Análisis
El estado de las cosas (6)

Análisis de la coyuntura política y de las posibilidades de acción antisistémica.
Negocio cerrado 1
Un establecimiento cerrado en el centro de Madrid, durante la tercera ola de la pandemia. No CC. David F. Sabadell

Es editor de la New Left Review en español.

16 abr 2023 05:36

0. Cartografías geopolíticas de la crisis: movimientos antisistémicos y clases dominantes estadounidenses y europeas, 1968-2022. Desde el punto de vista de la política posible para el campo político de la izquierda y del impacto de su constitución renovada en el campo político tout court nacional y, sobre todo, trasnacional y posnacional, la ubicación de estas características del actual ciclo sistémico de acumulación de capital respecto a sus condiciones políticas de realización del valor negativo que produce en el corazón del proceso político y por ende en los procesos de construcción de nuevos sujetos políticos y sus formas partido u organizativas resulta esencial y fundamental, porque la especificidad productiva de los actuales procesos de producción negativa de valor atraviesa estratégicamente el ciclo político de los derechos fundamentales, las condiciones vigentes en el mercado de trabajo, la gestión de la fuerza de trabajo migrante y la transformación de la forma Estado por las clases dirigentes actuales, en el sentido ahora mismo apuntado en la parte V de este trabajo. Por otro lado, estas condiciones políticas de realización del valor negativo mantienen una relación umbilical con las formas asumidas por actual crisis de la hegemonía global, porque dificultan enormemente el uso del poder y la potencia de las Administraciones públicas, que se halla capturados y sesgados para garantizar la viabilidad de tal modelo de producción de valor negativo, para desmostar y desprogramar tal matriz de producción de crisis, insostenibilidad y caos sistémico. Y ello también porque además estas condiciones políticas de la realización negativa de valor se hallan comprometidas con el desmantelamiento de lo público y la creación de las condiciones óptimas para llevar a cabo esta por mor del monopolio ejercido sobre los sistemas políticos nacionales por los sistemas de partidos estándar actuales a partir del concurso y la implicación productiva de las propias Administraciones públicas en una especie de reingeniería inversa respecto al mandato del constitucionalismo democrático concebida para la destrucción o el debilitamiento de la productividad de lo público y lo común, así como para la destrucción de los derechos constitucionales fundamentales, apostando, por el contrario, por la producción y acaparamiento privados de riqueza y valor (negativo sistémicamente) mediante la destrucción desde la propia institucionalidad pública de las condiciones y posibilidades de diagnóstico, evaluación y reorganización de los procesos productivos públicos y privados susceptibles de ser realizados en un determinada formación social y en el hinterland regional en la que la misma se halla integrada geográfica y productivamente en función del incremento de la productividad de los derechos fundamentales individuales y colectivos como mapa de la nueva economía política adecuada a la intensidad de la actual crisis sistémica del capitalismo y la calidad política de la actual composición de clase del sujeto productivo, que no es ni obviamente fordista ni tampoco posfordista, ya que la profundidad de la penetración de las relaciones de poder en la constitución material democrático- keynesiana ha sido tal que ha transformado temporalmente las relaciones de fuerza en el mencionado entorno de reinyección exponencial de la violencia estructural de clase en todas formas de reproducción social, incluidas las no relacionadas strictu sensu con el proceso de acumulación, como sucede con el ataque a los derechos reproductivos de las mujeres o con la negligencia absoluta mostrada ante la persistencia de formas arcaicas de racismo, violencia étnica o de acaparamiento y cercamiento del conocimiento, así como con las reiteradas iniciativas de destrucción de los entornos y procesos bioecológicos, paisajísticos o ecosistémicos más allá, en todos los casos, de todo criterio posible de rentabilidad o explotación racional de los recursos. Esta reingeniería inversa de destrucción de la institucionalidad pública y del orden jurídico-constitucional democrático por parte de los actuales sistemas de partidos y la captura de los actuales sistemas políticos por las clases dominantes y sus elites dirigentes y gobernantes se traduce en el corto plazo en el incremento vigoroso de la rentabilidad, en la concentración de la renta y la riqueza y en la reducción y despotenciación de la base imponible nacional, regional y global en beneficio del capital privado y de las clases y elites dominantes que lo gestionan, induciendo en el medio plazo, sin embargo, procesos que hipertrofian todos los rasgos ligados a la insostenibilidad, la injusticia y el empobrecimiento privado y público mencionados, lo cual puede expresarse también diciendo que el bienestar social se reduce exponencialmente en la medida en que las condiciones medias para llevar una vida digan cada vez se restringen más cuantitativamente, al tiempo que cualitativamente se empobrecen y se hacen más desiguales intranacional e internacionalmente las condiciones de reproducción respecto a la potencia de los recursos sistémicos producidos históricamente por la cooperación social del trabajo y por el grado de desarrollo de la fuerzas productivas, institucionales y políticas. Por otro lado, esta panoplia de necesidades infraestructurales de lo público y lo común imprescindibles para el capital privado define, condiciona y propicia la sustancia y las dinámicas concretas de la forma partido necesaria en el momento presente, al tiempo que traza la cartografía de la negatividad de los sistemas de partidos realmente existentes como espacios cerrados, monopólicos y excluyentes de producción de legitimación espuria mediante la invención de nuevas formas y procedimientos de autoritarismo ligados a este nuevo modelo de producción de la dominación de clase y por ende de esterilización y neutralización de la política y de disolución del concepto de lo político como polo de condensación del antagonismo y de la inteligencia crítica colectiva frente a la imposición sistémica unilateral de un modelo de producción de valor negativo insostenible por parte de las actuales clases dominantes hegemónicas globales, que desean prolongar la situación de crisis sistémica, que ya ha entrado en su fase de caos sistémico, del actual ciclo sistémico de acumulación estadounidense y del capitalismo como sistema histórico sin transformar en absoluto sus condiciones de destrucción omnidireccional vigentes en la actualidad, como de nuevo la guerra de Ucrania y la crisis ecosistémica demuestran de modo inapelable.

Este conjunto de variables precipita simultáneamente en la subordinación geopolítica de las formaciones sociales implicadas en este proceso de neutralización de la política (europeas en nuestro caso), que los sistemas de partidos y las actuales formas Estado imponen como fundamento último de su concepción de lo político y como razón última de la subordinación de la riqueza y los derechos fundamentales a la hipótesis del mantenimiento de las dinámicas de reproducción del capitalismo histórico en su concretización actual en las patologías del ciclo sistémico de acumulación estadounidense. Todo ello con consecuencias desastrosas para la propia dilucidación de las condiciones de posibilidad de la constitución de una estrategia geopolítica ideada por las clases trabajadoras y pobres funcional para la construcción de un modelo político y por ende de un campo político en el que dirimir el conflicto con el resto de sujetos políticos prosistémicos pivotado en torno a la producción de derechos fundamentales o, simplemente, en la versión más pobre y en esta coyuntura decisiva, para abrir un escenario capaz de lograr una salida negociada inmediata del conflicto ucraniano y susceptible de garantizar el mantenimiento de condiciones de no sometimiento prácticamente total de la región europea a la estrategia y el proyecto insostenible del mantenimiento de la hegemonía global estadounidense, como la guerra de la OTAN contra Rusia librada en suelo ucraniano ha demostrado ad nauseam al hilo de las muestras de la absoluta incompetencia de las clases y elites dominantes europeas, cuya esterilización y derechización de los sistemas políticos de todas y cada una de las formaciones sociales europeas y de la propia Unión Europea durante las últimas tres décadas a lo largo del denominado proceso de integración europea han producido campos políticos, cuya perspicacia ha concluido en el entreguismo total del ya complicado y disfuncionalmente democrático proyecto europeo al proyecto hegemónico estadounidense verificado desde febrero del pasado año sin que esta última, por no hablar de sus Estados miembros, haya sido capaz de diseñar plan alguno para crear un espacio y un proyecto geopolítico capaz de influir mínimamente si no en el tablero mundial al menos contundentemente en el tablero regional europeo, mediterráneo y a la postre euroasiático o, simplemente y como cuestión de mínimos, para encontrar, como decíamos, una salida negociada a la guerra ucraniana que otorgue garantías de seguridad y, tal vez, modelos de cooperación a escala europea no ligados unilateral y exclusivamente a los cálculos de poder geopolítico de la potencia estadounidense y, en la mejor de las hipótesis, capaz de crear entornos de comportamiento orientados por la cooperación y la por no competencia salvaje definidos al hilo de la hiperdemocratización de los campos políticos nacionales como resultado de luchas y proyectos constituyentes que sean capaces de conformar su sustancia política a partir de la crítica de la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, de sus efectos microestructurales y macroestructurales y del capitalismo como sistema histórico, de acuerdo con lo expuesto en este trabajo, y concebir a partir de la expansión de este núcleo fortalecido de los derechos constitucionales fundamentales la economía política necesaria para neutralizar la tendencia a utilizar la guerra a fin de satisfacer las necesidades de la actual economía política del ciclo sistémico de acumulación en situación de caos sistémico.

