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Cine
Cine de autoría colectiva vs relato social: “Si todos pertenecen a una clase acomodada, nos quedamos igual”
“Te pongo un ejemplo muy básico. Ahora que nos invitan a festivales y nos preguntan quién viaja, nosotros respondemos: BRBR. Y ellos, ¿pero eso qué significa? Queremos hablar con el director. Los tenemos que tranquilizar: da igual quién vaya, todos somos BRBR”, explica el productor Javier Tasio, uno de los responsables de La mala familia, largometraje documental español que acaba de pasar por el Festival Internacional de Cine de Róterdam. La película narra la vida de Andrés, un joven que cumple condena en prisión por una pena menor y que se reúne con sus amigos de un barrio de Madrid aprovechando un permiso penitenciario. “Una firma colectiva no se suele entender en los festivales o en el sistema de ayudas al cine, se tiende a pensar en un autor individual como el director de cine”, añade Tasio.
“No sé si el tópico del autor déspota que crea en solitario y luego dirige a otros es real en el cine más convencional, pero nosotros somos lo más alejado de eso”, dice Nacho A. Villar, de BRBR
Nominalmente y a efectos de los festivales, como el de Róterdam o el de Cine Europeo de Sevilla, donde estrenaron el pasado noviembre, los portavoces de La mala familia suelen ser sus directores, Nacho A. Villar y Luis Rojo, procedentes del cine experimental y el videoclip. “Firmamos como BRBR, como Luis y Nacho, y es un nombre que sirve para esta película y para cualquiera de nuestros trabajos o quien quiera usarlo y sea afín a nosotros y nuestra forma de trabajar”, comenta Villar. “Es un poco la precariedad y las ganas de hacer cine, pero, por ejemplo, en La mala familia el impulso creativo no surge de nosotros dos, sino de que los protagonistas del documental forman parte de nuestro entorno cotidiano. Cuando se produce la situación de que uno o varios de ellos pueden entrar en prisión simplemente por no poder pagar la multa a la que los condenaron por una situación, años atrás, de un momento de su vida que ellos ya habían superado, nos planteamos, desde el grupo, cómo afrontarlo. Una propuesta fue hacer una película, aunque existen funciones, y unos dirigimos y otros se encargan iluminación, fotografía, guión… aunque no todo el mundo hace todo, sí que todo el mundo entiende lo que está haciendo el otro y puede opinar sobre las decisiones. No sé si el tópico del autor déspota que crea en solitario y luego dirige a otros es real en el cine más convencional, pero nosotros somos lo más alejado de eso”.
La mala familia es un documental que sigue a un grupo de jóvenes de un barrio de Madrid, en su mayoría racializados, cuando pasa por los juzgados por una pelea trivial de discoteca y cuando alguno de ellos acaba en prisión simplemente por no tener recursos económicos. Parte de su denuncia es que la cárcel está llena de pobres, pero no lo explicita, simplemente muestra unos pocos días de convivencia entre los amigos y estos comparten entre sí sus experiencias, dando al espectador acceso casi a su intimidad. Un largometraje que, sin mencionar ejemplos, contrasta con el llamado “cine social” más convencional.
Raúl Liarte, guionista del filme junto a los directores y como parte de BRBR, opina que “hacer comparaciones no es la mejor forma de pensar las cosas, pero cuando el cine industrial intenta contar las historias de la gente común, suele no contar con esas mismas personas, porque habitualmente quien accede a hacer cine no procede de esas clases sociales. Cuando cuentas con esas personas, cuando pertenecen a tu comunidad afectiva, la posibilidad de hacer un relato pegado a la verdad es mucho más probable”.
Liarte, natural de Cartagena, participó también en el guión de El año del descubrimiento (2020), el documental que arrasó con todos los premios hace apenas dos años por rememorar las protestas que en 1992, y con motivo de las políticas de reconversión industrial de la época, culminaron con el incendio de la Asamblea de la Región de Murcia. El director era Luis López Carrasco, fundador del colectivo de cine experimental y audiovisual Los Hijos. Su compañero en este proyecto, Javier Fernández Vázquez, suele expresarse en redes sociales de forma activa sobre cine y diferencias de clase. En el mismo 2020 debutó en solitario con el largometraje Anunciaron tormenta, sobre la muerte en extraña circunstancia en 1904 del líder tribal Ësáasi Eweera, opuesto a la colonización española.
Fernández recuerda que López Carrasco, él mismo y la tercera pata de Los Hijos, Natalia Marín Sancho, decidieron fundar el colectivo en 2008 aprovechando el abaratamiento reciente de cámaras digitales y programas de edición y decepcionados por el enfoque “gremial” y por departamentos (fotografía, sonido, arte) de la formación audiovisual. “La experiencia posterior en rodajes —explica— agravó la sensación de que esos procedimientos no eran adecuados para el cine que nos interesaba. La idea de que fuéramos un autor colectivo no tenía, en un principio, una intención, por así decirlo, política. Fue natural”. Partiendo de presupuestos del arte contemporáneo y dedicándose los tres a cada paso del proceso, evolucionaron a un planteamiento a medio camino entre lo que se suele definir como cine social y cine experimental.
El cineasta considera “falseado” el eterno debate sobre ambas formas —un cine social que refleje problemas de clase y uno experimental que desafíe las formas comunes de narración—, “como si hubiera un corte radical. En mi caso soy partidario de la experimentación, pero en la búsqueda de una forma audiovisual adecuada para abordar determinados temas y generar determinadas sensaciones. Puede que el resultado final llegue a menos público porque, al fin y al cabo, hay unas convenciones que acostumbran la mirada a un tipo de narrativas. Pero si se supera esa barrera, el alcance es más profundo. Y eso me parece muy valioso. Llegar a menos gente, pero mejor”.
