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Análisis
La izquierda donde rompe la ola

Este año se celebra, entre otros, el centenario de la publicación en la revista soviética Voprosy Conyuntur [Cuestiones de economía] de 'Las ondas largas en la economía' –traducido al inglés en The Review of Economic Statistics en 1935–, un texto relativamente desconocido para el público general, pero muy influyente entre el pensamiento marxista, escrito por el economista ruso Nikolái Kondrátiev (1892-1938).
“La idea de que las dinámicas de la vida económica en el orden social capitalista no es simple y linear, sino que más bien tiene un carácter complejo y cíclico, está generalmente reconocida en la actualidad”, escribía hace cien años Kondrátiev. “La ciencia, sin embargo, no ha conseguido aclarar del todo la naturaleza y las tipologías de estos movimientos cíclicos, parecidos a una onda”, añadía el autor. Con su estudio, Kondrátiev llegó a la conclusión de que el capitalismo se desarrollaba siguiendo un patrón de ondas sinusoidales –es decir, de ascenso y descenso regulares– de unos cincuenta años. En un informe redactado al año siguiente, Kondrátiev pronosticó, con un margen de error de dos años, que “en un futuro cercano, no más lejos de 1927, podemos esperar el inicio de una crisis industrial en los Estados Unidos de América”. En el mismo texto también predijo un período de “relativa calma” en términos sociopolíticos “durante la próxima década”, durante el que no habría grandes desarrollos militares (la guerra civil española, considerada como el prólogo de la Segunda Guerra Mundial, estallaría en 1936).
De acuerdo con Kondrátiev, teniendo en cuenta el estancamiento que se registraba en las últimas ondas largas del capitalismo, las depresiones económicas serían cada vez más largas y las recuperaciones cada vez más breves. No obstante, para Kondrátiev este proceso no excluía la naturaleza del complejo equilibrio dinámico del capitalismo, con su tendencia inherente hacia la expansión de su dominio, ni tampoco sus corrientes disruptivas y restauradoras. Las nuevas formas de acumulación por desposesión (Harvey) y el llamado capitalismo del desastre (Klein), o el agotamiento y la pobreza intelectual de la nueva oligarquía tecnológica y de la nueva derecha radical –desde su nostalgia paralizante hasta las fantasías escapistas de comunidades cerradas y ciudades-estado regidas por una ideología anarcocapitalista, o la colonización de Marte–, serían algunas de las manifestaciones de estancamiento en su fase actual de declive.
La obra de Kondrátiev fue rescatada de su relativo olvido en los setenta y revistada por economistas, sociólogos y politólogos por igual. Entre todas las obras deudoras de ella, la más famosa es, sin duda, El capitalismo tardío (1973) de Ernest Mandel –aunque aquí también convendría citar la obra de Immanuel Wallerstein–. No entraré aquí en detalles sobre la teoría de las ondas largas –no dispongo del espacio y tampoco me siento capacitado para hacerlo–, pero este aniversario, que por desgracia tiene muchos números para acabar desaparecer en el torrente de los acontecimientos, sirve para recordarnos no únicamente la engañosa inmutabilidad y capacidad de autocorrección sin sobresaltos del capitalismo, transmitida a través de las industrias culturales en sus obras y por buena parte de la academia desde sus tribunas, sino que la tradición marxista ha sido históricamente la mejor equipada para hacer desvanecer este espejismo y, a un mismo tiempo, intentar explicar sus mecanismos de funcionamiento.
Entre Washington y Beijing
Si recuerdo aquí a Kondrátiev no es solamente para llamar la atención sobre el aniversario de la publicación de su obra de cabecera, sino porque hoy todo el mundo tiene más o menos la percepción de que se está cerrando un ciclo y abriéndose otro. Hay que recordar, como ha hecho recientemente Agustín Santos Maraver, que los planes de la administración Trump en su segundo mandato llegan en la acumulación de una larga crisis y depresión del sistema de producción capitalista que incluye la llamada Gran recesión de 2007-2008, la crisis de deuda de la Unión Europea y la crisis de la covid-19.