La desdemocratización de los sistemas políticos nacionales y su hipernacionalización –que constituye, como hemos analizado, el reverso de la primera y que evidencia la estrategia impuesta por las clases dominantes globales y regionales después de 1968 ligada a su absoluta incomprensión de lo que está en juego en esta crisis de la hegemonía global y paradigmáticamente, como decíamos hace un instante, lo que arriesga la posición europea en la actual guerra– han producido la imposibilidad de incluir las opciones geopolíticas como objetos políticos privilegiados en los campos políticos nacionales, lo cual (1) hubiera implicado la introducción de corrientes muy poderosas de redemocratización, si la sustancia y las dinámicas democráticas se hubieran expandido en la línea del tratamiento político de las opciones geopolíticas en juego durante las últimas tres décadas y de su relación indisoluble con la intensificación del contenido democrático de estos campos políticos dichos nacionales y por ende de los procesos de reproducción social de las formaciones sociales afectadas por esta nueva ola de constitución democrática, dado que la relación insostenible entre una geopolítica autoritaria, violenta y depredadora, carente de todo componente de cooperación situado más allá del mantenimiento del actual proyecto del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y sus consecuencias monetarias, ecoproductivas, económico-financieras y militares, por un lado, y la afirmación, fortalecimiento y reinvención de los derechos fundamentales como criterios sistémico y constitucional de organización social, por otro, ya había sido puesta en evidencia tendencialmente por la revolución de 1968 y de modo más inmediato por la eclosión del movimiento antiglobalización desde 1999 como necesidad ineludible de la actual composición de clase en la afirmación de sus necesidades materiales y de su insobornable defensa de lo común, que por definición no son ni pueden ser nacionales, dada la trayectoria plurisecular del colonialismo y el imperialismo ligado al capitalismo histórico conformado por las clases propietarias occidentales; y (2) hubiera introducido además en estos campos políticos nacionales en proceso de redemocratización vectores muy poderosos para construir paulatinamente la desnacionalización de la política doméstica y regional y la generación de campos políticos posnacionales en el espacio europeo, lo cual hubiera permitido romper la exclusión y el bloqueo que clases dominantes globales hegemónicas imponen sobre la mera discusión de las opciones verdaderamente democráticas de las opciones geopolíticas en juego en esta fase de caos sistémico, como demandaba, de modo todavía vacilante, la onda de movilizaciones contra la guerra protagonizadas por el mencionado movimiento antiglobalización y contra el paquete de intervenciones de la potencia hegemónica estadounidense en Iraq y en Oriente Próximo en torno a 2003, onda que a su vez se remontaba a las grandes movilizaciones contra la instalación de misiles intercontinentales en el corazón de Europa de principios de la década de 1980 y, de hecho, a la movilización general contra la Guerra de Vietnam de las dos décadas precedentes, movilizaciones todas ellas inscritas en el código genético de la actual composición de clase y a fortiori en la mejor tradición político-intelectual del sujeto proletario global.

Este uso sistemático de la guerra se produce precisamente en el momento en que el fin de la historia debía convertirse en el horizonte de la época

La actual composición de clase del trabajo vivo comprendió a la perfección en torno a 1968 y luego de la mano del movimiento antiglobalización que la conservación y expansión de los derechos constitucionales fundamentales conquistados transnacionalmente durante el periodo de entreguerras y posguerra, así como la propia dinámica político-institucional del constitucionalismo democrático, que dotó de forma jurídico-política a los mismos, exigía la inclusión en los campos políticos dichos nacionales de las cuestiones geopolíticas ligadas a la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y a la propia crisis del capitalismo histórico, cuyo primer balizamiento de masas se había efectuado en torno a la revolución global de 1968 y cuyos primeros síntomas de crisis precipitaron en la década de 1970, porque el comportamiento histórico de este ha utilizado de modo recurrente la guerra a escala masiva como expediente de reestructuración de las relaciones de producción y de gestión de las transiciones de la hegemonía global, que en la coyuntura histórica actual supone la introducción de variables independientes e inéditas en el comportamiento del conjunto del sistema-mundo capitalista en tanto que el propio capitalismo como sistema histórico iniciaba un proceso de crisis específico desconocido en las grandes transiciones hegemónicas que el mismo había conocido desde sus albores en el siglo XVI, hecho que impone, de modo más peligroso si cabe, el recurso a la guerra para la gestión de la actual transición hegemónica global en un entorno atravesado y devastado por tipos de crisis desconocidos en las transiciones hegemónicas previas como son la aleatoriedad de la crisis ecosistémica, la capacidad de incidir militarmente en la reproducción de la vida en el sistema-tierra, la hiperdensidad de las redes de intercambio económicos, la dependencia monetario-financiera global y la vulnerabilidad biológica ligada a la destrucción del entorno natural. En este entorno, que define la coyuntura actual de caos sistémico, el uso del recurso a la guerra ha asumido su función reguladora expresada en la forma de la serie de crisis bélicas registradas durante las últimas tres décadas, que han afectado al centro del continente euroasiático (Balcanes, Iraq, Irán, Cáucaso, Afganistán), a Oriente Próximo (Yemen, Siria), el Magreb (Libia) y al continente africano (República Centroafricana, Burundi, Ruanda, Etiopía, Sudán, Somalia, Sahel), cuya lógica ineluctable se materializa ahora en la actual guerra de Estados Unidos y la OTAN librada en Ucrania contra Rusia en torno al eje cambiante de la actual transición hegemónica global.

Y ello a contrapelo de la supuesta pacificación de la historia construida desde principio de la década de 1990 como matriz ideológica pura, dada la virulencia y la contrafacticidad de su hipótesis, por la ideología dominante en la medida en que el inicio del uso de la guerra de modo sistemático se verifica precisamente en el momento en que desaparecía el contrincante global por antonomasia de la potencia estadounidense durante el largo siglo XX, organizándose como instrumento de regulación de la transición hegemónica, en un primer momento descrita bajo la rúbrica de la unilateralidad irrestricta de aquella, y como índice de las pretensiones de utilizar la violencia armada para resolver la crisis estructural de su ciclo sistémico de acumulación. Este uso sistemático de la guerra se produce precisamente en el momento en que el fin de la historia debía convertirse en el horizonte de la época, descripción que debía redefinir da capo el funcionamiento de los sistemas políticos y de los sistemas de partidos nacionales, no solo internamente, como es obvio, para destruir la constitución material fordista y luego posfordista, sino sobre todo mediante la adecuación del comportamiento de ambos a las exigencias planteadas por la nueva governance geopolítica y geoestratégica que la potencia hegemónica imponía en la década de 1990 y que las potencias regionales declinaban en esa misma longitud de onda (Maastricht, 1993, Guerra de los Balcanes, 1991-2001, etcétera) de acuerdo con sus preferencias y proyecciones de poder regionales y locales, lo cual la ideología dominante construyó en torno al concepto de «crisis del orden liberal internacional», cuya lógica última obedecía a la necesidad de permitir apropiarse tendencialmente de todos los recursos sistémicos disponibles en el sistema-mundo y en el sistema-tierra capitalistas para asignarlos de modo diferencial a la disputa geopolítica en curso, que en la episteme de las clases dominantes occidentales siempre se lee como la libertad de acción irrestricta para el uso de la violencia como dispositivo privilegiado de acumulación de capital, característica sistémica y línea estratégica primordial durante la totalidad de los periodos de transición hegemónica global, así como del actual, el cual contempla en esta coyuntura la crisis de todo un modelo de constitución social plurisecular producto del capitalismo histórico. Esta crisis de la constitución social fruto de la crisis inédita del capitalismo como sistema histórico, bosquejada en la crítica y la práctica antagonista de la revolución de 1968, ha transformado esta preponderancia de la guerra, que ha pasado de ser una lógica tendencial del sistema-mundo capitalista a convertirse en un elemento primordial del actual ciclo sistémico de acumulación de capital liderado por Estados Unidos y de su régimen de crecimiento, cuyas relaciones de fuerza, sus rasgos inequitativos y sus pautas de insostenibilidad y poder desequilibrado el denominado Occidente colectivo pretende proyectar en el largo siglo XXI de la new american century con los previsibles resultados catastróficos degustados preliminarmente durante las últimas dos décadas.

