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Antiespecismo
Violencia y gallinas hacinadas: esto es la industria del huevo
Picotear la tierra, darse baños de arena, estirar las alas y, cuando el sol empiece a ponerse, subirse a la rama de un árbol para pasar la noche. Nada de esto harán en su vida las gallinas que pasan sus días hacinadas y que son tratadas con violencia por la industria del huevo, según señalan investigaciones encubiertas llevadas a cabo en granjas de Italia y de España.
Las gallinas tienen una esperanza de vida natural de unos 15 a 20 años. Pero la industria avícola acorta su vida a poco más de 20 meses. Apenas dos años que son vividos, además, en condiciones a menudo deplorables, incluso cuando lo que se vende son huevos etiquetados como procedentes de “gallinas camperas” o “gallinas sin jaulas”, tal y como demuestran investigaciones en granjas de Italia y España.
Essere Animali, organización italiana que defiende los derechos de los animales, ha destapado las condiciones insalubres en las que se encuentran las gallinas utilizadas para la producción de huevos, así como la violencia con la que son tratadas. La ONG ha difundido grabaciones realizadas de manera encubierta en varias granjas, proveedoras de huevos vendidos como “de gallinas camperas”.
Las imágenes, no aptas para el público más sensible, fueron filmadas mediante cámara oculta y muestran las condiciones en dos granjas ubicadas en Castrocaro (provincia de Forli Cesena, en la región de Emila Romagna) y San Zaccaria (Rávena), en una investigación que captura violencia extrema contra las gallinas.
En el vídeo difundido por la organización, las gallinas son arrojadas como si fuesen objetos; los trabajadores las patean, las apilan en jaulas dentro de camiones, las agarran por las patas y las golpean contra otras gallinas.
En la granja de San Zaccaria, la investigación reveló, además, fraude alimentario: “Los huevos producidos se vendían como ecológicos, a pesar de la ausencia de áreas al exterior. Se trata de una estafa, ya que la ley exige que las gallinas orgánicas pasen al menos un tercio de sus vidas al aire libre”, explica Claudio Pomo, portavoz de la organización Essere Animali. Pomo asegura que han denunciado estos hechos a la policía, que ha comenzado sus propias pesquisas también.
Según afirman desde la ONG, la violencia se da, sobre todo, en los momentos en los que tienen que trasladar a las aves, lo que sucede “cuando alcanzan la edad de puesta de huevos y son trasladadas a naves especiales para la recolección de huevos y al final de su vida productiva, cuando se las envía al matadero”.
Para la organización, lo más dramático, además de los actos ilegales, es la documentación de una realidad que es legal en unas escenas que muestran miles de gallinas encerradas y hacinadas sin posibilidad de acceso al exterior. No hay que olvidar que están mostrando la realidad de las denominadas “gallinas sin jaulas”, un tipo de explotación por el que abogan y han hecho campañas diferentes organizaciones de bienestar animal, pero que como se ve, dista mucho de ser una solución idílica para quien se preocupe por los animales.
El investigador de Essere Animali filmó a numerosas gallinas despojadas de muchas de sus plumas, y también descubrió un cuarto frío lleno de cadáveres apilados: “Incluso manteniendo la densidad permitida por la ley de nueve animales por metro cuadrado, el hacinamiento en las granjas es evidente”.
Mientras tanto, en España...
En España, el fotoperiodista Noah Ortega del colectivo Filming for Liberation lleva meses documentando granjas de huevos pertenecientes a un gran grupo empresarial que suministra a superficies comerciales como El Corte Inglés, Carrefour, Alcampo o Lidl).
Ortega explica que las granjas que ha investigado hasta ahora —ubicadas en Castilla la Mancha y Castilla León, sobre todo— tienen en total dos millones de gallinas dedicadas a la puesta de huevos, y aclara que el tipo de incidentes relatados por Essere Animali no son casos aislados, sino que se trata de imágenes que forman parte del día a día de la industria de explotación animal. El italiano Claudio Pomo está de acuerdo y confirma a El Salto que “durante los meses en los que nuestro investigador trabajó infiltrado, la violencia era una práctica cotidiana”.
