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Ciencia ficción
Ursula K. Le Guin, cuando la fantasía es política
“El poder del capitalismo parece insoslayable, como antaño el derecho divino de los reyes. Sin embargo, el ser humano puede resistirse al poder, alterarlo. Y la resistencia y el cambio tienen a menudo su inspiración en el arte y, especialmente, en el arte de forjar las palabras”. Esta es una de las reflexiones de Ursula K. Le Guin más viralizadas en internet, una clara apología de la ficción como fortaleza y revolución; una revolución que empieza con las palabras. Pero ¿qué poder tiene la ficción literaria, en unos tiempos sometidos al reinado del audiovisual, para cambiar la realidad?
Creo que la ficción literaria, la poesía y la narrativa, tienen el mismo poder hoy que ayer para “cambiar la realidad”. O sea, muy poco directamente. Indirectamente, sin embargo, gracias a su potencial para abrir nuestra mente, alterar el rumbo de los pensamientos, brindar maneras inéditas de ver y comprender la realidad, me parece que su poder es enorme.
Y la ficción audiovisual también puede hacerlo, por supuesto, y de hecho a veces lo consigue; pero su omnipresencia no invalida las facultades de la literatura. De hecho, leer es un acto muy diferente al de ver. La mente del lector es menos pasiva, está ligada de manera más proactiva con lo que le rodea, no tiende a estar tan controlado por el medio como el espectador.
En la era del capitalismo creativo, que se nutre de una clase artística y cultural en plena ebullición para poder perpetuarse, ¿es posible articular la resistencia y el cambio del que hablábamos? ¿Son posibles nuevos mitos? ¿Tiene sentido seguir apelando al folclore, a su vigor?
El capitalismo corporativo constituye un clima muy negativo para que lo creativo florezca en su seno, los artistas pueden acabar pareciéndose a las especies que la industria de la agricultura produce por modificaciones y clonaciones manipuladas genéticamente.
Pero el arte es una planta resistente, de raíces profundamente ancladas en la mente y el cuerpo humanos, y décadas, o incluso siglos, de mal tiempo económico no van a erradicarlas. No tengo claro si necesitamos nuevos mitos o no, pero sí que cada vez que se da por enterrados a los mitos clásicos, para bien o para mal vuelven a crecer. Puede que sus raíces sean también muy profundas.
¿Qué perspectivas auguras a la fantasía y la ciencia ficción, géneros tradicionalmente marginales, una vez el mainstream en los ámbitos del cine, la televisión, el cómic y, también, la literatura, se ha apropiado de ellos?
Tengo claro que, a pesar de todos los problemas que pueden derivarse de esa asimilación por el mainstream, a mí no me interesa volver a alzar muros para mantener la ciencia ficción en un estado puro, imperturbable. En cuanto a la fantasía, ni siquiera la considero personalmente un género, sino un destilado de la imaginación, que es a su vez a la literatura lo que la uva al vino, su esencia.
El arte es una planta resistente, de raíces profundamente ancladas en la mente y el cuerpo humanos, y décadas, o incluso siglos, de mal tiempo económico no van a erradicarlasEn opinión de la autora española Pilar Pedraza, el futuro de lo fantástico pasa menos por la universidad que por las comunidades de fans, el nuevo papel del antaño lector o espectador como productor y a la vez consumidor de ficción. ¿Cuál es tu opinión al respecto, está la comunidad universitaria estancada en cuanto a pensamiento?
Yo solo puedo hablar, claro, con conocimiento de causa, sobre lo que sucede en las universidades norteamericanas, que se han ido convirtiendo paulatinamente en escuelas de negocio, y en centros de entrenamiento para un ejercicio práctico de las ciencias capaz de procurar posteriormente dinero fácil a grandes corporaciones.
El sentido auténtico de la educación lo veo reducido hoy por hoy a campus minoritarios dedicados a las humanidades, o a estudiantes y profesores muy motivados en comunidades universitarias mayoritarias. La pérdida más grave por esta situación es la que atañe a la existencia o no de un tejido intelectual comunitario, que es siempre el que procura al pensador o al artista un terreno fértil sobre el que iniciar su labor.
En malos tiempos como los que nos ha tocado vivir, si algo necesitamos con desesperación es menos periodismo y más ficción y poesía significativas
¿A qué se debe que, como has manifestado en alguna ocasión, estés desde hace un tiempo menos interesada en la ficción que en el ensayo y la poesía?
En malos tiempos como los que nos ha tocado vivir, si algo necesitamos con desesperación es menos periodismo y más ficción y poesía significativas. Pero he de lidiar con una cuestión ante todo personal: a mis 87 años, las historias ya no fluyen a mí como lo hacían antes, aunque la poesía aún haga acto de aparición en ocasiones.
