Cine
El cine poético e insumiso de Cecilia Mangini

Las películas de Cecilia Mangini pueden situarse en la frontera de dos mundos, en una Italia que está superando la posguerra de la Segunda Guerra Mundial y donde el poder fomenta la industria y el trabajo en las fábricas.
Cecilia Mangini
Foto: Vera de Kok

Existe un sentimiento singular que se experimenta tan solo cuando descubres la obra y la vida de un artista en el momento en que acaba de fallecer. La inicial sensación de pérdida da paso a la culpabilidad por la ignorancia —por haberte perdido el conocimiento de la existencia de aquella persona antes de perderla de facto— y agudiza la pena. Estas mismas sensaciones fueron las que sentí el pasado 21 de enero al conocer el fallecimiento de la primera directora documental de Italia: Cecilia Mangini.

Nacida el 31 de julio de 1927 en Moli di Bari en la región de Apulia, en Italia, hija de un fabricante de pieles que tuvo que emigrar a Florencia cuando su negocio quebró, Mangini fue una documentalista extraordinaria que destacó por sus películas de denuncia social, en las que llegó a participar Pier Paolo Pasolini, amigo y colaborador suyo.

En 1952, cuando llegó a Roma, empezó a trabajar en un club de cine donde conocería al que sería su marido y compañero Lino Del Fra, con quien codirigiría múltiples películas como All'armi, siam fascisti! (1962), un importantísimo documental que analiza y rescata imágenes de archivo para tratar de explicar y reflexionar sobre el movimiento fascista italiano y la posterior colaboración de este en la Segunda Guerra Mundial.

Las películas de Cecilia Mangini pueden situarse en la frontera de dos mundos, en una Italia que está superando la posguerra de la Segunda Guerra Mundial y donde el poder fomenta la industria y el trabajo en las fábricas —que quedan como la única alternativa a la pobreza y la miseria de la vida de los campesinos—, llevando a miles de trabajadores a emigrar a las ciudades y a las zonas del norte de Italia, donde podían obtener alguno de estos trabajos y por lo tanto optar a tener una vida mejor en el futuro.

Mangini sitúa la mirada en aquellas fallas de la sociedad, en sus hipocresías y mandatos y lo que estos últimos hacen en aquellos sujetos más desfavorecidos por la sociedad: mujeres, pobres, inadaptados, rebeldes

En esta época de rupturas con las tradiciones más antiguas y de ensamblaje de un nuevo mundo, Mangini sitúa la mirada en aquellas fallas de la sociedad, en sus hipocresías y mandatos y lo que estos últimos hacen en aquellos sujetos más desfavorecidos por la sociedad: mujeres, pobres, inadaptados, rebeldes.

Las imágenes están cargadas con una atmósfera mágica que va más allá de la simple documentación. Los ritos, la pérdida de esos ritos, todo parece en conjunto en tres películas: Stendalí: suonano ancora y Maria e i giorni (ambas realizadas en el mismo año 1960) y en La passione del grano, rodado en 1963.

En Maria e i giorni, Mangini sigue con la cámara los movimientos de María —una anciana que resulta ser la madrina en la vida real de la propia Mangini—; la curiosidad deja paso a una silenciosa intimidad, la silenciosa intimidad de la casa mientras la más anciana del lugar va de un lugar a otro del hogar, realizando extraños rituales, que parecen antiquísimos y hacen preguntarse hasta dónde se remonta el gesto. ¿Dónde nació?

Mangini señala a María como heredera de este conocimiento pretérito. Impresiona ver su rostro en primer plano, surcado por las arrugas. Hay una cierta piedad por la vejez en estos primeros planos, una piedad que no lleva a la conmiseración. Con ese vaivén de ritos y de idas y venidas, nos parece que María sabe algo más de los días que nosotros no alcanzamos aún a entender.

Lo mismo ocurre en Stendalí, donde Mangini graba los ritos de un funeral, las oraciones y los bailes y los cantos de las mujeres que van a enterrar a un hombre joven, hijo de una de ellas. La ceremonia, que está cantada en un dialecto de la zona de Puglia ya desaparecido, constituye una suerte de bellísimo réquiem también por una cultura que desaparece.

