Economía digital
Entre el capitalismo, el socialismo y el feudalismo: presentes y futuros de la digitalización de la economía

Las transformaciones económicas ligadas a las tecnologías digitales están dando lugar a distintos marcos de interpretación, desde quienes afirman que estamos retrocediendo a formas precapitalistas feudales, hasta quienes afirman que asistimos al surgimiento de un sistema de producción postcapitalista, pasando por quienes sostienen que se trata de capitalismo, bien en su versión clásica o bien en una versión renovada. ¿Cuáles son estas posiciones? ¿Qué posibilidades apuntan, en positivo y en negativo?
Nasdaq
Bolsa de Nueva York. Archivo.

Estos días se insiste en que la economía se está transformando de la mano de la tecnología. Se debate el ascenso de plataformas digitales de servicios como Airbnb o Netflix y sus efectos sobre la vivienda y el entretenimiento, se cuestiona la siempre anunciada y pospuesta robotización del trabajo, se promociona o critica la digitalización y descentralización de las formas de pago e intercambio con las criptomonedas y la web3... Esta conexión entre economía y tecnología no es una novedad. La economía siempre ha estado ligada al factor tecnológico en la medida que la producción, la distribución, el intercambio y el consumo de bienes y servicios lo están. 

El caso más evidente es el de la producción. Esta agrupa los procesos de transformación de nuestro entorno por medio del trabajo, una transformación que genera una diversidad de productos. La tecnología sería el conocimiento sistemático de ese saber hacer y su incorporación en medios materiales y artefactos. En Marx, tanto el trabajo humano como las tecnologías forman parte de las fuerzas productivas. Su desarrollo da lugar a cierto tipo de relaciones de producción y con ello a diferentes clases y antagonismos entre ellas. Análisis posteriores han profundizado en la complejidad de estas relaciones, en Marx y más allá: los factores sociopolíticos, económicos y tecnológicos se enlazarían no mediante una suerte de determinismo tecnológico en el que la tecnología define un tipo de sociedad, sino mediante dinámicas complejas, multidireccionales y co-constitutivas. En cualquier caso, el despliegue y popularización de las tecnologías digitales está yendo de la mano de diversas transformaciones socioeconómicas. ¿Cuál es la relación actual entre la economía y las tecnologías digitales? ¿Qué marcos e iniciativas nos permiten entender esa relación?

Economía digital: ¿intensificación, retroceso o mutación del capitalismo?

En los años noventa la digitalización vino de la mano de relatos que prometían un florecimiento de la creatividad, una distribución económica más justa y una descentralización del poder social. Revistas como Wired anunciaban una new economy en la que la gente trabajaría con su cerebro en vez de con sus manos, la tecnología de la comunicación crearía una situación de competencia global y la innovación sería más importante que la producción en masa: “un mundo tan diferente que su surgimiento sólo puede ser descrito como una revolución.” En el bando opuesto, las tradiciones críticas de Moulier-Boutang a Antonio Negri apuntaban el surgimiento de un capitalismo informacional y cognitivo que mercantilizaba regiones crecientes del cuerpo social, englobando las ideas, los afectos, o la inteligencia y sociabilidad humanas. Fueran dogmáticas o críticas, tales posturas planteaban una cuestión relevante: el impacto de las tecnologías digitales en la economía hacía de ellas algo más que una nueva esfera mercantilizable o un mero instrumento para la optimización y la maximización del beneficio; podrían traer un cambio estructural en los procesos económicos y en el capitalismo mismo. 

Lejos de catalizar una distribución del poder y la riqueza, estas tecnologías han contribuido a constituir circuitos y centros de poder económico y financiero que operan (si cabe, más que anteriormente) por encima de los circuitos y centros de poder político, provocando una gran crisis de las instituciones democráticas. También han provocado que las formas de generar y acumular plusvalor se abstraigan y encuentren un nuevo apoyo en la gestión de la información y la mediación digital, facilitando la automatización (y, por extensión, la aceleración) de los mercados financieros. Todo ello ha ido de la mano del surgimiento de diversos oligopolios, de actores económicos que poseen la propiedad de los datos y las infraestructuras tecnológicas, y cuya actividad está deficiente o nulamente regulada. 