Sigues con atención y recomiendas novedades editoriales en tu página web. ¿Qué lecturas sugerirías por su potencial subversivo? ¿Qué autores te han sorprendido últimamente?
Dudo mucho que pueda encontrarse en líneas generales un autor más inspirado al tiempo que radical, revolucionario, que el portugués José Saramago. A otro nivel, me gustaría citar también al escritor británico de weird fiction China Miéville, y a Michael Chabon, que ha disuelto totalmente las barreras entre alta literatura y cultura popular.
También te interesa el cómic como medio expresivo. ¿Le ves posibilidades, te lo has planteado en términos creativos?
Sí, por supuesto. Mi problema con los cómics, las novelas gráficas, etc, es su tendencia a la violencia y lo desagradable, y su enfoque mayoritario hacia las fantasías adolescentes masculinas de conquista, guerra, superpoderes y demás. Todo eso me aburre, y me parece un desperdicio de las muchas posibilidades estéticas que ofrece el medio.
¿Qué significa, en retrospectiva, para Ursula K. Le Guin el haber sido escritora, y qué aconsejas al respecto a aquellas que también apuesten por ello?
No puedo quejarme, se me ha pagado y valorado por hacer lo que más me gustaba, he tenido suerte. Es difícil conseguirlo, pero en ello también tiene que ver algo que todas deberíais tener en cuenta: nunca aceptéis que una mujer ha de mirar o pensar como lo hace el hombre. Creed en que una mujer puede ver con sus propios ojos, en que ha de pensar y actuar como su mente y su cuerpo sientan que es correcto, no bajo los dictados de ningún hombre.
Alcanzar este hito después de toda una vida dedicada a cultivar la ciencia ficción y la fantasía tiene además un mérito doble: se trata de géneros considerados como “menores”, hijos de la cultura popular y de las publicaciones pulp, aquellas impresas en papel de baja calidad que las hacía tan asequibles; estos géneros han sido un terreno tradicionalmente dominado por varones.
Le Guin ha logrado las más elevadas distinciones con sus historias: cinco premios Locus, cuatro Nebula, dos Hugos y un World Fantasy Award solo por sus novelas, amén de otros muchos por su narrativa breve; ser finalista del prestigioso premio Pulitzer en 1997; la medalla de la National Book Fundation por su ilustre contribución a las letras en 2014; y el título de Gran Maestra de la Ciencia Ficción por parte de la Asociación Norteamericana de Fantasía y Ciencia Ficción en 2003.
El mérito de Le Guin estriba no solo en haber conseguido todo esto pulverizando los prejuicios aplicados a los roles de género en sus libros, sino también haberlo hecho fuera de ellos. Porque si algunas de sus obras presentan sociedades en las que las fronteras entre géneros tradicionales se subvierten, ella misma ha supuesto la punta de lanza para muchas autoras que hasta los años sesenta se veían obligadas a utilizar pseudónimos masculinos para publicar.
A nadie puede extrañar que la hija de un antropólogo y de una escritora eligiera dedicarse a la fantasía y a la ciencia ficción desde una perspectiva diferente.
Si bien la propia Le Guin reconoce que en los comienzos de su carrera sus historias eran aún androcéntricas, el punto de inflexión se produjo a raíz de la publicación de La mano izquierda de la oscuridad en 1969. Ella misma la ha definido como un intento de deconstrucción de la sexualidad normativa, atribuyendo a la ciencia ficción la flexibilidad necesaria para admitir un tipo de especulación social que no habría sido fácil integrar en otros géneros literarios.
Hay quien afirma que aquella novela no solo cambió la ciencia ficción, encumbrando a Le Guin y comenzando el proceso de reivindicación de las autoras, sino que también transformó el propio movimiento feminista, porque cuestionaba los conceptos tradicionales de “hombre” y “mujer”. Pero, además, se trata de una novela que representa los valores igualitarios que el feminismo defiende.
Ursula K. Le Guin se empeñó en escribir ciencia ficción cuando este género no era considerado ni siquiera literatura por la mayoría, rompió con los roles tradicionales atribuidos a los sexos, y lleva décadas haciéndonos reflexionar sobre nuestra cultura y nuestra sociedad. Para mí es una figura mucho más interesante que un simple mito porque, parecerse siquiera de lejos a ella, no es algo inalcanzable.
Por eso yo soy del equipo UKLG.
Otros muchos lo pensaron antes o al menos así se percibió en sus relatos, como leímos en los de Ray Bradbury, Theodore Sturgeon o Clifford Simak. Le Guin entendió cómo construimos realidades con las palabras y cómo el uso de la palabra —literaria, religiosa, técnica, ideológica— desarrolla más que ningún otro elemento “lo humano”.
