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Cine
La lista de las mejores películas que nunca podrás ver
La ceremonia de entrega de los Premios Goya se celebró el sábado 10 de febrero y el 11 de marzo la temporada de premios del cine terminará con los 96º premios Óscar. Justo antes, y a modo de porra, llegó diciembre y su ritual de balances, que incluye la listas de “lo mejor del año”. Una costumbre cinéfila antes reservada a la prensa especializada y las reuniones de amigos y que, como todo, las redes o plataformas como Letterbox han democratizado hasta convertirlo en una inundación de variantes en la que se pierde o relativiza cada aportación.
¿Para qué sirven las listas? ¿Siguen teniendo un sentido de jerarquía, de guía o de prescripción? En diciembre de 2022, la prestigiosa revista Sight&Sound, que edita el British Films Institute, publicó su lista de las 100 mejores películas de la historia. Una lista selecta y prestigiosa, que se elabora cada diez años desde 1952, sin poder incluir estrenos recientes.
La novedad en su última entrega, además de ser la encuesta más extensa de la historia de la revista —1639 críticos, programadores y académicos por primera vez de los cinco continentes— fue la victoria de una cinta dirigida por una mujer, Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles (1975), de Chantal Akerman, superando a Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, y Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles. Una elección polémica.
“Las listas siempre han hablado más de quien las elabora que de la calidad de las películas reflejadas en ellas”, opinan Elisa McCausland y Diego Salgado
“Las listas siempre han hablado más de quien las elabora que de la calidad de las películas reflejadas en ellas. Son una gran instantánea de cada momento crítico y cinéfilo, de las modas imperantes en cada temporada y las afinidades que se quieren establecer, no con el cine, sino con la esfera social que lo rodea”, comentan los críticos culturales Elisa McCausland y Diego Salgado. El caso de Sight&Sound no es diferente, y ha pasado de décadas con un sesgo muy claro que primaba títulos como los de Hitchcock o Welles a primar a Akerman (que ya entró en las listas de 2002 y 2012, aunque en posiciones más retardadas).
Así las cosas, parecería que las listas de prestigio mantienen su función, ya que en opinión de estos críticos, aunque a veces parezca que “compiten” con las los particulares en redes, estas últimas “son cada vez más un escaparate de la uniformidad de pensamiento, un síntoma de marca (im)personal. ¿Qué sentido tiene publicar una lista si coincide en un 90% con lo que sale en Fotogramas o Cahiers du Cinéma? Cabe sospechar que no es para expresar criterio propio sino para presumir de que coincide con lo dictaminado por otros”.
“La manera que tenemos de conocer y relacionarnos con el mundo a través de la cultura es totalmente diferente a la postura que tomamos cuando hacemos lo propio con un discurso político o informativo”, comenta Paula Velasco, doctora en Estética
Para Paula Velasco, doctora en Estética, lo interesante es cómo siguen manteniendo la división entre “alta y baja cultura”, y acaba siendo tan disruptivo meter a Barbie, de Greta Gerwig, en una lista de cine de autor como incuir una película experimental en lo mejor del año rodeado de blockbuster. “El aura que otorga ser la mejor película según X o según Y sigue estando presente, pero al ampliarse las comunidades, se abren más cámaras de eco en las que refugiarse”. Desafiar “el sentido común de lo elevado frente a lo vulgar, ideas como la del desinterés estético o el genio creador, que son ideológicas, puede ser parte de su poder. La polarización ha llegado también a este terreno, también me parece que el juicio estético puede ser una puerta a la resolución de este conflicto. La manera que tenemos de conocer y relacionarnos con el mundo a través de la cultura es totalmente diferente a la postura que tomamos cuando hacemos lo propio con un discurso político o informativo”.
Esa tensión, la del crítico, divulgador o prescriptor frente a las hordas cinéfilas de Twitter (o X) o el amateur de Letterbox que ordena las mejores películas de terror del sudeste asiático de los años 2000 a 2010, es la que sostiene su existencia. A veces, para McCausland y Salgado, “un diálogo de sordos, por no decir de besugos, en el que nadie lee a nadie, nadie escucha a nadie, nadie valora ni debate lo que ha reflexionado el otro”.
Antonio M. Arenas, crítico y director del Festival de Jóvenes Realizadores de Granada, defiende que lo interesante de cambios como el del ascenso de Jeanne Diellman “tiene que ver con las dinámicas del propio medio. No se trata de si algo tan difícil de decir como cuál es la mejor película de la historia existe, sino de evaluar cuál es el criterio. A veces las listas sirven de hemeroteca, a mí me encanta coger y buscar cuáles decían en Cahiers du cinema que eran las mejores hace 60 años y ver cuáles se recuerdan”.
