Opinión
Salir del armario de la patria

Hablar de patria en la izquierda es casi tan jodido como salir del armario, y mira que suele ser tortuoso. Pero la realidad es que, una vez que sales, se está bastante mejor.

24 may 2020 10:30

El otro día dejé lo que estaba haciendo en cuanto me enteré de que a las nueve se convocaba una concentración en mi barrio, Carabanchel, en contra de las dichosas cacerolitas. Tocaba poner el cuerpo y decirle al fascismo que ni un paso atrás, un significante sencillo y movilizador que me puso en pie en un segundo. Allí anduvimos bastante rato, las dos Españas tirando de testosterona y repertorio de proclamas estándar ante aquella convocatoria urgente. Construimos una respuesta a la altura, fuimos más, abandonaron la plaza pero, ¿ganamos?

Pensar que ganamos creo que es tener una falta de mirada política a medio plazo bastante considerable: ganamos una batalla, pero seguimos perdiendo la guerra del 36. Claro que hay que tomar el espacio frente al auge del fascismo, que ni un paso atrás. Que sí, que claro que sí, que ahí estábamos. Pero la realidad es que, mientras escribo estas líneas, por Madrid andan rulando unos cuantos coches con banderas de España que me molestan enormemente. Coches, banderas y España... cómo saben bien lo que nos revuelve las tripas a las izquierdas. La realidad es que, después de los cayetanos (el uso del supuesto masculino génerico no es casual), el primer sujeto político que ha tomado el espacio público son los putos nazis, que ya han vuelto con su repertorio habitual de amenazas y palizas. Seguimos perdiendo batallas. La realidad es que están marcando la agenda, y se nos viene un ciclo político complejo en el que tenemos que establecer marcos de referencia más a la izquierda del Gobierno.

Que los cayetanos tomen las calles me parece que forma parte de lo esperable. Después del susto, que no fue pequeño, he de reconocer que me dio cierto gustirrinín. Ya era hora, ya les tocaba salir a protestar, que llevaban tranquilitos mucho tiempo. Que cojan nuestro repertorio de caceroladas y escraches y se echen a la calle mientras sus internas les preparan la cena. Que conviertan Madrid en Caracas. Lo que me preocupa de este fenómeno es que en la plaza de Carabanchel no había ni medio cayetano. De hecho, las rentas de toda esa gente juntas no alcanzan a la de un cayetano de bien. ¿Qué queda en esta ecuación cuando se desdibuja la brecha de clase? ¿Qué hilo conductor conecta el barrio de Salamanca con Carabanchel? La dichosa patria.

¿Qué hilo conductor conecta el barrio de Salamanca con Carabanchel? La dichosa patria

Los motores psicosociales de esta movilización son muchos: miedo, rabia, impotencia, incertidumbre… Pero la respuesta política que se le da es unívoca: España. ¿Qué tendrán que ver los cojones con comer trigo?, como dirían en mi pueblo. Pues mucho. Las derechas tienen la historia, el poder y los símbolos de su lado, y así es fácil recurrir a la patria como receta para cualquier mal. ¿Que se cuestiona la familia nuclear y hetero-radiactiva? Bandera de España, ¿que vienen a “quitarnos el trabajo”? Bandera de España ¿Que el Gobierno castrochavista de Pdr Snchz y el coletas nos quita la libertad? Bandera de España. Qué fácil, qué movilizador. Combina con todo, oye. Ahora piensa en nuestras banderas. En nuestro vaivén de identidades fluctuantes y excluyentes. Parece que la posmodernidad sólo nos hubiera metido un buen barrido a nosotras.

Diosito me libre de enarbolar una bandera cargada de sangre, odio y privilegios (quita, quita, que yo soy de izquierdas), y nunca estaré lo suficientemente agradecido a aquellas personas que luchan por traer la memoria histórica al presente para recordar de dónde venimos y por dónde no podemos volver a pasar. Pero me falta una comunidad imaginaria que dibuje un sujeto político movilizador amplio y ligado a un territorio. Desde la capital del imperio, el corazón de la bestia, miro con una combinación compleja de envidia y recelo las movilizaciones catalanas; están peleando por su patria. Salvando las mil diferencias de contexto, igual no estaría de más volver a mirar hacia los procesos de movilización popular de América Latina, donde la patria fue y sigue siendo un territorio de conquista.

Claro que tenemos comunidades imaginadas a varios niveles; para muestra, la chavalada organizada por el clima en torno a un sujeto político global. Pero si hay un imaginario que se nos da bien, es “el barrio”. Esta comunidad imaginada nos viene como anillo al dedo, y es un constructo que manejamos a la perfección. Frente a sus cacerolas aporreadas, las nuestras llenas de comida por y para las redes vecinales. Frente a sus lógicas gentrificadoras y violentas, los centros sociales autogestionados, la ropa tendida y las pipas en un banco. El sujeto político “las vecinas”, se nos da fenomenal: es legible, moviliza y atiende a las condiciones materiales.

