selva.
Precisamente hay una profusión de descripciones, a veces bellísimas, de esa selva.
Otra cosa a la que invita un escenario tan exuberante que, sin embargo, por momentos puede resultar monótono con tanto verde. Había veces que pensaba que sería más fácil escribir sobre un paraje desértico. Aunque es cierto que la Amazonía no solo entra por la vista. El manto sonoro, el tacto, los olores, la humedad, son muy intensos allá, dan para explayarse.
La novela podría considerarse algo así como un river trip.
Sí, eso sería, es una huida colectiva hacia adelante. Y transitar la selva significa navegar sus ríos, son las vías de comunicación. El Napo es como una gran autopista caótica, surcado por todo tipo de embarcaciones, desde grandes cargueros a canoas. Y luego están los afluentes, escondidos, recovecos y llenos de actividades clandestinas.
La historia está narrada en primera persona y por un ecuatoriano, ¿cómo afrontaste esa perspectiva y el acercamiento a la manera de hablar de allí?
Pensaba que la primera persona y el tiempo presente facilitarían una mayor traslación a través de los pensamientos o miedos del protagonista, que es ecuatoriano pero no amazónico, así que va conociendo la selva a la par que el lector. A esa misma intención de inmediatez responde el hecho de enmarcar la trama en unos días concretos, aquellos de octubre de 2019, en los que se desarrolló el paro nacional. En cuanto al lenguaje, fue un ejercicio muy entretenido encajar las anotaciones de la manera de hablar de amigos ecuatorianos y los localismos aprendidos en lecturas.
Aún siendo narrativa, Derrotero puede resultar controvertido en los tiempos que corren. ¿Te puso alguna pega la editorial sobre el fondo o la forma?
Ninguna. Al revés, el entendimiento fue total. Me da la sensación de que eso solo se puede tener con una editorial independiente. A no ser que escribas algo complaciente, ahí supongo que también te puedes entender con las grandes. En cualquier caso, los editores de Sigilo abrazaron la novela desde el principio y además realizaron una labor edición muy cuidada para acoplar continente y contenido.
Aunque los personajes parecen muy condicionados al principio por proceder de lugares arrasados por el extractivismo tienen un arco narrativo con recorrido.
Cada uno procede de un país diferente, esto da juego para introducir diferentes perspectivas. Pero sí, ya vienen muy condicionados por sus vivencias. Según avanzan ganan en determinación, creo que se van retroalimentándose. Pocas prácticas encarnan un mal tan sin fisuras como el extractivismo salvaje y todos ellos lo han sufrido de cerca.
¿También empresas españolas incurren en esas formas de acoso y criminalización de defensores?
Ese parece un tema tabú en este país. Aún así, uno puede informarse sobre las prácticas de Endesa en Chile o las de ACS en Guatemala y sacar sus propias conclusiones. O sobre la forma en que Repsol trata de evitar sus responsabilidades tras los derrames que acaba de provocar en Perú.
Y al mismo tiempo nuestro país no está libre de ese mal.
Así es, tendemos a pensar que el expolio de recursos es una maldición que recae exclusivamente en los países del Sur global. Pero aquí hay muchos territorios en peligro de convertirse en zonas de sacrificio. Extremadura por ejemplo, se encuentra permanentemente amenazada por la minería a cielo abierto, que es el tipo de extractivismo con consecuencias más nefastas.
¿Dirías que aún hay lugar para la esperanza?
No sé cuanto se puede esperar de algunos instrumentos jurídicos en ciernes, como el tratado de empresas y derechos humanos. En cualquier caso, ahora en todos lados existe una sociedad informada y movilizada que está plantando cara y en muchos casos parando ese tipo de proyectos.