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Análisis
El bolsonarismo sin Bolsonaro: una nueva coyuntura política en Brasil
El Tribunal Superior Electoral (TSE) de Brasil inhabilitó el pasado 30 de junio al expresidente Jair Bolsonaro durante ocho años por abusos de poder. Seis meses después de concluir su turbulenta presidencia, el líder ultraderechista no podrá ocupar un cargo público hasta 2030.
Esto implica una nueva coyuntura política en Brasil, ya que habrá reajustes en el espacio bolsonarista, pero también implicará, entre otras cosas, el cambio de narrativa por parte del Gobierno de Lula frente a sus opositores. ¿Podrá sobrevivir el bolsonarismo sin Bolsonaro?
Bolsonaro inhabilitado
En julio de 2022 Jair Bolsonaro, por aquel entonces presidente de Brasil, realizó una reunión en el Palacio de la Alvorada con embajadores que fue retransmitida en la televisión pública en la que criticaba el sistema electoral brasileño, deslegitimando el funcionamiento de las elecciones en general.
Por este episodio el Partido Democrático Laborista (PDT) decidió interponer una demanda en la que se pedía su inhabilitación, la cual fue estimada por la corte electoral. Así, medio año después de que éste dejase el cargo de presidente, el TSE llevó a cabo el juicio para estudiar la demanda de abuso de poder y uso indebido de los medios de comunicación públicos.
La inhabilitación por ocho años de Bolsonaro se cuenta desde las elecciones de 2022 y por ende no podrá postularse a los próximos tres procesos electorales: 2024, 2026 y 2028
Tras varias sesiones, el TSE acabó determinando, por cinco votos contra dos, que el exmandatario debía ser condenado por los motivos expuestos previamente. La inhabilitación por ocho años de Bolsonaro se cuenta desde las elecciones de 2022 y por ende no podrá postularse a los próximos tres procesos electorales: 2024, 2026 y 2028. En 2030, con 75 años ya, volverá a ser elegible. Esta decisión del TSE ha sido recurrida por su equipo legal, aunque existen pocas posibilidades de que la condena sea revertida.
En las últimas semanas su posición ha quedado aún peor parada después de que un juez del Tribunal Supremo ordenase el levantamiento del secreto bancario de sus cuentas como las de su esposa, Michelle Bolsonaro, por la venta de unas joyas en Estados Unidos que le fueron entregadas en el momento que ejercía de jefe de Estado.
¿Y ahora qué?
La derrota de Jair Bolsonaro en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 2022 frente a Lula da Silva provocó descontento entre una gran parte de sus partidarios, quienes sentían que dichos comicios habían sido manipulados. Este clima de deslegitimación existente entre los simpatizantes bolsonaristas culminó con el asalto a las sedes de los tres poderes del Estado a principios de año, constituyendo el ataque más grave a la democracia brasileña desde 1985. Las principales instituciones del país, ante la invasión del 8 de enero, dieron una respuesta ejemplarizante con el arresto y el posterior encarcelamiento de parte de los participantes. En consecuencia, el bolsonarismo, tanto la militancia como sus líderes, ha evitado desde entonces organizar grandes movilizaciones.
El desánimo existente en tal espacio también ha de entenderse por el comportamiento del propio Bolsonaro. Su marcha hacia Estados Unidos antes de finalizar su mandato desalentó y desmovilizó a parte del bolsonarismo al no ejercer realmente como un líder de la oposición. Este conjunto de elementos explicaría por qué no existieron movilizaciones considerables entre sus seguidores después de la condena que recibió por parte del TSE. El discurso de injusticia existió, pero eso no se tradujo en la activación de la protesta callejera.