En la última década han surgido diferentes reacciones a esta situación. Hay quienes, como Christian Fuchs, consideran que las tecnologías digitales no han generado un cambio significativo en la economía política, sino que simplemente suman una nueva capa de mercado al capitalismo. Otras posturas consideran que las tecnologías digitales sí suponen un cambio significativo, en tanto responsables de una intensificación de la lógica capital. Autores como Nick Srnicek sitúan el auge de los negocios basados en plataformas (como Facebook, Amazon, Uber o Airbnb) en el contexto de una historia más amplia del desarrollo capitalista desde la década de 1970, marcado por una prolongada caída de la rentabilidad de la manufactura. Para Srnicek, las plataformas (y la extracción y uso masivo de datos que posibilitan) no serían un simple nicho de mercado nuevo, sino la mediación por excelencia de todos ellos, un dispositivo transversal y determinante para “mantener el crecimiento económico y la vitalidad ante la debilidad del sector productivo”. 

Por su parte, Shoshana Zuboff encuentra aspectos diferenciales en esta plataformización, pero su lectura es divergente de la Srnicek. Zuboff rechaza que el problema esté en el capitalismo como modo de producción y se centra en lo que considera una deformación reciente del mismo, lo que denomina “capitalismo de la vigilancia”, que atenta contra los derechos y libertades del individuo (o consumidor) al desplegar técnicas de supervisión, explotación, control y manipulación masivas. La de Zuboff es una visión liberal, que centra su crítica en aspectos como la privacidad y los derechos individuales, pero no aborda en profundidad cuestiones vinculadas al poder, la propiedad y el control sobre las infraestructuras digitales, la construcción colectiva o, lo que es más importante, en torno al capitalismo mismo en tanto que horizonte y modo de producción. Sin embargo, hay quienes creen que las mutaciones del sistema económico son demasiado profundas como para considerarlas una mera intensificación (previsible, según Srnicek, o aberrante, según Zuboff) de las lógicas capitalistas. Por un lado, autores como Cédric Durand o Jodi Dean afirman que estamos experimentando un retroceso hacia formas económicas precapitalistas feudales. Por otro lado, autores como Paul Mason y McKenzie Wark sostienen que podríamos estar avanzando hacia formas económicas postcapitalistas, que no necesariamente implican una mejora sino simplemente el fin del capitalismo como modo de producción dominante. 

Con una clara orientación marxista y valiéndose de sus conocimientos como economista, Cédric Durand ha resumido recientemente su posición en su libro Tecnofeudalismo. En una economía feudal, el señor alquila parcelas de sus tierras a sus vasallos para que vivan y las trabajen; a cambio, éstos deben pagarle con los bienes que produzcan. Esta dinámica exime a los señores feudales de tener que asumir los gastos o inversiones necesarias para que esos bienes sean producidos. La situación resultante combina el rentismo con la dependencia extrema de los trabajadores, pues la única forma de subsistir es seguir produciendo en esas tierras. Según Durand, algo parecido está ocurriendo con las plataformas digitales: “La colonización de estas nuevas tierras ricas en datos procede de dispositivos técnicos y jurídicos muy diversos pero, en todos los casos, implica una forma de apropiación territorial: se trata de plantar límites allí donde es posible extraer datos. Es el momento extractivista en la formación de los Big Data, el de la captación de las fuentes.” En este sentido, según Durand, las plataformas estarían operando como nuevos feudos, pues los señores tecnócratas se apropian de las cibertierras y acaparan el beneficio de los datos generados en ellas, sin necesidad de “producir” nada: se trata, por tanto, de fuerzas de depredación y no de producción. 

