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Cine
John Waters: “Mis obras son más horribles y repugnantes ahora de lo que eran en su momento”
El autor de Pink flamingos explica que siempre quiso que sus películas fuesen un éxito, aunque los inicios fuesen difíciles. Sus primeras obras fueron muy extremas, provocadoras, agresivas, realizadas de manera auténticamente autónoma con un grupo de artistas de Baltimore que operaban fuera de la industria. Ahora, este pope del indie más escandaloso, ridiculizador constante de la normalidad, es un septuagenario embarcado en tareas múltiples (actor, escritor, monologuista) que no descarta la posibilidad de reencontrarse con la dedicación que le hizo famoso: la dirección de largometrajes.
Mientras esperamos que se alineen los astros y los dioses crueles de la financiación de películas le den una nueva oportunidad, el Waters monologuista y melómano desembarca los días 7 y 8 de junio en Madrid y Barcelona, respectivamente. Lo hace también con un libro bajo el brazo: Consejos de un sabelotodo, una mezcla de memoria de cineasta y literario monólogo humorístico sobre (casi) todas las cosas de la vida.
Imagino que, dados tu eclecticismo y tu curiosidad cultural, tu vida tendrá muchas bandas sonoras posibles.
¡Claro! De hecho, he publicado dos CD que son algo parecido: A John Waters christmas y A date with John Waters. En ellos, seleccioné canciones que me encantan. Y si escuchas las bandas sonoras de mis películas, incluyen todo tipo de cosas… ¡porque me gusta todo tipo de música! Cuando estoy en casa, puedo poner Eminem, King Krule, ópera...
Hablas de rap y de música clásica, pero filmes como Hairspray o Cry Baby facilitan que te imaginemos escuchando música de las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado...
Es la música con la que crecí y eso es algo que todos recordamos: la primera música con la que nos rebelamos, la primera música que amamos y que nuestros padres odiaron. Me encantan las canciones de los años 50 y 60, me encanta el rhythm and blues. Cuando llegaron The Beatles no me gustaron, porque eran asquerosamente alegres para mí. Durante mucho tiempo, no los escuché porque ellos retiraron al rhythm and blues. Cuando llegó el pop, escuché música contemporánea de nuevo. El rap me gustó, desde el principio. Y siempre me ha gustado el jazz.
¿Alguna pasión inconfesable?
Escucho una emisora de radio que se llama Outlaw Country porque ponen música country que, aunque es muy antigua, no he oído nunca. En cambio, cuando se trata de música de los 50 y los 60, siempre se radian los mismos malditos temas que estoy harto de escuchar. ¡Querría descubrir los que nunca oí, los raros y olvidados!
Decías que te has reconciliado con The Beatles. ¿Sigues sintiendo ojeriza por Prince?
Sí, sigo pensando que era pretencioso. ¡Y creo que sus películas eran terribles! Pero bueno, sí, ahora me gustan los Beatles. Y la música disco, que odié cuando apareció, y que ahora más o menos me gusta cuando la escucho. Quizá algún día llegué el momento con Prince.
Tu charla en Barcelona tratará sobre el gusto musical y cómo expandirlo. ¿Nos puedes avanzar un poco de qué hablarás?
Lo más importante es que nunca digas que hay un tipo de música que no escuchas. Y otro consejo: por encima de todo, debes tener amigos jóvenes que te cuenten lo que pasa en el mundillo. Porque ya no no vas a ir a un club a las cuatro de la mañana para descubrir artistas. Necesitas esos espías. ¡Y necesitas leer revistas de música! Las críticas que publican… ¡realmente me ayudan! Es así como compro discos nuevos, por las críticas y por las recomendaciones de personas jóvenes. Todavía compro cedés, aunque también uso el streaming… y me pongo vinilos, claro. Tengo muchos elepés, aunque están en mal estado. No me limitaba a coleccionarlos, sino que los he reproducido muchas veces...
Tus creaciones han sido consideradas por algunos como de mal gusto. Y tú has empleado términos como “buen mal gusto”. Pero… ¿acaso existe el buen gusto?
Sí, claro, creo que yo mismo tengo buen gusto con la música. Pero el mal gusto es lo que crea nuevos géneros: el rock, el rap o el jazz se consideraron horribles. Toda la música que se ha convertido en un género sacó de quicio originalmente a la gente a la que no le gustaba, que no la entendía. Y a mí me encanta cualquier forma artística que pueda hacer que la gente la rechace tanto. El arte contemporáneo hace eso. Si tienes un verdadero talento artístico, lo ocultas, porque es algo demasiado fácil de demostrar. Mucha gente puede dibujar, mucha gente puede cantar, pero no es suficiente. A veces es mejor que no sepas cantar.
En todo tu cine, no solo en tus comedias musicales, las canciones de la banda sonora son muy importantes. Comentan, complementan, bromean sobre las cosas que vemos en la pantalla...
