We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
OTAN
El mito de la amistad atlántica: continuidad entre el franquismo y el régimen del 78

El 15 de diciembre de 1944 un estudio secreto del War Department podía delinear el destino que Washington marcaba a los españoles: «Las fuerzas externas van a determinar el futuro de España. Los actuales intereses de EE UU y Gran Bretaña en el Mediterráneo occidental muestran la necesidad de estabilidad en la Península Ibérica, por lo menos hasta tanto que se haya podido encontrar una alternativa aceptable a Franco y la Falange […] En ausencia de una intervención directa de Rusia en España, el curso más probable de la política española en el futuro inmediato será la continuidad del régimen de Franco, que gradualmente va a despojarse de los atavíos fascistas, restaurar las formas políticas españolas tradicionales (con un acento propagandístico en torno de una “democracia a la española”), y extender de mala gana la mano a los exiliados políticos […] Si Franco cree que las Naciones Unidas van a insistir en su retirada del cargo, sacará su as en la manga -restaurar la monarquía […] Suceda lo que suceda, España no va a tener asignado un papel relevante en el mundo de la posguerra. Ninguna de las grandes potencias ha mostrado disposición alguna de considerarla mucho más que un emplazamiento geográfico, importante en la medida en que domina la entrada occidental al Mediterráneo y es parada de tránsito en las rutas internacionales». (La situación política en España, estudio del Military Intelligence Service, 15 de diciembre de 1944, con referencia ABC 319.1 MIS (12 de septiembre de 1944))
Desde el discurso oficial del llamado “régimen del 78”, se ha construido una narrativa de integración plena de España en el “mundo libre” liderado por las democracias anglosajonas. Este relato inscribe el ingreso en la OTAN y en la CEE como hitos de una transición ejemplar, que dejaría atrás una dictadura fascista para abrazar plenamente los valores democráticos. Sin embargo, una lectura crítica cuestiona de raíz esta versión: no solo porque el franquismo no fue derrotado, sino porque las potencias anglosajonas fueron cómplices y garantes de su continuidad, incluso en sus mutaciones posteriores.
El documento secreto del War Department de EE. UU. fechado el 15 de diciembre de 1944 es una prueba inequívoca de cómo las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial contemplaban a España no desde una óptica de principios democráticos, sino desde un frío cálculo geopolítico. Lejos de buscar una ruptura con el franquismo, Washington y Londres apostaban por su supervivencia condicionada: estabilidad en el Mediterráneo occidental a cambio de una “desfascistización” cosmética y una apertura controlada hacia sectores del exilio moderado.
La idea de que Franco podría incluso restaurar la monarquía como último recurso para mantenerse en el poder es reveladora de hasta qué punto el cambio de régimen era concebido no como ruptura sino como transición tutelada. Esta visión pragmática y utilitarista de las potencias anglosajonas se materializó en los pactos de 1953 con EE. UU., que convirtieron a España en una pieza clave del dispositivo militar de la Guerra Fría, garantizando la supervivencia de la dictadura a cambio de bases militares.
La llamada Transición española fue un proceso pactado entre las élites del franquismo y sectores moderados de la oposición, bajo la supervisión implícita de las potencias atlánticas. El régimen del 78, con la restauración monárquica como elemento central, no implicó una depuración real de las estructuras del franquismo: el aparato judicial, policial, militar y económico se recicló sin cuestionamiento, asegurando la continuidad del poder profundo.
La Constitución de 1978, si bien supuso avances formales, blindó la monarquía, impuesta por Franco y legitimada por EE. UU. como “garantía de estabilidad”, se mantiene como jefe de Estado no electo, segundo Jefe de Estado de la dictadura y ajeno a todo control popular. La transición fue, en términos estructurales, una continuidad legitimada.
El relato oficial convierte el ingreso en la OTAN (1982) y en la CEE (1986) en símbolos de “modernización” y “europeización”. Pero desde una perspectiva crítica, estas integraciones fueron también mecanismos de subordinación. La OTAN reforzó la función geoestratégica de España como plataforma militar del Pentágono, sin soberanía efectiva sobre su propio territorio (bases permanentes, acceso nuclear, ejercicios conjuntos).
La entrada en la CEE significó la reconversión industrial y el desmantelamiento de sectores estratégicos bajo criterios neoliberales, marcando un modelo económico subordinado a los intereses del capital europeo central. Todo ello fue avalado por élites postfranquistas y por una socialdemocracia domesticada.
Es fundamental romper con la narrativa legitimadora del régimen del 78 y desenmascarar su continuidad con el franquismo en lo estructural. La verdadera ruptura democrática exige el fin de la monarquía impuesta y la construcción de un modelo republicano y popular, con la recuperación de la legalidad republicana y la declaración como ilegítimas todas las acciones ulteriores realizadas por el régimen fascista, una revisión crítica de la inserción internacional de España, que supere la subordinación a la OTAN y la UE de los mercados y la depuración de las estructuras judiciales, económicas, policiales y mediáticas heredadas del franquismo.
La amistad entre España y el mundo anglosajón es, desde sus orígenes, una construcción interesada al servicio de la continuidad autoritaria. Las potencias atlánticas no fueron aliadas de la democracia en España, sino arquitectos de una transición controlada que garantizara la estabilidad estratégica y la continuidad del poder en pro de sus intereses geoestratégicos. Romper con este relato es condición necesaria para imaginar un proyecto verdaderamente emancipador, democrático y soberano.