Como Durand, McKenzie Wark cree que el modo de producción dominante hoy no es ya capitalista, pero, más que un retroceso hacia lo feudal, diagnostica un avance hacia lo que denomina “vectorialismo”. Si necesitamos describir el capitalismo de formas tan distintas (neoliberal, postfordista, de vigilancia, de plataforma…), quizás sea porque ha llegado a su fin como modo de producción dominante. Según Wark, la información se ha convertido en una nueva fuerza de producción. Esto podría apreciarse no solo en gigantes tecnológicos como Google, Apple, Facebook y Amazon sino también en corporaciones como Walmart, que podría considerarse más una empresa de logística que unos grandes almacenes. Su éxito se apoyaría en el uso de información para organizar los flujos de mercancías y trabajo a lo largo de su sistema, así como para establecer modelos predictivos sobre las decisiones de sus clientes. Este nuevo paradigma da lugar, según Wark, a nuevas clases sociales: estaría, por un lado, la  clase hacker, productora de novedad e información, y, por otro, la clase vectorialista, que posee los medios para realizar el valor de esa información (a través de patentes, marcas, propiedad intelectual, infraestructuras digitales, control de cadenas globales de valor, etc.). Del mismo modo que el capitalismo no eliminó al campesinado ni a los terratenientes, el vectorialismo no eliminaría las clases ni los modos de producción anteriores, sino que los transformaría y subordinaría como modo dominante. Este nuevo modo de producción no implicaría, sin embargo, un avance hacia algo mejor que el capitalismo, sino todo lo contrario. El vectorialismo supondría un escenario peor dado que, a partir del potencial abstracto de la información (que permite representar primero –mediante datos y metadatos– y operar después sobre cualquier objeto), todo se vuelve susceptible de ser mercantilizado.

Experiencias prácticas y horizontes en la construcción de alternativas a la actual economía digital

Estos variados diagnósticos (centrados en el capitalismo o en sus modificaciones, en su retroceso hacia lo neofeudal o en su avance hacia lo vectorial) van de la mano de propuestas de acción diferentes. Sin embargo, muchos de ellos esbozan respuestas comunes, inspiradas en las prácticas de la cultura libre y de la economía social, solidaria y procomún. Entre ellas se encuentra el cooperativismo de plataforma, cuya premisa central es aprovechar el potencial de las plataformas digitales al tiempo que se rediseñan sus objetivos, algoritmos y formas de propiedad (sea ésta municipal, de las trabajadoras o con el respaldo de sindicatos) para que sean transparentes, democráticas y redistributivas. Pero si bien el cooperativismo de plataforma es un modelo económico alternativo al capitalismo de plataforma, éste no representa una respuesta a todos los problemas que plantea la economía digital, especialmente si se asume desde iniciativas aisladas. El propio Scholz, director del Instituto para la Economía Digital Cooperativa en The New School, advierte de los peligros del solucionismo tecnológico y aclara que este nuevo cooperativismo “no es una aurora boreal tecnológica”, aunque sí “una parcela de esperanza”. Entre los riesgos que corren las cooperativas de plataforma (que resuenan con los apuntados en los debates de izquierda del siglo XIX en torno al cooperativismo) se encuentran el riesgo de alejarse de su misión política, el que no vayan acompañadas de un marco institucional y un horizonte de transformación más amplio, o el que tomen una deriva elitista y excluyente. 

En ecosistemas digitales como el de Barcelona podemos observar diversas iniciativas de cooperativismo de plataforma, pero también de procomunes digitales y digitalización democrática. Un proyecto como el software de participación democrática Decidim es un buen ejemplo de red política orientada a favorecer la democratización política, social y económica (algo que puede apreciarse en su uso por instituciones públicas, sociales y cooperativas). Decidim es un proyecto público-común (o público-comunitario), que surge del impulso del Ayuntamiento y una comunidad creciente de desarrolladoras, servidores públicos, investigadoras, pymes, ciudadanía en general, y un número creciente de instituciones de todo el mundo; un proyecto que ha sido capaz de superar con mucho en alcance e impacto a plataformas corporativas promovidas por actores como Telefónica. En la ciudad también se desarrollan alternativas a los servicios de almacenamiento y herramientas corporativas en la nube, tales como Google Drive, Microsoft One o Dropbox, a través de servicios como Maadix o CommonsCloud, que se basan en los principios de autogestión comunitaria, sostenibilidad ecológica, económica y humana, de conocimiento compartido y replicabilidad. El despliegue de servicios de este tipo está en la base de un reciente proyecto que pretende sustituir Google Classroom en las escuelas. Por otro lado, en el marco de alternativas a las infraestructuras de conectividad privadas, Guifinet es una red de telecomunicaciones del procomún, abierta, libre y neutral que ya cuenta con más de 38.000 nodos activos. Más recientemente, en relación con la lucha sindical de RidersxDerechos, surgió Mensakas, una cooperativa que ofrece servicios de reparto a domicilio y que opera desde un modelo opuesto al de Glovo o Deliveroo, priorizando los intereses y derechos laborales de quienes trabajan en ella. Más allá de Barcelona, iniciativas como Fairbnb dan sus primeros pasos y aspiran a dar alternativas al alojamiento temporal depredador representado por Airbnb. Los listados de servicios y herramientas digitales alternativas no escasean en la red (p.ej.: el de framalibre). Basten estas referencias como índice, sin pretensión alguna de sistematicidad. 

