Opinión
‘Fast watching’, o cómo Netflix ha pervertido los hábitos de consumo
Netflix ha implantado un catálogo de idiosincrasias empresariales que han terminado afectando directamente los hábitos del consumidor.

En octubre se cumplirán tres años del desembarco de Netflix en suelo español, una fecha que fue celebrada por futuribles usuarios y medios de comunicación como un “Mister Marshall” del siglo XXI. En estos 36 meses, el imperio de Red Hastings y Marc Randolph se ha consolidado en España y en otros mercados europeos, desencadenando con ello la expansión de los negocios VoD.
Paralelamente, a medida que su posición de relevancia crecía, ha empezado un pulso con la industria del cine, con algunos de sus grandes escaparates culturales (especialmente notoria ha sido su rencilla con el último festival de Cannes) y con los sistemas de producción y distribución clásicos.
Igual de relevante que este movimiento de las placas tectónicas del audiovisual y sus industrias, está el establecimiento de un nuevo paradigma en el consumo.
La compañía norteamericana ha apostado desde sus inicios por un consumo a granel, desmedido y acelerado. Priorizando la cantidad a la calidad. Bajo este enfoque empresarial de oferta desbordante, Netflix ha implantado un catálogo de idiosincrasias empresariales que han terminado afectando directamente los hábitos del consumidor.
La disponibilidad de temporadas completas en el día de su estreno fue su primer gran movimiento en su objetivo por mantener al suscriptor enganchado a la plataforma. Esta crucial práctica, seguida luego por la mayoría de sus competidores, comportó la ausencia de intervalos de digestión y reflexión entre capítulos, la desaparición de las expectativas, así como de la dinámica narrativa adherida a la dosis de ficción semanal.
La consecución encadenada de varios episodios conlleva un regusto fugaz, además margina prácticas en vías de extinción que permitían confraternizar con otros espectadores mientras se indagaba en la materia audiovisual, como por ejemplo los coloquios tras el visionado de cada ración semanal, ya fueran estos en el ámbito laboral, el académico o el doméstico, y que desde hace ya un tiempo se han mudado al flujo de las redes sociales, o se han simplificado (ahora se valora la totalidad de la temporada o de la serie en cuestión) cuando han permanecido en el ámbito real.
Una decisión, la de permitir visionar la temporada completa desde su estreno, que desencadenó otro de los pequeños vicios insalubres de la plataforma de Sillicon Valley, el conocido como binge-watching o el binge-race (terminar una temporada en menos de 24 horas), el epítome del empache del consumo televisivo.
Las maratones de temporadas y series bajo la ansiedad apremiante de ser el primero de la clase, o alentados por los mecanismos narrativos que buscan la generación de adicción, favorecen ese consumo desmedido de ligero poso y reducido espacio de reflexión o discusión (¿se imaginan ver The Wire o Mad Men bajo esta operativa?).
El binge-watching es una expresión concorde con los tiempos de consumismo desaforado, donde se corrompe el ciclo de atención, y el usuario ve televisión mientras lleva a cabo otras actividades en este largo lapso para terminar el mayor número de capítulos o temporadas en la mayor brevedad. Incluso los propios directivos han empezado a dar directrices a actores, showrunners y equipos para erradicar ese término en ruedas de prensa y entrevistas. Una medida cortafuegos que no altera la evidente orientación estratégica de una plataforma que prima el consumo frenético que mantenga al subscriptor alejado de otras ofertas de la competencia. Una praxis que ha terminado contagiando a actores que se distinguían posicionándose en las antípodas, apostando por menor cantidad pero de mayor calidad. Es el caso de la HBO. Tras la fusión de AT&T con Time Warner, directivos del grupo de comunicación han anunciado sus intenciones de convertirla en un gigante del streaming, lo que invita a pensar en un cambio del modelo empresarial que la acerque a la vía Netflix.
Y, como siempre, el mayor perjudicado será el espectador. Angustiado ya por la necesidad añadida de dar cabida en su hábito alimenticio a la incesante llegada de nuevas producciones y nuevas temporadas, ahora, además, empieza a ver reducida la calidad de estas, ¿se puede pensar en una nueva hornada de televisión de oro con este escenario de hipersaturación y de programación basada en los metadatos?
Quien aquí escribe tiene sus dudas, y buena parte de la producción seriéfila reciente de Netflix lo insinúa. Lo que genera menos dudas es la “Mcdonalización” del consumo de ficción televisiva.
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