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Carta desde Europa
Créanme ustedes, que será suficiente
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
Es verano, Bruselas pretende estar de vacaciones, pero nadie lo cree: las nubes se adensan, no se vislumbra solución mágica alguna al alcance de la mano, todo el mundo tiene los nervios de punta. Los bosques arden, llueve, los ríos traen inundaciones: la «crisis climática» está golpeando en casa de un modo cada vez más innegable. De los 750 millardos de euros del Coronavirus «Recovery» Fund no se ha gastado todavía ni un solo euro, cuando la «cuarta ola» comienza a coger fuerza. Tiempo para un agresivo paquete suplementario de estímulo fiscal, pero, ¿cómo pagarlo?
La guerra francesa en África continúa; los Estados fallidos de Libia, Siria, Iraq y Líbano continúan fallando; las demandas alemanas de un derecho de asilo europeo, susceptible de proteger a Alemania de la obligación de adaptar su comportamiento a su retórica, se muestran tan divisivas como siempre; el cambio de régimen en Rusia debe esperar, porque Putin no dimitirá, y a todo ello se suma ahora Afganistán. El buen tío Joe se ha convertido en el malvado tío Joe, dejando a toute l’Europe en estado de shock: ¡hay unilateralismo ahí!
En Alemania y en el Reino Unido, sus gobiernos están intentando desesperadamente no tener que explicar por qué, más allá de seguir las órdenes estadounidenses, han estado combatiendo durante dos décadas una guerra insensata en un remoto país ingobernable. Y en medio de esta profusión de desastres por doquier, Angela Merkel, la no electa pero por lo demás superpresidenta de hecho de la Unión Europea, que según se afirma ha mantenido a esta unida, abandona este otoño para siempre su puesto de cancillera alemana.
¿Puede «Europa» continuar contando con Alemania a la vista de unas elecciones inminentes, cuyo resultado es más incierto que nunca en la historia de la República Federal?
¿Sobrevivirá «Europa», el «proyecto europeo» tal y como se ha materializado en la Unión Europea, a Merkel? En la realpolitik de Bruselas, ello significa si Alemania seguirá cumpliendo sus obligaciones como potencia hegemónica oculta de la Unión Europea, es decir, fundamentalmente si seguirá pagando, lo cual puede hacer de diferentes maneras, muchas de ellas diseñadas para que sean obscuras en grado superlativo: por ejemplo, permitiendo que sus contribuciones netas al presupuesto de la Unión Europea se incrementen; que el Banco Central Europeo se comprometa confidencialmente en la financiación de los Estados contraviniendo lo dispuesto en los Tratados; mostrando su acuerdo a los 750 millardos de euros destinados al «Coronavirus Recovery Fund» de la Unión Europea, también situados al margen de los Tratados; permitiendo en el futuro que la deuda sea servida mediante la emisión de más deuda consintiendo que estos 750 millardos de euros, vendidos como una medida de emergencia puntual, se conviertan en un «punto de inflexión histórico» encaminado hacia la creación de una «capacidad fiscal supranacional» à la française, mientras se comunica discretamente a los mercados, a fin de mantener los tipos de interés bajos, que si sucede lo peor, Alemania estaría dispuesta a cumplir con la «solidaridad europea».
¿Puede «Europa» continuar contando con Alemania a la vista de unas elecciones inminentes, cuyo resultado es más incierto que nunca en la historia de la República Federal? A finales de agosto, parecía que el próximo gobierno alemán, el primero después de Merkel, se hallaría formado por una coalición de tres miembros formada a partir de estos cuatro partidos, la CDU/CSU (democristianos), el SPD (socialdemócratas), los Verdes y el FDP (liberales), mientras Alternative für Deutschland se halla excluida del arco constituzionale, die Linke lucha por superar el umbral del 5 por 100 y ambos partidos se encuentran en todo caso profundamente divididos internamente.
