Cárceles
Las familias de los reclusos, las víctimas invisibles de la prisión
Arturo es un padre al que la cárcel le ha cambiado la vida. Las adicciones a las drogas han llevado a su hijo de 31 años a entrar en prisión por un robo. “A partir de su entrada en la cárcel, comenzó mi pequeño infierno. Voy al psicólogo porque esto te deja afectado de por vida”, afirma Arturo. Tras un proceso judicial de siete años, Marta vio cómo su pareja acababa en el Centro Penitenciario Madrid V. Además, ella es madre de una niña de siete años. Marta cuenta que, para su hija, “la cárcel es el trabajo de papá y él no puede vernos tanto porque le dan muy pocas vacaciones”.
La prisión no es una realidad que solo afecte a los 56.698 reclusos que permanecen en los centros penitenciarios españoles. También es sufrida por sus familias. La entrada en prisión del miembro de una familia supone un gran impacto en la economía familiar, las rutinas diarias o el cuidado de los hijos. Asimismo, el estigma social sufrido por las familias que acompañan a una persona privada de libertad a lo largo de su condena provoca que esta vivencia sea aún más complicada.
Familias y prisión, un hilo que no se corta
El pasado mes de octubre, Fundación Esplai y Solidarios para el Desarrollo organizaron junto a varias entidades del tercer sector una Jornada de Familias. En este evento que tuvo lugar en la Biblioteca Pública Eugenio Trías (Madrid), se visibilizó el papel de las familias en el entorno penitenciario. A pesar de la entrada en prisión, muchos reclusos mantienen en su familia “un hilo que no se corta”.
La familia tiene un papel crucial antes, durante y después de la condena. Son una de las principales protagonistas de toda estancia en prisión de un recluso. Virginia Pareja, responsable del área de Justicia Educativa de Fundación Esplai, afirma que “no se puede excluir a la familia en el proceso de preparación de la vida en libertad y el sostenimiento de la persona reclusa durante su condena”.
Mantener la relación entre la familia y la persona privada de libertad no siempre es posible ni beneficioso:“Si el vínculo entre familiar y recluso no se acaba dando, hay que trabajar en que haya una ruptura sana”
No obstante, Raquel de Torres, técnica del proyecto Reconstruyendo Vínculos, recuerda que mantener la relación entre la familia y la persona privada de libertad no siempre es posible ni beneficioso. “Si el vínculo entre familiar y recluso no se acaba dando, hay que trabajar en que haya una ruptura sana”, afirma la trabajadora de Fundación Alamedillas.
Una losa económica para las familias
Cuando una persona entra en prisión, sus familiares deben acarrear con una importante cantidad de gastos. Según la organización escocesa Families Outside, las familias que viven esta realidad emplean entre un tercio y la mitad de sus ingresos en apoyar a ese ser querido que ha entrado en prisión. Además, si el recluso no puede trabajar dentro de la cárcel, la familia tiene que ingresar dinero en el peculio (una tarjeta monedero que tiene cada recluso) para que la persona presa pueda comprar en el economato de la cárcel. También se emplea el peculio para pagar las llamadas que se realizan desde la prisión. El dinero del peculio no puede ser usado de forma ilimitada porque los presos solo pueden gastar un máximo de 100 euros a la semana dentro de prisión.
Además, con la entrada de un familiar en prisión, se produce una merma de los ingresos para la familia porque se deja de percibir un sueldo. Esto mismo lo recuerda Silvia Menéndez Alcalde, miembro de CONCAES. “En muchos casos, la persona que sostenía económicamente a la familia es la que entra en prisión. Por eso, la familia es una víctima más de la condena”, recalca Silvia Menéndez. Desde CONCAES, se desarrolla el proyecto Fabricantes de Paz para “reconocer a las familias como víctimas directas del delito y que tengan acceso a los mismos servicios de información y apoyo que tienen los condenados”.
Arturo vivió de primera mano esa falta de información proporcionada por Instituciones Penitenciarias. En su caso, los familiares de otros reclusos le ayudaron a saber qué hacer. “A mí me llamó la familia del compañero de celda de mi hijo para informarme sobre cuándo él podía llamarme desde la cárcel”, cuenta Arturo. Incluso, este padre denuncia que “ni siquiera me informaron cuando mi hijo tuvo una sobredosis”. Por estos motivos, Arturo reclama a Instituciones Penitenciarias que “se dé más información a personas que visitan por primera vez a un familiar en prisión y enfrentan esa tragedia”.
Iniciativas como la organización del Día de las Familias en centros penitenciarios como el de Soto del Real son de gran utilidad para las propias familias. Durante ese día, los familiares de los presos pueden permanecer con ellos varias horas dentro de la prisión y ver cómo es el funcionamiento de un centro penitenciario. Arturo considera que “el Día de las Familias sirve para tranquilizar. El módulo me pareció correcto, tienen sus talleres, nos hicieron una representación de teatro y un picnic. Para mí, fueron unas siete horas inolvidables”.
