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Cine
‘Alma anciana’, viaje fílmico a Indonesia (y a los dogmas que nos oprimen)
El primer largometraje del realizador Álvaro Gurrea, Alma anciana, ha sido rodado en la lejana Indonesia. El proceso de creación ha resultado largo, repleto de casualidades, comenzando por el descubrimiento del país a raíz de circunstancias personales del director. De hecho, Gurrea se formó como cineasta durante la confección del filme. Para culminar el proyecto ha acabado contando con colaboradores de lujo como el realizador Manuel Muñoz Rivas, que ejerce de montador.
La obra surge de un proceso de búsqueda paulatina, bastante solitario en sus inicios, y culminado posteriormente con un equipo muy reducido. Los mismos actores no profesionales implicados también han evolucionado como intérpretes. Y el resultado es un tríptico recorrido por mil y una tensiones, encajes entre lo que viene dado por la realidad y la articulación artística de esta. Gurrea cuenta tres veces la que fundamentalmente es la misma historia vivida por personajes similares encarnados por el mismo reparto actoral.
En el filme, una mujer abandona a un hombre que reacciona confiando en que un sistema de creencias le proporcione la solución en forma de vuelta a casa de la esposa. La enfermedad de la madre complica las cosas, y hay que sanarla con exorcismos y magia negra, con rezos y viajes a La Meca, o con dinero proveniente de supuestas inversiones lucrativas en criptomonedas. Cada parte de la historia nos remite a un sistema de creencias: el animismo, la religión musulmana y el capitalismo.
Gurrea recuerda que los tres sistemas “conviven en la realidad, aunque los separemos y los diferenciemos visualmente en la película”. “Aunque parezca que las tres partes tengan lugar en hogares diferentes, son tres espacios de la casa de Jono: la cocina hecha con cañas, el salón islámico donde hace las recepciones y otro salón con estética de cemento y más occidental que es donde ve la televisión”, revela.
El realizador de Alma anciana concibió las historias después de conocer a las personas que ejercen de actores: “La mujer de Jono le dejó y cuando le conocí él estaba haciendo cosas para recuperarla, sobre todo magia negra. Y después se casó con otra mujer que también le dejó con el tiempo. Era algo recurrente en su vida, así que lo incluimos en la película”. Partiendo de esa realidad, Gurrea diseñó un esquema narrativo y discursivo. Las recurrencias, las repeticiones con ligeras diferencias, convierten a los personajes en títeres de las figuras de autoridad que les prometen que sus problemas se solucionarán, pero también en títeres del mismo realizador.
La película equipara el capitalismo y sus normas supuestamente racionales con las creencias y supersticiones del animismo o de la religión musulmana
Gurrea ató en corto a sus personajes, condenados a pasar por el mismo recorrido dramático en las tres partes de la película. En las escenas concretas, en cambio, la dinámica era la opuesta. El realizador explica que “la estructura del filme es rígida, pero en el momento de rodar las secuencias no había ningún control por parte del equipo de cine”. Las situaciones y las conversaciones partían, según explica, de diálogos que los actores mantenían sin ningún tipo de dirección. En una película compuesta de escenas formadas por planos únicos, fijos y sin cortes, “se cedía el poder de ese plano a los actores. Ellos llevaban la conversación y decidían cuándo terminaba, porque no les hacíamos señales. Es un equilibrio de poder que encontramos y que funcionó”.
La jaula de las creencias
La película equipara el capitalismo y sus normas supuestamente racionales con las creencias y supersticiones del animismo o de la religión musulmana. “Vivimos en una realidad que está basada en mitos, y el capitalismo no es una excepción”, afirma el autor. La idea de fondo tiene un cierto componente de fatalidad que linda con el humor negro: el protagonista sufre unas adversidades, una figura de autoridad asociada a un sistema de creencias (sea un chamán, un imán o un gurú de las inversiones) les promete que todo se solucionará si sigue unas instrucciones basadas en algún tipo de fe. Y estas no dan resultado. La idea, según Gurrea, era mostrar el poder que se les da “a unas instituciones y a unas figuras humanas, a unas superestructuras artificiales que se crean a través del miedo y también de la esperanza”.
El esquema de tríptico partió también de un compromiso, de una adecuación de los planes originales con la realidad que se encontraba el autor: “A mí me atraían las creencias antiguas, la magia, el animismo, pero a las personas con las que hablaba les atraía más la conversión a un islam más ortodoxo y al desarrollo capitalista”, declara. Así que integró todos estos mundos, separados, en la misma película. Gurrea explica que ha intentado no hacer juicios de valor, no ha querido poner unas creencias por encima de las otras, aunque conceda que “la parte capitalista es quizá la más absurda, aquella de la que nos podemos burlar más porque es la que conocemos mejor”.