Cuál de los tres Kanzlerkandidaten acabará siendo Kanzler nadie pude predecirlo, contando con más posibilidades el peso ligero Laschet y el sólido Scholz que la fulgurante candidata de los Verdes, Baerbock. Quien quiera que sea, no dispondrá sino de un cuarto de los votos tras su nombramiento en el nuevo gobierno tripartito salido de las urnas, el cual incluirá al menos dos partidos conformados en la ortodoxia política de la República Federal. ¿Puede estar más enraizado el centrismo en un sistema político?
Las naciones, organizadas en Estados, desarrollan ideas sobre sus intereses nacionales, los cuales reflejan, entre otras cosas, la localización geográfica y la capacidad colectiva. Incrustados en el sentido común político de un país y convertidos en algo evidente por sus clases políticas, los intereses nacionales cambian tan solo lentamente. Esto rige también para la Alemania actual, aunque ahí la idea de interés nacional sea considerada extraña, lo cual exige que este sea remedado como interés general europeo o, incluso, como interés humano. En su centro se halla la preservación de la Unión Europea y, en particular, de la Unión Monetaria Europea, la cual se ha convertido, por un afortunado accidente, en fuente de la prosperidad nacional alemana.
Incluso un interés tan sólidamente establecido ideal y materialmente como el «proeuropeísmo» alemán, puede, sin embargo, encontrarse bajo presión cuando cambian las circunstancias y se aconseja efectuar continuos esfuerzos para mantener vivo el consenso pro Unión Europea. Por ejemplo, de los cuatro partidos que pueden formar la combinación que constituya el próximo gobierno alemán, dos, la CDU/CSU y el FDP, tendrán que estar atentos a su nuevo competidor por la derecha, AfD, la cual ofrece un concepto «nacionalista» diferente de lo que es bueno para el pueblo alemán. Aunque ello no convertiría a estos partidos en «antieuropeos», sí podría forzarles a mostrarse menos condescendientes con las futuras apelaciones de Bruselas a que Alemania practique un mayor europeísmo de tipo pecuniario.
Por ejemplo, durante algún tiempo la Comisión Europea se ha abstenido de publicar información sobre las contribuciones netas de los Estados miembros al presupuesto de la Unión Europea a fin de no despertar a los adormilados perros alemanes. Ello no ha impedido que el Frankfurter Allgemeine Zeitung efectúe sus propios cálculos utilizando los datos públicamente disponibles. De acuerdo con la información publicada por este diario el 6 de agosto de 2021, en 2020 Alemania pagó 15,5 millardos más a Bruselas de los que obtuvo a cambio respecto de una contribución neta de 26 millardos de euros equivalentes al 1,74 por 100 del gasto público federal.
Alemania era seguida por Gran Bretaña (con una contribución neta de 10,2 millardos de euros), por Francia (8,4 millardos) y, entre el resto de los países, por Italia (4,8 millardos). No existe todavía información oficial disponible para 2021, pero en junio de 2020 la Comisión estimó que en este año la contribución alemana aumentaría por encima del 40 por 100, lo cual supondrían el contundente incremento de 13 millardos de euros del pago bruto precedente efectuado por Alemania. En parte ello parece reflejar la promesa efectuada en tiempos del Brexit por el ministro de Finanzas alemán, el sólido Scholz, de compensar la mayoría, si no la totalidad, de las carencias afloradas en el presupuesto de la Unión Europea por la salida británica.
A primera vista, lo que Alemania paga a la Unión Europea no es más que una reducidísima parte su gasto federal total. Como otros países, sin embargo, los presupuestos generales alemanes dejan muy poco espacio para el gasto discrecional, quizá tan poco como el 5% del gasto total, así que todo incremento de las contribuciones a la Unión Europea es por definición doloroso. Esto podría convertir el asunto en un problema político, porque dos de los principales beneficiarios de las finanzas de la Unión Europea son las dos ovejas negras de la misma, esto es, Polonia y Hungría, que en 2020 totalizan ingresos netos por un valor de 13,2 y 4,8 millardos de euros respectivamente. (En el segundo puesto, por encima de Hungría, se hallaba la pequeña Grecia, receptora de 5,7 millardos de euros, que suponen obviamente una gratificación por haber firmado el Memorándum de Entendimiento de 2015 y haber reemplazado adecuadamente el gobierno de izquierda de Syriza por el actual gobierno «proeuropeo», léase procapitalista).
