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Cine
La maternidad según Almodóvar
La resignada, la compasiva, la luchadora, la gruñona, la ausente, la superiora y hasta la propia: lejos de quedarse en el arquetipo de madre amantísima y convencional tan frecuente en el cine, el director manchego Pedro Almodóvar no ha dudado en mostrar las aristas y recovecos de la figura materna, así sea esta una madre biológica —o adoptiva— o, como en otros casos, esa amiga dispuesta a ejercer como tal.
Pero nadie puede negar la importancia de una figura sin la que es difícil entender no ya la carrera de Almodóvar, sino ese imaginario que apela a las costuras de la sociedad española. Y lo hace, como era de esperar, de forma poliédrica, retratando tanto a la madre más clásica como a la más moderna, y al igual que otros de sus grandes temas, ha evolucionado tanto con su madurez y vivencias como con la historia de la sociedad española.
En sus primeras obras, la maternidad era más una circunstancia que una forma de vida, una faceta más que servía para el chiste o la crítica, como en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, donde los hijos apenas dejan de ser secundarios que sirven para ilustrar la precariedad, la falta de oportunidades o incluso hacer la broma, como cuando Lampreave ayuda a su nieto con los deberes con funestos (pero hilarantes) resultados.
Con el tiempo, la maternidad ha adquirido tanto protagonismo que en sus últimas cintas es uno de los grandes temas, tanto que no solo robó buena parte de Dolor y gloria, sino que Madres paralelas ya nos avisa desde el título y el polémico cartel (un pezón en forma de lágrima que llora leche y que fue inicialmente censurado por instagram) qué podemos esperar. La pregunta es qué clase de madres podemos esperar y si la cinta se enfrentará a los grandes temas que se plantea la sociedad española de los últimos años cuando se habla de familia, cuidados, crianza y hasta género, porque una de las características del cine de Almodóvar es, precisamente, haber ido reflejando los cambios de la sociedad española, desde la más provocadora, curiosa y contestataria de los primeros años 80 a esa clase media aspiracional que vemos en sus últimos títulos.
Entre la Carmen Maura de ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’ y la de ‘Volver’ no solo pasan dos décadas, sino dos formas absolutamente diferentes de abordar la maternidad en circunstancias extremas
Volvamos a la madre: entre la Carmen Maura de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y la de Volver no solo pasan dos décadas, sino dos formas absolutamente diferentes de abordar la maternidad en circunstancias extremas (pobreza, homicidios y hasta abusos). La primera está presente, pero es como si no lo estuviera: no se entera —o no se quiere enterar— de qué hacen sus hijos, delega buena parte de sus cuidados en la suegra (una inolvidable Chus Lampreave) y no tiene reparos en venderlos, literalmente, al mejor postor. Es una madre que funciona en piloto automático, a la que le mueve el mero instinto de supervivencia, a años luz de la complejidad que la misma Maura muestra en Volver, en la que se ocupa de su familia desde ultratumba: aunque a priori aprovecha su desaparición para evadir las consecuencias de un crimen, termina aprovechando que todo el mundo la dé por muerta para cuidar a su familia desde la sombra, aun cuando eso suponga renunciar a su propia vida. Es la quintaesencia de madre abnegada, capaz de hacerse pasar por rusa y resignarse a vivir al margen de la sociedad con tal de estar disponible para quien la necesite, hacer las comidas favoritas de sus hijas o ayudarlas a salir adelante. Es, también, uno de los personajes más redondos de Almodóvar: todos reconocemos a esas señoras de ejecutivos color carne, falda, rebequita y zapatillas de felpa a cuadros, que dan besos de abuela, hacen gala de un gran sentido práctico y de conocer todos los cotilleos del lugar: la clásica madre (y señora) a la que no se le escapa una.
