América Latina 2025: el péndulo a la derecha y el acecho de Trump

El triunfo de la agenda securitaria y la intervención de Donald Trump ha marcado el año en América Latina.
El presidente Trump se reunió con el presidente Milei en Washington el 22 de febrero de 2025.
El presidente Trump se reunió con el presidente Milei en Washington el 22 de febrero de 2025.

@Gera_Szalkowicz / IG gera.sz

Buenos Aires (Argentina)
31 dic 2025 06:00

Desde que el llamado “ciclo progresista” comenzó a agotarse más o menos por 2015, América Latina vive una etapa de volatilidad e inestabilidad en sus gobiernos, sin una hegemonía clara de ningún campo político. En este marco de oscilación permanente (salvo excepciones como México o El Salvador), el 2025 cierra con el péndulo balanceado hacia la derecha, con cuatro elecciones presidenciales ganadas por las fuerzas conservadoras. Un año marcado a fuego por la ofensiva recolonizadora de Trump y la intervención militar directa en la región después de 36 años.

Los votos y las botas

El año electoral latinoamericano arrancó en Ecuador, donde el 13 de abril se anunció la reelección de Daniel Noboa 11 puntos arriba de Luisa González, la candidata del correísmo.

Apalancado por la prensa hegemónica y el poder económico, Noboa, hijo del empresario más rico del país, logró validar su gestión militarista neoliberal pese sus magros resultados frente al crimen organizado, que en pocos años transformó al país en el más inseguro de la región. El proceso tuvo infinidad de irregularidades y abusos de poder por parte del presidente, pero la oposición careció de fuerza social para sostener las denuncias de fraude.

Las urnas en Bolivia marcaron la partida de defunción formal del “proceso de cambio” iniciado en 2006 con la irrupción del primer presidente indígena

La deriva autoritaria de Noboa encontró un freno en la consulta popular de noviembre, cuando el pueblo ecuatoriano rechazó sus cuatro propuestas, entre ellas la de restablecer las bases militares estadounidenses.

Las urnas en Bolivia marcaron la partida de defunción formal del “proceso de cambio” iniciado en 2006 con la irrupción del primer presidente indígena. La guerra fratricida entre Evo Morales y su sucesor Luis Arce decantó en la autodestrucción del proyecto que más había avanzado en el ecosistema del progresismo latinoamericano en este siglo.

Con el MAS fracturado en varios pedazos, una prolongada crisis económica y Evo proscripto llamando a la abstención, la mesa quedó servida para el regreso de las élites. El 19 de octubre, Rodrigo Paz Pereira, calificado como de centro-derecha, le ganó el balotaje al referente de la ultraderecha Jorge ‘Tuto’ Quiroga proponiendo un “capitalismo para todos”. El hijo del exmandatario Jaime Paz Zamora debutó en la presidencia recomponiendo las relaciones con EEUU y quitando los subsidios a los combustibles, lo que generó las primeras protestas que auguran un nuevo ciclo de conflictividad social.

La corriente de ultraderecha logró sumar otro sillón presidencial el 14 de diciembre en Chile, con la aplastante victoria en segunda vuelta de José Antonio Kast sobre la candidata del oficialismo Jeannette Jara por más de 16 puntos. Hijo de un nazi y hermano de un exministro de Pinochet, Kast llega al Palacio de la Moneda en su tercer intento con una estrategia que dejó de lado su narrativa abiertamente pinochetista y antiderechos para enfocar en el tema excluyente que los medios instalaron en la agenda: la inseguridad y su chivo expiatorio, la migración irregular.

La otra clave fue la gran decepción que significó el gobierno de Gabriel Boric, que no aplicó ninguna reforma estructural ni supo estar a la altura de las expectativas generadas tras el estallido social de 2019.

El año electoral cerró en Honduras con el escrutinio más polémico. El CNE eligió el 24 de diciembre para anunciar, 24 días después de los comicios, el triunfo de Nasry ‘Tito’ Asfura apenas 26 mil votos por sobre Salvador Nasralla. El eterno conteo de votos estuvo marcado por interrupciones, fallas en el sistema y denuncias de inconsistencias en miles de actas.

