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La Izquierda (Die Linke) está en caída libre. Sin embargo, amplios sectores del partido han comprendido que algo ha de cambiar de raíz si La Izquierda quiere sobrevivir. Desde los catastróficos resultados electorales de 2021, en los que La Izquierda pudo entrar en el Bundestag únicamente gracias a los escaños por mandato directo, los representantes de las diferentes corrientes de la formación han publicado una plétora de análisis y documentos de estrategia. Linke Tiggerpunkte, el estudio de Carsten Braband para la Fundación Rosa Luxemburg, próxima a La Izquierda, es una de las contribuciones más recientes a este debate. Braband muestra cómo el electorado de La Izquierda no solo se ha encogido, sino que además se ha desplazado a la clase media.
Las derrotas electorales de La Izquierda no pueden, pues, culparse a condiciones externas adversas, sino que también han de atribuirse a su orientación estratégica. Braband aclara con su estudio dos mitos y muestra los obstáculos que dificultan la reconstrucción del partido.
Empiria en vez de vibes
En el último congreso federal de La Izquierda en Halle se oyeron fuertes aplausos especialmente cuando se mencionaban conceptos como “clase”, “política de clase” o “perspectiva de clase”. En qué medida La Izquierda mantiene sus raíces en esta clase es una cuestión sobre la que existen considerables discrepancias entre la intelligentsia del partido. Se trata básicamente de una cuestión empírica, por lo que sorprende que circulen tantas respuestas diferentes. Una observación más atenta muestra que el origen de esta controversia puede rastrearse a que las partes en este debate disponen de diferentes registros de datos, pero también que se remiten a conceptos distintos.
Si en 2009 un 20% de los empleados en la producción votaban a La Izquierda, en 2021 solamente quedaba un 4%. Entre los empleados del sector servicios se registra una pérdida de 12 puntos porcentuales
Mario Candeias negó rotundamente el año pasado que La Izquierda haya “perdido al trabajador”. Candeias afirmaba que la mayoría de los potenciales votantes de La Izquierda —esto es, aquellos que no lo son, pero que pueden imaginarse votando a La Izquierda— se identifican como empleados en vez de trabajadores y trabajadoras. Esta identificación no refleja a priori datos objetivos. Que las personas se vean a sí mismas como empleadas es más bien una expresión de que no piensan en categorías marxistas. Además, los empleados no son una clase en el sentido de un grupo con intereses objetivos dentro de una relación de explotación. También es cuestionable en qué medida afirmaciones sobre el porcentaje de diferentes grupos dentro del electorado potencial de La Izquierda puede proporcionar información sobre la pérdida de votos absoluta en diferentes segmentos de la población.
En su estudio, Braband procede de otra manera e investiga no el electorado potencial, sino los resultados de La Izquierda en las elecciones desde el año 2009. Divide el electorado entre clase trabajadora y clase media, y, en estas clases, distingue entre diferentes categorías profesionales: en la clase trabajadora, entre trabajadores del sector productivo, trabajadores del sector servicios y oficinas, y en la clase media, entre “semiexpertos socioculturales”, “expertos culturales”, y “(semi)expertos técnicos” así como cargos administrativos medios y superiores.
Los resultados son dramáticos. Si en 2009 un 20% de los empleados en la producción votaban a La Izquierda, en 2021 solamente quedaba un 4%. Entre los empleados del sector servicios se registra una pérdida de 12 puntos porcentuales. En cambio, entre la clase media, La Izquierda, a pesar de su estancamiento en los resultados electorales, aumentó su porcentaje de votantes, y entre los “expertos socioculturales” esta tendencia se mantiene incluso hasta el año 2021. Con las pérdidas entre la clase trabajadora, sostiene Braband, el electorado de La Izquierda es hoy más marcadamente académico. También es llamativo que en el electorado cada vez más pequeño de La Izquierda haya un desplazamiento cada vez mayor hacia las rentas medias. Las mayores pérdidas las registró entre 2009 y 2021 en los peldaños inferiores de la escala de distribución de ingresos.
Si algo pasa, es que algo sucede
Esta evolución, que para un partido socialista supone una prueba de incapacidad sin matices, ha sido durante mucho tiempo subestimada. La idea de que se han cometido graves errores no parece encontrarse entre quienes han sido los responsables de la estrategia del partido en parte hasta la fecha. El estudio de Braband proporciona ahora pruebas empíricas de que también determinadas posiciones de La Izquierda han contribuido a su derrota.
Braband identifica en varios ámbitos políticos posiciones ganadoras y perdedoras entre el electorado potencial de La Izquierda, así como trade off electorales, esto es, posiciones que son atractivas para un grupo de votantes determinado, pero que otros grupos de votantes rechazan. En el ámbito de la política social hay, tanto entre los votantes potenciales de La Izquierda como entre amplias capas de la población, un claro apoyo a la demanda de un aumento del salario mínimo, a los controles a los alquileres, la energía y los alimentos básicos, y a un aumento de los impuestos a los ricos. No se reconocen posiciones de pérdida entre las reivindicaciones en políticas sociales, únicamente un aumento gradual de la prestación por desempleo no contributiva (Bürgergeld) representa un posible trade off.