Entre su extensa producción, destaca siempre La mano izquierda de la oscuridad. En esta novela describió una civilización de otro planeta en la que sus habitantes cambiaban de sexo con las fases de su luna. Una preciosidad.
Cuesta entender sus primeras páginas: los mismos personajes con muchos nombres, cargos políticos desconocidos, tradiciones, vestimentas… Todo nos resulta ajeno (no recuerdo a nadie que no haya tenido que empezarla dos veces).
A continuación se nos cuentan las historias de esa gente, su folclore, su política, y descubrimos que las palabras que no conocemos son más fáciles de entender, finalmente, que las palabras que conocemos. Para las que no conocemos buscamos solo, al principio, una denotación. Cuando las conocemos —disponemos de esa denotación—, nos damos cuenta de que no abarcamos con la mera lógica cuanto implican, cuanto connotan.
Existe el tópico —sobre todo, masculino, aunque no exclusivo de hombres– de que no merece la pena creer en nada que no se pueda demostrar. Le Guin te muestra la falacia que existe tras esta afirmación (cuando no nos referimos a tratamientos médicos, brujerías o supersticiones, sino a lo complicado del universo humano). Está en cuentos suyos como “El día antes de la revolución” (1974) y en libros como El nombre del mundo es bosque (1972), El eterno regreso a casa (1985), El relato (2000) o incluso en su saga de Terramar (1964-2014), donde la magia es, simplemente, lenguaje.
“No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia”, dice Kant al principio de su crítica a la razón pura, y nada en la obra de Le Guin se separa de ello. En su ciencia ficción el lenguaje se experimenta a partir de la experiencia del mundo.
No puedes demostrar, ni siquiera plasmar, todas las implicaciones psicológicas, sociales, políticas, estéticas que connotan las palabras de sus historias, tras los muchos mundos y los tipos de individuos y creencias y actitudes y sufrimientos y placeres que existen en las culturas de Le Guin: todo aquello para lo que el lenguaje estándar no es suficiente.
Las maneras de aprehender la realidad.
Le Guin introdujo el idealismo en el materialismo de la ciencia ficción, sin que chocaran entre sí.
Es cierto que, por motivos complejos que exceden el alcance de este texto, otros grandes del género como Philip K. Dick, Robert A. Heinlein, Arthur C. Clarke e incluso Isaac Asimov tampoco han sido adaptados a la pantalla en justa proporción a lo mucho y magnífico que escribieron. Pero, en lo tocante a Le Guin, la razón primordial para ello ha estribado siempre en su exigencia de respeto para con los argumentos en torno a clase, género, raza y medio ambiente que ha desarrollado en sus relatos y novelas.
Antes que a productoras de Hollywood, la escritora norteamericana ha preferido ceder los derechos de sus obras para que se llevasen a cabo recónditas versiones de las mismas en forma de seriales radiofónicos, obras teatrales y óperas, o para que las filmaran estudiantes de cine, como sucedió en el caso del cortometraje británico El campo de visión (2011).
De hecho, las ocasiones escasas en que Le Guin se ha arriesgado con grandes corporaciones han derivado en decepciones por su parte que no ha dudado en airear vía posts publicados en su página web o artículos en prensa. La excepción es la realización televisiva La rueda celeste (1980), cavilación acerca de la naturaleza de la realidad en la que ejerció como asesora creativa. La película fue objeto de un remake, también televisivo, dirigido en 2002 por Philip Haas, que se concretó en cambio sin participación de Le Guin, y que fue tachado por esta de “cadáver ya en el momento de su primera emisión”.
Poco más satisfecha quedó la autora con La leyenda de Terramar (2004) y Cuentos de Terramar (2006), ambas inspiradas en su saga de varios libros sobre un mundo-archipiélago de islas que rodean vastos océanos sin explorar. La primera, una miniserie de dos episodios emitida por Sci-Fi Channel, traicionó las especulaciones de Le Guin en cuanto a nuestros sistemas de creencias y al mestizaje entre razas y culturas, amén de articularse como oportunista refrito narrativo y escenográfico del éxito coetáneo El señor de los anillos (2001-2003). En cuanto a Cuentos de Terramar, ha supuesto la mayor oportunidad perdida para que el trabajo de Le Guin calase en el gran público. Se trató de un largo de animación producido por Ghibli, que, en principio, iba a realizar el mismísimo Hayao Miyazaki. Sin embargo, acabó siendo la ópera prima de su hijo, Goro Miyazaki. La película resultante es la peor valorada de entre todas las auspiciadas hasta la fecha por el prestigioso estudio japonés.
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Gracias por este homenaje a Ursula. No tiene desperdicio. Gracias, gracias, gracias.