Estamos en la Italia de la década de los 60, todos estos rituales no son más que cosas de viejas, gestos antiguos que hay que hacer desaparecer para dejar entrar al verdadero progreso, aquel progreso de la máquina y de la industria que también deja ver en el siguiente documental, uno de los más interesantes y de los más vetados y boicoteados de su carrera.

Essere Donne (1965) se inicia con una interesantísima selección de anuncios y películas de cómo debía ser la mujer ideal del momento, con fotos de modelos y cuerpos y caras ideales, que contrastan de modo abrupto cuando la cámara muestra los rostros de las trabajadoras de una fábrica de Milán.

La película, encargada por Unitele (una productora de corte comunista) para dar cuenta de las desigualdades implícitas en el trabajo de las mujeres, se compone de una serie de entrevistas a trabajadoras emigrantes de la región de Puglia, del sur de Italia, en las que se habla desde el cansancio del trabajo hasta la sindicalización.

Essere Donne, además, apunta en las doble carga de trabajo que deben hacer las mujeres: nueve horas en la fábrica y después trabajando en casa, haciendo las tareas del hogar y cuidando de los hijos, enfrentándose a la soledad de ambas tareas y a la miseria.

Una miseria que enlaza con la crudeza de otras de sus dos películas. En Brindisi ’65 (1965), las imágenes del progreso y de la fábrica como nuevo eje de esperanza social son de nuevo comparadas con las de la realidad material de los trabajadores. Sueldos de miseria por jornadas interminables en el trabajo. Trabajos mecánicos que se repiten y repiten en bucle, de la misma manera en que se repetían los ciclos y los ritos en el ámbito rural, se repiten las horas pasadas en la jornada laboral en las fábricas. Y lo hacen ya sin la protección del sentido, tan solo con la aridez que da el individualismo de carácter capitalista. Como la misma Mangini diría en una entrevista concedida en noviembre del año pasado a El País, “la industrialización dio dignidad y trabajo a muchos hombres y mujeres del sur, pero también les hizo perder el contacto con la tierra y la naturaleza”.

Tommaso (así se titula el otro documental realizado por Mangini en 1965) es un chico de familia humilde, todos sus sueños se resumen en poder trabajar en la planta petroquímica de Monteshell para poder comprarse una motocicleta. Un sueño que, sin embargo, como muestra Mangini, no es más que el único camino que se le ofrecía a cualquier muchacho sin recursos de su edad en los años 60. Esta reflexión sobre las posibilidades que les son ofrecidas a los pobres es muy importante y cuestiona la propaganda capitalista y la del Estado: el campo, donde era imposible ganarse un jornal que pudiera mantener una persona en condiciones, o la fábrica, donde había que estar todo el día trabajando para ganar una miseria, están muy presentes en esta película.

Las opiniones de Tommaso, que oímos por su propia voz sacada de entrevistas con Mangini, se enfrentan a los comentarios de otras personas sobre la fábrica; testimonios de precariedad y accidentes laborales mortales de otros trabajadores jóvenes.

Los niños y los jóvenes también llamarían su atención y protagonizarían otras de sus películas como La Canta delle marane (1961) o La Briglia sul collo (1974) en las que trata la alegría y la rebeldía de los jóvenes de clase trabajadora.

En esta última película, Mangini realiza una interesante entrevista a un niño que ha sido calificado de inadaptado y a su entorno, dando una visión más completa de los roles familiares (un padre ausente o distanciado y una madre desbordada) y los roles de la sociedad en la formación de la figura del rebelde en la sociedad.

Mangini siguió trabajando casi hasta su muerte, y colaborando con otros directores más jóvenes, sin dejar por un momento de replantear las imágenes y de mirar hacia los lugares más incomodos para la sociedad capitalista

Siguió trabajando casi hasta su muerte, y colaborando con otros directores más jóvenes como Pisandelli o Mariangela Barbanente, sin dejar por un momento de replantear las imágenes y de mirar hacia los lugares más incomodos para la sociedad capitalista. Su último trabajo fue Due scatole dimenticate (2020), una memoria de la resistencia de la Guerra de Vietnam, en la que Mangini, junto a Pisandelli, recupera el material fotográfico de un viaje realizado junto a su marido a este país durante los años 1964-65, que en su momento resultó un proyecto de documental fallido y que había conseguido poner en marcha.

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