En este contexto los Estados Unidos tratan de reordenar sus intereses para mantener su hegemonía, cada vez más erosionada
En este contexto los Estados Unidos tratan de reordenar sus intereses para mantener su hegemonía, cada vez más erosionada. Uno de los puntales de esta estrategia es la reducción del déficit comercial mediante una política de aranceles, en combinación seguramente con una devaluación del dólar, que en cualquiera de los casos ya se está produciendo como consecuencia indirecta de la primera. Aquí conviene recordar que este objetivo no es exclusivo de Trump, sino compartido por las élites políticas y económicas estadounidenses: su predecesor, Joe Biden, ya impuso aranceles a China y aprobó una ley, la Inflation Reduction Act (IRA), que ofrecía subsidios y beneficios fiscales a las empresas del sector de las energías renovables que fabricasen sus productos en EEUU, una legislación que fue criticada por el entonces primer ministro de Bélgica, Alexander De Croo, los ministros de Asuntos Exteriores de los Países Bajos y Francia, y la Comisión Europea.
El otro puntal es la contención de China, que es ya la segunda potencia económica mundial y cuenta con una proyección internacional cada vez más importante. Como ha señalado el economista Branko Milanovic en su reciente reseña de Le Monde Confisqué, de Arnaud Orain, “el auge de China, el nuevo y gran actor en la escena internacional, con un sistema político diferente al occidental, es un desafío” para Occidente, que “se ha dado cuenta de que mantener la globalización neoliberal en marcha como hasta ahora significa, eventualmente, una dominación segura de China.” Por este motivo, según Milanovic, “la percepción de un declive occidental (si nada cambiaba) ha llevado a Occidente a una postura más radical y beligerante en la que el mundo es visto como finito porque 'si hay más para China, entonces hay menos para nosotros'.” Beijing ya ha respondido a la guerra comercial estrechando sus vínculos con los países de su entorno inmediato, como Vietnam. Es poco probable –si ésta es su verdadera intención– que Washington consiga distanciar a Moscú de Beijing: los BRICS, y las estructuras asociadas a este grupo, cumplieron el año pasado 15 años de existencia, y desde entonces se han intensificado las relaciones no sólo entre ellos, sino también con países como Irán y Estados tanto de América Latina como de África, dos regiones que aumentarán en importancia geoestratégica para los centros de poder por su posesión de materias primas clave –en particular, para la transformación digital y ecológica– y cada vez más escasas. Una de las traducciones de estos cambios ha sido la aceleración del colapso de la arquitectura legal e institucional internacional de la posguerra encabezada por la ONU, que precisa de una urgente remodelación.
Destaca una política de rearme precipitada por las amenazas de Washington de retirar su apoyo militar que, en la correlación de fuerzas actual, únicamente puede llevarse a cabo con más recortes al Estado del bienestar
Estos cambios parecen haber cogido con el pie cambiado a una Unión Europea prisionera de sus propias y numerosas contradicciones internas, de su complicado diseño institucional y de múltiples crisis, sin que se alcance a ver una solución satisfactoria a corto plazo. El crecimiento electoral de un amplio abanico de fuerzas de extrema derecha desde hace unos años complica la consecución de decisiones a nivel de la UE y las decisiones hasta el momento adoptadas abren el camino al discurso demagógico de estas mismas fuerzas. Destaca una política de rearme precipitada por las amenazas de Washington de retirar su apoyo militar que, en la correlación de fuerzas actual, únicamente puede llevarse a cabo con más recortes al Estado del bienestar: el Instituto de Investigación Económica (IW) en Alemania ha calculado que el PIB del país puede llegar a encogerse un 1,5% como consecuencia de la política de aranceles de EEUU mientras, al mismo tiempo, el nuevo gobierno de coalición entre conservadores y socialdemócratas ya ha prometido destinar un 2% de este PIB encogido a Defensa. La crisis ha cogido a la izquierda europea no menos con el pie cambiado: en un proceso de reconstrucción después del fin de su propio ciclo populista, marcado por el ascenso de Podemos en España o Syriza en Grecia, y su posterior caída. Este fin ha revelado con toda crudeza sus carencias e inconsistencias –desde su discurso hasta sus formas organizativas– y dejado una situación para la reconstrucción del espacio de la izquierda difícil, pero no imposible. El primer paso, como aseguraba Santos Maraver en el texto antes citado, es entender qué pasa. Sólo así se puede acabar con una nota más alegre: “Si estás teniendo un mal día”, recomendaba el surfista profesional Frosty Hesson, “coge una ola”.
Artículo publicado originalmente en La Realitat el pasado 25 de abril.