“Mucha gente de orígenes obreros que conocí cuando era más joven, incluso algunos enormemente creativos y con una evidente habilidad artística, nunca consideraron en serio que eso pudiera ser su oficio”, señala Javier Fernández Vázquez, de Los Hijos
Para que haya posibilidades de un buen cine de denuncia social “hay que facilitar el acceso de las clases obreras a la industria audiovisual, que no sea un pasatiempo de las clases altas. Ahora mismo, es un sistema precario, en el que frecuentemente se trabaja gratis, que explota la vocación y la energía de los jóvenes, que requiere un tiempo y paciencia muy difícil de asumir para quien no tiene un colchón económico familiar o que exige crear y mantener una red de contactos con lo que ello implica de asistencia a eventos o sitios en horario no laboral…”.
“Luego está el propio prejuicio o habitus de clase o los marcos mentales. Mucha gente de orígenes obreros que conocí cuando era más joven, incluso algunos enormemente creativos y con una evidente habilidad artística, nunca consideraron en serio que eso pudiera ser su oficio”, añade.
Por supuesto, el embudo industrial, formativo y del ciclo de festivales es el que es. Los fundadores de Los Hijos se formaron en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid, la célebre ECAM, y los BRBR pasaron con el proyecto de La mala familia por La Incubadora, su programa de becas para nuevos creadores. Por eso Fernández advierte de que no cree que el autor colectivo desafíe al corte de clase en la creación audiovisual “porque la propia noción de autoría ya señala una jerarquía muy anclada de valores burgueses. Que esa autoría sea de una persona, tres, o veinte, sin duda es interesante, porque puede generar lógicas de trabajo diferentes y, potencialmente ensanchar el tipo de cine que se hace. Pero si los tres o los veinte pertenecen a una clase social acomodada, nos quedamos igual”.
En un sentido similar se expresa Julián Génisson, quien en el mismo Festival de Sevilla de 2022 en que los BRBR estrenaban La mala familia presentó Inmotep, una surrealista aventura sobre la competitividad y el artificio ambientada en el negocio inmobiliario que había debutado en Róterdam justo una edición anterior. Génisson era uno de los tres integrantes de Canódromo Abandonado, firma colectiva que agrupaba también a los igualmente cineastas e intérpretes Lorena Iglesias y Aaron Rux. Vía crowdfunding financiaron filmes experimentales como La tumba de Bruce Lee (2013), y Génisson niega una intención política explícita, pero sí una conciencia del cine como producto colectivo que mantienen. “Sé que si viera mis pelis como ‘mías’ se me harían profundamente repelentes; una condición importantísima para que me puedan gustar es que todos los que pasan por ellas aporten algo”.
“No veo por qué el sistema no lo podría asimilar, incluso devorarlo hasta los huesos. Mientras sea rentable no creo que cambie nada que el nombre que viene después de ‘Una película de…’ sea de un solo individuo o de un colectivo”, opina Julián Génisson, de Canódromo Abandonado
Aunque sigue creando desde los márgenes y la precariedad, tiene claro que no fue cuestión del autor colectivo: “No veo por qué el sistema no lo podría asimilar, incluso devorarlo hasta los huesos. Mientras sea rentable no creo que cambie nada que el nombre que viene después de ‘Una película de…’ sea de un solo individuo o de un colectivo. Eso sí, cuando eres más de uno es más difícil conseguir que te inviten a los sitios. Con nuestra primera película, por ejemplo, nos invitaron a un festival en el que, en vez de alojamiento, nos ofrecieron dormir en el cine, durante los maratones de cortos nocturnos”.
Jordi Alberich, investigador de la Universidad de Granada (UGR), es especialista en videoactivismo y autor colectivo y ha estudiado el caso concreto del colectivo Malaguistán, que con sus creaciones ha denunciado la gentrificación y destrucción del tejido social de la capital andaluza. En base a su trabajo, define la ‘sinautoría’ como “un conjunto de prácticas culturales, muchas de ellas audiovisuales, dirigidas a promover y potenciar una cultura colectiva y colaborativa, al margen del individualismo”. Sus implicaciones políticas “van más allá de socavar el sistema cultural industrial, buscan una cultura del bien común”.
Alberich es más optimista (aunque es la única fuente de este reportaje que no se dedica profesionalmente al audiovisual) y cree que las mismas lógicas del activismo de Malaguistán “pueden y deben desarrollarse en los circuitos comerciales habituales”. Se apoya en los estudios de otro investigador de la UGR, Incho Cordero, centrado en los medios de comunicación más que en el cine: “internet y el abaratamiento del acceso a la tecnología en las últimas décadas ha facilitado tanto el uso insurgente de las tecnologías y la contrainformación a manos de los movimientos sociales, como la creación de un ecosistema de medios alternativos capaz de reinterpretar la realidad oficial construida por los grandes medios”.
En este sentido, y retomando la idea del habitus de clase, durante su entrevista colectiva en la que se interrumpían unos a otros para completar las frases, los BRBR recordaron un pase de La mala familia en Sevilla, pero no ante críticos de cine, sino ante 250 alumnos de entre 15 y 16 años de cinco centros de Secundaria del Polígono Sur, uno de los barrios más pobres de España. “Al acabar, le hacían preguntas a Andresito, el protagonista, no creyéndose que estuviese allí ante ellos y reconociéndose en él”, apunta Nacho Villar. Javier Tasio apostilla con otra anécdota, del día que pidieron permiso para grabar la audiencia de Andrés y sus compañeros ante la jueza que debía fijar su multa: “Me preguntó que por qué nos interesa esto, si pasaba todos los días. No respondí, pero luego quise haberle dicho: por eso, por eso nos interesa, porque pasa todos los días”.