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Chalecos amarillos
Aldo Rubert: “Las clases populares no están condenadas a la desmovilización”
A partir de su tesis sobre los chalecos amarillos en Francia, al sociólogo Aldo Rubert (Barcelona, 1994) le interesa entender la politización heterogénea en las clases populares. Su relación con la política incluye visiones más generales sobre la sociedad o sus jerarquías, y no puede reducirse a su comportamiento electoral.
¿Cuál es el contexto previo a la primera manifestación de los Chalecos Amarillos el 17 de noviembre de 2018?
Como seis meses antes del primer acto una chica de origen martiniqués lanza una petición en internet contra el aumento de los precios del combustible como consecuencia de la ecotasa. Y esta petición llega a octubre de 2018 con millones de firmas. Es un éxito total, y en ese mismo momento se empiezan a organizar eventos por Facebook llamando a la movilización del 17 de noviembre.
¿Cómo recuerdas ese día?
Solo fui unas horas a ver qué tal, porque en ese entonces yo estaba haciendo una etnografía con algunos riders de París. Ese primer acto fue relativamente tranquilo para lo que podremos ver a continuación.
Cuando el movimiento empieza a mostrar su fuerza, se trata con mucho desprecio de clase, lo cual viene precedido por todo el desprecio de clase que ya venía ejerciendo Macron no sólo con sus políticas sociales sino también con sus declaraciones
A partir de entonces, empiezan a movilizarse todos los sábados. ¿Cuáles son sus demandas?
Está evidentemente la demanda de la desaparición de esta tasa del carburante, que perjudica especialmente a las clases populares rurales y periurbanas más necesitadas de trayectos en coche. Pero al mismo tiempo se reivindica la vuelta del impuesto de solidaridad a la fortuna de los ricos, la extensión de los servicios públicos sobre todo en las zonas rurales y periurbanas, y también se empieza a reivindicar mucho la democracia participativa y directa. En última instancia se pone de manifiesto la crisis de representación que se vive en Francia y también se empieza a ver la Francia que sufre, esa Francia popular que ha protagonizado pocas veces el debate público. Se empieza a visibilizar la pobreza, que hay gente incluso que con su salario no llega a vivir decentemente y tiene que hacer mil malabares para llegar a fin de mes.
¿Qué reacciones suscita todo esto?
El debate ocupa el prime time de Francia. Al principio se trata con mucho exotismo/sensacionalismo y se cree que es un movimiento inofensivo: los pobres que no llegan a fin de mes. Pero cuando el movimiento empieza a mostrar su fuerza, se trata con mucho desprecio de clase, lo cual viene precedido por todo el desprecio de clase que ya venía ejerciendo Macron no sólo con sus políticas sociales sino también con sus declaraciones, muy hirientes. Macron ha quedado en la memoria de las personas que yo entrevisto por ser alguien que los ha humillado.
¿Y la izquierda?
Hay personas disonantes dentro de los partidos, pero una gran parte de la izquierda se muestra muy desconfiada ante el movimiento, Que es prematuramente asociado a Marine Le Pen o a la patronal por la estimable presencia de trabajadores independientes. Es verdad que eran demandas bastante minimalistas, porque el movimiento de los chalecos amarillos no es un movimiento que nazca de las organizaciones revolucionarias, pero son perfiles que ya les gustaría tener a las organizaciones revolucionarias. Como sabemos, las luchas, los partidos y los sindicatos están plagados de clases medias del sector público y muy alejadas del perfil que dicen representar. Entonces me parece sorprendente que la izquierda lo haya mirado con tanta desconfianza, porque en última instancia, qué queremos, ¿una izquierda que vaya exclusivamente a las manifestaciones de profesores, estudiantes y trabajadores del sector público, de esas profesiones relativamente protegidas y de alto capital cultural? En ese caso, estás condenado a ser minoría.
Las rotondas permitieron que la gente se conociera y hablara de sus condiciones de vida, cumplieron con la función de vertebrar denuncias colectivas sobre situaciones de precariedad
Para tu tesis estás trabajando concretamente sobre la ocupación de dos rotondas.