Nasralla denunció “una grave traición a la voluntad popular y un “asesinato a la democracia”, mientras que la candidata oficialista, Rixi Moncada, coincidió en que “la proclama del ‘presidente electo’ es un fraude y una imposición extranjera”. Incluso uno de los integrantes del CNE, Marlon Ochoa, apuntó contra sus colegas y alertó: “EEUU y las élites aliadas del crimen organizado quieren un presidente que responda a sus intereses, no importa que surja de un golpe de estado electoral”.

La injerencia explícita de Trump jugó también en las urnas argentinas, donde el espaldarazo previo a Javier Milei fue determinante para la victoria de su partido en la elección de medio término

Todas las miradas apuntan al Norte. “El único verdadero amigo de la libertad en Honduras es 'Tito' Asfura. Podemos trabajar juntos para luchar contra los narcocomunistas”, había dicho Trump días antes de la votación y amenazó con recortar la ayuda al país. Acto seguido, indultó al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández (del partido de Asfura), condenado en EEUU a 45 años por narcotráfico.

Al margen del controversial desenlace, abre muchas preguntas el duro revés del progresista partido Libre, que quedó en tercer lugar, más de 20 puntos abajo, tras cuatro años en el gobierno con Xiomara Castro.

La injerencia explícita de Trump jugó también en las urnas argentinas, donde el espaldarazo previo a Javier Milei fue determinante para la victoria de su partido en la elección de medio término.

Claves del repunte derechista

“Estamos en un cuadro de gran inestabilidad política, donde los oficialismos de cualquier signo tienen mucha dificultad para mantenerse en sucesivos gobiernos, salvo algunos casos a contracorriente como México o El Salvador”, señala el periodista y analista internacional Marco Teruggi.

Más allá de particularidades locales, parece haber un punto neurálgico en la dinámica regional: el auge del crimen organizado y su metástasis hacia el sur del continente. Un tópico en el que las derechas se mueven como pez en el agua, al menos en lo discursivo, y en el que los progresismos carecen de horizontes propositivos.

Teruggi destaca que “las derechas han logrado conectar e imponer una serie de agendas de tipo securitarias, de tipo económicas o de tipo anti migrantes, de marcos de interpretación conservadores”. Y agrega otro factor de relevancia: “Y han tenido mayor capacidad de unidad política, han logrado un campo sumamente articulado”. De la mano de este último punto, aparece el dilema de la renovación de liderazgos, con tensiones internas que resultaron traumáticas (Bolivia, Ecuador, Argentina) o el caso de Brasil donde Lula volverá a presentarse a sus 80 años.

Sobre estos límites, Teruggi menciona también “la incapacidad de llevar adelante las agendas prometidas. Ante una derecha mucho más avasallante, mucho más segura hacia dónde quiere ir, las desuniones, las frustraciones y las desilusiones son algunas claves de las derrotas del progresismo”.

Tal vez el signo de época más preocupante sea que, mientras las derechas se radicalizan y expresan la rebeldía al status quo, los progresismos aparecen a la defensiva, como fuerzas administradoras del orden. Álvaro García Linera habla de “una huelga de ideas, una parálisis cognitiva”. Y lo llama “progresismo desteñido”.

En tiempos de tanta insatisfacción con la democracia, esa falta de audacia, de creatividad, de proyecto de futuro que despierte entusiasmo en las grandes mayorías, junto a fracasos en la gestión, terminaron abriendo paso a personajes neofascistas como Milei o Kast.

A la reconquista del “patio trasero”

Si bien nunca cesó la injerencia estadounidense en la política latinoamericana, el 2025 fue el año del regreso de “la diplomacia de las cañoneras”, de la intervención militar directa 36 años después de la invasión a Panamá. 

Ocho buques de guerra, dos destructores, un submarino nuclear, decenas de aviones de combate, bombarderos B-52, unos 8.000 marines y el Gerald Ford, el portaaviones más grande del mundo; un cuarto de la flota naval de la principal potencia militar desplegadas en las aguas del Caribe, cerca de las costas venezolanas.