Los hijos de las personas reclusas
La organización Children of Prisoners Europe estima que alrededor de 2,1 millones de niños europeos cuentan con progenitores en prisión. Este es el caso de la familia de Marta. “En un principio, nosotros teníamos la mentalidad de que mi hija no iba a ver a su padre en prisión”, narra Marta. Pero, con el paso del tiempo, la visión de esta madre sobre el vínculo de su hija con la cárcel ha cambiado. Marta explica que su hija “no se ha olvidado de su padre. Está muy presente en su vida y sigue hablando con él”.
Marta considera que los funcionarios del Centro Penitenciario de Soto del Real “tienen una gran conciencia sobre los hijos de las personas privadas de libertad”. “En los vis a vis, hay una sala pequeña con juguetes y cuentos. Incluso, en Navidades, le dieron un juguete a mi hija”.
“Salvo que haya visitas, los presos extranjeros pueden estar años sin ver a su familia”, destaca Pilar Pérez
No obstante, los reclusos extranjeros cuentan con bastantes dificultades para mantener un contacto continuo con sus familiares que viven en otro país. Pilar Pérez Aguilar, profesional de la Asociación de Mediación para la Pacificación de Conflictos, recuerda que “los internos extranjeros solo pueden comunicarse por medio de llamadas de unos escasos ocho minutos de duración”. “Salvo que haya visitas, los presos extranjeros pueden estar años sin ver a su familia”, destaca Pilar Pérez. A raíz de la pandemia del COVID-19, la implementación de las videollamadas en las cabinas telefónicas de las prisiones ha ayudado a paliar esa falta de contacto.
La lejanía de los centros penitenciarios
Otro aspecto que dificulta el contacto entre familiares y los internos de las prisiones es la lejanía de los centros penitenciarios. Históricamente, los argumentos empleados para construir las prisiones lejos de los núcleos urbanos es la necesidad de grandes terrenos para las instalaciones y la evitación de fugas de los reclusos. No obstante, los largos trayectos que deben hacer muchos familiares desincentivan las visitas a las personas privadas de libertad.
José Antonio Pérez Yuste, jefe del área de formación de Instituciones Penitenciarias, incide en que “todos queremos tener un colegio, universidad o polideportivo cerca. En cambio, queremos tener las prisiones lejos, como ocurre con los centros de desintoxicación o de menores extranjeros no acompañados”. Instituciones Penitenciarias ha creado una Guía de Transportes para dar a conocer todas las alternativas existentes para llegar a un centro penitenciario.
Sin embargo, varios de los asistentes a la Jornada de Familias manifestaron sus quejas por las deficiencias del transporte público hacia las prisiones. Los autobuses y trenes, por ejemplo, no llegan a centros penitenciarios como el de Aranjuez. En Valdemoro, la parada de autobús más cercana se sitúa a dos kilómetros de la cárcel. En los centros penitenciarios a los que sí llega el transporte público, “las frecuencias de los buses son tan bajas que el desplazamiento puede ser de varias horas”.
El estigma y la necesaria sensibilización social
Arturo cree que existen una gran cantidad de estereotipos sobre el mundo de las prisiones. Según Arturo, “hay mucho discurso de que las cárceles son un cachondeo, y no lo son. En muchas prisiones, hay problemas sanitarios como plagas de cucarachas o no hay aire acondicionado. Pasar una sola noche allí te cambia la vida”.
El estigma social existente hacia los familiares de las personas privadas de libertad provoca que Marta se haya sentido juzgada. “Cada vez que he tenido que contar que mi pareja está en prisión, tengo que dar muchas explicaciones. Al final, me tengo que justificar constantemente y no entiendo por qué”, comenta Marta.
Álvaro Crespo, miembro de Solidarios para el Desarrollo, destaca que “los familiares viven un fuerte estigma y una sensación de vergüenza. Si unimos los testimonios de los familiares de reclusos, encontramos este relato común”. Para Álvaro Crespo, la solución ante esta existencia de prejuicios es “una mayor visibilización de esta situación en los medios de comunicación”.
Virginia Pareja hace hincapié en que Fundación Esplai desarrolla proyectos como Escuela de Convivencia para tratar de mostrar cómo es la vida de las personas privadas de libertad y sus familias. “Trabajamos la sensibilización social sobre esta realidad porque la sociedad también es responsable de la entrada en prisión de una persona”, declara Virginia Pareja. Además, la responsable del área de Justicia Educativa manifiesta que “muchas personas que viven esta situación no pueden hablarlo ni con sus amigas o seres queridos. Las personas que sí hablan sobre este tema son muy valientes”.
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