Yo ya había trabajado con gente que vivía en la región parisina, pero me interesaba ir a conocer las rotondas, esos no lugares que son muy reveladores sobre cómo se ha transformado la economía neoliberal y cómo como se han transformado los medios populares y obreros. Al principio encontré un poco de reticencia, pero después de tejer un poco de relación con estos dos grupos me invitaron a sus respectivos cuarteles generales, lo cual me permitió ver una parte fundamental del movimiento.
¿Cómo era ese día a día de las rotondas?
La rotonda no es un lugar donde sólo militas: te conoces, te ríes, te enamoras; haces vida allí. Es algo que se ve mucho en los espacios rurales, donde los grandes ejes de sociabilidad han ido desapareciendo: la iglesia, los bares, las asociaciones, etc. Las rotondas permitieron que la gente se conociera y hablara de sus condiciones de vida, cumplieron con la función de vertebrar denuncias colectivas sobre situaciones de precariedad e injusticia que se podían vivir solitariamente y con vergüenza.
¿Hay algún rasgo que te llame la atención con respecto a lo que has observado y lo que te han contado hasta ahora?
Me he encontrado sobre todo dos tipos de grupos. Hay una proporción muy importante y sorprendente de primo-manifestantes de clases populares, gente que no se había manifestado en su vida y que encuentra que vale la pena hacerlo durante los chalecos amarillos. Eso es muy potente.
Y luego, en las clases medias que se han movilizado me encuentro a bastante gente que ya estaba socializada a la acción colectiva, a la manifestación mayormente de izquierdas, pero que estaba muy desencantada con el devenir de las luchas sociales en Francia, y que se han reactivado gracias a los chalecos amarillos.
¿Qué conclusión extraes de esto?
Lo más importante es que el movimiento de los chalecos amarillos pone en cuestión la desmovilización de las clases populares, pone en cuestión que las clases populares estén condenadas a la abstención, a no interesarse por la política o incluso a votar por la extrema derecha, y que estén fascistadas.
El miedo que tienes como persona racializada a ser parada por la policía en una manifestación es mucho más elevado que si eres blanco
Si desglosamos la participación en este movimiento según raza y género, ¿qué podemos ver?
En los medios rurales, la representación de las categorías de las minorías raciales es bastante proporcional a la gente que hay en el lugar. Pero es verdad que la movilización ha sido relativa —aunque sí que ha habido gente que lo ha apoyado y hay estudios que lo demuestran— en lo que se refiere a las poblaciones de la periferia de París, lugar donde vive mucha población racializada, y es verdad que esta gente no se ha movilizado tanto. No significa que no haya, pero no se ha visto tanta gente de estos suburbios.
¿Qué hipótesis se barajan para explicar esto?
Algunos investigadores dicen que estas poblaciones tienen todavía más dificultades para movilizarse que las clases populares blancas. Hay varios estudios que muestran cómo, en la banlieue, la forma que tiene la policía de cercar la acción militante es durísima y tiene un fuerte efecto disuasorio. El miedo que tienes como persona racializada a ser parada por la policía en una manifestación es mucho más elevado que si eres blanco.
Y luego también, generalmente, estas poblaciones están todavía más desapegadas, confían todavía menos en las probabilidades de la acción colectiva, sobre todo tras las movilizaciones de 2005, en las cuales la gente siente que no fue apoyada por nadie.
¿Y las mujeres?
Se calcula que dentro del movimiento de los chalecos amarillos un 50 por ciento son mujeres, algo interesante y sorprendente porque la gran mayoría de los movimientos sociales encuadrados por partidos, sindicatos u otros han sido movimientos muy masculinos.
Es un porcentaje muy alto, ¿qué refleja en tu opinión?
Una de las hipótesis que manejo para explicar esta presencia tan importante no es sólo que las mujeres formen parte del trabajo más precario y más proletario de servicios vitales y reproducción social, sino que también son las que más visible tienen la cuestión del poder adquisitivo, que ha sido la reivindicación más estructurante del movimiento de los chalecos amarillos. Yo he entrevistado a mujeres, les he preguntado sobre sus dificultades financieras, y es gente que se sabe de memoria hasta el último céntimo que gasta.
Son ellas quienes se encargan de gestionar la economía doméstica.
Efectivamente. Hay varios estudios que reflejan, lo cual dice mucho de nuestras sociedades generizadas, que cuanto más estemos en las zonas populares de la escala social, son más las mujeres las que se ocupan de gestionar el presupuesto de las familias, el papeleo administrativo y en general las finanzas de la casa. Y a medida que escalamos en la jerarquía social, a medida que hay más dinero, son los hombres quienes se ocupan de ello y ya no digamos si hay que gestionar cuestiones de optimización fiscal.