1. Revolución global de 1968, movimiento antiglobalización, sujetos antisistémicos 2001-2030. Las clases dominantes europeas se han comportado, pues, de modo diametralmente opuesto al postulado por los movimientos sociales y políticos de la nueva composición de clase expresados durante las últimas dos décadas, pero cuya elaboración epistémica, teórica y política a la postre se retrotrae a 1968, cuando estos efectuaron diagnósticos absolutamente pertinentes a partir de la crítica sustancial del capitalismo como sistema histórico elaborada desde entonces, del modelo de globalización de las relaciones de producción capitalistas y del uso de la guerra para resolver las intensas dinámicas de insostenibilidad que la economía-mundo capitalista traía aparejada social, ecosistémica y geopolíticamente hablando como consecuencia de los desequilibrios expresados en el comportamiento del ciclo sistémico de acumulación estadounidense ya puestos evidencia desde principios de la década de 1970. Esta desdemocratización de los sistemas políticos europeos decidida por las clases dominantes después de 1968 produjo la no inclusión de estos nuevos sujetos políticos en los respectivos sistemas políticos, lo cual malogró y a la postre impidió el desencadenamiento de los correspondientes procesos de producción de los objetos políticos pertinentes para conceptualizar y procesar estas líneas de crisis sistémica y estructural puestas en evidencia durante las décadas de 1970 y 1980 en los campos políticos de las formaciones sociales europeas (y no solo obviamente) consistentes fundamentalmente en la politización de las decisiones sistémicas tomadas por la potencia hegemónica global y sus bloques de poder regionales y en los efectos que ellas iban a tener, como de facto tuvieron y todavía tienen, en las dinámicas de reproducción de las condiciones de vida social y política de las clases trabajadoras y pobres durante las décadas siguientes, cuya profundidad y omnidireccionalidad ya eran absolutamente perceptibles in nuce a principios de la década de 1980. Igualmente estos movimientos sociales y los protosujetos políticos de la nueva composición de clase surgidos en las décadas de 1960 y 1970 indicaron con toda pertinencia la virulencia de la crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico, que era obviamente global en su dimensión geopolítica, que ya habían comenzado a detectar con toda pertinencia durante la primera de ellas, que elaboraron durante la siguiente y lograron dotar de visibilidad global a finales de la de 1990 de la mano del movimiento antiglobalización. Y esta es la razón por la que la Guerra de Vietnam tuvo tal carácter catalizador del conjunto, variadísimo por otro lado, de respuestas antisistémicas, antagonistas y subversivas registradas tanto en el Norte como en Sur globales respecto al orden de posguerra, esto es, respecto a la recuperación del ritmo sistémico del capitalismo tras la guerra civil europea y la transición de la hegemonía británica a la estadounidense y tras la estabilización de la Unión Soviética como realidad geopolítica ineludible e insoslayable, porque los movimientos antitérmicos no olvidaron, en medio de la denominada fase de esplendor del capitalismo, que la guerra era consustancial al mismo y que ni siquiera en el ápice del poder de las clases trabajadoras convenía olvidar que ese horizonte de desestabilización y reestructuración por medios bélicos reaparecería fatalmente con dimensiones de nuevo realmente globales, como está sucediendo en la tercera década de silgo XXI, dado que constituía el fundamento del orden de posguerra, de la paz armada del Estado del bienestar y del fordismo democrático, así como de la enorme violencia desplegada por la potencia hegemónica estadounidense y sus aliados occidentales en el Sur global, atravesado durante les trente glorieuses por el enorme coste hecho pagar por el bloque occidental primero a los movimientos de liberación nacional surgidos del mundo colonial europeo, luego a las formas Estado y las economías políticas implementadas por los sujetos y regímenes políticos surgidos de los mismos en su intento de encontrar sendas de desarrollo capaces de eludir la presión constante del régimen de acumulación global impuesto por el ciclo sistémico de acumulación estadounidense durante el periodo de posguerra y entretanto testigo de la violencia masiva aplicada a toda impugnación antisistémica coherente del denominado orden liberal internacional verificada en la periferia y la semiperiferia del sistema-mundo capitalista durante el mencionado periodo de posguerra de Indonesia, Guatemala e Irán a Vietnam, Camboya, Argentina y Chile, y de Grecia, Portugal y España al Congo, Brasil o Corea. Esta era igualmente, en realidad, la concepción de la coyuntura elaborada más o menos clarividentemente por los actores que giraban en torno al movimiento antiglobalización al hilo de la crítica del capitalismo y de la teoría de la autonomía de clase construida desde la década de 1970 en virtud de las cuales la crisis del capitalismo y del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, manifestada a un nivel de madurez mucho mayor desde mediados de la década de 1990, únicamente podía precipitar de forma catastrófica, dadas las decisiones tomadas por las clases dominante hegemónicas globales durante las dos décadas precedentes y dado el debilitamiento democrático de los sistemas políticos nacionales derivado de la dura reestructuración de los procesos productivos y de su financiarización verificados desde 1968, fortaleciendo todo ello su intuición de que en tal menú de opciones catastróficas la guerra estaría presente de nuevo de modo preponderante, como demuestra la continuidad fluida y espontánea que corre entre las protestas de Seattle de 1999 y las grandes manifestaciones contra la guerra organizadas por el movimiento en torno a 2003, y que tal irrupción renovada de la violencia bélica exigiría un concepto de lo político, una forma de la política y unos modelos y prototipos organizativos que el movimiento se afanó en buscar pero no logró dotar de la coherencia y la proyectualidad necesarias, si bien afirmó de modo vigoroso como constatación de la robustez del pensamiento y la práctica críticas.

Esta estrategia de desdemocratización de los sistemas políticos nacionales democráticos (o la intensificación del carácter violento y autoritario de los que no lo son) fue implementada a escala europea (y no solo) por sistemas políticos y por sistemas de partidos nacionales de la mano de clases y elites dominantes nacionales cada vez más articuladas con la governance geopolítica neoliberal (expresado con este adjetivo por pura economía expositiva), los cuales legitimaron la ineluctabilidad del nuevo orden global que ya se vislumbraba en la década de 1980 y se asentaba en la de 1990 para despegar su breve vuelo a velocidad de crucero durante la siguiente y comenzar su desintegración de la mano de la irracionalidad creciente desplegada desde la crisis de 2007/2008 y culminada en 2022 en un escenario como el actual, cuya gravedad desnuda sin contemplaciones la incompetencia de sus clases dirigentes y la impotencia absolutas de estos sistemas políticos y de sus sistemas de partidos, cuando la potencia hegemónica estadounidense recurre a la guerra y a la imposición de sus opciones geoeconómicas, geoestratégicas y militares sobre Europa e impone el duro filo de la lucha de clases global. Como han demostrado los meses transcurridos desde febrero de 2022, la injerencia directa en las condiciones primordiales de producción, de competencia y de libertad de empresa de los capitales europeos, sobre todo del alemán y de su órbita productiva, y en los respectivos modelos de sistema-país, ha sido inmensa ante la absoluta incapacidad de reacción y la más total desorientación de las elites políticas y clase dirigentes que gestionan estos. El concepto de sistema país, aun problemático y disfuncional en su conceptualización y configuración actual, resulta determinante de la disputa política realmente existente en los propios campos políticos nacionales y en el seno de la Unión Europea y es crucial en cuanto a los impactos de la crisis o de la guerra actual sobre las respectivas clases trabajadoras y pobres nacionales, que se hallan atrapadas en la doble pinza nacional y supranacional gestionada por elites y clases dirigentes nacionales a un tiempo renacionalizadas y, al mismo tiempo, entrenadas y homologadas supranacionalmente para crear la institucionalidad que permite la destrucción de la cohesión nacional y la respectiva lógica constitucional de sus formaciones sociales, las cuales son sometidas así a ulteriores tensiones que a su vez esos mismos sistemas políticos nacionales son cada vez más incapaces de gestionar, lo cual genera elites cada vez más afinadas a la lógica supranacional liberal y, como se ha demostrado estos meses de guerra, geopolítica y geoestratégicamente ciegas y literalmente inútiles a la hora de comprender qué está en juego en esta coyuntura, ni qué concepto de lo político ni qué forma de la política son necesarios para evitar la intensificación exponencial de la actual crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico o, más modestamente, para eludir la catástrofe bélica y la perniciosa difusión de sus efectos acumulativos.

