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Cine
El nuevo cine asturiano, en primera línea de fuego contra el olvido
Hace 154 millones de años (millón arriba, millón abajo) un grupo de dinosaurios pasó por la costa asturiana entre Gijón y Ribadesella. Hoy puedes ver sus huellas perfectamente conservadas, señalizadas y explicadas por guías turísticos si lo deseas. Sabemos qué comían, cuánto medían y en qué dirección iban. Hasta un museo en Llastres tienen los bicharracos.
Hace apenas 80 años, otro monstruo pasó por la costa asturiana, dejando huellas mucho más profundas, pero deliberadamente borradas del paisaje. En el acantilado de la playa de Arnao (Castropol) se ubicó el campo de concentración que más tiempo estuvo en activo en Asturias. Más de dos mil personas estuvieron encerradas en barracones de madera, construidos por sus propios prisioneros, entre 1937 y 1943, donde vivieron en condiciones inhumanas de frío, hambre y trabajos forzados. Casi la mitad eran mujeres. También había muchos niños. Personas que no habían cometido ningún delito, más allá de ser familiares o amigos de republicanos, sufrieron un “holocausto ideológico”, tal como lo han denominado en un homenaje reciente autoridades del lugar.
Hoy ese mismo espacio es un área recreativa. No sabemos casi nada de quienes estuvieron aquí encerrados hace tan poco tiempo. No hay huellas que señalar, ni museos. Es un paisaje mudo cerca del mar donde solo se escucha el viento.
Durante el franquismo, se construyeron en Asturias 15 campos de concentración y cuatro pozos mineros de trabajos forzados. ¿Cómo pueden quedar en el paisaje los pasos de un animal hace cientos de millones de años y en cambio borrarse de un soplido las huellas de un pasado tan cercano que aún duele? “Porque es una memoria incómoda”, responde sin dudar el director de cine asturiano Ramón Lluis Bande (Gijón, 1972). En su última película, Contracampos, un mediometraje documental de 27 minutos, busca devolver la dignidad de la memoria a este espacio histórico.
“Ante el momento actual de naturalización de la extrema derecha, de vuelta del fascismo con diferentes caras, creo que si las clases populares no conocemos nuestra historia, no tenemos anticuerpos contra todo eso”, afirma el director Ramón Lluis Bande
“Me preocupa, por su significado en el presente político, que haya muchas cosas que pasaron aquí que no se conocen. Ante el momento actual de naturalización de la extrema derecha, de vuelta del fascismo con diferentes caras, creo que si las clases populares no conocemos nuestra historia, no tenemos anticuerpos contra todo eso”, afirma Bande, mientras apura un cigarrillo en la terraza del histórico café Dindurra, en su Gijón natal.
Su película Contracampos, estrenada en noviembre de 2022 en el Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX), acaba con un inquietante planteamiento: ¿los campos de concentración son solo una anomalía del pasado o son la matriz escondida de nuestro futuro?
“Mis películas no reflexionan sobre el pasado —dice Bande— porque sobre el pasado hay poco que hacer, más que identificarlo como no clausurado. Pero ¿qué pasa si el futuro está en el pasado? Es una pregunta que tiene bastante pertinencia en el momento actual”.
Tito Montero (Oviedo, 1978) es otro nombre imprescindible para comprender el nuevo cine asturiano. Director de cine, escritor y periodista, lanza preguntas tan incómodas como necesarias en sus películas. La última, Hilos, ganó el premio al mejor guion de película española en la 60 edición del FICX. “Me hizo especial ilusión porque se estaba premiando en la categoría de mejor guion a una película sin guion. El jurado fue muy valiente, porque Hilos sí tenía un texto muy trabajado, pero muy alejado del guion clásico industrial. Y el cine tiene que romper todo lo posible con las estructuras industriales”.
Hilos es la historia de una familia cualquiera, unas voces individuales que se acaban convirtiendo en una voz colectiva. “La historia de mi familia es en realidad la historia de muchas familias que vivieron vidas miserables en muchos momentos y que las sufrieron por intentar enfrentarse a lo que les anclaba a la miseria”.
La película contiene una profunda reflexión de clase y plantea la cuestión de por qué algunas personas son más fáciles de borrar de la historia que otras. Por qué algunas voces quedan silenciadas para siempre y otras no. La idea de Hilos surge en realidad de su anterior película, Los ladrillos, un viaje familiar por Chicago en el que se produce un primer acercamiento a la figura de su abuelo, desaparecido durante la guerra civil, una historia borrada de la memoria familiar. Y por lo tanto, borrada también de la memoria de todo un pueblo.
