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La devastación de la Chiquitanía no ha logrado llamar suficiente atención internacional, a diferencia de sus regiones vecinas que sufren tragedias similares. Se trata de una ecorregión que conecta ecológica y socialmente al Chaco hacia el sur, a la Amazonía al norte, y al Pantanal al este. Cubre 25 millones de hectáreas, de las cuales 16 millones están en Bolivia y el resto en el oeste de Brasil y en el norte de Paraguay (FCBC). Sus ríos nutren a las cuencas del Amazonas y del río de la Plata (Vides-Almonacid, Reichle y Padilla, 2007).
Esto a pesar de que el futuro de la Amazonía, del Pantanal y del Chaco está entrelazado con el de la Chiquitanía, ya que varias especies transitan entre estas regiones. Los bosques, cerrados, chacos y sabanas de la Chiquitanía, y las formas de vida de sus pueblos indígenas y originarios como los chiquitanos, ayoreos y guaraníes, están siendo reemplazados rápidamente por los paisajes homogéneos de la soja transgénica y la ganadería.
Entre 1990 y 2018, 3,3 millones de hectáreas fueron deforestadas en áreas de expansión de la frontera agrícola situadas mayoritariamente en la Chiquitanía
Las investigaciones de la Fundación TIERRA han evidenciado ampliamente cómo la expansión de la frontera agrícola en la Chiquitanía implica la colonización, el avasallamiento de tierras, la quema y la deforestación de bosques. Según un informe reciente, entre 1990 y 2018, 3,3 millones de hectáreas fueron deforestadas en áreas de expansión de la frontera agrícola situadas mayoritariamente en la Chiquitanía, cerca del 40% de toda la deforestación en Bolivia en ese periodo.
A la par, los incendios han arrasado con grandes áreas, como las más de 4 millones de hectáreas afectadas en Santa Cruz en el año 2019, y entre 2.5 a 3.0 millones de hectáreas entre los años 2020-2023. Muchas de estas tierras tienen vocación forestal, con suelos poco fértiles para la agricultura y lluvias escasas, por lo que su transformación hacia usos agroindustriales es completamente irracional.
Más de 4 millones de hectáreas se han incendiado en Santa Cruz en el año 2019, y entre 2.5 a 3.0 millones de hectáreas entre los años 2020-2023
A pesar de lo anterior, las alianzas “pragmáticas” entre los gobiernos y los poderes agroindustriales han impulsado, al menos desde el 2013, el desarrollo de las industrias de la soja a costa de la diversidad biocultural de la Chiquitanía. A la vez que los agroindustriales avanzan en su agenda de desmonte y monocultivo, los gobiernos los favorecen con paquetes legales, que hacen la vista gorda ante la deforestación y que impulsan la expansión de la frontera agrícola, mientras aprovechan la oportunidad de asignar tierras fiscales a sectores sociales afines para lograr mayorías políticas en una región históricamente controlada por la oposición.
Como resultado, Bolivia ocupa los primeros puestos en deforestación a nivel mundial, mientras sus gobiernos progresistas invocan los derechos de la Madre Tierra en escenarios internacionales. A su vez, justifican la deforestación “pragmática” con una sospechosa búsqueda de soberanía alimentaria a base de monocultivos a gran escala.
En este escenario incendiario, la diversidad biocultural de la Chiquitanía está en alto riesgo de extinción. Por un lado, la renovación ecológica se debilita a medida que disminuye la capacidad de tránsito, conectividad y reproducción de especies vegetales y animales entre la Chiquitanía, la Amazonía, el Chaco y el Pantanal (Vides-Almonacid, 2021). Por otro lado, los pueblos indígenas y campesinos sufren el despojo y avasallamiento de sus medios de vida estrechamente ligados a la biodiversidad del bosque seco, sin que la agroindustria ofrezca alternativas de vida digna. En estas condiciones, los pueblos indígenas de tierras bajas no parecen estar realmente invitados a la construcción de “Buen Vivir” que pregona el gobierno.
Los pueblos indígenas y campesinos sufren el despojo y avasallamiento de sus medios de vida estrechamente ligados a la biodiversidad del bosque seco, sin que la agroindustria ofrezca alternativas de vida digna
En palabras de la Organización Indígena Chiquitana (OICH) (2020): “Los pueblos y comunidades indígenas chiquitanos nos sentimos invadidos, colonizados por nuevos actores socioeconómicos que llegan, arrasan con el monte, secan nuestras quebradas, exterminan nuestra fauna y queman nuestros bosques. Impotentes vemos como se queman nuestros cultivos y se hacen humo nuestras esperanzas, con dolor vemos que los Jichis [seres mitológicos y guardianes] del monte, los de la laguna y la quebrada están quedando hechos cenizas. Con mucho dolor e impotencia vemos como se destruye nuestro hábitat y nuestra cultura a nombre del progreso y desarrollo”.
Lo que ocurre en la Chiquitania tiene efectos más allá de sus fronteras arbitrarias. Es una expresión de la enorme devastación que están sufriendo las regiones con mayor diversidad biocultural en América Latina. Por eso, el foco de atención y de acción debe ampliarse: la defensa de la Amazonía por sí misma no es suficiente. Su suerte es inseparable de la lucha común por la vida y la diversidad que aún persisten en ecosistemas y territorios indígenas y campesinos de esta parte del mundo, como la Chiquitanía.