Sí, así es. Y lo debo a “The flying saucer”, de Buchanan y Goodman, un tema de los años 50 que sampleaba canciones ajenas y las usaba para contar otra historia. Esa fue la mayor influencia que he recibido nunca. Cuando haces pases con público para terminar una película, te das cuenta de qué partes no entiende la gente y normalmente añades una narración en off o algo así. Yo uso la banda sonora, en lugar de un narrador. Las canciones me ayudan a contar la historia a través de letras que se relacionan de manera irónica con las imágenes. En mis películas, la música sirve de narrador, de personaje, de montador...
Sigues en activo con todo tipo de cosas: monólogos humorísticos, trabajos como actor en series y películas… Acabas de publicar tu primera novela, Liarmouth. ¿Llegará a España?
No lo sé, no estoy seguro.
¿Quieres aprovechar para decirnos por qué debería ser editada en nuestro país?
¡Claro! Porque es una buena historia, y una buena historia se puede traducir a cualquier lengua. Trata sobre una mujer que no es demasiado agradable, pero hago que te pueda gustar, porque está muy chiflada, porque roba maletas en los aeropuertos, porque cree que mentir la convierte en más atractiva y más poderosa. Y siembra el caos allá donde va. Me encantan los personajes como este, yo siempre voy con el villano. Y creo que el humor se traduce bien a cualquier lengua.
En paralelo al trabajo que sigues haciendo, también tienes ocasión de mirar atrás. Por ejemplo, al supervisar las digitalizaciones de tus filmes que lleva a cabo la prestigiosa editora estadounidense Criterion. ¿Qué sientes al reencontrarte con Multiple maniacs o con Pink flamingos?
El trabajo de esta gente es asombroso. Hicieron que Multiple maniacs pareciese una mala película de John Cassavetes. Los errores que cometí al hacer estos filmes no eran intencionados. Así que, cuando consiguen que luzcan un poco mejor... ¡estoy totalmente a favor! Intentan acercarlas al público actual. Quizá no es fácil, porque mis obras son más horribles y repugnantes ahora de lo que eran en su momento.
Siempre me he burlado también de las normas de la comunidad que amo: el mundo gay, el mundo de los chiflados, de los bohemios... ¡pero ahora tienen todavía más normas que las que tuvieron mis padres!
¿En qué sentido?
Bueno, tenemos a los santurrones de la corrección política, todas las normas a las que debemos atenernos para ser buenos progresistas... Pero nadie parece enfadarse demasiado conmigo, porque las películas son tan locas… Aunque son insultantes, sí. Siempre me he burlado también de las normas de la comunidad que amo: el mundo gay, el mundo de los chiflados, de los bohemios... ¡pero ahora tienen todavía más normas que las que tuvieron mis padres!
En los últimos años te han concedido muchos honores. ¿Te dan ganas de restregárselo por la cara a algún censor de esos que prohibió tus películas?
No, no siento ninguna amargura. El negocio del espectáculo me ha tratado bien, Hollywood me ha tratado bien. Mis filmes no siempre han recibido buenas críticas, pero han tenido una audiencia incluso cuando los enseñaba en iglesias a medianoche. Aprendí cómo funciona el negocio. Y aprendí también algo muy simple: cuanto más dinero te dan, más cosas van a decirte.
El sentido de la gente se ha acercado al mío, se ha vuelto más oscuro. Supongo que todo el mundo ha aprendido que, cuando las cosas son terribles, el sentido del humor es una magnífica droga contra el dolor
Ahora, con el paso de los años, te puedes reír con ello. En su momento, debió de ser más difícil de sobrellevar.
Sí, pero encontraba distribución y encontraba cines donde proyectar los filmes. Siempre iba con un buen póster y muchas fotos. Quería que mis películas fueran éxitos. Y lo fueron, a su manera extraña. Primero hice películas underground, después hice midnight movies, después hice películas independientes, después hice películas de Hollywood, y después películas underground dentro de Hollywood. Y hoy en día… no lo sé. He encontrado ese respeto que es tronchante porque las películas no se han convertido en obras más amables. ¡Al contrario! Con todo, lo considero un honor, porque yo no he cambiado en cincuenta años. Creo que el sentido de la gente se ha acercado al mío, que se ha vuelto más oscuro. Supongo que todo el mundo ha aprendido que, cuando las cosas son terribles, el sentido del humor es una magnífica droga contra el dolor.
Se habla mucho de la censura institucional, pero también existe la industria con sus censuras y autocensuras, con la tiranía del sistema del clasificación por edades... ¿Alguna anécdota, divertida o triste, sobre ello?
