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Cultura de la Transición
Generación del 78
El conflicto catalán es la más clara expresión de una brecha generacional que nos persigue desde aquel mayo del 2011.
Que un hijo quiera romper con sus padres y que unos padres rechacen las pretensiones de su hijo son situaciones cotidianas en la vida familiar. Los padres tienen tendencia a pensar que su descendencia es la gran y verdadera obra de su vida, por lo que la protegen de todo tipo de alteraciones emancipadoras, consideradas al efecto una afrenta a su trabajo.
La España del consenso constitucional es heredera directa del silencio piadoso de la generación reprimida. Intentar romper, haciendo política, el discurrir previsible de las cosas, no afecta solo a la generación inmediatamente anterior a los indignados, también a sus abuelos. Nuestro país ha vivido más entre problemas que entre prosperidades, pero a pesar de esta sensación de camisa que nunca se asienta, los hijos de Suárez sienten habitar la galería de los ganadores. Todo lo vivido ha sido olvidado, el fascismo que atacaba librerías y mataba abogados, el terrorismo vasco que apelaba a los militares para hacer una inesperada coalición reaccionaria, las noches de traición al marxismo que se resolvieron con el bienestar consumista…De aquello solo quedó la convicción de que, mejor o peor, entramos en Europa y llegó el agua corriente a nuestros pueblos. Parecía que habíamos dejado de ser bárbaros, aún a pesar de que el tiempo muerto para resolver el pasado que pidieron todos los actores, también los comunistas, se convirtiese ya en las nuevas reglas de juego del partido.
Estamos donde estamos porque estamos hartos de nuestros padres y ellos, claro está, están hartos de nuestras aparentes frivolidades democráticas. El Plan Ibarretxe no logró quebrar el sistema político español y eso que se planteaba en una sociedad con condiciones sociales objetivas más favorables al sentimiento diferencial. En 2008 Ibarretxe defendió una propuesta soberanista para Euskadi que incluía una consulta popular para el 25 de octubre. Era mayo cuando el lehendakari entregó al Parlamento vasco su propuesta de ley de consulta.
La consulta tenía dos preguntas, la primera de ellas sobre la posibilidad de iniciar un proceso dialogado con ETA, toda vez que la banda manifestara su voluntad de poner fin a la violencia. La segunda, pretendía interpelar al pueblo vasco sobre el libre ejercicio del derecho a decidir antes del año 2010. También el Gobierno, en este caso socialista, inició una batalla constitucional para parar la posible actuación parlamentaria. No se vislumbró, ni de lejos, el nivel de conflicto político que ha surgido en Cataluña. Bien es cierto que ETA mataba todavía y que con muertos sobre la mesa hablar de urnas parece inapropiado, pero la verdadera gasolina que ha diferenciado a estos dos procesos soberanistas ha sido la ruptura generacional.
La memoria política ha cambiado para los del 78 y los del 2011, también lo han hecho las condiciones de vida y las formas de hacerse sujetos políticos. Hay quien culpa a la nueva generación de traicionar el espíritu de paz que se les legó, desde la comodidad de la abundancia. Los hay, también, que culpan a los constructores de España de haber roto el pacto no escrito que auguraba un bienestar creciente en el tiempo. Sin poder determinar del todo bien hasta qué punto alcanza el dolo de las generaciones enfrentadas, sí parece sensato concluir que se ha fallado en el proceso de transmisión de sentidos y lugares compartidos que permitan construir una “patria, común e indivisible”. Y se ha fallado porque en lugar de ser padres comprensivos con los anhelos de unos hijos que ya no se conforman con la libertad de no ser callado y quieren la libertad positiva, la de poder hacer y no la de dejar de sufrir, se ha preferido hacer una coalición coetánea que defiende unos valores devaluados como irrenunciables. Paco Frutos o Serrat. Ana Belén o Borrell. Da igual cuánto les hayamos admirado o respetado. Lo que importa ahora es que ellos nos entiendan, que nos permita conjugar la construcción de una nueva España con el mantenimiento de los mejores cimientos de la España en progreso de 1982. El colapso del régimen del 78 desde la vía territorial, si no se aborda profundamente la brecha generacional, puede acabar en un refuerzo del propio régimen, encerrado en su mayoría poblacional y enfrentado ferozmente a una juventud que no termina de compartir este país heredado como suyo.
La España de 2017 es la crónica del enfrentamiento entre Antonio Alcántara y su hijo Carlitos.