Polémica y enfants terribles
Su otro valor periodístico es que se leen. “En las revistas, al menos en las que yo colaboro, siguen manteniéndose porque los lectores lo demandan, o eso se deduce del impacto en visitas”, explica Enric Albero, crítico de cine y series en Caimán. Cuadernos de cine o El Cultural, entre otras publicaciones. “Lo que sí es claramente visible es que ahora ya no son un fenómeno puntual, de una vez al año o cada tanto tiempo, sino que aparecen prácticamente a diario para clasificar los tópicos más absurdos, por ejemplo, las 10 mejores películas sobre pandemias, lo que las convierte en irrelevantes”.
Para Albero —que, al igual que Arenas, combina crítica y programación, en su caso en la Mostra de València—, “son arbitrarias desde el momento en el que obedecen a un criterio individual”, pero “solo sirven si vienen acompañadas de un buen análisis que busque tendencias y que vaya más allá de una colección de gustos”. Añade que, en ocasiones, cuando le piden una lista, elige “aquellas que entiendo estarán en minoría frente a las corrientes dominantes y me parece que tienen cierto interés”.
“La gracia sería hacer en El Salto una lista de lo mejor de Will Ferrell, no de Ken Loach”, sugiere el crítico Antonio M. Arenas
Arenas añade el gusto por considerarlas en parte “un juego” y que cada lista “haga dialogar los títulos que elige entre sí, como una buena programación”. Por ejemplo, aunque nosotros le proponemos Barbie u Oppenheimer, él señala: “La gracia sería hacer en El Salto una lista de lo mejor de Will Ferrell, no de Ken Loach”.
En la misma línea, las listas “profesionales” y las amateur se mueven entre ser clónicas, como apuntaban McCausland y Salgado, o ir a la contra. Dicho de otra manera, si buscan la recomendación o el análisis que pedía Albero, o definir al propio elaborador de la misma, como puede ocurrir con muchos aficionados en redes. Arenas comenta con sorna que “se puede hacer una lista de las mejores películas del año sin haber visto ninguna porque se sabe las que han tenido buena repercusión en Cannes o en otros festivales, por ejemplo, y ya quedas bien”.
El otro extremo es la lista “provocadora”. Para Albero, puede ir en la línea de la “nueva ola de opinadores que siempre se mueven a la contra, independientemente de cuál sea el tema que aborden, lo importante es soliviantar al personal sin argumentos de peso. Para eso las listas son ideales”. McCausland y Salgado, más cáusticos, consideran que “uno de los peligros que tienen las listas es el de querer distinguirnos de los demás con títulos exóticos o provocadores en los que ciframos nuestra personalidad como críticos, como enfants terribles. Ese simulacro de irreverencia se nota mucho visto desde fuera y solo demuestra todo lo contrario”.
Es buena porque no puedes verla
En diciembre de 2023, Sight&Sound publicó una coda a su lista de 2022 —“había críticos españoles más molestos con que Akerman superase a Howard Hawks o John Ford que con la ausencia de Buñuel o Almodóvar”, añade Arenas con más sorna—: la de las películas que solo fueron votadas una vez por un solo crítico de los más de 1.600 de la lista original. Las “101 joyas ocultas”, la mayoría de las cuales se destacaban por… no estar disponibles en streaming.
Arenas cree que sí se empieza a dar cierto valor ‘artístico’ a los títulos por no estar disponibles en VOD, al menos en el ámbito anglosajón. Puede tener que ver “con la misma función divulgativa que las listas que se hacen en Estados Unidos de las mejores películas sin distribución, hacer visible lo que es complicado de encontrar, descubrir cosas nuevas”. La misma Jeanne Dielman pasó a estar disponible en plataformas en España después de ser destacada por Sight&Sound.
Para Paula Velasco, este destacar lo inencontrable tiene que ver con “las relaciones de poder que se generan también en el capital cultural. Limitar el acceso a la cultura es reforzar una jerarquía en la cual solo unos cuantos tienen la posibilidad de situarse en lo alto de la pirámide. Si todo el mundo tiene acceso a algo ya no es un elemento diferenciador y no otorga prestigio”.
Por su parte, McCausland y Salgado lo ven como “una consecuencia esnob derivada de un problema muy real: estar en manos de las plataformas de streaming y sus ciclos de visibilidad e invisibilidad de las películas en función de derechos y demás tiene el peligro de dejarnos sin muchos títulos interesantes durante largos periodos de tiempo”. En última instancia, apuntan, “solo tenemos acceso sin restricciones a una oferta muy concreta, deudora de las modas y los intereses”. Si a partir la cuestión cada vez más visible del ‘embudo’ del streaming, “algunos quieren montarse una película elitista” es algo “por desgracia muy común en el mundillo de la crítica y la cinefilia, donde el sistema de castas aún funciona a pleno rendimiento en base a apariencias”.
Antonio Arenas, el menos pesimista de los consultados para este reportaje, concluye que “hay que leer más, hay que compartir más listas y dejarse guiar cada uno por su criterio y crear cada uno su propio canon. Al final se trata de compartir las películas. Y eso ya no pertenece únicamente a la grandes cabeceras o los grandes popes, sino que se ha democratizado incluso en los espacios que antes ”.