¡Oh, Dios! Incluso me dijeron que no podía llamar Pecker a una película. Yo dije que “pecker” hacía referencia a picotear comida, no al pene. Y ese litigio lo gané, aunque normalmente tienes las de perder cuando se trata de sexo. En Cry Baby tuve otro lío. Para conseguir la calificación PG-13 [no recomendada a menores de 13 años], tenía que seguir la siguiente norma: solo podía emplear dos veces la palabra con efe [“fuck”, joder], nunca tres veces, y siempre de una manera no sexual. Así que hice un chiste: el personaje de Traci Lords pronunciaba la palabra, su madre preguntaba qué quería decir y después la decía otra vez. Usé los beeps propios de la censura para cubrir las dos primeras menciones y cumplir con las reglas. No les gustó, lucharon, pero yo gané y obtuve la calificación PG-13. Debatir este tipo de cosas es de locos. No tiene nada que ver con el arte, ni con la comedia.
Tu última película incluía bastante material que debió de parecerles censurable…
Sabía que tendría problemas con Los sexoadictos. Me dijeron que recibiría una NC-17 [prohibida la entrada a menores de 18 años]. Les pregunté: “¿Qué tengo que cortar?”. Y me contestaron: “Dejamos de tomar notas sobre ello”. Fue escalofriante, porque significaba que no podía hacer nada.
En alguna ocasión has afirmado que dirigías películas exploitation para salas de arte y ensayo. Y que asumías la lógica de ese tipo de cine: buscar maneras de atraer públicos sin tener dinero. ¿La provocación era una estrategia artística, pero también comercial?
Sí, claro. Tienes que recordar que en ese momento, a finales de los 60, desapareció la censura en los Estados Unidos. Las películas de Ingmar Bergman se mostraban en Baltimore con los títulos cambiados y con los diálogos recortados para potenciar las escenas con desnudos. Las obras de Bergman o Fellini rompieron este tipo de reglas, pero seguían considerándose arte. ¡Las salas de arte y ensayo servían café expresso para que lo bebieses mientras mirabas pechos! El cine exploitation pudo eclosionar porque lo llamaron arte.
Y viste una oportunidad...
Sí, me di cuenta de que New Line Cinema distribuía las obras de Godard y también Reefer madness, un viejo e hilarante filme antihierba. Pensé que podía entenderme con ellos. Distribuyeron mis primeras películas, me dieron el dinero para hacer Polyester y Hairspray… Luego ganaron premios Oscar, hicieron El señor de los anillos y se convirtieron en una compañía gigantesca. Pero el caso es que yo conocía el negocio, desde el principio. Intentaba encontrar los cines adecuados para estrenar, etcétera. Curiosamente, las películas de más mal gusto que dirigí fueron las que cosecharon los mejores resultados en taquilla en los vecindarios más ricos y supuestamente más cultos, y funcionaron peor en los autocines y el circuito del exploitation. Creo que sé por qué: los espectadores de ese circuito consideraban que las películas exploitation eran sexis, daban miedo... No veían nada irónico en ellas. Y nosotros satirizábamos ese tipo de cine, a la vez que abrazábamos su tradición. Así que el público se olía algo raro. En los festivales, en Cannes, los mejores directores del mundo eran respetuosos conmigo porque entendían la broma. Eso sí: aunque considere que es más fácil impactar que hacer reír, impactar también tenía su dificultad.
¿Por qué lo dices?
Me enfrentaba a audiencias que creían que lo habían visto todo, y yo les decía: “No, no lo has hecho todavía. ¡Aunque quizá no necesitabas ver lo que te voy a mostrar!”.
Por el camino, construisteis a una estrella propia: Divine.
Sí, Divine quizá es más conocida ahora de lo que fue en vida, desgraciadamente. La gente sigue dejando cosas en su tumba. Yo compré otra parcela en el mismo cementerio, también Mink Stole, Pat Moran… Lo llamamos Disgrace Land.
En un coloquio en el British Film Institute afirmaste que tus padres te apoyaron mucho durante unos primeros diez años sin críticas positivas.
Mis padres odiaban mis películas, aunque ni siquiera las veían, pero las financiaban. Y yo les devolvía el dinero con intereses, cosa que les sorprendía mucho que pudiese hacer. Nunca me dijeron que dejase de hacer cine, aunque hubiesen deseado que fuese de otro tipo. Y terminaron estando orgullosos de mí. Fui afortunado, me hicieron sentir a salvo. No quiero decir que no tuviese peleas con ellos, porque todo el mundo las ha tenido. Les hice vivir un infierno: ¿qué padre quiere que su hijo ruede Pink flamingos? Incluso hoy, ninguno querría. Tenían miedo, no sabían qué diablos tenía en la cabeza. Nunca me preguntaron si era gay, porque temían que la respuesta pudiese ser algo ‘peor’ que ser gay.