“La idea surge cuando mi padre, que nunca habla de nada íntimo, una tarde me pide que si por favor podía enterarme de dónde murió su padre, es decir mi abuelo”, recuerda Montero. Buscar a un miliciano cualquiera no es fácil. El proceso fue largo hasta que encontró a Pablo Martínez Corral, un historiador que aparece en la película, profesor de Historia de secundaria, que dedica su tiempo libre a ayudar a otros a investigar por inquietudes familiares. “Él estaba investigando la batalla del monte Cimero de 1937, la misma donde murió mi abuelo, y ahí pude empezar a tejer un pequeño hilo para reconstruir los últimos meses de la vida de mi abuelo. Pero ¿cómo puede ser que mi padre no sepa dónde está enterrado el suyo?, ¿es posible borrar a alguien de la historia de su propia familia? A personas de otro estrato social hubiera sido mucho más difícil borrar”, concluye Montero.
“¿Por qué nunca se ha grabado a mi familia, por qué no todo el mundo tuvo la oportunidad de contar su historia? Hay ahí un sesgo de clase importante”, denuncia el director Tito Montero
Cuando empieza a investigar la muerte de su abuelo, en plena pandemia, compra una cámara digital de mano y empieza a grabar a su familia por primera vez. Sus padres están en los últimos años de su vida y el director señala la desigualdad social que esto esconde. “¿Por qué nunca se ha grabado a mi familia, por qué no todo el mundo tuvo la oportunidad de contar su historia? Hay ahí un sesgo de clase importante”.
En Hilos cuenta que en dos casas familiares diferentes hay dos relojes parados poco antes de las 14.30. Tito Montero descubrirá después que es precisamente la hora en la que empezó la batalla en la que murió su abuelo. Y asegura con una amplia sonrisa que no hay nada de ficción en su historia. Ni falta que hace. “Esa batalla empezó un silencio que perdura hasta hoy”, narra en un momento de la película.
“No es fácil romper con la construcción mental en la que creces —explica el director —, “pero ya tenemos la obligación generacional de mirar a las zonas de oscuridad a las que nos negaron el acceso”.
Una zona oscura del pasado que condiciona nuestro presente político y que le hace indagar en “a quién no le interesa que yo sepa todo esto y por qué. Es triste que nos hayamos dado cuenta tan tarde, cuando las fuentes primarias han desparecido y tenemos que reconstruir de una manera mucho mas compleja el laberinto de la memoria”.
Volvamos al documental Contracampos, de Bande. Una película desnuda de personajes humanos, con solo el paisaje como único protagonista para contar la historia y un texto blanco sobre negro. “Miramos a los árboles como quien interroga a testigos muertos, intentando encontrar rastros de un monstruo que nunca dejó huellas en el espacio”, reza el texto. No hay narrador que lo lea por el espectador, solo silencio. Bande no quería que hubiera intermediarios entre el espectador y la película, ni siquiera una voz en off, ninguna interpretación externa. “Me interesa que el espectador oiga con su propia voz el texto de la película”.
Ramón Lluis Bande, poeta, escritor, músico y con una larga trayectoria en lo audiovisual, centra su mirada en la memoria más incómoda desde el punto de vista político. “El cine que hago cuestiona el régimen del 78 porque para poder venderlo tuvieron que esconder todo esto. Es imposible construir un relato democrático de Asturias y en el Estado español, si sabes que hay más de 15.000 asturianos en fosas comunes y más de 120.000 españoles. Nadie se cree que se puede levantar una democracia sobre todo eso”.
La película muestra un espacio olvidado para que, después de la experiencia cinematográfica, se convierta en un espacio de memoria para el espectador. “Todas mis películas parten de un fracaso asumido”, reconoce el director, “y es que el cine no puede hacer memoria por las personas, pero sí puede devolverles la responsabilidad de recordar. No hay catarsis en mis películas, porque la catarsis no debe ser cinematográfica, sino política”.
Que la realidad no nos chafe un buen titular, podrían pensar algunos, porque apenas una semana antes de terminar este reportaje, las autoridades locales inauguraron oficialmente una escultura en honor a las víctimas del lugar. Este reconocimiento llega meses después de que se rodara Contracampos. Había desde hace muchos años un sencillo monolito con un par de placas que mencionaban lo ocurrido allí, pero fue atacado hasta en tres ocasiones. También desde el Ayuntamiento están trabajando en un proyecto de realidad aumentada sobre el lugar que estará listo para el verano. “A pesar de que en algunos lugares como Arnao hay experiencias incipientes de memoria, el documental Contracampos es un grito a favor de que se dignifique la memoria de todos estos espacios”, apunta Reyes Pérez, técnica de Turismo del Ayuntamiento de Castropol.