Dado que los ciudadanos alemanes gustan de contemplar la Unión Europea como una iniciativa educativa, en vez de económica o geoestratégica, establecida para enseñar a los europeos orientales los nuevos valores alemanes de la democracia, marcada esta por una fuerte impronta en la diversidad, los Estados miembros conservadores-autoritarios de Europa oriental pueden deslegitimar el apoyo concedido a los mismos, especialmente en tiempos de penuria fiscal, y ello puede arrojar de hecho una sombra sobre el proyecto de una «unión cada vez más estrecha» considerado en su conjunto.
Las inundaciones pueden haber puesto punto final a los días felices en los que las políticas relacionadas con el clima podían consistir en cháchara banal sobre compromisos continuamente pospuestos
En este contexto, los procedimientos de infracción que la Comisión ha iniciado contra estos dos países, a instancias de sus partidos de oposición liberales y de sus aliados en el Parlamento Europeo, pueden ser de ayuda en la medida en que implican una amenaza de reducción de los subsidios a no ser que los países en cuestión cumplan como es debido, constituyendo estos recortes fiscales, que ahorran dinero a los frugales alemanes, un método educativo atractivo para estos. No olvidemos, además, los procedimientos de infracción iniciados simultáneamente contra Alemania por no controlar la insistencia de su Tribunal Constitucional en la obligación del gobierno alemán de impedir que instituciones europeas como el Banco Central Europeo cercenen la soberanía alemana por encima y más allá de lo que estipulan los Tratados. Este procedimiento fue exigido por miembros de los Verdes alemanes presentes en el Parlamento Europeo y bien podría haber sido activado con la connivencia secreta del gobierno federal alemán.
¿Es esta cautela excesiva realmente necesaria? Como célebremente dijo Yannis Varoufakis: «Todo lo que Alemania dice o hace a la postre siempre funciona» (No para todo el mundo en realidad). Esto fue afirmado, sin embargo, en 2015 y aunque el espíritu puede todavía mostrarse predispuesto, la carne entretanto se ha vuelto débil, siendo una cosa la voluntad y otra la capacidad. Debido al coronavirus, la deuda nacional alemana se incrementó en 2020 del 60 al 70% del PIB, siendo probable que durante 2021 se incremente a un ritmo similar hasta alcanzar el umbral del 80%. No existen razones para pensar que el próximo gobierno alemán, con independencia de su composición, será capaz o en realidad estará dispuesto a abolir el denominado «freno de la deuda», que, introducido en la Constitución en 2009, estipula que las políticas fiscales implementadas durante los próximos años tendrán que observar de nuevo estrictos límites para incurrir en nuevo endeudamiento. (Pueden verificarse ulteriores olas de coronavirus causadas por nuevas variantes mutantes o por variantes totalmente nuevas del SARS-Covid 19, que justificarían más gasto de emergencia).
Por otro lado, con anterioridad al impacto del coronavirus, es manifiesto que la infraestructura pública alemana –carreteras, puentes, sistema ferroviario– ha experimentado un rápido deterioro durante las dos últimas décadas, debido sin duda a la austeridad que Alemania se ha impuesto con la intención de enseñar al resto de los Estados miembros de la Unión Europea que el ahorro debe preceder al gasto. Ahora, el coronavirus ha puesto en evidencia además las deficiencias de las prestaciones sanitarias, de las residencias de ancianos y de las escuelas y universidades, cuya puesta al día será cara.