Si no me equivoco también te interesa el recorrido biográfico de las personas entrevistadas. ¿Hay algo que te haya llamado la atención especialmente en el caso de las militantes?
Hay características sociales de estas mujeres que me llaman muchísimo la atención y que exponen una especie de virilidad femenina popular, lo cual es algo sobre lo que estoy intentando trabajar ahora. Es decir, me encuentro con muchísimas mujeres que no se reconocen con la feminidad hegemónica porque la asocian a la subalternidad. Me cuentan, sin tener un discurso militante, que siempre han sido “marimachos”, que durante su infancia no querían ponerse vestidos porque así no podían correr, que en la adolescencia no querían ser la chacha de sus hermanos ni someterse a su padre, por lo que se fueron de casa… Todo esto resalta muy bien cómo existen perfiles críticos de mujeres en contextos populares aunque no se etiqueten como feministas. También muestra la importancia de no quedarse en la dimensión discursiva. La etnografía te permite acceder a todo este registro de prácticas que da cuenta del desajuste que puede haber entre la palabra y los actos y entre las normas de género y sus expectativas.
Practican un ecologismo que no se manifiesta según las coordenadas oficiales, pero que reduce efectivamente las emisiones mediante el menor consumo y diversas prácticas de autoconsumo o de trueque
¿Cuál es el legado de los Chalecos Amarillos?
Si bien es evidente que el movimiento ha descendido en número de participantes, a pesar de que continúan estando presentes en casi todos los conflictos sociales, está claro que sigue condicionando la política y se hace notar en los programas de los partidos. Y ya no hablemos de Macron, para quien los chalecos amarillos han supuesto claramente la espada de Damocles. Ahora es mucho más cuidadoso a la hora de llevar a cabo según qué políticas y, sobre todo, no se atreve a decir cualquier cosa. Aparte de eso, la investigación me ha permitido ver que hay una prolongación de las luchas que ha pasado un poco de puntillas.
¿Por ejemplo?
Algunos de estos colectivos han decidido, por ejemplo, organizarse en listas ciudadanas y se han presentado a las elecciones municipales y también regionales. No han tenido resultados brutales, pero esto ha mostrado que no todos los chalecos amarillos están en contra del sistema representativo y que también han querido organizarse de algún modo políticamente, incluso en algunos casos han creado algunas asociaciones que han sido más perennes.
Y luego, sobre todo, han organizado brigadas de solidaridad, en las que se autoorganizan para distribuir excedentes de frutas y verduras a los colectivos más vulnerables, entre los cuales están muchísimos chalecos amarillos pero no solo, y que es una iniciativa muy interesante en la que se intenta que no haya una lógica vertical y se instaure una lógica de relativa reciprocidad.
¿Hay algo más que te gustaría que comentáramos?
Una cosa de la que no hemos hablado y que sí que me parece importante es la cuestión ecológica. Más allá de los discursos, lo interesante es que los chalecos amarillos y las clases populares que están detrás en muchas ocasiones han manifestado no tanto la moral eco ciudadana del consumo virtuoso de las clases superiores, que compran bio y van en bicicleta, sino que muestran lo que Joan Martínez Alier, un economista catalán, llama el ecologismo de los pobres. Es decir, un ecologismo que, de nuevo, no se manifiesta según las coordenadas oficiales, pero que reduce efectivamente las emisiones mediante el menor consumo y diversas prácticas de autoconsumo o de trueque. No hay más que mirar los datos para ver que el estilo de vida de las clases superiores tiene un impacto mucho mayor a nivel medioambiental por mucho que sea más visible y fácil de señalar a los currelas que deben coger mucho el coche y que no reciclan.
Una vez más, del dicho al hecho hay un trecho.
La cuestión ecológica, como sucede con la cuestión feminista, la de clase y del eje izquierda-derecha, ha puesto de manifiesto que hay prácticas que pueden considerarse o progresistas, o feministas o ecologistas, pero que efectivamente no funcionan según las coordenadas que a los militantes nos gustaría o a las que estamos acostumbrados. Pero la forma de reproducir esos valores no será necesariamente comprando manzanas ecológicas.