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Cine
El Eje del Mal fílmico chino-ruso tendrá que esperar
El misterio del dragón ejemplifica que cineastas de alrededor del mundo codician el inmenso mercado chino. El realizador Oleg Stepchenko ha incorporado a actores como Jackie Chan en su secuela del filme de aventuras fantásticas Transilvania, el imperio prohibido. El resultado ha sido un barroco entretenimiento de regusto pulp que no ha cumplido sus expectativas comerciales.
El estreno en salas cinematográficas españolas de El misterio del dragón constata que las caras conocidas abren las puertas de los mercados internacionales. Ha conseguido llegar a nuestras pantallas la segunda parte de una extraña saga cinematográfica rusa cuya primera entrega, Transilvania, el imperio prohibido, ya fue una producción accidentada, simpática pero no demasiado conseguida: un intento de blockbuster ruso en 3D que solo alcanzó un éxito apreciable en su país de origen.
La secuela redobla esfuerzos inversores, ahora en forma de coproducción chino-rusa, con resultados artísticos discutibles. Ni un mayor presupuesto ni el incremento de actores famosos sirve para mitigar algunos de los puntos débiles del primer filme. De hecho, los incrementa: la trama resulta simple y a la vez morosa, además de superpoblada de personajes. Aun así, la presencia como coproductores y actores secundarios de dos históricos del cine de acción internacional, Jackie Chan y Arnold Schwarzenegger, ha facilitado su llegada a nuestras pantallas.
La promesa asiática de prosperidad
El dinero chino es, a día de hoy, uno de los grandes objetivos de la industria audiovisual global. Aunque esté dando señales de crecimiento ralentizado e incluso algunas voces (como el conglomerado empresarial Tencent) auguren un estancamiento, el país asiático puede convertirse este mismo año en el primer mercado mundial del cine superando a los Estados Unidos. La recaudación de una sola película en sus salas ha llegado a superar los 800 millones de dólares.
De ahí que el realizador Oleg Stepchenko haya intentado seducir a esa audiencia potencial milmillonaria. En Transilvania, el imperio prohibido, intentó traducir el fantástico local al audiovisual globalizado recubriendo un relato sobrenatural de Nikólai Gógol con rastros de la autoría-marca de Tim Burton (Pesadilla antes de Navidad).
En esta ocasión, plantea una mezcla desacomplejada de culturas lejanas del gran emisor de imágenes que es Hollywood. Su planteamiento proyecta una visión de la historia propia que bebe de la novela de aventuras europea, enfatiza sus aires de cuento juvenil, y la entremezcla con una trama mágica propia del audiovisual fantástico chino con Chan como reclamo. Las promesas de prosperidad oriental también han facilitado que el exgobernador republicano Schwarzenegger haya participado en una coproducción entre dos antagonistas históricos de Washington, una especie de Eje del Mal formado por dos potencias contrarias a la concepción estadounidense de una geopolítica monopolar.
Transilvania, el imperio prohibido ya encajaba en algunos aspectos con un mercado chino carente de un sistema de clasificación por edades, donde todas las películas deben ser teóricamente aptas para todos los públicos. Las aventuras fantásticas autóctonas del gigante asiático tienden a un enfoque amable, tamizado de humor blanco, acción, violencia sin dolor y romances más bien castos o tamizados de una picardía adolescente. El filme de Stepchenko tenía algo de eso, incluido un héroe de talante vulnerable e infantiloide que podía sorprender al espectador acostumbrado a los recios héroes que han protagonizado los filmes bélico-históricos (Stalingrado, El almirante, La novena compañía) predominantes entre los blockbusters de la Rusia de Putin.
Podemos añadir, con cierta malicia, que el protagonista de Transilvania, el imperio prohibido y su secuela no es autóctono sino un cartógrafo británico. La construcción del personaje remite al arquetipo de genio despistado, y hombre de acción a su pesar, de las novelas de Julio Verne. O, en clave más contemporánea, al héroe de una mentalidad adolescente que tiene mucho de reflejo del público objetivo de la obra. Éxitos globales como la trilogía La momia, protagonizada por Brendan Fraser, han sido ejemplos de ello. Y los filmes de Marvel Studios no dejan de seguir un camino similar de tendencia a la asexualidad o una sexualidad púber... que no solo los hace adecuados para recibir una clasificación por edades poco restrictiva en su país de origen, sino que facilita su acceso (y sin cortes añadidos, como fue el caso de la más arisca Logan) a las lucrativas pantallas chinas.
Otra fantasía rusa reciente, la trilogía Gógol, es un juego narrativo donde el escritor Gógol se convierte en detective de lo sobrenatural y protagonista de sus propias historias. De hecho, la segunda parte, Gógol: Viy, se inspira en la misma obra que Transilvania, el imperio prohibido. Ambos filmes comparten préstamos del pop siniestro burtoniano, aunque la obra de Baranov resulte menos infantiloide que la de Stepchenko. Su protagonista puede recordar también a otro modelo de personaje de nuestra contemporaneidad: el detective extremadamente falto de habilidades sociales, al estilo de la serie televisiva Elementary.