Estas propuestas apuntan explícita o implícita, real o potencialmente, hacia horizontes narrativos y prácticos que, más allá de iniciativas, reformas o servicios concretos, delinean un sistema basado en formas más democráticas, cooperativas, equitativas, solidarias y ecológicas de organización social, política y económica. Apuntan, en mayor o menor medida dependiendo del caso, hacia un horizonte de alternativa, un horizonte sistémico que, además de cubrir las cuestiones prácticas -creación de instituciones políticas, modelos económicos, infraestructuras técnicas, etc.- vaya de la mano de la reformulación de valores, deseos y necesidades. A la hora de delinear esas alternativas sistémicas encontramos aproximaciones diversas, que subrayan el rol del Estado o de la sociedad, de la planificación o de las dinámicas emergentes, de la centralización (a menudo democrática) o de la descentralización, y que, en muchos casos, las hibridan. Como en el caso de los análisis y diagnósticos sobre el capitalismo, hay quienes subrayan que lo central es el socialismo (o el comunismo, u otros modelos de sociedad y economía), más allá del factor digital. Aquí nos centraremos en diferentes autores que han mostrado la centralidad de la tecnología a la hora de avanzar hacia un modelo deseable y alternativo de sociedad.

Propuestas teóricas para el desarrollo de alternativas sistémicas 

Una reflexión en torno al potencial de la tecnología en la construcción de un sistema económico más justo puede encontrarse en la propuesta de “Ciber-comunismo” que han formulado Paul Cockshott y Maxi Nieto. Su proyecto consiste en evaluar las posibilidades del socialismo y la planificación centralizada de la economía a la luz de las capacidades científico-técnicas actuales en los campos de la informática, las telecomunicaciones y la inteligencia artificial, proponiendo un modelo de economía socialista democráticamente planificada, viable y eficiente. La defensa de la planificación puede resultar anacrónica y sigue generando rechazo entre la izquierda por su vinculación a experiencias históricas como la burocracia soviética. Los autores que apuestan por ella subrayan que el rechazo de la planificación coincide con su implementación en el ámbito empresarial, mediante procesos de racionalización extrema posibilitados por las nuevas tecnologías: corporaciones como Amazon podrían considerarse ejemplos de economías planificadas actualmente existentes. En Gobernar la utopía, Martín Arboleda sugiere que “la planificación ofrece los instrumentos para que las visiones radicales sobre futuros alternativos puedan dejar de ser un mero ejercicio retórico o testimonial” de modo que “adquieran la capacidad de consolidarse en proyectos técnicos, circular de manera efectiva ante diversos públicos, y eventualmente replicarse de manera tangible al insertarse en el tejido de toma de decisiones del Estado”. El rol central otorgado al Estado no se apoyaría en su visión y forma actual, de instrumento de dominación de clase, sino como un mecanismo -en muchos casos transicional- de representación y participación de las clases populares.