Y esto no es todo. El «giro energético» de Merkel exigirá, de acuerdo con las estimaciones actuales, 44 millardos de euros en concepto de compensaciones destinadas a las regiones carboníferas y a los productores de energía eléctrica desde el momento presente hasta 2038, cantidad susceptible de incrementarse si el próximo gobierno, tal y como han exigido los Verdes, decide abandonar el carbón antes.
Por otro lado, la reparación de los daños causados por las inundaciones de 2021 exigirá la dotación de un «fondo de reconstrucción» de 30 millardos de euros destinados a ser gastado durante los próximos años. Añádase a todo esto que las inundaciones pueden haber puesto punto final a los días felices en los que las políticas relacionadas con el clima podían consistir en cháchara banal sobre compromisos continuamente pospuestos situados en fechas cada vez más irreales para concluir con las emisiones de CO2. Lo que ahora parece necesario es, más que simbolismo low cost, una cara inversión en presas y diques, en bosques menos propicios a arder, en aire acondicionado para hospitales y residencias de ancianos, en corredores de aire fresco para las ciudades, etcétera, etcétera.
Además de todo ello, esta nueva deuda alemana deberá ser pagada mientras la nueva deuda de la Unión Europea (el «Next Generation EU Fund») puede ser en realidad una gota en el océano, si Bruselas y los Estados miembros mediterráneos exigen otra ola de endeudamiento similar a esta última, la cual debería ser garantizada por las promesas alemanas de ejercer sus funciones de deudor en última instancia, si ello fuera necesario. Y no olvidemos que la totalidad de los partidos políticos responsables han prometido que el gobierno alemán incrementará su «presupuesto de defensa al 2% del PIB, lo cual supone un incremento de no menos de un tercio del mismo, incremento querido tanto por Estados Unidos, de modo que Alemania pueda atemorizar a Rusia en nombre de la potencia norteamericana, como por Francia, de modo que ello pueda contribuir a sus guerras en el Sahel.
Como parte de todo esto, o como guinda del pastel, Francia tenía que ser honrada en la promesa de construcción de un sistema franco-alemán de aviones-caza, el FCAS, que de acuerdo con estimaciones realistas costará aproximadamente 300 millardos de euros durante los próximos diez años. El proyecto se ha topado con la oposición de los militares alemanes, dado que en su opinión se trata simplemente de la puesta al día, con dinero alemán, del sistema francés existente, pero difícil de exportar, conocido como Rafale. Competición exacerbada, pues, por los escasos recursos discrecionales presentes en el presupuesto alemán. ¿Asumirán los señores y señoras contribuyentes alemanes todo esto?
Una de las razones por las que Angela Merkel se ha convertido en una figura tan importante en la Unión Europea-Europa puede muy bien radicar en su insuperable capacidad de prometer de modo creíble lo imposible
Esta pregunta, sin embargo, se halla quizá mal planteada, ya que el problema ha dejado de consistir en cómo pagar lo que es necesario consistiendo ahora en saber qué hacer si lo necesario se ha convertido en algo demasiado caro para ser pagado en un momento u otro. Como hipótesis de partida consideremos la posibilidad de que los costes colectivos de funcionamiento del capitalismo puedan haber excedido de una vez por todas lo que las sociedades pueden extraer del mismo para cubrirlos: pagar por la paz social, por la formación de trabajadores pacientes y de consumidores satisfechos, pagar por la preparación de la producción generadora de plusvalor y por la limpieza de las consecuencias de la misma, pagar por la extensión y la defensa del mercado y de los derechos de propiedad en países lejanos, etcétera, etcétera.
El resultado sería —y de hecho parecer ser ya— una gigantesca «crisis fiscal del Estado», como pone en evidencia el continuo incremento de la deuda pública y la testaruda persistencia e irreversibilidad de la misma durante las últimas décadas. Este incremento ha sido propiciado por los Estados en situación de estrés financiero, los cuales permiten a la industria financiera crear infinitas cantidades de dinero fiduciario mediante el lanzamiento de atractivos «productos» financieros. Endeudándose con el sistema financiero, los Estados pueden, mientras dispongan de crédito, comprar un futuro para el capitalismo mediante la creación generosa de títulos que dan acceso a corrientes de ingresos, devengados cada vez a más largo plazo, en beneficio de quienes disponen de suficiente dinero para prestárselo; estos títulos, además, son transferibles a sus hijos y nietos y se hallan garantizados generosamente por las obligaciones asumidas por las generaciones venideras de quienes no tienen dinero, que deberán trabajar más duro y durante más tiempo para pagar lo que ha sido denominado como su deuda colectiva con el capital.