Que Lula se mostrase como un “salvador de la democracia” ante las amenazas de corte autocrático provenientes del bolsonarismo suponía ciertamente un activo destacable y a su vez le servía para desplazar a posiciones marginales el discurso antipetista
Por otra parte, la narrativa seguida por Lula y su tercera presidencia ante lo que representa Bolsonaro se verá alterada igualmente. El comportamiento que tenía el ex jefe del Ejecutivo brasileño había favorecido a la imagen que desprendía el líder petista en los primeros meses de su tercer mandato. Aunque últimamente no le había funcionado tanto, el que Lula se mostrase como un “salvador de la democracia” ante las amenazas de corte autocrático provenientes del bolsonarismo suponía ciertamente un activo destacable y a su vez le servía para desplazar a posiciones marginales el discurso antipetista. La creación de un nosotros frente a un ellos ha sido y es un recurso retórico que funciona bien en la vida política de un país. Por tanto, en la reconfiguración de un nuevo panorama político, también le toca a Lula buscar otros marcos narrativos que puedan favorecerle para acompañar su gestión al frente del Gobierno de Brasil.
Para cerrar este apartado, hay que tratar el papel que ha ido adquiriendo paulatinamente el Poder Judicial en la vida política brasileña. En una entrevista en el diario Folha el politólogo Fernando Limongi señalaba que lo preferible es que un político como Bolsonaro sea removido del poder mediante el voto y no por la vía judicial, puesto que se pueden crear efectos perversos. Como bien apunta en dicha entrevista, el papel del presidente del TSE, Alexandre de Moraes, fue crucial para garantizar que las elecciones del año pasado contasen con todas las garantías democráticas, pero ha habido un creciente partidismo en dicho tribunal al nombrarse a jueces alineados con el presidente.
El Poder Judicial acaba por asumir ciertas competencias que en teoría deberían ser de los electores. Con esto, no se pretende exculpar la actuación del expresidente brasileño, ya que durante su mandato han existido claras muestras de un retroceso democrático. Ahora bien, sin querer comparar con lo que le ha ocurrido a Bolsonaro, esa judicialización de la política (o lawfare) también ha afectado a la izquierda de este país. Esto es, el encarcelamiento de Lula o el juicio político contra Dilma Rousseff con el tiempo han acabado por demostrarse que fueron dos casos en los que las instancias judiciales tomaron decisiones motivadas por intereses políticos. De ahí que, de acuerdo con Limongi, se pueda hablar de dinámicas existentes en el Poder Judicial que potencialmente pueden convertirse en perversas al actuar en un caso particular y no en base a lo estandarizado.
Una “bala de plata” para 2026
Bolsonaro ha sido inhabilitado durante ocho años y todavía tiene pendiente otras causas judiciales a las que debe de enfrentarse. Por ello, aun quedando unos años para las próximas presidenciales, ya se está hablando de quién será su posible sucesor.
En su entrevista con Mônica Bergamo en Folha de S. Paulo, cuando se le preguntó por un posible candidato derechista en caso de no ser elegible, el expresidente habló de contar con una “bala de plata” para 2026, aunque no la reveló. Después de estas palabras, han empezado a surgir algunos nombres que podrían representar dicho espacio en los próximos comicios presidenciales.
Entonces un primer nombre que se ha contemplado es el de Michelle Bolsonaro, la mencionada esposa del líder ultraderechista y presidenta de la sección femenina del Partido Liberal. A pesar de no tener experiencia política, la ex primera dama está adquiriendo un papel mayor dentro del bolsonarismo. Con una clara tendencia conservadora y con un estrecho vínculo entre los evangélicos, se adecuaría al tipo de persona que podría suceder a Bolsonaro. Además, si se llegase a dar tal situación, se seguiría la tendencia que se ha dado en otros países de la región en los últimos años. Es decir, la postulación de las ex primeras damas para concurrir en las elecciones presidenciales y que así el liderazgo de un espacio político concreto se mantenga en la esfera familiar como son, por ejemplo, los casos de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina o de Xiomara Castro en Honduras.