Quizá hubiese acabado en prisión si no hubiese hecho películas, porque no hubiese tenido coartada para mi conducta antisocial
Me preguntaba de dónde sacabas la fuerza para perseverar si la respuesta inicial a tus obras fue tan negativa. ¿Crees que si hubiese sido un empeño más individual, sin implicar a los amigos, habría durado tanto, o facilitó las cosas que se tratase de una locura colectiva?
En primer lugar, quizá hubiese acabado en prisión si no hubiese hecho películas, porque no hubiese tenido coartada para mi conducta antisocial. En cualquier caso, todo lo que hacíamos tenía como objetivo hacer que la gente riese. Se fue formando como una compañía de repertorio, con gente que no solo era como nosotros: había gays y había heteros, había chicos malos de familia rica que huían de los suburbios, había gente negra del downtown, había homosexuales bohemios... Los contextos eran radicalmente distintos, pero nos unía el deseo de hacer humor contra el establishment.
Una de las cosas que llaman la atención de tus primeras obras es la intensidad de las interacciones entre personajes: abunda el griterío, casi el disturbio.
Ciertamente, y todo era guionizado. Los actores tenían que recordar cinco páginas de diálogo que rodábamos en una sola toma. Si algo salía mal, había que volver a comenzar. Y a veces eran escenas en exteriores, que rodábamos a escondidas de la policía, en pleno invierno… Era cine de guerrilla. Y era una tortura.
En esas obras del inicio, como Vivir desesperadamente, hay violencia física, y también mucha violencia verbal, muchas palabras crueles. ¿Había un trasfondo de malestar respecto al mundo, un cierto enfado, o solo era una manera de trabajar la comedia negra y de dejar en shock al espectador?
Sí que había una cierta crítica social, pero era ridícula. Parodiábamos cosas. En Pink flamingos mostrábamos un movimiento para liberar a Ted Watson, un asesino del clan Manson a quien nadie querría liberar nunca.
Vivir desesperadamente dotaba de protagonismo a mujeres lesbianas y trans, encontradas durante el loco viaje de una ama de casa desquiciada y asesina. La película visibilizaba la diversidad sexual, pero de una manera muy incorrecta, entre crímenes y canibalismo festivo. ¿Cómo fue recibida en los círculos queer, por decirlo de alguna manera?
Creo que actualmente es mi película más políticamente incorrecta, no entiendo del todo el porqué. Uno de los protagonistas es militante trans, quiere una polla y la quiere ya, cosa que... ¡es muy propia de militantes! Recientemente me dijeron que la habían proyectado ante una audiencia de jóvenes personas trans que se ofendieron porque un hombre se había atrevido a hacer un filme sobre eso. ¡Pero era una comedia! Y, que yo sepa, era la primera película sobre una mujer transicionando. No lo sé, tengo que admitir que es una ficción muy loca. ¿Políticamente incorrecta? A largo plazo, creo que no.
Aún hoy se me acercan personas que me dicen que esos filmes cambiaron sus vidas, que les hicieron sentir muy bien cuando nadie les hacia caso. Me asombra. Aunque las declarasen obscenas, esas obras proporcionaron alegría y bienestar a mi público
Leyendo una entrevista que le concediste a Steve McDonald en 1982, insistías en que hacías películas para que la gente riese, que no intentabas cambiar nada con ellas.
Exacto. Lo curioso es que lo hicieron igualmente. Aún hoy se me acercan personas que me dicen que esos filmes cambiaron sus vidas, que les hicieron sentir muy bien cuando nadie les hacia caso. Me asombra. Aunque las declarasen obscenas, esas obras proporcionaron alegría y bienestar a mi público.
El humor puede servir para satirizar y atacar. ¿También para que nos entendamos, para que nos acerquemos?
Yo creo que es así. Si te sientes solo, si crees que nadie es como tú, tienes que encontrar tu comunidad. Cuando yo era joven, antes de internet, era más difícil encontrarla. A menos que vivieses en una gran ciudad. Así que mis películas a veces se convirtieron en la primera vez en que algunos vieron un mundo alternativo que a ellos no les parecía tan extraño, sino un lugar donde encontrar gente parecida a ellos.
No estoy seguro de que mi carrera como director haya terminado. Si lo ha hecho, estoy bastante contento del final de ‘Los sexoadictos’ y su eyaculación en la cara de todos los espectadores. Me encanta
La filmografía de Kubrick acababa con una llamada a follar en el último diálogo de Eyes wide shut. Los sexoadictos concluye con una eyaculación que salpica el encuadre. ¿La considerarías un buen cierre de tu filmografía?
Solo te puedo decir una cosa: no estoy seguro de que mi carrera como director haya terminado. Si lo ha hecho, estoy bastante contento del final de Los sexoadictos y su eyaculación en la cara de todos los espectadores. Me encanta. Y si la cosa no se ha acabado, tendré un buen final para ti. ¡Ya veremos!