Con el pretexto de combatir al narcotráfico, en los últimos meses EEUU bombardeó 29 lanchas (también en el Pacífico) y asesinó extrajudicialmente a 104 personas, sin presentar ni una prueba, sin ningún proceso judicial, violando completamente el derecho internacional. En las últimas semanas desnudó uno de sus verdaderos objetivos con el bloqueo al petróleo venezolano y el secuestro de buques cargueros.

A principios de diciembre, la Casa Blanca blanqueó con palabras lo que venía mostrando en los hechos. Presentó la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 con un título elocuente: El Corolario Trump de la Doctrina Monroe (presidente estadounidense que en 1823 básicamente planteó que el continente americano les pertenecía). Con la prepotencia de un emperador, Trump se atribuye, sin eufemismos, el dominio total de la región: “Tras años de abandono, EEUU reafirmará y aplicará la Doctrina Monroe para restablecer la preeminencia estadounidense en el Hemisferio Occidental y proteger nuestro territorio nacional pero también para tener acceso a zonas geográficas clave en toda la región”. 

“La presión extrema [de EEUU] busca alinear políticamente al continente y frenar el avance de China, que es primero y segundo socio comercial de casi todos los países de América Latina”

Leandro Morgenfeld, historiador y especialista en la política exterior estadounidense, explica que en ese documento “EEUU reconoce que ya no tiene las capacidades que supo tener tras la posguerra fría de ser el hegemón y el gendarme planetario, y plantea una suerte de vuelta a áreas de influencia donde el hemisferio occidental es su zona de despliegue privilegiada”.

La estrategia es nítida: en un contexto global de transición hegemónica hacia un orden multipolar, EEUU decide replegarse en lo que siempre consideró su “patio trasero”. Morgenfeld señala que “este ataque contra todos los gobiernos no alineados tiene mucho más de garrote que de zanahoria. Una presión extrema que busca alinear políticamente al continente y frenar el avance de China, que es primero y segundo socio comercial de casi todos los países de América Latina”.

El texto de la Casa Blanca lo admite explícitamente: “Negaremos a los competidores no-hemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales en nuestro hemisferio”.

La mira principal apunta al cambio de régimen en Venezuela, por tener la primera reserva de crudo mundial (Trump llegó al delirio de decir que el petróleo venezolano le pertenece a EEUU) y por ser el gran aliado de sus enemigos. Pero el objetivo es el control de los recursos naturales de toda la región. A México lo amenazó con invadir militarmente con la excusa de los cárteles y cambió el nombre del Golfo de México; a Gustavo Petro lo incluyó con Maduro en su lista fantasiosa de líderes narco y puso a Colombia también bajo posible ataque; a Brasil le quiso subir los aranceles al 50%, pero la cintura diplomática de Lula logró revertir la extorsión. Justamente los gobiernos que menos se subordinan a sus designios.

“Lo que vemos es una militarización de la política exterior, una vuelta a lo que fue la aplicación de ‘el gran garrote’ con Roosevelt a principios del siglo XX”

Claro que también tiene su ejército de vasallos, con Milei, Noboa y Bukele a la cabeza. Y varias islas caribeñas (como Dominicana o Puerto Rico) que utiliza como bases militares. “Lo que vemos es una militarización de la política exterior, una vuelta a lo que fue la aplicación de ‘el gran garrote’ con Roosevelt a principios del siglo XX, la idea de la automanifestación de EEUU de intervenir en cualquier país para defender sus intereses”, asegura Morgenfeld.

La ofensiva recolonizadora de Trump avanza mientras siguen paralizados los procesos de integración latinoamericana y los pocos líderes que se le plantan lo hacen de forma aislada. Las elecciones en Brasil y Colombia en 2026 serán determinantes para amortiguar el proyecto trumpista de dominación total de la región. Lo que está en juego es, ni más ni menos, que la soberanía de América Latina y el Caribe.

Perú
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La medida, impulsada por una red de mujeres aymaras y quechuas en defensa del agua, busca proteger y preservar el lago y rescatar su valor sagrado para las comunidades indígenas y las comunidades de la región.
América Latina
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El historiador e investigador argentino especializado en la relación entre Estados Unidos y América Latina, analiza el triunfo electoral de Donald Trump y el impacto que tendrá en una región que Washington sigue considerando su “patio trasero”.
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