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El presidente de El Salvador, Naib Bukele, en una intervención en la embajada de los Estados Unidos, en 2020. Foto: US Embassy Guatemala

Análisis
Bukele, sin contrapesos e internacionalizado

Indudablemente, el presidente de El Salvador ha ganado peso como referente de la derecha radical hispanohablante. Su “método”, una combinación de represión, punitivismo y propaganda digital, ha calado en otras experiencias regionales e internacionales.

El Salvador, país antaño ignorado por buena parte del ecosistema mediático hispanohablante, está hoy de moda. Los youtubers viajan hasta allí, narran la aparente seguridad de sus calles e incluso entrevistan al presidente; al mismo tiempo, los periódicos y las televisiones de los grandes conglomerados informativos dedican sendas coberturas a sus procesos electorales, en evidente contraste con el limitado seguimiento que hacían de los mismos cuando ARENA y el FMLN competían por el Ejecutivo nacional. En realidad, esta dinámica casaba con la relativamente pequeña influencia que El Salvador había tenido hasta el momento no solo en el mundo, sino incluso en la propia región de Centroamérica. Con una población inferior a la de Cataluña, del país apenas se conocía un aspecto: su inseguridad. Pero, ¿por qué hoy se habla tanto de él? ¿Qué ha pasado con esa inseguridad?

En las elecciones presidenciales del 4 de febrero de 2024, Nayib Bukele logró una reelección escandalosa: casi un 85% de los votantes salvadoreños que acudieron a las urnas le apoyaron

Dominio total

En las elecciones presidenciales del 4 de febrero de 2024, Nayib Bukele logró una reelección escandalosa: casi un 85% de los votantes salvadoreños que acudieron a las urnas (un 52% del padrón) le apoyaron. Tan contundente era el clima incluso semanas antes de los comicios, que Bukele confirmó su propia victoria antes de que lo hiciera el Tribunal Supremo Electoral, ilustrando la tensa relación que sostiene con la institucionalidad democrática. En cualquier caso, el apoyo popular al presidente fue evidenciado en aquella cita con las urnas y refrendado por las elecciones a la Asamblea Nacional en las que Nuevas Ideas, el partido de Bukele, obtuvo 54 de los 60 escaños de la cámara legislativa, más otros tres cosechados por dos partidos aliados del oficialismo. Unas semanas más tarde, Nuevas Ideas bajó del 50% en las elecciones municipales, confirmando que el apoyo a Bukele goza de un carácter eminentemente personalista y no se trata tanto de un apoyo “orgánico” al partido.

El hecho de que Nayib Bukele “corriese” por la reelección es por sí mismo controversial. La Constitución de El Salvador no acepta la reelección consecutiva, por lo que el líder de Nuevas Ideas hubo de ejecutar una compleja trama institucional para revertir este impedimento. Tras obtener la mayoría legislativa en 2021, ejecutó severos cambios en la Sala de lo Constitucional y en la Fiscalía General, logrando que desde aquel momento ambos órganos pasasen a responder a sus intereses. En 2022, esta maniobra fue decisiva: la misma Sala de lo Constitucional declaró en una particular interpretación de la Constitución que Bukele sí podía buscar la reelección inmediata, siempre y cuando renunciase seis meses antes de la renovación del cargo, movimiento que hizo oficial el 1 de diciembre del 2023.

El nuevo sistema electoral ha dejado fuera a la tercera fuerza más votada, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), histórico bloque de la izquierda salvadoreña

Simultáneamente, las modificaciones que el gobierno de Bukele ha impulsado en el poder legislativo consolidan en mayor medida el dominio del presidente sobre la institucionalidad salvadoreña. Al aprobar que los escaños en la Asamblea Nacional se redujeran hasta 60 y que se aplicase la fórmula D’Hondt, el apoyo a Nuevas Ideas (un 70% en las elecciones legislativas) se ha visto engrandecido. El parlamento nacional está lejos de poder ejercer un contrapeso real al Ejecutivo, en parte porque el nuevo sistema electoral ha dejado fuera a la tercera fuerza más votada, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), histórico bloque de la izquierda salvadoreña. Así pues, tras sus nombramientos en el poder judicial y gracias a un favorable desempeño en las elecciones legislativas, Nayib Bukele se ha dotado a sí mismo de una presidencia sin apenas contrapesos. Tras arrasar en las elecciones presidenciales, continuará al frente del poder ejecutivo; de manera delegada gracias a sus ceses y nombramientos, controlará el poder judicial; y a través de su partido, que es, en la práctica, un bloque eminentemente personalista sin facciones reseñables ni pugnas por el liderazgo, dominará el poder legislativo.

El “método” Bukele

Durante varios años, la vida pública en El Salvador ha estado marcada por una palabra prácticamente desconocida para el público europeo: mara. Este concepto hace referencia a las pandillas que parasitaron el territorio salvadoreño y desbordaron las capacidades represivas y de inteligencia de un estado lastrado por décadas de desinversión y pobreza estructural. La mara Salvatrucha y la Barrio 18, ambas originadas en Los Ángeles, desembarcaron masivamente en el país durante la década de los años noventa como consecuencia de numerosas deportaciones llevadas a cabo por el gobierno de Estados Unidos. Formadas en el “arte” del crimen organizado, estas pandillas extendieron sus tentáculos a lo largo y ancho del país sin que ningún Ejecutivo nacional fuera capaz de controlarlas.