En las imágenes conseguidas por Filming for Liberation se pueden ver, además, gallinas de 18 o 20 meses aún con vida en contenedores, que han sido arrojadas para morir agonizando entre cadáveres. En este caso, cinco de las gallinas que habían sido descartadas como basura fueron rescatadas, y gracias a los cuidados de las activistas, dos de ellas consiguieron sobrevivir.
En otro punto de la península, este mismo verano, un grupo de activistas destapó unas condiciones muy similares en las que vivían miles de gallinas. Era una granja de Sinarcas (Valencia), propiedad de la empresa Huevos Guillén, proveedora de Mercadona. Estas instalaciones cumplían con los estándares de bienestar animal, tal y como contó M. Bueno para El Caballo de Nietzsche, e incluso era calificada como "free range" o de gallinas “camperas”, lo que confirma que no se trata de casos puntuales, y a la vez nos da un indicio de que este tipo de etiquetado buenista no garantiza que la explotación sea “humana”.
La industria del huevo en España
Lo que se vende bajo nomenclaturas como “camperas” o “libres”, que hacen pensar en gallinas libres picoteando al sol, en realidad difiere bastante de las imágenes mentales bucólicas que queremos formarnos las personas consumidoras.
Según los activistas preguntados por El Caballo este verano, en estas granjas las gallinas se encontraban también “hacinadas en naves, sin servicios de veterinarios efectivos, con falta extrema de plumas e infecciones y patas y ojos”, y encontraron a su vez gallinas muertas en el suelo y en contenedores.
La Organización Interprofesional del Huevo y sus Productos (INPROVO), el lobby del huevo en España, declara en su página web que la industria del huevo en España está formada por “1.416 granjas registradas para producción de huevos de gallina, 881 centros de embalaje de huevos y 31 industrias de fabricación”. Detalla, además, que en 2018, “las granjas comerciales españolas explotaron a 43,6 millones de gallinas, y la producción de huevos fue de 1.100 millones de docenas —824.000 toneladas—”.
En la Unión Europea se explota a las gallinas utilizadas para la producción de huevos bajo cuatro tipos diferentes de etiquetado: en jaulas, en suelo, camperas o ecológicas. Según los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2018, la inmensa mayoría de las gallinas explotadas en España (un rotundo 82%) pasaron su existencia encerradas en jaulas. Del resto, el 9% estuvieron en “suelo” (dentro de naves industriales); el 7% se denominaron como “camperas” (pueden estar también en naves y deben tener acceso a un recinto exterior, aunque es difícil precisar cuánto tiempo pasan en el exterior) y un 1% como “ecológicas” (se alimentan de pienso ecológico).
Cómo es ser una gallina explotada para la producción de huevos
Las gallinas que la industria denomina “ponedoras” han sido modificadas genéticamente durante años para multiplicar su productividad, a expensas de su organismo. Una gallina, sin esta selección genética y otras medidas que lleva a cabo la industria, pondría de unos 12 a 20 huevos anuales, según nos cuenta María González, veterinaria del Refugio la Vida Color Frambuesa. Mientras, en la industria de explotación animal, cada una llega a poner hasta 300 huevos al año.
¿Pero cómo es la vida de estas gallinas, dentro de la industria de explotación animal? Nada más nacer, los pollitos son “sexados”, separando machos y hembras. Se conserva con vida únicamente a las hembras, y los machos, que no son tan rentables para esta industria –no ponen huevos, no crecen tanto como otras variedades de pollos destinados para carne–, son triturados vivos con menos de 72 horas de vida, en máquinas de cuchillas de rotación.
Poco después, se les amputa una parte del pico –esto se efectúa en todos los tipos de explotación, tal y como relata la veterinaria; también en el que se denomina como “ecológico”, pues los criadores lo recortan por defecto–. Según la veterinaria González, esta medida se lleva a cabo porque en su hacinamiento, por condiciones de estrés y de desnutrición, las gallinas tienden a autolesionarse a ellas mismas o a picotear a sus compañeras, o lo que es peor para la industria, a picotear y romper los huevos.
El recorte del pico les secciona hueso, cartílago y tejido blando que cuenta con terminaciones nerviosas: “la cicatriz cauterizada puede formar neuromas, es decir, sensibilización de los nervios de la zona. Está demostrado que tras el despique hay una pérdida de peso, por lo que es obvio que tienen molestias para comer, incluso para beber, así como complicaciones cuando llegan a la edad adulta, dado que el pico crece deformado”, informan desde el santuario.