Exploitation moderna con regusto clásico
Este esquema de aventura juvenilizada, presidida por una violencia poco problemática y un uso pintoresquista de la historia y la mitología ha generado una fecunda tradición en el cine que proviene de la China continental, de la región administrativa especial Hong Kong o de las alianzas entre ambos territorios. Su existencia puede rastrearse décadas atrás, pero ha experimentado un nuevo auge en el actual contexto de fuerza del blockbuster fantástico y de conversión progresiva de China en una potencia audiovisual.
Aunque no suelan llegar a las salas comerciales y ni siquiera al mercado videográfico, los realizadores de China y la antigua colonia británica producen un flujo constante de fantasías a menudo bastante disfrutables. Pueden ser adaptaciones libres de clásicos (el díptico Viaje al Oeste) o nuevas creaciones (las dos partes de Monster hunt), a veces con una cierta infiltración de las narrativas de los superhéroes occidentales (The thousand faces of Dunjia). El misterio del dragón intenta acercarse a todo ello incorporando aspectos mágicos en su trama.
Stepchenko añade, además, un ejemplo extravagante de la atracción del cine ruso contemporáneo por los liderazgos fuertes. Rehabilita la imagen del zar Pedro el Grande, en un extraño ejemplo de las inercias antipolíticas de un cine comercial ruso que suele defender una unidad patriótica entendida como objetivo superior, a veces dificultado por la ideología comunista (en la mencionada El almirante o Battalion, por poner dos ejemplos). La advertencia sobre tiranías pasadas mezclada con una llamada al pragmático cierre de filas nacional también tiñe propuestas chino-hongkonesas como el magnífico espectáculo detectivesco-feudal Detective Dee y el misterio de la llama fantasma, del veterano Tsui Hark (Érase una vez en China).
Si a menudo se han señalado los enfoques colonialistas de la narrativa de aventuras, Stepchenko y compañía ofrecen una exploitation del pasado propio. Su mirada puede remitir a los cines de un internacionalismo más o menos oportunista, con un ojo puesto en la novela de aventuras decimonónica, materializado en coproducciones más o menos enrarecidas (con exponentes españoles como el Juan Piquer-Simón de Viaje al centro de la Tierra). A la vez, la fusión de tradiciones de El misterio del dragón encaja con los choques o hermanamientos estrambóticos de conceptos propios del cine friki que trata de zombis nazis, vaqueros enfrentados contra alienígenas, tornados de tiburones o cualquier otra ocurrencia que se considere llamativa.
Un fracaso anunciado
La joint venture de La maldición del dragón ha estado por debajo de las expectativas comerciales despertadas en Rusia, su mercado natural. Su ostentoso fracaso en China resultaba bastante más previsible, porque la audiencia del gigante asiático parece responder con poco entusiasmo ante las obras que puedan interpretarse como explotaciones oportunistas. Por ejemplo, la superproducción La gran muralla fue tibiamente recibida, y el protagonismo del aventurero interpretado por Matt Damon se leyó como la ofrenda de un white savior para facilitar la identificación del público internacional.
Por separado, las cinematografías de ambos países han conseguido ofrecer películas que han atraído a sus audiencias. A pesar de gozar de que Rusia goza de un mercado interno relativamente limitado en comparación con los gigantes chino y estadounidense, ha alumbrado éxitos locales en competencia con el blockbuster de efectos especiales hollywoodiense, como la cinta de ciencia ficción Attraction (donde un sospechoso habitual, Fiódor Bondarchuk, ensaya una rebaja testosterónica y un cierto giro ‘progre6) o la fantasía juvenil Last knight. Y el poderoso audiovisual chino comienza a superar sus dificultades para generar efectos digitales realistas, como sugiere la película postapocalíptica The wandering earth.
La consolidación de sinergias fílmicas chino-rusas, dificultada por las distancias culturales e idiomáticas y por la desigualdad de sus demografías y capacidades inversoras, tiene cierto sentido. Las dos potencias buscan espacios de autoestima y autonomía respecto a los Estados Unidos también en el ámbito audiovisual (el mismo ejército chino ha coproducido ficciones abiertamente propagandísticas como Sky hunter, hechas a medida de la política exterior más agresiva del presidente Xi Jingpin). Y Rusia tiene algo de nexo posible entre Occidente y Oriente.
Pero los intentos de cooperación, de momento, no han resultado fructíferos. Una proyectada secuela chino-rusa de un filme de superhéroes post-soviéticos, Guardians, cayó en desgracia a raíz de la insuficiente recaudación de la primera entrega. Y el fracaso de La maldición del dragón quizá desincentivará nuevas colaboraciones.