Las posiciones favorables a la inmigración encuentran, por el contrario, más bien rechazo. Los votantes de La Izquierda son más sensibles a una política de inmigración más abierta que las personas que forman parte del grupo de potenciales votantes de La Izquierda, lo que indica que las posiciones de La Izquierda en materia de inmigración actúan para algunos como un freno a la hora de votar al partido.
En la cuestión de la entrega de armas a Ucrania el votante de La Izquierda así como su votante potencial están divididos. Ahora bien, es claro que las personas que, por ejemplo, votan a Los Verdes, son partidarios de más entregas de armas, mientras que los votantes de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) la rechazan mayoritariamente, así que aquí se perfila también un trade off. Los abstencionistas, no obstante, están igualmente divididos en esta cuestión. Es interesante señalar que el electorado de La Izquierda ve este rearme con una distancia crítica. De este modo, se distingue claramente de su electorado potencial, lo que deja entrever una posición de pérdida para La Izquierda.
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Como cabe suponer, el debate sobre el estudio se concentra sobre todo en las implicaciones estratégicas de sus resultados, aunque algunas de las interpretaciones son equivocadas. Así, en el diario Neues Deutschland se atribuye a Braband, por ejemplo, la recomendación de que La Izquierda debería “alcanzar, en parte, compromisos con la derecha”. La investigación proporciona por vez primera informaciones empíricas, pero a partir de los hechos solamente (esto es, sin recurrir a valoraciones) no pueden derivarse cambios en la acción del partido. Las implicaciones estratégicas del estudio dependen de los objetivos de La Izquierda.
Consenso y puntos desencadenantes
Uno de los hallazgos centrales del libro Triggerpunkte, de Steffen Mau, Thomas Lux y Linus Westheuser, al que se refiere Braband en su estudio varias veces, es que en muchos temas existe un amplio consenso social. Únicamente algunas cuestiones secundarias que actúan como desencadenantes (trigger) son motivo de conflictos acalorados. Sería imaginable que justo estas cuestiones estuviesen menos destacadas en la comunicación política de La Izquierda sin incurrir por ello en cesiones programáticas.
A ojos de muchos izquierdistas, una postura retórica reservada en materia de política de inmigración equivale a una de esas cesiones, porque interpretan el actual giro a la derecha y los retrocesos en el derecho de asilo antes que nada como un fenómeno discursivo. Si en su lugar se concibiesen ambos fenómenos más bien como una forma de discriminación del débil hacia el más débil, con causas que pueden localizarse de manera más clara en el plano material, podría verse políticamente con más claridad el foco estratégico en los intereses de clase detrás de este giro a la derecha. En el pasado, por ejemplo, muchas personas votaron a La Izquierda aunque consideraban que tenían una opinión de inmigración más conservadora que la del partido.
Mientras La Izquierda apenas tenga raíces en los barrios y en las empresas únicamente podrá intervenir de manera periódica en el acontecer político con sus discursos
Sobre todo, significa la existencia de trade offs electorales para los que La Izquierda ha de apartarse de su posición actual para conseguir de nuevo éxitos en las urnas. Cuando un potencial votante de La Izquierda procedente de Los Verdes se siente atraído por un cartel en contra del endurecimiento del derecho de asilo, pero en la siguiente farola ve colgado uno contra la entrega de armas y se aleja de nuevo del partido, y para un simpatizante de BSW lo mismo, pero al revés, entonces el resultado electoral no puede ser más que una debacle. Si, por el contrario, La Izquierda apunta expresamente a los intereses materiales que unen a la clase trabajadora y se ahorra los “desencadenantes” que pueden dividirla, entonces puede ser una vía para evitar el desplome.
La nueva presidencia de La Izquierda, formada por Ines Schwerdtner y Jan van Aken, parece ser consciente de ello. Ambos defienden que el partido debe centrarse más y que las reivindicaciones sociales deberían estar en el centro de la formación. Este foco en el contenido podría ayudar a fortalecer también la diversidad de opiniones en el partido de la que tantas quejas se oyen, pues en lo que se refiere al trabajo, los alquileres y el estado del bienestar existe en gran medida consenso. Esto es algo más fácil de decir que de hacer, porque mientras La Izquierda apenas tenga raíces en los barrios y en las empresas únicamente podrá intervenir de manera periódica en el acontecer político con sus discursos. Y la atención de los medios de comunicación la reciben solo cuando tratan uno de estos temas “desencadenantes”, que son los que en realidad deberían evitar.
La Izquierda debe, pues, hacer no política para la clase social a la que se dirige, sino también con ella. Éste es un trabajo de construcción que requiere años y fundamentalmente otra manera de hacer política. Si La Izquierda lo logrará es algo que no se puede saber por ahora. Pero con el congreso en Halle se han tomado al menos los primeros pasos en la dirección adecuada.
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El mero nombre ya implica el elitismo de estos progresistas denominados "La Izquierda", como si no existieran otras corrientes y modelos de izquierdas. La clase obrera no necesita de élites intelectuales que pretendan controlar todo desde sus oficinas ministeriales, al tiempo que conviven cotidianamente con nuestros enemigos de clase.
Die Linke tendría que abandonar su vergonzosa ambigüedad respecto a la entidad sionista que le hace ser cómplice del actual genocidio nazi contra el pueblo palestino.