Ante estas iniciativas institucionales, Bande reflexiona recordando una cita del artista polaco Horst Hoheisel: “Hace tiempo que Hoheisel decretó el final de la utilidad de los monumentos, que ‘dicen más sobre nuestro presente, nuestro sistema político y nuestro estilo de vida que sobre el suceso que el monumento tendría que conmemorar’. La memoria solo se puede producir en la cabeza de la persona que hace el esfuerzo de recordar y los artistas pueden hacer perceptibles esas ausencias y ayudar a reflexionar sobre la pérdida”.
Ambas películas, Hilos y Contracampos, se proyectaron en Gijón el 24 de febrero en una sesión especial dedicada al cine autor asturiano y también recorrerán diferentes municipios de Asturias con la Cinemateca ambulante hasta finales de marzo. Sus autores, Tito Montero y Ramón Lluis Bande, son dos referentes imprescindibles en lo que se conoce como nueva ola de cine asturiano. En los últimos años se está desarrollando en el Principado un tipo de cine muy político, que reclama “un espectador activo” y responsable con la memoria borrada por los intereses del poder. Es “la cinematografía más politizada del Estado español del momento actual”, en palabras de Tito Montero.
“Me gusta pensar en mis películas como semillas que sigan construyéndose en la mente del espectador durante un tiempo”, reflexiona Montero. “Normalmente ves una peli y ya está, se acabó, pero no, ahí empieza”, enfatiza, con un brillo en los ojos. “Lo mas potente que tiene este tipo de cine es que no te puede dejar indiferente, te obliga a posicionarte a un lado de la trinchera o al otro”, afirma.
Bande, por su parte, considera que el nuevo cine asturiano trabaja desde la nostalgia “pero no una nostalgia castrante ni edulcorante, sino desafiante, con potencialidad de activación política. Una nostalgia combativa que trae elementos del pasado como herramientas para construir el futuro”.
El objetivo de este nuevo cine es resignificar los espacios, tanto el de las cuencas mineras como los lugares donde se libraron batallas o se produjeron injusticias de clase, devolverles su significado político desde una mirada cinematográfica responsable. “El paisaje asturiano siempre te devuelve un comentario social, siempre hay información sobre los conflictos de clase que originaron ese espacio”, remata Bande.
El realizador lamenta que “desde las instituciones se promociona ahora un Asturias como plató y eso es absolutamente lesivo. No se dan cuenta de que cuando viene gente a grabar el paisaje desentendiéndose del paisanaje, de la gente, lo hacen con una mirada agresiva y colonial”.
Tal como ellos lo entienden, lo que hace tan potente al nuevo cine asturiano es su mirada descolonizadora. “Es el proceso final de la descolonización: la usurpación del territorio”, explica Bande. “Toda la industria del franquismo generó empresa pública para tener a todos los trabajadores controlados, eso es política colonial. Luego empezaron con la explotación natural, con la introducción del eucalipto que destroza el entorno natural y el último depredador es el de la imagen, lo que hacen es robarla y quitarle el significado político”.
También esta nueva ola de cine, que comenzó a finales de los años 90 y se consolida cada vez con más fuerza, rescata del pasado el “soberanismo internacionalista”, que en palabras de Bande, no genera exclusión, era una herramienta para defenderse del fascismo y extender la lucha de clases a Europa y al mundo. “Aquí nunca hubo un comportamiento etnicista —aclara el director—, pero sí un orgullo del territorio integrador, era un gobierno que creía en que la única nación era la nación obrera”.
Patricio Guzmán, director de cine chileno, decía que “un país sin cine documental es como una familia sin álbum de fotos”. Para Bande, “aquí falta en el álbum toda la familia de la izquierda política de los años 30. A ellos los asesinaron y después nos robaron su memoria y no se puede reconstruir el álbum familiar sin esa gente, sin los mejores de entre nosotros”.
“Eran albañiles, panaderos, mineros... contra un ejército profesional”, añade Montero, “peleaban por unas migajas de misera, luchaban por conseguir la posibilidad de una vida mejor”. Según Montero, el cine tiene la capacidad pero sobre todo la obligación de revelar capas de la historia que no se ven. “La tragedia de Antígona sigue viva aquí y ahora”, clama el director, en referencia a cómo el poder permite el enterramiento digno de unos y de otros no.
“La historia asturiana —concluye Bande— es una nota a pie página mal escrita en la historiografía oficial con las consecuencias que tiene eso en el presente, que es la ausencia de anticuerpos ante amenazas cada vez más ciertas del fascismo”.
Actualmente, Ramón Lluis Bande está trabajando en su nuevo proyecto literario y audiovisual, Retaguardia, que estará disponible a finales de este año. Montero, Bande y otros muchos autores asturianos, seguirán en pie, en primera línea de fuego de la batalla cultural para luchar contra un peligroso enemigo: el olvido de nuestra propia historia.