Nayib Bukele presentó su “método” y lo ejecutó durante su mandato, dejando atrás la ambivalencia entre la “mano dura” y las negociaciones característica de las administraciones pretéritas, tal como lo define José Ignacio Montero. A través de su ya manido “Plan de Control Territorial”, consistente en siete etapas: 1. preparación; 2. oportunidad; 3. modernización; 4. incursión; 5. extracción; 6. integración; y 7. una fase todavía no definida-, Bukele prometió “mano dura” y el fin del dominio de las maras. Y, en lo aparente, lo ha logrado. Según Bukele, El Salvador es hoy “el país más seguro de América Latina”, opinión que en mayor o menor medida comparten numerosos analistas y periodistas que han viajado al país tras la implantación de las medidas represivas.

Sin embargo, el “método” Bukele presenta numerosas contradicciones. El punitivismo y la aleatoriedad de algunas detenciones han impulsado denuncias contra el gobierno de El Salvador, el cual no ha escondido ni el maltrato a los presos ni la arbitrariedad de algunas detenciones, ya que esto fue reconocido al liberar a 7.000 inocentes que habían sido internados. Al margen de los prometidos planes de reinserción para algunos presos, en la práctica el Estado salvadoreño ha utilizado el hambre de los reos como un arma en su “guerra” contra las pandillas: “por ahí andan rumores de que quieren empezar a vengarse de la gente honrada al azar; hagan eso y no va a haber ni un tiempo de comida en las cárceles. A ver cuánto tiempo duran sus homeboys ahí adentro. Les juro por Dios que no comen ni un arroz y vamos a ver cuánto tiempo duran. Ustedes desatan una ola de criminalidad y nosotros quitamos la comida en las cárceles”, espetó a los dirigentes de las pandillas en 2022. En efecto, El Salvador es hoy un país mucho más seguro para amplias capas poblacionales, pero no para los familiares de los detenidos (sean o no realmente pandilleros).

El Salvador
El Salvador Momento Bukele: la izquierda y el problema de la seguridad
En un momento político donde la seguridad se encuentra entre las principales preocupaciones de los ciudadanos de muchos países, discursos como el de Bukele pueden encontrar el contexto perfecto para calar en la población.

Comunicación e influencia

Complementariamente, el “método” tiene mucho de la comunicación del mismo. La “mano dura” contra las pandillas y contra el crimen organizado ya se había aplicado con anterioridad en numerosas experiencias de gobierno en América Latina, con mayor o menor éxito. Lo que verdaderamente diferencia a Bukele de otros gobiernos represivos en el continente es su asfixiante uso de la propaganda en redes, y es la combinación de estas dos lógicas —punitivismo y propaganda intensiva— lo que definen el “bukelismo”. Bukele ha transformado la comunicación en redes de la derecha radical. Sus discursos pretendidamente sencillos y el uso de los formatos verticales que ofrecen plataformas como Youtube, Tiktok o Instagram no solo ha sido determinante en sus éxitos electorales, sino que ha influido enormemente en otros actores de la ultraderecha regional como Javier Milei. Como añadido, el presidente se ha desenvuelto particularmente bien en atriles públicos como las Naciones Unidas. A tal punto es permanente su campaña electoral que ha convertido en centro turístico su nueva cárcel, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), invitando a ella a creadores de contenido en español como Luisito Comunica o Lethal Crysis.

En esta nueva etapa que se abre por delante para el presidente Bukele (con mandato y vía libre hasta 2029), enfrenta tres prioridades: en primer lugar, la consolidación de su modelo represivo y el impedimento del “efecto rebote”; en segundo lugar, el mejoramiento de los estándares sociales y económicos de las clases medias y trabajadoras en El Salvador; en tercer lugar, la expansión de su influencia regional y continental. En este último campo, ha dado ya algunos pasos. Tras la grave crisis securitaria y política en Haití y el consecuente estado de emergencia declarado en el país caribeño, Bukele se ofreció a “arreglar” la situación si le confieren los permisos y los recursos económicos para hacerlo. Esta diplomacia puesta en práctica por el presidente salvadoreño, basada en la especialización de su mandato y en el ofrecimiento de la “exportación” adaptada de su modelo securitario puede otorgarle un mayor peso en Centroamérica y en toda América Latina. Además, la ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich, referenció a Bukele y prometió seguir sus pasos para afrontar la crisis del crimen organizado en la ciudad de Rosario.

Bukele está ganando posiciones en Centroamérica frente a unos liderazgos todavía frágiles como el de Arévalo o el de Xiomara Castro y presidencias salientes como la del panameño Laurentino Cortizo. El especial foco de su presidencia en la seguridad le ha consolidado como uno de los dirigentes políticos mejor valorados en todo América Latina e incluso en el bloque global de las derechas radicales. De hecho, su reciente participación en la CPAC confirmó una tendencia: con un Milei caótico y un Abascal desdibujado, Bukele ha engrandecido su figura a pesar de la pequeñez de su país. Su gobierno se va a extender y va a poder ejecutar su plan sin contrapesos, al tiempo que continúa ensanchando su influencia internacional. En conclusión, la propaganda de Nayib Bukele, determinante en su “modelo”, fomenta la retórica punitivista y habilita discursos antidemocráticos que calan en la medida en que se asienta la percepción de inseguridad.

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