Cine
‘Comportarse como adultos’: Varoufakis como héroe fílmico fallido

El realizador griego Costa-Gavras firma un docudrama sobre meses de reuniones entre el gobierno de Syriza y la Comisión Europea. El antiguo ministro de Finanzas griego es representado como la excepción honesta en una negociación que no es más que un simulacro.

Comportarse como adultos
Una escena de ‘Comportarse como adultos’ de Costa-Gavras.
17 oct 2019 06:00

Tiene sentido que el veterano realizador griego Konstantinos Gavras, autor de muestras de un cine político que oscilaba entre el drama y el thriller en cintas como Z o Desaparecido, se haya interesado por una crisis económica mundial que ha afectado especialmente a su país. Ya lo hizo cuando estrenó El capital, un relato de los desmanes del capitalismo financiero protagonizado por el arribista nuevo presidente de un banco francés de ficción. A golpe de conspiraciones, desconfianzas y espionajes en espacios de superlujo, el realizador amagaba con la posibilidad de un thriller pero terminaba ofreciendo un Rojo y negro de ascenso al poder y conspiraciones para mantenerlo.

El capital desprendía un cierto aire a comedia negra: varios monólogos a cámara, reminiscentes del recurso teatral del aparte dirigido al público, ratificaban las escapadas irónicas y, a la vez, proporcionaban un final desolador. “Son unos niños. Unos niños grandes. Se divierten y seguirán divirtiéndose hasta que todo estalle”, afirmaba el protagonista.

Comportarse como adultos también remite a la inmadurez como una explicación de los cataclismos de la economía de casino. Costa-Gavras toma como base el libro del mismo título con el que el político Yanis Varoufakis recuerda sus años como ministro de finanzas griego y sus negociaciones (o simulacro de ellas) para reestructurar la deuda soberana del Estado heleno. El título alude a un comentario de Christine Lagarde, ex directora del Fondo Monetario Internacional: se necesitaban adultos en esas habitaciones donde algunos de los principales responsables de la economía europea discutían a gritos. La procedencia de la cita quizá explica sus limitaciones: Lagarde se fijaba en el dedo del infantilismo posible de un reducido número de individuos, en lugar de mirar a la luna de unas políticas y unos dogmas económicos dominantes durante décadas.

Ilustración de la verdad según Varoufakis

En su acercamiento al material, Gavras se aleja de las inflexiones sarcásticas de El capital y, especialmente, de Arcadia. En ese último filme, un ejecutivo desempleado decidía recuperar su estatus laboral eliminando a aquellos que pueden ser su competencia. En Comportarse como adultos, la apuesta es por un relato poco apasionado de la agonía griega. Al fin y al cabo, el sufrimiento ciudadano tiene lugar a kilómetros y kilómetros de distancia de las salas de reuniones donde se deciden las políticas que contribuyen a eternizarlo.

En la narración se trata la gestión europea del drama griego y la esperanza abortada del gobierno de Syriza. El resultado tiene trazas de la tendencia a la hagiografía propia del biopic: el Varoufakis interpretado por Christos Loulis (Love me not) es tenaz y comprometido, de reacciones rápidas y con capacidad oratoria. El cineasta parece rendirse parcialmente al personaje, pero no ha escogido al héroe fílmico más improbable del cine del crac financiero: en Malas noticias, otra adaptación narrativa de un libro de no ficción, la estrella era Henry Paulson (secretario del Tesoro estadounidense y antiguo presidente ejecutivo de Goldman Sachs).

Si el griego firma una declaración de amor, esta mantiene una cierta sobriedad. No se usan subrayados musicales ni visuales con los que realzar los discursos de un héroe vencido pero resilente. La misma existencia de la película es una prueba de ello: el economista no consiguió doblegar a la denominada Troika pero sí ha conseguido que exista un filme que se alinea implícitamente con su visión de los acontecimientos.

En la misma línea de dignidades derrotadas, un aspecto potencialmente loable de la película (no embellecer ni inocular épica en los parlamentos de Varoufakis a través de recursos estéticos espectacularizadores) también se puede leer como un fracaso: el de un cineasta que no consigue o no quiere conseguir transmitir sus ideas con algo más que con palabras. Y esas palabras, además, pueden resultar previsibles. Más allá de los oportunos dardos al escasamente democrático poder informal de la Comision Europea, o de las alusiones al no demasiado conocido plan griego de emitir otra moneda, se puede presuponer que la audiencia potencial de la película conocerá buena parte de la materia abordada.