Además, según responsables del refugio La Vida Color Frambuesa, “el hacinamiento al que todas –sean del tipo de explotación que sean– se ven sometidas les obliga a respirar un ambiente cargado con polvo y excrementos”. Por estas y otras cuestiones, es habitual que las gallinas sufran “fracturas óseas por falta de calcio, prolapso de cloaca –al poner tantos huevos el conducto por el que salen los huevos se protruye hacia el exterior–, infecciones, problemas hepáticos, respiratorios, renales, peritonitis y cáncer”. Además, la veterinaria María González nos explica que “la puesta incesante de huevos produce pérdida de nutrientes, que causa problemas musculares para que el huevo avance por el oviducto, así como debilidad e inflamación contante de los tejidos reproductivos”.
Cuando cuentan con unos 20 meses, comienzan a ser menos rentables para la industria, así que se “jubila” a estas gallinas: las llevan al matadero. Según las portavoces del mismo santuario de animales, “el traslado se produce de forma violenta, provocándoles fracturas por la debilidad de sus huesos. Su valor es tan bajo que cuando una cae no resulta económico el tiempo que el trabajador perdería en agacharse para cogerla y matarla, por lo que muchas veces cuando caen las dejan morir de hambre, sed y frío en el suelo”. Quizá esto explica que este tipo de comportamientos sean registrados en investigaciones realizadas en diferentes puntos de España y Europa.
Al preguntar a la organización italiana a qué creen que se debe esa violencia reseñada en tantas ocasiones en diferentes industrias de explotación animal, nos explican que “en primer lugar, es debido a condiciones laborales precarias, jornadas de trabajo largas y un entorno estresante”. El otro motivo es la presión del reloj. Añade: “Por ley, las gallinas deberían ser manipuladas de una en una, con cuidado y poniendo un brazo bajo su vientre. Puedes imaginarte cuánto llevaría cargar 20.000 gallinas en un camión de este modo. Los dueños les dicen a las personas que trabajan para ellos que trabajen rápido, y los nuevos, como nuestro investigador, no reciben ningún tipo de indicación sobre bienestar animal; lo único que les dicen es que vayan rápido”.
Pomo recalca que “los trabajadores de las granjas no son la raíz del problema; no es que sean malas personas. Están completamente insensibilizados debido a este tipo de trabajo, y la mayor parte sufre estrés postraumático”.
Si después de todo esto queremos oír alguna buena noticia, el punto positivo es que cuando las gallinas procedentes de la explotación animal no terminan en el matadero, sino que son rescatadas (de esos suelos y contenedores a donde las arrojan, moribundas) y reubicadas en santuarios de animales, su pronóstico es optimista, si son cuidadas de un modo adecuado –unos cuidados individualizados, costosos y nada sencillos, según la veterinaria–, como en el caso de los rescates documentados por Noah Ortega.
La industria, dispuesta a “combatir el discurso vegano”
Los miembros de la industria de explotación avícola, por su parte, son conscientes de que el público cada vez tiene más información y más capacidad de decisión. Tal y como declaran en la web de la Real Escuela de Avicultura, “ahora, más que nunca, debemos preguntar y saber leer entre líneas con lo que nos dicen nuestros consumidores actuales de huevos, no sea que el mercado nos deje fuera de juego” y recomiendan “escuchar al mercado para anticipar tendencias, por absurdas que éstas parezcan”.
Desde la Real Escuela de Avicultura muestran preocupación por la opinión pública, y recomiendan: “Cada avicultor, tenga 1.000 aves o 1.000.000, debe conocer qué herramientas y recursos dispone para combatir ante sus clientes, la opinión pública y su entorno más cercano este discurso excluyente [el del veganismo]”. Desde su página web anuncian, en este sentido, una conferencia de la industria que se celebrará en Murcia en el mes de noviembre, donde “se explicará la realidad del discurso animalista, se proporcionará a los asistentes 'munición' argumental, recursos y estrategias de comunicación continuadas para contrarrestar este discurso, impartida por Mar Fernández, directora adjunta de INPROVO” en un acto denominado "Recursos frente al discurso animalista, todos con el sector avícola".