El impacto de esta crisis geopolítica sobre el continente europeo y la institucionalidad de la Unión Europea –la cual nosotros situamos en el periodo de caos sistémico abierto por la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y la enormes dificultades de reproducción no catastrófica del capitalismo como sistema histórico– es, pues, el correlato de sistemas políticos desdemocratizados y desdemocratizadores y de la reducción drástica de los objetos políticos que han podido ser producidos, introducidos y tratados en los mismos desde la revolución de 1968 y, sobre todo, desde el surgimiento del movimiento non global. Esta red de procesos de restricción de los objeto políticos tolerados por los sistemas políticos y de partidos activos en el sistema-mundo capitalista, pero habría que cualificar diferencial y empíricamente la acotación, constituyó la senda de entrada de un específico tipo de captura, reorientación y transformación de las formas Estado y de los protocolos de legitimación de un modelo social y geopolítico tan segmentador como disfuncional, cuando los efectos acumulativos de esas tendencias y de sus modelos de estructuración socioeconómica precipitaron y precipitan todavía hoy sobre las condiciones mismas no solo de la reproducción social en su conjunto, sino específicamente sobre las condiciones mismas de acumulación de los capitales regionales y de las condiciones de posibilidad de su carácter nacional o subimperial, como demuestra en estos momentos la situación socioeconómica creada en el continente europeo tras la invasión rusa de Ucrania y el desorden caótico que ha introducido en el funcionamiento de la Unión Europea y, por supuesto, en los diversos sectores productivos y en las estructuras económicas de los diversos Estados miembros, cuya situación no ha dejado de agravarse durante los meses anteriores y que solo se agravará todavía más durante los próximos. La crisis ucraniana y sus devastadores efectos productivos, energéticos, monetarios (inflacionarios y mercado de divisas), ecosistémicos y geoestratégicos desplegados en Europa (pero no solo) ha encontrado y dejado a las clases y elites dominantes y dirigentes europeas tan desnortadas e inermes en su seguidismo de las decisiones estadounidenses, como prácticamente incapaces de reaccionar de modo mínimamente coherente ante la misma, dado que han sido absolutamente incapaces no ya de anticipar mínimamente la secuencia de acontecimientos, puntos de bifurcación e impactos acumulativos y correlativos, que se derivaban de la aceptación entusiasta del proyecto hegemónico estadounidense propuesto durante las últimas tres décadas tras el hundimiento de la Unión Soviética y de todo el orden geopolítico de posguerra, sino incluso de elaborar una respuesta eficaz una vez desatada la actual crisis geopolítica ucraniana, olvidando no solo que en el capitalismo la crisis es por definición geoeconómica, geoestratégica y bélica, sino también que, por definición, la estratificación de la subordinación del consenso mostrado con un determinado proyecto hegemónico global y con su respectivo modelo de ciclo sistémico de acumulación por las diversas formaciones sociales del sistema-mundo capitalista es consustancial al comportamiento histórico del capitalismo, como lo es igualmente la recepción de la violencia emanada de la potencia hegemónica global, que se dirige tanto contra competidores, enemigos e insubordinados, como se canaliza contra subordinados, amigos y aliados de la misma.

Esto sucede cuando el sistema-mundo capitalista entra en una fase de crisis de hegemonía global y por ende de caos sistémico y de competencia sistémica global en torno al ciclo sistémico de acumulación vigente y las posibilidades vislumbradas por los distintos grandes actores de llevar a este a un entorno reproductivo más favorable hipotéticamente a sus intereses geoestratégicos –como demuestra hoy la disputa con China y el conglomerado del sudeste asiático– o de prolongarlo por parte de la potencia hegemónica, que lo ha liderado y deja de serlo recreando los activos sistémicos acumulados en el ciclo sistémico de acumulación controlado por ella o, como ha sucedido en las transiciones hegemónicas precedentes, explotando al máximo las rentas diferenciales de poder sistémico acumulado para mantener una posición preponderante y relativamente privilegiada pero ya no hegemónica, si realmente se inicia un ciclo sistémico de acumulación netamente nuevo en términos de poder productivo, empresarial-logístico-organizativo, tecnológico, monetario-financiero y militar y, por supuesto, (geo)político.

La debilidad de los movimientos y sujetos antisistémicos actuales se manifiesta de modo crucial y paradigmático en la degradación del proceso de trabajo

En este sentido, conviene no olvidar que durante la década de 1990 se ponen claramente en evidencia –como demuestra de modo inequívoco pero todavía políticamente inmaduro el ciclo del movimiento alterglobalización– los puntos de tensión del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y de su modelo geopolítico y comienzan a parecer cada vez más problemáticos –más allá del espejismo del hundimiento de la URSS y del campo soviético, que solo los más torpes de los torpes leyeron como la pacificación final del capitalismo y el fin de la historia, así como la prueba inequívoca de la viabilidad de su funcionamiento sistémico– los fundamentos socioproductivos del mismo y por ende el rango de variación posible de su capacidad de transformación, dada la configuración del poder sistémico de la potencia hegemónica, la tupida arquitectura de sus alianzas y la debilidad relativa de sus potenciales competidores o, en el peor de los casos, de sus enemigos a principios del milenio, y la perspectiva de clase que las clases dominantes hegemónicas occidentales habían dotado a su modelo de poder durante las tres décadas precedentes, todo lo cual definía el escenario para la crisis sistémica de 2007-2008 y a la postre para la crisis de 2022.

Además durante las décadas de 1980 y 1990 se pone igualmente de manifiesto con toda nitidez de nuevo y ante la más absoluta incapacidad de comprensión por las clases dominantes y de las clases dirigentes globales y a nuestros efectos europeas de los escenarios políticos, macroeconómicos, ecosistémicos y militares asociados a la extrema profundidad y disfuncionalidad del modelo de explotación propiciado por el comportamiento del ciclo sistémico de acumulación estadounidense desde principios de la década de 1980 respecto a (a) la productividad total de los factores de la cooperación social del trabajo y expropiación creciente, (b) los procesos ecosistémicos primordiales y la indiferencia absoluta a sus equilibrios, necesidades e impactos, (c) la propia voluntad de debilitamiento de la constitución política democrática de las formaciones sociales del sistema-mundo capitalista, a partir de las cuales se verifican los procesos de acumulación de capital y de poder geopolítico, y last but not least el impacto de todo ello para garantizar (d) un nivel bajo de actividad y constitución política de los movimientos antisistémicos y sus correspondientes sujetos políticos y por ende su incapacidad temporal de incidir en las estructuras, subestructuras y relaciones de poder de la reproducción social de las respectivas formaciones sociales a prácticamente todas las escalas geográficas y geopolíticas del sistema-mundo capitalista mediante la producción de conflicto, disputa sobre la orientación y dirección del sistema capaz de regular o de dialectizar este mínimamente. Todo ella crea un situación provisional de unilateralidad que la potencia hegemónica estadounidense y sus aliados aprovechan para extremar todavía más los vectores de comportamiento del capitalismo histórico condensados en su aplicación a las propias patologías del ciclo sistémico de acumulación estadounidense en la configuración asumida por el mismo durante la década de 1990.

A este respecto, la debilidad de los movimientos y sujetos antisistémicos actuales se manifiesta de modo crucial y paradigmático en la degradación del proceso de trabajo y del conjunto de procesos y subestructuras ligados con al mismo, que dadas la actual composición de clase, la calidad del antagonismo expresado conceptual e históricamente en su tendencialidad y las modalidades de dominación de clase vigentes en ese momento, definen un conjunto de problemáticas, que coinciden tendencialmente de modo especular con la mencionada dinámica de reproducción social impuesta por la clases dominantes hegemónicas globales, que es subjetiva, territorial, espacial, estructural, ecosistémica y política, y con las áreas de crisis primordiales mostradas por la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense desde mediados de la década de 1980, cuando la ruptura del paradigma fordista se vislumbra claramente como una intensificación autoritaria y brutal de las prerrogativas de las clases propietarias dominantes sobre el salario directo e indirecto carente de toda toma de conciencia de lo que esta crisis del fordismo y del desarrollismo suponían para la estabilidad de la reproducción del mencionado ciclo sistémico de acumulación estadounidense y del propio sistema-mundo capitalista, dadas las opciones y decisiones tomadas por ellas y manufacturadas por las diversas formas Estado durante las últimas cuatro décadas, así como lo que implicaban para los escenarios y situaciones de caos sistémico y la posibilidad o imposibilidad de incidir si fuera el caso de modo coherente sobre sus dinámicas más peligrosas y perversas por parte de las clases dirigentes y elites políticas –europeas en nuestro caso pero no solo– desde la funcionalidad de los respectivos sistemas políticos y sus correspondientes formas Estado, como la actual guerra de Ucrania ha puesto y sigue poniendo en evidencia con una gravedad y un peligro objetivo escalofriantes.