La introducción del capitalismo en una película que comienza con aires de documental etnográfico genera varias dinámicas interesantes. Desplaza al espectador de la posible comodidad de mirar a un ‘otro’ exótico desde una cierta superioridad cruel: las posibles jaulas que crean los dogmas también nos afectan a nosotros, no las miramos desde fuera. “Para mí eso era muy importante. Comienzo en un mundo rural y de creencias antiguas, pero luego me introduzco en un estilo de vida en el que el espectador de este tipo de cine, que suele pertenecer al mundo urbano, puede sentirse reconocido”, explica Gurrea.
“Lo que vemos en la película lo rodamos expresamente para no ser invasivos, pero antes habíamos filmado escenas parecidas en bodas, en nacimientos o en ceremonias de circuncisión”, afirma el director, Álvaro Gurrea
El cineasta también concede minutos a los ritos de magia. En un diálogo, se nos anticipa que varios personajes participarán en una ceremonia de posesión benigna para sanar a la madre del protagonista. Después llega un frenesí de danza, música y trances. La política observacional seguida por Gurrea genera una sucesión de imágenes-enigma, de significado incierto porque la audiencia occidental no suele disponer de herramientas para decodificarlas. Más de un cinéfilo pensará en filmes de terror como la reciente coproducción indonesia-coreana The medium. En Alma anciana vemos una ceremonia que antiguamente era un ritual y que, según Gurrea, “se ha ido convirtiendo en un espectáculo, como traer un mago o una banda de música. Lo que vemos en la película lo rodamos expresamente para no ser invasivos, pero antes habíamos filmado escenas parecidas en bodas, en nacimientos o en ceremonias de circuncisión”.
El proceso fue muy difícil de controlar, entre otras cosas porque los participantes y parte del público entran supuestamente en trance. “Van a escarbar tumbas, van a visitar enfermos para curarlos…”, comenta el realizador. “Acordamos con Roni que él iría a casa de su madre, pero le esperamos sin saber si llegaría o no, porque se suponía que estaría en trance y no controlaría sus acciones. Al final llegó, pero ni siquiera nosotros sabemos si estaba en trance o lo hizo a propósito. Es algo que queda también en el misterio”.
Entre la belleza tóxica de las minas de Kawah Ijen
A lo largo del tríptico, también vemos parajes naturales espectaculares. Emerge una especie de belleza enrarecida, doblemente tóxica: la de las minas de azufre donde trabajan algunos lugareños, ubicadas en el volcán de Kawah Ijen. La expulsión constante de gases provenientes del subsuelo posibilita rodar imágenes estéticamente atractivas de figuras perdidas en encuadres brumosos. Implícitamente, se refleja el coste humano de la explotación del lugar: los gases ahogan a quienes extraen materiales del lugar.
Gurrea afirma que se trata de un trabajo “atroz, durísimo”, pero que ha querido evitar la condescendencia que tiñe algunos retratos periodísticos. “Al pasar el tiempo con ellos, vi que no se consideraban miserables porque ganan más dinero que en otros empleos que pueden tener en el pueblo. Intenté acercarme más a cómo ellos se veían a sí mismos, sin estigmatizar su figura”, explica.
Las mujeres que abandonan el hogar del protagonista de cada episodio son los grandes enigmas de la película. No sabemos nada de su historia, pero son quienes, mediante una sola frase y el gesto de marcharse, ponen en marcha esa cadena de acontecimientos que se repiten. “Si Alma anciana fuese un relato mitológico, ellas ejercerían de catalizadoras de los procesos que atraviesa el protagonista. Que la mujer abandone al protagonista y que su madre enferme es como un destino mítico, pero no de un héroe sino de una persona común que tiene que lidiar con esos vínculos, con la muerte, con la soledad”, comenta el realizador.
La película se puede entender como una afirmación determinista con connotaciones desoladoras. Su autor entiende que se pueda hacer esta lectura, pero añade un elemento importantísimo. Los dramas se repiten como resultado “de creer en estas fuerzas exteriores, ficcionales, artificiales, a través de los cuales se construyen unos sistemas de poder. Es eso lo que nos lleva al fracaso permanente, o así es como yo me lo planteo”.
La escena final rompe con el ciclo de repeticiones fatales. El protagonista se enfrenta a un espacio natural inmenso y precioso (“lo eligió Jono”, apunta el director), y toma él mismo la cámara. El gesto puede interpretarse de maneras diversas. ¿Apunta a la posibilidad de romper cadenas invisibles, de tomemos el control de nuestras vida y el relato que hacemos de ella? Gurrea contempla la secuencia como una especie de liberación en varios sentidos, porque “también es una liberación respecto a la estructura rígida de la película, a la manera muy concreta de construir todas las escenas. Si la película habla de sistemas de creencias, en la conclusión dejan de operar las reglas del sistema cinematográfico que habíamos instaurado”. El cineasta explica que “el hecho de que el personaje tome la cámara supone que el objeto del filme se convierta en sujeto, y eso da un espacio a una reflexión abierta que prefiero dejar en manos del espectador”.