El sujeto político “las vecinas”, se nos da fenomenal: es legible, moviliza y atiende a las condiciones materiales

Pero vuelvo a la plaza de Carabanchel. Una de nuestras proclamas más vitoreadas era “Madrid será la tumba del fascismo” y, caris, qué pena, pero Madrid sigue siendo su cuna. Seguimos perdiendo esa batalla. La otra proclama fue “fuera fascistas de Carabanchel”, que recoge a la perfección el axioma de que el barrio es de las vecinas de las cacerolas llenas de apoyo mutuo, así que no caben sus discursos fascistas. Todo bien, pero si queremos echarles lo tendrán facilísimo; se irán sin despeinarse a su comunidad imaginada de referencia: la patria española. Es complejo y no tengo la fórmula, pero creo que es un error descargar toda nuestra ira contra esos cuerpos e identidades de barrio en los que se inscribe su patria. Y ya encima si la manera es al más puro estilo antifascista machuno, el retortijón se me hace insostenible. El foco del poder al que atacar está en otra parte, por lo que igual la estrategia debe ser otra.

En esa misma plaza, hubo un momento de cortocircuito del que podemos aprender una valiosa lección y es que, en un momento, a priori inexplicable, ambos lados coreamos “Sanidad pública”. Lo que significa en nuestro lado lo tengo pillado, en el suyo me descoloca y enfada a partes iguales. El caso es que el cortocircuito me hizo pensar ¿qué habría pasado si nos hubiéramos plantado allí con banderas de España? ¿qué partes de su discurso habrían quedado casi automáticamente desarticuladas? Ese es el chispazo que me gustaría que pensásemos juntas cuando, al fin, podamos sentarnos a hablar sin la necesidad de las pantallas.

Y es que hablar de patria en la izquierda es casi tan jodido como salir del armario, y mira que suele ser tortuoso. Pero la realidad es que una vez que sales, se está bastante mejor. Desde fuera, incluso, es más fácil ubicar el armario y utilizar la memoria de lo que pasó allí dentro para articular estrategias frente a quienes lo pusieron ahí.

El hostión de construir patria, ya se lo llevaron Iglesias y Errejón, que ahí siguen con su batalla como pueden. Igual podemos aprovechar los aprendizajes de aquel ratito cuando construimos una patria efímera durante la campaña de los ayuntamientos del cambio y empezar a pensarlo desde otros espacios no sujetos a sus lógicas electoralistas depredadoras. O mirar lo que nos vienen a decir dicen Teruel Existe y la España vaciada. O examinar qué funciona en el movimiento andalucista y qué hizo que Castilla sea un referente en coma inducido.

Y aquí los feminismos han abierto brecha y nos pueden servir como faro una vez más en la construcción de sentido común y marcos movilizadores. Igual lo que necesitamos es una matria que deseche la idea del padre autoritario por una lógica cargada de apoyo mutuo y cuidados. Que no es que sea yo defensor de la función dicotomizadora del género, pero igual desde ahí podemos articular un antifascismo incluyente y propositivo. Igual, ya que estamos, podemos aderezar esta receta con un poquito de purpurina y mamarracheo que nos ayude a construir un antifascismo cuqui. Aunque esto igual ya son delirios de marica.

Igual lo que necesitamos es una matria que deseche la idea del padre autoritario por una lógica cargada de apoyo mutuo y cuidados

Cuando era pequeño, no podía ni ver el brócoli. Qué asco. No podía entender que la gente lo comiera. Pero la realidad es que una vez que le di una oportunidad, descubrí que podía hacer muchas más recetas deliciosas, pese al imaginario que me acompañaba, grabado a fuego, desde la infancia. Incluso comerlo crudo y sentirlo delicioso. El caso es que ahora es un ingrediente más y mis posibilidades culinarias más amplias. Qué sé yo si igual esto de la patria en la izquierda tiene que ver con mi trayectoria con el brócoli, pero me planteo que podría aumentar nuestro recetario y que igual algún plato nos sale decente o, por qué no, delicioso.

En el corto plazo, toca seguir yendo a las plazas, claro que sí, pero con esos otros repertorios de acción política creativos que ya estamos poniendo en marcha. Pero igual mientras tanto, podemos ir soñando y construyendo esa patria con un alcance territorial más grande o pequeño o esa matria en la que poner la vida en el centro y dejar atrás el estado-nación, las concertinas y los paraísos fiscales. Tenemos inventiva para eso y para más.

Pablo Santos es sociólogo, activista y madrileño de adopción. Facilitador de procesos grupales y formador en género, diversidad y prevención de violencias. Forma parte del equipo de Otro Tiempo, donde coordina “Privilegiados", un laboratorio para hombres que quieren acercarse a prácticas más feministas.
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