2. La composición de clase de la democracia degradada actual y la guerra de Ucrania. Las clases dominantes y las clases dirigentes y elites políticas europeas y a fortiori occidentales, conformadas como hemos indicado por la reestructuración de los sistemas políticos y de los sistemas de partidos europeos en clave absolutamente prosistémica durante las últimas tres décadas al hilo de un proceso que incidentalmente ha expulsado e impedido el acceso de nuevos sujetos políticos ligados a la nueva composición de clase productiva presentes en el seno de los mismos, leen la imposición de la ortodoxia neoliberal y, luego, el uso contemporáneo de la guerra desde finales de la década 1990 y ahora del conflicto ucraniano como el enésimo proceso de modernización capitalista, de racionalización del mercado mundial progresivamente purgado de impurezas sociopolíticas, no logrando comprender, sin embargo, las puestas en juego que se dirimen al hilo de ambas estrategias ligadas a la crisis de hegemonía global estadounidense, que azuzada por el modelo de acumulación geopolítico neoliberal trae inexorablemente aparejadas formas de crisis sistémicas múltiples cada vez mas destructivas. Esta incapacidad epistémica siempre ligada a la brutalidad política les hace absolutamente ineptas e incapaces de conceptualizar, por consiguiente, (1) tanto la nueva lógica de acumulación de capital a partir del impacto de esta exclusión política de la nueva composición de clase de la fuerza de trabajo como sujeto político y los efectos que ello tiene sobre las relaciones de producción y sobre la estructura productiva y por ende política de las formaciones sociales contemporáneas, (2) como sus efectos microfísicos en todo el conjunto de procesos, dinámicas y subestructuras sociales, económicas, culturales, constitucionales y políticas. Al tiempo estas clases dominantes y las clases dirigentes y elites políticas europeas y a fortiori occidentales (3) consideran la ineluctabilidad y la conveniencia de esta exclusión como el correlato coherente y plausible de esa expulsión de los sujetos políticos no homologados por la episteme neoliberal, a contrapelo de la situación verificada en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial durante las cuales la contundente presencia del sujeto obrero en el corazón del proceso político había representado, de una u otra manera, la conditio sine qua non de la reproducción de la fuerza de trabajo como un dato político insoslayable en las sociedades dichas democráticas, lo cual en esta coyuntura deja como legado un sistema político vaciado y desaguazado, ciegamente prosistémico y digamos procíclico respecto de las tendencias de crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, como demuestra ad nauseam el comportamiento de las elites políticas europeas desde el 24 de febrero de 2022 y a fortiori desde 1999 o 2003, por utilizar fechas emblemáticas del movimiento non global, comprendido aquí como un intento dotado de vocación planetaria y desde luego europea de constitución política contra estas elites ciegas, sordas y mudas ante la actual crisis sistémica del capitalismo y sus macroscópicas consecuencias para el sistema-tierra y las clases trabajadoras y pobres globales, incapaces durante las últimas décadas de disputar e incidir en la dirección sistémica diseñada por las clases dominantes hegemónicas occidentales. Estas tendencias se han concretizado, pues, al hilo de las crisis sistémicas que se han adensado durante las últimas dos décadas, en una falta de capacidad de respuesta apabullante a las mismas (2003, 2008, 2020, 2022) por parte de estas clases dominantes y dirigentes y de sus elites políticas, absolutamente conmensurable a la inversa, por otra parte, con la enorme gravedad representada por la no intervención o la intervención errónea sobre las mismas, la cual ha finalmente precipitado el 24 de febrero de 2022 con el estallido de la guerra y la absoluta incapacidad de la Unión Europea de gestionar las consecuencias del conflicto bélico en términos no autolesivos y autodestructivos, ante el tendencial debilitamiento o destrucción de la capacidad de gestión geopolítica europea de la misma, y por ende del deterioro del tejido socioproductivo del continente europeo, lo cual trae aparejada indefectiblemente la aplicación de una vuelta de tuerca más asfixiante todavía tanto del sistema de derechos constitucionales fundamentales vigente, como de la sustancia democrática de los sistemas políticos europeos y de sus respectivos sistemas de partidos.

Tanto los sistemas políticos como los sistemas de partidos europeos celebran ahora la unanimidad en la incompetencia mostrada como el logro definitivo de la racionalidad máxima alcanzable por ellos, que no es otra que la impuesta por el curso sistémico de los acontecimientos y de las actuales relaciones de poder sistémico, que las clases y elites dominantes europeas no logran ver como un proceso sociohistórico complejo sobredeterminado por las lógicas de la crisis y la transición de la hegemonía global estadounidense, cuyo proceso mismo implica la subalternización irremediable de Europa y por ende de sus clases trabajadoras y pobres al nuevo diseño hegemónico estadounidense -por no hablar de sus efectos sobre las formaciones sociales del Sur global–, sino que lo construyen ideológicamente como una secuencias de decisiones, cuya realidad fáctica está constituida intrínsecamente por la misma restricción de las relaciones de poder y dominación globales que aplican cuando diseñan o analizan el funcionamiento de las formas Estado y de las democracias degradadas de las que extraen cómodamente su legitimación y su enorme espacio de acción para imponer sus decisiones lesivamente minoritarias, como demuestra la serie de decisiones gravísimas tomadas por las clases y elites dominante durante el curso de esta guerra o la governance neoliberal impuesta desde 1993 a los Estados miembros de la Unión Europea. Este diseño es obviamente un proyecto de poder de clase y de subalternización de toda pretensión política y de todo sujeto político que postule que la crisis es de tal envergadura que la no democratización política de sus tendencias, de sus condiciones de posibilidad y de sus impactos sistémicos multidimensionales es la premisa irrefutable del agravamiento de las crisis-señal sistémicas actuales (2000, 2003, 2008, 2020, 20022), que solo pueden agravarse hasta la irreversibilidad de sus consecuencias más negativas, si simplemente las clases y elites dominantes occidentales y de modo subalterno las no occidentales que se han constituido como aliadas o enemigas prosiguen con los procedimientos de toma de decisiones producto de los actuales sistemas políticos y de partidos oligárquicos e intelectualmente degradados de los que han sido expulsados los sujetos políticos ligados a la nueva composición de clase. Estos sujetos políticos eventualmente se construyen en un entorno en el que son considerados, por definición, como sujetos políticos ilegítimos y privados, pues, por consiguiente, de todo derecho de representación y por ende de intervención sobre la arquitectura de la forma Estado y su lógica de funcionamiento local y supranacional, ámbito que en el contexto europeo es simplemente crucial y fundamental, lo cual excluye por definición su participación y disputa en los ritmos macroeconómicos y geopolíticos del sistema-mundo capitalista contemplados desde las respectivas necesidades de la reproducción regional y local, como de nuevo demuestra de modo trágico la coyuntura de la actual guerra ucraniana y a fortiori ha demostrado la governance de la Unión Europea de la crisis sistémica de 2007-2008 hasta la fecha. Todo lo cual retroalimenta la situación objetiva de debilidad en la que se encuentran los movimientos sociales, antisistémicos y no, y por ende señala las condiciones en las que se verifican los procesos de constitución de los posibles sujetos políticos antisistémicos en la presente coyuntura.