Pero el cine de Almodóvar no se nutre solo de la madre coraje, sino también de las madres más asfixiantes o controladoras, que se sienten castigadas por los actos de sus hijos y tan obsesionadas con la perfección que al final nada es suficiente, ni siquiera sus hijos. Rosa María Sardá es así para Penélope Cruz en Todo sobre mi madre, una madre que no ve con buenos ojos ni la vocación de su hija, ni su maternidad ni mucho menos el padre que elige, y por más que lo intenta, solo su nieto consigue ablandarle.
Pero si hay una madre-reproche inolvidable en el cine del manchego esa es Chus Lampreave en La flor de mi secreto, que lleva el personaje a la parodia absoluta, llamando a su hija (Rossy de Palma) incluso “cara de ladilla” mientras se queja de lo olvidada que está, lo poco que se la cuida, lo loca que está su hija y que donde ella estaría bien es en su casa donde, como no para de repetir, “hasta el culo me descansa”. Es un personaje tan reconocible pese a lo paródico, y tan bien interpretado, que roba toda la película y llega un momento en que te da un poco igual si la protagonista deja la novela rosa o si se vuelve a enamorar, porque quien realmente importa es Chus con sus salidas de tono y sus “me estáis matando a disgustos” que todo hijo ha escuchado alguna vez.
Por supuesto, también hay malas madres, y tienen su máximo exponente en Tacones lejanos, en la que Victoria Abril trata de compensar la ausencia de su madre (Becky, interpretada por Marisa Paredes) llegando a matar a quien se interponga entre ellas, casándose con el que fuera amante de Paredes y liándose con un travesti que la imita. Solo al final de su vida Becky realiza el único acto desinteresado en favor de su hija, pero es una victoria pírrica para una mujer que no podrá recuperar los años perdidos ni superar la sensación de abandono, por más que Almodóvar trate de reconciliar al público con el personaje de Becky.
En otras ocasiones, las cintas de Almodóvar están plagadas de madres que no lo son en sentido estricto, pero que ejercen como tales para sus amigas. Pensemos en el final de Átame, con Antonio Banderas y Victoria Abril metidos en un coche en su huida hacia adelante. Les acompaña Lola, interpretada por Loles León, y que durante toda la cinta ha mirado por el interés de Abril. En ese momento, Loles coge del brazo a Victoria y le dice que no llore, “¿no ves que nos llevamos muy bien?”, exclama, dando el visto bueno a una relación que ahora, dicho sea de paso, no sería fácil de llevar al cine.
También es inolvidable esa Pilar Bardem que acompaña a Penélope Cruz durante el parto de Carne trémula, la Carmen Maura que vela por el sueño de Rossy de Palma en Mujeres al borde de un ataque de nervios o las monjas de Entre tinieblas que acogen a una prostituta sin pedir explicaciones. Son personajes que hacen gala de auténtica sororidad, incluso con completas desconocidas, y que dan cuidados sin esperar nada a cambio. Si esa no es una maternidad bien entendida…
La madre por antonomasia del cine de Almodóvar es la suya, Francisca Caballero, que no solo realizó numerosos cameos, sino que establece un diálogo póstumo con ella en ‘Dolor y gloria’
Pero la madre por antonomasia del cine de Almodóvar es la suya, Francisca Caballero, que no solo realizó numerosos cameos, sino que establece un diálogo póstumo con ella en Dolor y gloria: por un lado tenemos esa madre que se enfrenta a la muerte, que deja instrucciones precisas sobre cómo debe ser enterrada, que se deja acompañar y que muestra su lado más tierno y comprensivo con su hijo pese a no callarse lo poco que le gusta haberse visto reflejada con las amigas en sus películas. Parece como si Almodóvar quisiera tener una conversación que se quedó pendiente o quisiera cumplir su última voluntad redimiéndola ante el espectador y a la que, de paso, homenajea en forma de metacine dándole las gracias por inculcarle ese amor al séptimo arte que le llevó a dejar de lado su carrera en Telefónica, para disgusto de su familia y fortuna de sus espectadores.