La sincronicidad de la tragedia y de la sátira

En unos cuantos aspectos, Gavras parece querer escapar de las posibles sobreactuaciones estilísticas del cine político con vocación didáctica o propagandística. La música inicial del filme otorga un matiz sarcástico a unas imagenes de archivo sobre el malestar de los ciudadanos griegos. Las movilizaciones populares no se miran con indignación arrebatada, sino con una cierta distancia irónica. Y eso presagia una comedia negra que no llega a desarrollarse plenamente: Comportarse como adultos toma la forma de docudrama moderadísimo en sus decisiones estilísticas.

Decía Karl Marx que la historia ocurre una primera vez como tragedia y se repite como farsa. El último filme de Gavras escenifica de alguna manera la sincronicidad de ambas en un mundo de trincheras mediáticas que saturan de mensajes. El dramático sufrimiento que tiene lugar en Grecia llega a las instituciones internacionales, desde el Banco Central Europeo al Fondo Monetario Internacional, en forma de farsa que no puede emocionar a una élite política indiferente al dolor ajeno.

Quizá el realizador de Amén pretende dotar de una apariencia de objetividad a la mirada heredada de Varoufakis. La representación de ese sufrimiento podría considerarse impúdica o sentimentalizante, pero la ausencia casi total de esta compromete la fuerza dramática de la narración. Se nos ofrece un retrato muy vagamente irónico de una sociopatía colectiva cuyos efectos conocemos pero no vemos: raramente se nos proporciona un contraplano que evidencie la aparente alienación ideológica (o el mero cinismo) de los gobernantes europeos, para los cuales la vapuleada ciudadanía helena goza de pagas y servicios onerosos a expensas del resto del continente. Y esa imagen ausente, unida a una cierta indeterminación tonal, provoca que ni la tragedia ni la farsa acaben de hacer pleno acto de presencia.

Sin horizontes

Si la mencionada cita de Lagarde puede entenderse como un producto revelador de la ideología de la francesa, Comportarse como adultos también puede verse como una emanación de la opinión de Gavras. El realizador ha confesado que no ve una salida al laberinto griego. Su película parece contagiada de esa ausencia de horizontes políticos, y también lleva este fallo de la imaginación al terreno estilístico: el griego no parece capaz de idear maneras de representar la evidente dificultad de rebatir el “no hay alternativa” thatcherista.

Cabe hacerse la pregunta de si un cine más o menos didáctico, que pone en imágenes una visión de la realidad histórica reciente, debe ser atractivo o sorprendente. Sea como fuere, este Gavras que solo rompe con la moderación mediante pequeñas transgresiones puede impulsar a anhelar otra película que no ha existido.

Algunos espectadores fantasearán con una manera más exploradora de entender el cine político; otros anhelarán la inoculación de tics de thriller, de espectacularización hollywoodiense o de un sarcasmo desatado. Quizá los años de crisis económica perdurable han generado hartazgos e insensibilizaciones que dificultan retratar dolores en clave dramática, y eso impulsa a usar un distanciamiento que, en este caso, respeta implícitamente ese dolor no mostrado. El autor parece más proclive a autolimitarse y moderarse (con pequeñas transgresiones, como un retrato casi paródico del entonces presidente Alexis Tsipras) que a abrirse caminos. Y por ello parece introducirse, como su protagonista, en un cierto callejón sin salida.

El cineasta solo se libera duraderamente en los últimos minutos del filme, cuando decide escaparse de la literalidad, de los caminos prosaicos e informativos (con el sesgo correspondiente, inevitable) del biopic ligeramente ácido que ha ofrecido.

Concluye la función con una coreografía alucinatoria: el acoso europeo a Tsipras, representado como ratón en un laberinto sin más salida que la rendición, toma forma de baile mudo. No deja de ser un subrayado de una tesis que ya estaba clara: para Varoufakis, las negociaciones con Europa no eran más que un diálogo fingido que debía concluir con un sumiso continuismo. La humorada final hermana forma y contenido: un simulacro que escenifica un simulacro.

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