Otra opción que ha sonado con fuerza es el de Tarcísio de Freitas, actual gobernador de São Paulo y anteriormente ministro de Infraestructura (2019-2022). Este militar que hizo carrera en la administración pública brasileña fue nombrado por Bolsonaro para el ministerio de Infraestructura cuando aún era un desconocido. En los cuatro años que ocupó tal cargo, Tarcísio fue ganándose la simpatía de la militancia bolsonarista gracias a la estrategia de comunicación que se siguió desde este ministerio. Su labor también cautivó a Bolsonaro, por lo que lo nombró candidato a gobernador de São Paulo, que tras la presidencia es la segunda contienda electoral más importante del país. El exministro de Infraestructura logró la victoria en las elecciones a gobernador paulista al derrotar en segunda vuelta al petista Fernando Haddad.
Tarcísio respondería a un perfil más técnico y supondría una renovación del espacio bolsonarista porque su forma de hacer política dista del tipo de estrategia que ha llevado a cabo el exmandatario brasileño. No obstante, aunque en estos momentos sea la opción más conveniente, según el periodista de O Globo, Lauro Jardim, a Bolsonaro no le gustaría reforzar un nombre que ya es fuerte al ser el gobernador del estado más poderoso de Brasil. Por otra parte, hay opciones de que no buscase la presidencia para lograr una eventual reelección en São Paulo, así como no tener intención de afiliarse al Partido Liberal, la formación actual del clan Bolsonaro.
En tanto, en la encuesta de junio de Genial/Quaest se preguntó acerca de a quién debería de apoyar Bolsonaro a la carrera a la presidencia de 2026 y el 21% dijo que Tarcísio, mientras que el 15% indicó que Michelle. Esta encuesta mostraba que había un 27% que aún no se había decidido por ningún nombre. De todos modos, el desacuerdo público del gobernador paulista con Bolsonaro después de que el primero apoyase la reforma fiscal de Lula impactó fuertemente entre el bolsonarismo, pasando a ser el blanco de críticas, por lo que los apoyos podrían variar.
Bolsonaro, a lo largo de su carrera política, ha pasado por diferentes partidos políticos, sin asentarse realmente en ninguno. En sus años como presidente, desperdició la oportunidad de crear su propia formación
En este punto, se ha de tratar igualmente la ausencia de una plataforma política en el bolsonarismo. Bolsonaro a lo largo de su carrera política ha pasado por diferentes partidos políticos, sin asentarse realmente en ninguno. En sus años como presidente, desperdició la oportunidad de crear su propia formación y optó por seguir uniéndose a partidos ya existentes en los que en última instancia no tenía el control. A tal efecto, su falta de horizonte político puede tener graves consecuencias en su espacio y más cuando lo que domina es el personalismo. El liderazgo de una personalidad carismática no garantiza a largo plazo la pervivencia de un bloque y por ello se vuelve tan relevante la existencia de una plataforma para la creación de cuadros (y de lealtades).
A 10 años de las masivas protestas de junio de 2013, se vislumbra un cambio del ciclo político en Brasil. Esas protestas fueron un síntoma de los límites a los que estaba llegando las presidencias del PT, una impugnación general al tipo de política que se había emprendido tradicionalmente. Aun así, no existía un frente común, sino varios y por ende las manifestaciones provenientes de los círculos de izquierdas tenían objetivos diametralmente opuestos a los de la derecha.
Algunos académicos sostienen que el origen de la nueva derecha brasileña se encuentra en las movilizaciones de 2013. Sin embargo, como apunta Dolores Rocca Rivarola, fue a partir de 2015 en adelante cuando se empezó a percibir una derecha más unida en torno al discurso antipetista y la campaña de Bolsonaro de 2018 pasó a ser el eje vertebrador de este espacio.
Con todo, la nueva elección de Lula ya mostraba que se estaba dando un cambio de ciclo político en Brasil y la inhabilitación de Bolsonaro parece confirmarlo. Es todavía pronto para dar una respuesta consistente a la pregunta sobre la pervivencia del bolsonarismo sin Bolsonaro. De esta manera, en el presente artículo se han proveído de diferentes claves para entender las nuevas dinámicas que van surgiendo con el cambio del panorama político brasileño.