Cuando la deuda crece más rápido que el capitalismo, el gobierno de las economías políticas capitalistas se convierte en un juego de confianza similar a un esquema Ponzi. Su eslogan inmortal son las palabras pronunciadas por Mario Draghi: «Créanme ustedes, que será suficiente», dichas originalmente ante una audiencia en la que todo el mundo estaba interesado en no percibir y ciertamente en no decir en voz alta que las ropas del Emperador habían sido hace mucho tiempo empeñadas en el monte de piedad. En la Unión Europea en particular, asegurar el futuro del capitalismo mediante el «capital ficticio» (Cédric Durand) asume la forma de un juego de señales operativo a dos niveles: los gobiernos del centro de la economía europea envían señales a los gobiernos de la periferia de que ellos disponen de reservas, reales o de reputación, que pueden compartir; señales que los gobiernos de la periferia transmiten después a sus electorados para que se mantengan vivas las esperanzas de la prolongación de la «solidaridad europea», la cual, sin embargo, pronto precisará de otra inyección de promesas vacías. No todo el mundo es igualmente hábil en este juego y una de las razones por las que Angela Merkel se ha convertido en una figura tan importante en la Unión Europea-Europa puede muy bien radicar en su insuperable capacidad de prometer de modo creíble lo imposible, en su frío desprecio por la consistencia substantiva de las políticas públicas, en su asombrosa habilidad para asumir compromisos incompatibles y para hacer creer a la gente que, en algún momento posterior, ella logrará, de un modo u otro, conseguir su compatibilidad.
Por supuesto, Merkel ha contado con la ayuda de la clase política «proeuropea», que no ha visto otra alternativa que otorgar su confianza a la capacidad de la maga alemana de gestionar el aplazamiento del día de la verdad, si no hasta el final de los tiempos al menos hasta el final del tiempo de su mandato. En algún recóndito lugar de sus mentes, sin embargo, estos dirigentes «proeuropeos» pueden haber albergado la sospecha o tal vez la esperanza de que los recursos necesarios que debe suministrar Alemania realmente existen en alguna parte, en los sótanos del Bundesbank quizá, y que mediante una negociación habilidosa y más presión político-moral podrán finalmente ser obtenidos. Pero más allá de ello, esta clase política «proeuropea» parece realmente feliz en su apoyo a este modo de operar de Merkel como artista virtuosa de todo tipo de esquemas Ponzi del deseo político, de difusora de un optimismo estudiado de este, de experta en la emisión de confianza fiduciaria, señora del aplazamiento de la amortización de la deuda y al mismo tiempo campeona absoluta de la disciplina presupuestaria, algo esencial en tiempos de tensión fiscal e impostura política, que esas mismas clases políticas «proeuropeas» deben aprender a dominar día tras día, enfrentadas como lo están, bajo las condiciones impuestas por el capitalismo global, a las respectivas crisis de infrafinanciación de sus políticas públicas y de sus modelos de Estado.
¿Serán capaces Laschet, Scholz o Baerbock, quien quiera de ellos sea el nuevo o la nueva canciller, de conservar viva la magia para proseguir la acción de Merkel, cuando la periferia europea de Alemania necesite un nuevo aplazamiento de los pagos u otra extensión de crédito barato, cuando, por ejemplo, los tipos de interés devengados por su deuda nacional suban a pesar de los mejores esfuerzos del Banco Central Europeo? En el verano del descontento de 2021, ello parece realmente dudoso.