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Camino al paraíso
Lógica para un futuro
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @pablorcebo.bsky.social, pablo.rivas@elsaltodiario.com
Escribo principalmente sobre clima y medio ambiente, con lo que el algoritmo, en su binaria e interesada sabiduría, me suele llevar por esos lares. En la ocasión que nos atañe me transportó hasta un titular en forma de declaración, una de esas que te hace arquear las cejas: “Los niños saben más marcas de móviles que nombres de árboles”.
Me podéis llamar jipi y todo lo que queráis, pero, en una primera impresión, la frase me resulta altamente desesperanzadora. Más en los tiempos que corren. No lo digo solo por la velocidad que está adquiriendo la crisis climática —y la escasa prioridad que parecen darle los Sapiens últimamente—, también por lo poco tranquilizadora que está la geopolítica global y hacia dónde parece que van las sociedades humanas, retrocediendo décadas como deporte. Esa mezcla de estupidez y locura turbopropulsada por energúmenos con demasiado dinero traducida en titulares diarios que hace apenas unos años ni habríamos imaginado. Esa polarización y culto al egocentrismo, a la destrucción del diálogo y a la falta de empatía que se puede llevar —entre otras conquistas— buena parte del trabajo realizado en décadas sobre la hoy al parecer intrascendente tarea de salvar el clima del planeta y a los seres que hacen de nuestra biosfera un lugar en el que podamos existir.
Con encuestas que señalan a los más jóvenes como los mayores seguidores de esta tendencia, me pareció que aquel titular cobraba especial gravedad. Así que, sí, a primera lectura, la frase me lleva al desánimo. Pero resulta que esa situación que describe —el interés infinitamente superior en los bienes de consumo con respecto a la naturaleza que parecen tener los futuros pobladores de la Tierra— le conduce a la actitud contraria a quien la enuncia.
Recordaba su nombre. Se llama Miriam Campos Leirós y es maestra de primaria desde hace más de dos décadas. Hablé con ella en 2019, una época en la que las movilizaciones climáticas y los Fridays for Future que arrancó una adolescente sueca de 15 años hoy archiconocida eran la noticia y no el genocidio en Gaza, el rearme global o las pretensiones imperialistas de potencias en decadencia. La llamé entonces porque esta profesora de primaria de O Porriño (Pontevedra) no solo había apoyado las huelgas estudiantiles que promulgaba Greta Thunberg con su granito de arena: llevando a sus alumnos a la plaza del pueblo para exigir un planeta en el que vivir mañana. También había fundado, junto a otros colegas, la rama española de Teachers for future, los Profesores por el futuro.
Ha llovido mucho desde entonces y hoy Miriam, con multitud de proyectos relativos a la educación y al medio ambiente sobre sus espaldas, y con un libro al respecto publicado, Educación ecosocial. La respuesta a los retos del siglo XXI (2024, Tébar Flores), atesora muchas claves sobre cómo educar a peques y jóvenes en una materia tan clave como es cuidar el único mundo que tienen y tendrán jamás.
Tan constructiva en sus argumentos como crítica, y dejando claro que no comparte esa visión romantizada de la educación que se usa en tanto manual y discurso político, esta educadora sostiene que no habrá cambio medioambiental ni cambio en la educación si no hay un cambio social.
La pregunta la enuncia ella: “¿Cómo les decimos que queremos soluciones climáticas cuando la educación que están recibiendo es completamente consumista, incluso en los contenidos que se dan en el aula?”. En una crisis climática en la que entran innumerables variables, abordarla sin asociarla con otros retos de la humanidad, sostiene, es un error. “Tenemos que hacer frente a la emergencia climática; a la desinformación; a la sobreinformación o intoxicación, como se quiera llamar; a una polarización social bestial; a los discursos de odio; a una sociedad que nos ha inducido al consumo y por la que creemos que tenemos que trabajar para luego consumir… Son un montón de retos que nos están llevando no solo a la polarización, sino a creernos cosas que son mentira y a varias guerras en las que parece que nos tenemos que posicionar siempre en contra o a favor, y donde hemos olvidado los puntos de en medio”.
Los grises, los argumentos complejos, el ceder en una conversación, el diálogo constructivo, la búsqueda de los puntos comunes frente al enfrentamiento constante. Todo eso que parece haberse perdido en el mundo de los comentarios en reels y los multimillonarios sin empatía al mando son conceptos que forman parte de la base de la solución que Miriam plantea en su libro. “Hablo de relacionar un montón de cosas que no tienen que ver solo con la crisis climática: cómo hemos llegado hasta aquí, cómo seguimos desinformados, cómo estamos en esta vorágine, en ese ciclo de consumo y en el que ya no tenemos ni siquiera atención para atender a lo que es realmente importante”.
En esencia, lo que recopila en el libro, y lo que pone en práctica también en el proyecto 28.000 por el clima de Teachers for Future —que pretende implicar a los 28.705 centros de enseñanzas de régimen general no universitarias de España en la concienciación y la formación sobre el cambio climático vinculadas a la educación ecosocial— es que “salud planetaria y justicia social van de la mano”.
Por supuesto, descendiendo a lo concreto, eso se puede aplicar a innumerables materias. Habla del programa de Teachers for Future Recreos Residuo Cero, creado para fomentar almuerzos y meriendas sin residuos y al que se han sumado 2.000 coles. O Colecaminos, pensado para eliminar coches y vehículos de los centros escolares como han conseguido en muchos las movilizaciones de la Revuelta Escolar. “Cuando a la sociedad se le dan facilidades para hacer algo en favor del medio ambiente, algo tangible y fácil de llevar a cabo, ésta está deseosa de hacerlo”, apunta Miriam, destacando que no tiene sentido poner el dedo acusador en la sociedad y en el individuo cuando multinacionales y Gobiernos son quienes deberían llevar el grueso del trabajo para arreglar el desaguisado climático y medioambiental que han creado.
Cómo hacer, entonces, que quienes vienen detrás luchen por un planeta habitable y salgan de esta espiral de individualismo, consumo y sinrazón mediática. “No puede ir solo por una cuestión de contenidos, de explicar qué es la crisis climática, sino que tenemos que trabajar por otro tipo de educación, una educación colaborativa y no para la competitividad”.
En la Tierra del turbocapitalismo, el culto al ego y a la marca personal, y la competitividad entre humanos para pisar al de al lado, semejante frase suena hasta subversiva, aunque bien pensada es tan simple como aplicar la lógica. “Tenemos que educar para la colaboración, para que se generen sinergias entre las personas y enseñar que este problema lo tenemos como sociedad y no deberíamos dejar a nadie más atrás. Eso es hablar de justicia climática. Tenemos que cambiar no solo los contenidos, también las formas de educar, y tenemos que hacerlo de una vez por todas”. Sea, por favor.
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