Resulta fundamental señalar en este sentido que una parte consistente de esta nueva composición de clase de la fuerza de trabajo (re)productiva ha sido la que ha protagonizado el ciclo político non global indicado y la que ha efectuado la primera crítica político-intelectual de la crisis de la globalización neoliberal y del deterioro de la forma constitucional democrática ligada a la misma, lo cual ha abierto un espacio epistémico-político enorme para teorizar su propia composición de clase técnico-productiva, intelectual, moral, constitucional y política en tanto que vector político primordial a la hora (1) de pensar la organización de los procesos de producción de valor y por ende de pensar las condiciones democráticas de la infraestructura sociopolítica de los mismos y de la forma Estado que los hace posibles, así como (2) de definir los paradigmas de producción y los paradigmas de intervención política susceptibles de diseñar escenarios plausibles y pragmáticos de salida de la crisis multidimensional producida durante las últimas décadas por la unilateralidad autoritaria impuesta por clases dominantes y dirigentes hegemónicas globales y locales sobre los sistemas políticos normativamente democráticos y por la violencia sistémica aplicada por las mismas a fin de que el principio democrático ralentice al máximo su sobredeterminación de los procesos de reproducción social a escala del sistema-mundo capitalista y por ende de las formaciones sociales que lo constituyen –con consecuencias más que trágicas catastróficas en buena parte del Sur global–, lo cual ha traído aparejado un coste colosal en términos de despilfarro de recursos, daño ecosistémico, corrupción moral y constitucional, perdida de vidas y deterioro abismal de la calidad de vida de las clases trabajadoras y pobres. El hecho de que la nueva composición de clase haya ya producido la práctica política preliminar y la primera teorización de la doble crisis del capitalismo en su forma de acumulación actual y como sistema histórico, así como de la crisis de la forma democrática al hilo del movimiento alterglobalización indica, pues, con toda precisión que la nueva capacidad productiva de esta composición de clase del sujeto productivo es hoy inmanente, por definición, a todo proyecto de constitución política y que este proyecto traza también el horizonte de su pertinencia a partir de la conceptualización de los procesos de producción y acumulación de valor, además de la conceptualización de la totalidad de las herramientas macroeconómicas, monetarias, financieras y empresariales imprescindibles para su realización como otros tantos procesos políticos de organización de los mismos. Ello es así, (1) porque las condiciones de posibilidad de estos procesos de producción y acumulación se implementan en este momento tendencialmente a partir de la expropiación total de las propias condiciones de reproducción social vía el ataque al constitucionalismo democrático y a las condiciones de reproducción ecosistémica, que supone toda una panoplia de dinámicas e instrumentos conducentes a la erradicación de toda forma de conflicto que pueda tener un impacto significativo en el proceso político de toma de decisiones estructurales, que ahora se hallan sobredeterminadas por el funcionamiento tendencialmente exclusivo y excluyente del sistema político y del sistema de partidos, que precipita así las peores formas de la autonomía de lo político en su versión más extremamente reaccionaria; y (2) porque la prolongación de este modelo de producción negativa de valor pone en entredicho la reproducción de la vida no ya colectiva de la fuerza de trabajo, sino la dimensión planetaria de la misma, y ello constituye por definición un asunto de calado democrático absoluto, que no puede ser gestionado por los actuales sistemas políticos –nacionales y supranacionales– ni por las clases dominantes hegemónicas globales o locales, ni por sus lamentables clases dirigentes actuales, dado su nefasto historial de incompetencia demostrado durante las últimas tres décadas inapelablemente por el agravamiento que su gestión ha producido en la totalidad de las variables críticas de las crisis-señal (tecnoproductivas, monetario-financieras, constitucionales, ecosistémicas) del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y sus reiteradas decisiones en pro de las opciones más nocivas de capitalismo y dado el incremento objetivo de la utilización de la guerra como protocolo de intervención irracional en el sistema-mundo capitalista azuzada por las mismas, cuya aceleración definitiva se produce con la actual guerra de Ucrania, que intensifica su uso dotando potencialmente a la forma bélica de nuevo de una dimensión objetivamente mundial. Ello obedece estructuralmente, entre otros factores a la postre menores, al debilitamiento severísimo de la forma democrática impuesto en las formas Estado del sistema-mundo capitalista desde que estas clases dominantes y propietarias han logrado imponer como reacción a la revolución global de 1968 tasas elevadísimas de unilateralidad no solo en el campo político, sino también en la organización de los procesos de producción y financiarización, que han llegado a ser conocidos como globalización neoliberal, cuyo correlato geopolítico está ahora a la vista de todos en forma de violencia militar tan gratuita como incontenible, de Bagdad a Kiev, de Bangui a Kabul, de Saná a Trípoli, de Damasco a Teherán.

La unilateralidad de esta forma política impuesta por ellas ha agravado, no aliviado o moderado en sentido alguno, la totalidad de los indicadores de la crisis sistémica actual, que el movimiento antiglobalización percibió como absolutamente problemática desde la fecha emblemática de 1999 y dotó de una perspectiva de clase inequívoca en la medida en que la composición de clase que protagonizó este ciclo de luchas comprendió que el propio proceso de producción de valor se colocaba en el corazón mismo de esta crisis sistémica de reproducción y de la dimensión global asumida e impuesta por la misma, la cual se hallaba ligada además en la conceptualización del movimiento non global y de su reedición desplazada en el movimiento de las plazas a la crisis de representación democrática que había acompañado su implementación a escala global prácticamente desde la revolución de 1968.

La actual guerra librada en Ucrania es la prueba irrefutable de lo ahora mismo indicado y la cifra de la necesidad perentoria de producir nuevos objetos políticos susceptibles de ser introducidos en el ciclo político

El carácter de clase del movimiento antiglobalización le había obligado a impugnar el tipo de globalización que las clases dominantes habían impuesto durante las dos décadas previas a 1999 en tanto que la nueva composición de clase que lo animaba exigía someter a verificación democrática el conjunto de procesos sistémicos que habían sido impuestos por las clases dominantes occidentales para desdemocratizar los sistemas políticos democráticos o bien para intensificar el carácter autoritario de los que no lo eran, lo cual estas habían efectuado mediante la reestructuración de las relaciones de producción y de los derechos fundamentales ligados a las mismas durante el ciclo fordista sin ninguna legitimidad democrática al hilo de la ofensiva de clase denominada neoliberalismo. Este hecho obligó al movimiento antiglobalización a situar lo político como el mayor activo productivo de su composición de clase en la medida en que la sustracción democrática del nuevo régimen de acumulación, producto de la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense verificada desde mediados de la década de 1970, colocaba al sistema-mundo capitalista en una senda ya percibida en los prolegómenos de este siglo como absolutamente problemática en sus efectos acumulados hasta entonces y absolutamente catastrófica si se verificaba a partir de ese momento la extrapolación de las pautas de comportamiento geopolíticas globales impugnadas de modo emblemático en la contracumbre de Seattle de 1999. La acumulación de efectos sistémicos tremendamente dañinos producto del breve periodo neoliberal transcurrido desde mediados de la década de 1970, el carácter ademocrático primero y antidemocrático después del mismo manifestado en toda la panoplia de sus efectos sociales, ambientales y constitucionales y el carácter puramente sistémico de las condiciones de reproducción impuesto globalmente por las clases dominantes en sus efectos masivamente sentidos en la totalidad de las formaciones sociales y de sus formas Estado y sistemas políticos –ahora privados de los instrumentos políticos pertinentes para gestionar esta nueva estructura de estructuras de poder de clase hegemónico global– colocaban lo político y la crisis de la política en el centro mismo del proceso de producción de valor y situaban, pues, la composición de clase de la fuerza de trabajo en el centro de la reconstitución de la posible forma democrática de los sistemas políticos, que privados de su capacidad de definición e intervención sobre el proceso de producción y por ende de globalización reclamaban ahora una redefinición radical no de la legitimidad de la misma, sino de la organización misma de los procesos de producción de valor y riqueza, la cual destruía la democracia para simplemente garantizar la producción de ese tipo específico de valor y los protocolos específicos de apropiación brutal del mismo, así como la acumulación y concentración de la renta y la riqueza derivadas de ello. Ello redefinía las condiciones sistémicas de reproducción impuestas por la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense vehiculadas mediante el neoliberalismo, que era, no obstante, un concepto pobre para expresar la complejidad de la apuesta de las clases dominantes occidentales para eliminar todo residuo democrático de la organización y de la reproducción social a escala global, y lo es todavía más ahora cuando estas clases han cruzado el umbral de la utilización de la guerra como vector fundamental para defender su insoportable proyecto de clase y su paupérrimo e inmoral proyecto de barbarie planetaria.