Otras propuestas abogan por formas alternativas de organización de lo colectivo basadas la descentralización del poder y orientadas al control directo por parte de la ciudadanía. El socialismo de plataforma propuesto por James Muldoon ocupa un lugar intermedio. En su trabajo apunta hacia un modelo participativo y descentralizado del Estado, que operaría no como depositario último de la soberanía ni como un aparato omnicompetente sino como una agencia de coordinación: un elemento más en la compleja red de asociaciones y prácticas por medio de las cuales se organiza activamente la ciudadanía. Muldoon subraya la necesidad de garantizar la propiedad social y el control democrático de las grandes plataformas, orientándolas hacia el bien común en lugar del dominio privado. Dado que ofrecen un servicio público -al igual que las empresas de agua, electricidad y gas- deberían ser socializadas o remunicipalizadas, dotándolas de mecanismos para que tanto sus trabajadores como la ciudadanía en su conjunto puedan participar en ellas y decidir cómo se organizan. Entre los objetivos de su propuesta también se encuentran el empoderamiento de las comunidades con el fin de expandir su libertad (entendida como autodominio colectivo); una redistribución más justa y equitativa de los beneficios generados por las tecnologías digitales; el fomento de la colaboración y la solidaridad, poniendo la innovación al servicio de la utilidad; y la lucha contra las desigualdades de poder basadas en jerarquías sociales. Por su parte, en un conocido texto sobre “socialismo digital” y el “debate del cálculo”, Evgeny Morozov ha sugerido que la clave está en alimentar una ecología de coordinación social más allá del mercado, que incluya “la ley, la deliberación democrática, una ‘burocracia radical’ y mecanismos de retroalimentación descentralizados, además del sistema de precios”. Alimentar esta ecología exige ciertas formas de planificación, así como subrayar los costes de la competición como medio de coordinación y descubrimiento social y los beneficios de ecologías alternativas.  

Más allá en la apuesta por mecanismos no-estatales y descentralizados, Bauwens, Kostakis y Pazaitis, en su libro Peer to Peer: The Commons Manifesto, apuntan a los ecosistemas P2P (que suponen lo que Yochai Benkler denomina una “producción entre iguales basada en el procomún”) como base para acercarnos a sociedades poscapitalistas centradas en los bienes comunes. Más allá de una respuesta estatal de planificación económica a nivel nacional, afirman que el cambio sistémico debe emerger de una contra-fuerza económica constituida por coaliciones  translocales y transnacionales de empresas orientadas al procomún, iniciativas agrupadas en Cámaras o Asambleas de los Comunes (emulando el rol de las Cámaras de Comercio). Su objetivo sería reunir a todos los que contribuyen y mantienen los bienes comunes y servir de foro para intercambiar experiencias, así como promover y participar en “asociaciones público-comunitarias”. Estas Cámaras o Asambleas de los Comunes se articularían en federaciones a distintas escalas (regionales, nacionales, transnacionales) hasta llegar a una Cámara de los Comunes Global. Se trataría de resguardar la autonomía de las comunidades locales a la vez que se da una respuesta a la gobernanza global que ejercen hoy las fuerzas capitalistas. 

Queda para trabajos futuros (en particular, un volumen colectivo que verá la luz en 2023) el abordar las virtudes y defectos de estos diagnósticos y pronósticos, sean pesimistas u optimistas, así como las posibilidades y límites de diversos procesos y proyectos en curso, sean hegemónicos o contra-hegemónicos. En cualquier caso, es claro que la mayoría de las aportaciones que hemos revisado en este texto sugieren la urgencia de pensar y actuar en la intersección entre la economía y la tecnología, y de abordar esa intersección como un frente de batalla clave en la definición de los modelos de sociedad (capitalista, neofeudal, socialista…) del presente y del futuro.



Para ampliar algunos de los temas aquí tratados podéis ver los contenidos de las sesiones del Eje Economía y Tecnología del Vector de Conceptualización Sociotécnica. En la primera de ellas, celebrada en el Canòdrom con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona, conversamos con Cédric Durand sobre su concepto de Tecnofeudalismo. En la segunda, organizada junto al Decidim Fest y el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), debatimos con McKenzie Wark si el capitalismo ha muerto y su concepto de “vectorialismo”, tras la cual realizamos una entrevista para El Salto. En la tercera sesión, de nuevo celebrada en el Canòdrom, recorrimos diversas formas tecnoeconómicas emergentes, tanto hegemónicas como contra-hegemónicas. 

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Atenea cyborg es un espacio de Tecnopolitica.net (red asociada al IN3 de la UOC) dedicado a explorar los conflictos y las contradicciones de nuestro tiempo, un tiempo marcado por la tecnopolítica y la tecnociencia. Es un lugar desde el que destejer la urdimbre de la ciencia, la tecnología y la sociedad contemporáneas para imaginar otros mundos y vidas posibles. Por un giro retrofuturista, aquí la vieja Atenea no es ya diosa sino cyborg y no es una sino muchas; ya no está sola, pero sigue en pie de guerra.
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