En este sentido, la actual guerra librada en Ucrania es la prueba irrefutable de lo ahora mismo indicado y la cifra de la necesidad perentoria de producir nuevos objetos políticos susceptibles de ser introducidos en el ciclo político estándar de los sistemas políticos nacionales y transnacionales por mor de un ciclo de luchas antisistémicas de un nuevo rango y magnitud inventadas y protagonizadas políticamente por los nuevos sujetos sociales y productivos políticamente activados en su desenvolvimiento, que se constituyen políticamente como sujetos políticos antisistémicos a partir de su crítica de los procesos de producción, que en su materialidad organizada por la actuales clases dominantes y sus clases políticas dirigentes producen una geopolítica abisalmente violenta y belicista, que lejos de estabilizar el sistema por la unilateralidad pretendidamente universalista de su supuesta fuerza apabullante, llevan a este a una situación de caos sistémico, cuyos efectos son absolutamente incapaces de prever y menos aun de gestionar como elites situadas en la cúspide del poder sistémico que ahora se concentra en sus manos. Esto quiere decir que en esta coyuntura de reestructuración sistémica del capitalismo histórico y del ciclo sistémico de acumulación estadounidense las condiciones de reproducción social y los procesos estructurales que permiten la producción y la acumulación de capital en su forma autoritaria actual remiten directa y unívocamente a la organización del proceso de trabajo y de los procesos de producción en su sentido estructural más amplio y consistente, lo cual liga de modo inescindible las prácticas políticas antagonistas a la crítica del proceso productivo y a la crítica de los flujos del salario directo e indirecto, así como a los procesos y dinámicas sociales creados por la propia desalarización de la venta de la fuerza de trabajo durante el periodo posfordista, a la propia dinámica de la reproducción social y al modelo actual de capitalismo y su modelo de globalización, esto es, al proceso concreto de reorganización del actual ciclo sistémico de acumulación de capital y a las opciones geoestratégicas y geopolíticas que las clases dominantes hegemónicas globales imponen en esta coyuntura cada vez más ligada a la guerra. Al mismo tiempo, y ello es políticamente fundamental, liga las prácticas políticas antagonistas constituidas a partir de estas constricciones a la incapacidad absoluta de las actuales clases dominantes hegemónicas y de sus clases y elites dirigentes de organizar los proceso de trabajos y por ende los procesos de producción y acumulación o desacumulación de un modo estructuralmente ligado a los derechos constitucionales fundamentales, a la reproducción sistémica de sus equilibrios políticos democráticos y ecosistémicos y a la evitación de la guerra y el despliegue masivo de violencia bélica y sistémica a escala del sistema-mundo capitalista durante las próximas tres décadas. Y ello porque la producción de las condiciones de trabajo en el momento presentes involucra y presupone irremediablemente los procesos de reproducción social y las opciones geopolíticas ligadas a estos a escala global, esto es, coincide con el proceso mismo de estructuración del poder de clase en la constitución de las formaciones sociales contemporáneas, lo cual significa que la práctica difusa y masiva de la crítica y la subversión del proceso de producción –de los procesos de (re)producción de valor– tendrán consecuencias políticas mayores y constituyentes, dado que la producción de valor hoy moviliza y explota tendencialmente, dada la actual estructura de dominación y explotación de clase, la totalidad de las variables de la reproducción social –políticas, ecosistémicas, administrativas, monetarias, judiciales, bélicas, tecnocientíficas, educativas, monetarias, sanitarias, financieras, etcétera–, al tiempo que lo hace colocando la guerra como variable macroeconómica primordial para dotar de las condiciones mínimas de posibilidad a los procesos de acumulación privada y oligárquica de capital y su concomitante modelo vigente de hiperdesposesión, hiperextracción e hiperapropiación de la renta y la riqueza producidas y distribuidas del modo más desigual posible en el circuito productivo mediante la deflación continua del salario directo e indirecto o sin más mediante la no salarización en absoluto de la prestación laboral y de la actividad productiva, y en el circuito distributivo mediante el control político puramente oligárquico capaz de imponer una fiscalidad cada vez más regresiva, un paradigma de política monetaria cada vez más funcional a las tendencias más destructivas de comportamiento del capital privado y una regulación de la actividad económica cada vez menos preocupada por las enormes externalidades negativas que el actual modelo de producción de valor genera en los procesos de reproducción, todo lo cual genera una espiral exponencialmente acelerada de brutalización y bestialización muy intensa de la totalidad de las relaciones sociales, comenzando por las político-constitucionales. De nuevo, la práctica de la composición de clase del movimiento non global, del movimiento de las plazas y del movimiento por la justicia climática verificados a escala mundial durante las últimas dos décadas sitúan la autonomía de clase como descodificador privilegiado del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, que produce simultáneamente valor negativo al tiempo que activa exponencialmente la guerra en su máxima destructividad actual para hacer su ciclo mundial posible, en la medida que únicamente la excentricidad del proceso de trabajo y de producción actual contemplada desde un punto de vista de clase es capaz de señalar y producir como objeto político primordial la incapacidad de hacerlo por parte de las clases dominantes hegemónicas. Y ello porque las modalidades de producción negativa de valor se ha situado en el corazón mismo del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, que a su vez opta por la guerra masiva para garantizar que la dinámica de destrucción sistémica del régimen de producción y acumulación de capital encuentre su exit choice en la producción directa de destrucción masiva e inmediata de toda condición de intercambio político no sometida a la lógica de dominación geopolítica y geoeconómica de clase.

La crisis financiero-productiva de 2007/2008, la pandemia de 2020 y la guerra de Ucrania de 2022 son los síntomas duros de esta incapacidad de las clases dominantes de comprender hoy la naturaleza del proceso de producción

Esto significa que durante las próximas tres décadas, periodo de tiempo que constituye a la inversa el tiempo estratégico mismo de la intervención política antisistémica imprescindible para evitar la catástrofe bélica, ecosistémica y política de la modernidad democrática, la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense se manifestará idénticamente, como ya ha empezado a hacer, en el despliegue de una enorme violencia contra las condiciones de los procesos de producción de (plus)valor y de circulación del salario y contra las condiciones de reproducción de la actual composición de clase de la fuerza de trabajo, que es global y que asiste globalmente a la merma de derechos y al deterioro del salario directo e indirecto o al avance muy lento de ambos o, directamente y de forma masiva, a su destrucción física, como sucede con la fuerza de trabajo migrante, que a falta de salario y renta y sobresaturada por la violencia sistémica inducida por el actual proyecto de hegemonía global en sus respectivas formaciones sociales de origen periféricas y semiperiféricas de la economía-mundo capitalista es exterminada en las fronteras o bien explotada hasta la abyección una vez incorporada al mercado de trabajo metropolitano en condiciones medias de semiesclavitud. Esto es así, porque la extrapolación del ciclo sistémico de acumulación estadounidense ya no puede producir riqueza, porque produce valor negativo y se halla sobredeterminado por la violencia bélica y la guerra, y porque las clases dominantes hegemónicas globales y sus clases políticas dirigentes no se hallan dispuestas a tolerar que los procesos de producción puedan convertirse en objeto político, lo cual supondría que estos estarían ligados tendencialmente a los derechos fundamentales y su nueva estructuración a la búsqueda urgente de modelos macroeconómicos, tecnoproductivos y financiero-monetarios útiles para deconstruir la dinámica hiperdestructiva misma del capitalismo como matriz general de la economía-mundo. El deterioro del acceso a la renta producto del trabajo asalariado y la proscripción de la discusión democrática de la reestructuración alternativa de los procesos de producción específicos en las formaciones sociales correspondientes que precipitan en la economía-mundo capitalista es la conditio sine qua non para no ligar la condición productiva y la constitución política de las misma al orden geopolítico vigente, así como para segmentar los procesos de trabajo en clave nacionalista al desligarlos de la violencia geopolítica y geoestratégica dictada por las clases dominantes hegemónicas globales en el mercado mundial. La destrucción gratuita de riqueza se liga, pues, a la imposición de condiciones laborales y por ende reproducción cada vez más endebles, raquíticas y autoritarias, al igual que la segmentación nacional de la fuerza de trabajo se liga a una geopolítica absolutamente violenta que destruye fuerza de trabajo e infraestructuras en igual medida y al mismo tiempo que canaliza los recursos de los países occidentales –Europa in primis– hacia el fortalecimiento de los recursos bélicos que tienen que dotar de materialidad a estos protocolos de comportamiento brutal, que únicamente puede tener la guerra y la violencia bélica como la ratio última de su lógica de reproducción estructural. Esta complejidad es la que el movimiento non global y en cierta medida el movimiento de las plazas y ahora el movimiento por la justicia climática han puesto sobre la mesa como situación que debía ser pensada y teorizada, han indicado como problema teórico-práctico crucial para elaborar un nuevo concepto de lo político y han propuesto como principio de inteligibilidad del conjunto de los nuevos objetos políticos primordiales que deben ser construidos e impuestos tendencialmente como dinámicas y estrategias de conflicto en los campos políticos de las formaciones sociales en esta coyuntura histórica. En los tres casos se trata de la expresión de la composición de clase de la fuerza de trabajo posposfordista, que contempló y contempla con total lucidez que el debilitamiento del fordismo registrado durante las décadas de 1980 y 1990 y la ulterior destrucción de la frágil transición posfordista en torno a una hipotética flexibilización con seguridad o, contemplado desde el Sur global, en torno a la movilización total sin restricciones de sus recursos en el mercado mundial como estrategia para salir por fin de la pobreza, simplemente constituían una secuencia de destrucción de mucha mayor envergadura decidida por la clases dominantes hegemónicas occidentales y que esta no podría tener bajo ningún concepto un correlato puramente nacional, porque la destrucción de los derechos fundamentales imbricados en los procesos de producción de valor llevaba la guerra en sus entrañas como la nube la tormenta, al igual que la desdemocratización del proceso político hacía girar el conjunto de la forma Estado y de los sistemas políticos y partidos hacia una geopolítica postulada para resolver la crisis del concepto y por ende del proceso de producción que esas mismas clases dominantes eran incapaces de diagnosticar, comprender y mucho menos resolver en términos sistémicos. Por el contrario, el movimiento non global, el movimiento de las plazas y el movimiento por la justicia climática y su composición clase postulan, pues, que la imposibilidad de democratizar los procesos de producción tanto en la concreción del proceso de trabajo como en lo referido a sus condiciones sistémicas de posibilidad indica la senda del giro violento del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y de la geopolítica de sus opciones globales, porque esta imposibilidad debía manifestarse a través de una desorganización creciente del régimen de acumulación y una caída e inestabilidad de los niveles no solo de rentabilidad para el capital privado, lo cual en el capitalismo histórico siempre es una fuente estructural de reorganización y violencia, sino del funcionamiento coherente de la riqueza y la renta producidas a escala de la reproducción global del sistema-mundo capitalista. La crisis financiero-productiva de 2007/2008, la pandemia de 2020 y la guerra de Ucrania de 2022 son los síntomas duros de esta incapacidad de las clases dominantes de comprender hoy la naturaleza del proceso de producción, dicho al mayor nivel de abstracción, que es otro modo de expresar su incapacidad de comprender lo que es hoy la propia economía-mundo capitalista y a fortiori las necesidades de preservar las condiciones infraestructurales de su reproducción global.

Como evidencia de rango medio de esta pauta de comportamiento puede aducirse la gestión de la guerra de Ucrania, que contempla la destrucción del país al hilo del violento diseño geopolítico global concebido por la potencia hegemónica estadounidense como el coste razonable de su necesidad de debilitar o destruir la polity rusa y de debilitar y desbaratar el proyecto europeo, para así garantizar supuestamente una mejores condiciones económicas para proseguir el funcionamiento irrestricto del actual ciclo sistémico de acumulación, cuyas características, más allá de la fenomenología de los procesos específicos de producción, extracción y desposesión de valor en los sectores tecnológicos punteros, deben mantenerse a toda costa inalteradas. Incidentalmente ello lleva aparejado en el mejor de los casos un proceso de reconstrucción y colonización de los recursos y activos ucranianos por las grandes multinacionales occidentales totalmente ajeno y despreocupado ante el reguero de muerte, sufrimiento y brutalidad infligidos al país y a su población y totalmente desprovisto de todo cálculo del coste ecosistémico generado por tal par de destrucción-producción negativa de valor. Igualmente, un diseño geopolítico que contempla la destrucción de una infraestructura colosal como el Nordstream 1 y 2 como un coste colateral absolutamente asumible con total independencia de los costes ecosistémicos y económicos derivados de su propia destrucción y de la reestructuración del conjunto de los mercados energéticos regionales y globales en clave geopolítica autoritaria y no ecosistémica constituyente, indica con toda precisión que el proceso de producción concebido por la episteme de las clases dominantes hegemónica es incapaz de comprender las grandes variables de la reproducción global de valor y que el terror pánico ante la absoluta falta de solución de las relaciones sistémicas que definen su ciclo sistémico de acumulación es monótonamente compensado por una violencia omnidireccional que supuestamente debería eliminar los obstáculos geopolíticos externos, cuya supresión liberaría toda la potencia endógena de su organización sistémica, cuando contemplado desde la autonomía de clase de la fuerza de trabajo actual, expresada balbuceantemente en estos movimientos sociales, es la propia destructividad insuperable del modelo productivo sistémico el que induce el desplazamiento continuo de la violencia endógena que este genera a la arena global de la violencia militar y bélica esgrimida contra actores siempre nuevos interpuestos en el camino de la propia negatividad absoluta de su modelo de producción de valor, que es incapaz de pensar su propio limite insuperable.

Todo ello indica que los procesos de producción posibles se hallan sobredeterminados por la violencia más brutal inducidas por la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y absolutamente desligados de la productividad del trabajo social medio y totalmente ajenos a su ligazón con la producción de los derechos constitucionales fundamentales del constitucionalismo democrático, dado que la destrucción gratuita de riqueza al igual que su acumulación oligárquica se hallan vinculadas a la imposición de condiciones laborales y por ende de reproducción cada vez más endebles, raquíticas y autoritarias, que solo podrán ser revertidas mediante un tipo de sindicalismo político inserto en una nueva ola de luchas antisistémicas de un tipo absolutamente nuevo, en la línea comentada en este texto, que coloque la especificidad de los procesos de producción respecto a su diferencial respecto al actual ciclo sistémico de acumulación de capital liderado por la potencia estadounidense y su férrea voluntad de mantener e intensificar su enorme destructividad económica, social, geopolítica, ecosistémica y militar, luchas todas ellas rigurosamente conceptualizadas y organizadas desde un lúcido e intransigente punto de vista de clase global.

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El Miteco constata que en 2023 solo se recicló un 41,3% de las botellas de plástico de un solo uso puestas en el mercado. La cifra, muy lejos del 70% al que obliga la ley, supone la puesta en marcha de un sistema paralelo al del contenedor amarillo.
Violencia machista
25N Miles de personas secundan las marchas vespertinas del 25N
El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, llega este 2024 en medio de una intensa conversación en torno a las violencias sexuales.
Redes sociales
MeToo en Instagram “Anónimo, por favor”: escritoras, publicistas y actrices pasan del testimonio en redes a la organización
Varias cuentas de Instagram publican testimonios que dibujan una escena de abuso de poder y violencia sexual normalizada en las artes escénicas, la música o la publicidad. Sus impulsoras se organizan para transformar la realidad.
Extrema derecha
Rodrigo Nunes “Las redes sociales son máquinas de subjetivación especialmente útiles a la extrema derecha”
El profesor brasileño analiza en su último libro los rasgos de la extrema derecha emergente en diversos contextos, especialmente a partir de los liderazgos de Bolsonaro, Trump y Milei.

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Palabras contra el Abismo
Palabras contra el Abismo Lee un capítulo de ‘Café Abismo’, la primera novela de Sarah Babiker
El barrio es el espacio físico y social en los que transcurre ‘Café Abismo’, la primera novela de la responsable de Migraciones y Antirracismo de El Salto, Sarah Babiker.
Venezuela
Especial Las derivas de Venezuela: cinco entrevistas sobre el deterioro del proceso bolivariano
Los activistas, escritores y pensadores latinoamericanos Raúl Zibechi y Silvia Adoue presentan en El Salto un dossier sobre la evolución de la Revolución Bolivariana desde el Caracazo de 1989 al Gobierno de Maduro a través de cinco entrevistas.
Baleares
Crisis climática y urbanismo El Parlament balear aprueba legalizar las construcciones en áreas inundables
Partido Popular y Vox aprueban la norma que permite legalizar las construcciones en áreas de riesgo y el Govern plantea autoenmendarse, más adelante, para prohibir nuevas viviendas.
Dana
Medio ambiente y violencia machista Luchar contra la violencia de género; un pilar de la responsabilidad ambiental
La violencia de género y la crisis medioambiental atraviesan nuestras estructuras y se refuerzan mutuamente, creando un círculo vicioso que agrava las vulnerabilidades específicas de las mujeres frente a los desastres naturales como el de Valencia.
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Medio ambiente No solo de renovables va la transición ecosocial
Una visión crítica con el despliegue masivo, empresarial y especulativo de las renovables industriales que hoy es hegemónico en la península ibérica.
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25 de noviembre Un 25N con las kellys y las empleadas de hogar
El 25N también se denuncian otras violencias que no copan titulares: las que reciben los cuerpos de las mujeres en trabajos esenciales como los cuidados de personas y el trabajo doméstico así como las duras tareas que realizan las camareras de piso
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Genocidio en Palestina La UCO invita a un profesor de la Universidad de Tel Aviv, rompiendo los acuerdos de las acampadas
La Coordinadora Andalucía con Palestina denuncia el incumplimiento de los acuerdos de las universidades de Córdoba y Granada al invitar a un profesor sionista de la Universidad de Tel Aviv a un foro sobre radicalización
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Centros sociales La Policía Nacional desaloja sin orden judicial el CSO La Atalaya
Una veintena de furgones policiales desaloja la sede del centro social ocupado en Vallecas que llevaba diez años siendo un punto neurálgico de cientos de colectivos sociales de todo Madrid.
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TRABAJO SEXUAL El estudio de Igualdad sobre trata alienta el control y el estigma hacia las trabajadoras sexuales
Es necesario reflexionar sobre los mecanismos de control social de corte patriarcal y racista que oprimen a las trabajadoras sexuales. Un feminismo plural debería sentirse interpelado a reconocer el nefasto impacto de estudios faltos de rigor.

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Reportaje El imperio de los jueces-soldado
La justicia española ha entrado en un callejón peligroso. Desde hace años, el Poder Judicial se ha mostrado escorado a la derecha y más como un problema para la resolución de cuestiones cruciales para el Estado.