Crisis climática
Nuevo clima. Adaptación geológica, biológica y social

Los relatos históricos y evidencias arqueológicas de DANAS e inundaciones desde hace miles de años nos muestran la capacidad del ser humano para adaptarse a sus impactos en áreas mediterráneas, fundamentalmente evitando la exposición. Desde el último máximo glacial, hace unos 20.000 años, nuestro planeta vivió un aumento de temperatura de unos 6ºC. El clima más templado, con patrones estables y estacionales, propició condiciones favorables en las que nuestra civilización pudo crecer y prosperar. Durante 12.000 años, la geología, la biología y las sociedades humanas se adaptaron a la nueva dinámica atmosférica y cortical a través de cambios morfológicos, genéticos, la selección y la cooperación entre especies. Pero hace unos 170 años algo cambió. El uso exponencial de excedentes de energía de los hidrocarburos se generalizó de manera global. Con el motor de combustión interna y el producto tecnológico más extendido de la historia de la humanidad, el hormigón armado, el mundo vivió la transformación más acelerada y profunda de la última era. Tanto la dinámica atmosférica como la cortical, y con ellas la biología y las sociedades humanas, viven en un estado de estrés que apenas puede adaptarse a los precipitados cambios introducidos, solo comparables a los de un cataclismo. El año 2010 marca un ecuador en la historia cuando más de la mitad de la población mundial comenzamos a vivir en ciudades, una nueva experiencia para la vida en el planeta que vino a consolidar la sociedad del riesgo. Nuestro hábitat y millones de personas nos vimos expuestas a los impactos derivados del vertiginoso calentamiento del mar y la atmósfera, la desaparición de especies, la inercia de las malas prácticas especulativas que surgieron con el paleourbanismo del siglo XX, la falsa sensación de seguridad y la dependencia de nuevas corrientes artificiales para el suministro de recursos y evacuación de desechos. Las nuevas propuestas emergentes, alejadas de la mentalidad de sometimiento y dominio del medio, aparecen cuando la frecuencia e intensidad de los impactos apenas permiten reparar y reconstruir al ritmo que avanza la destrucción. Se invita a las comunidades y gobiernos a reconceptualizar la retirada estratégica como parte del conjunto de herramientas utilizadas para lograr los objetivos sociales deseados.
Portada DANA
Peio Oria
4 dic 2024 20:59

DANAS y barrancos en el clima mediterráneo

Las gotas frías o DANAS, especialmente en el área mediterránea, nos acompañan desde hace miles de años. Los asentamientos humanos y las conquistas de las tierras fértiles nos han dejado legados escritos o arqueológicos de su adaptación a la penúltima dinámica atmosférica y cortical. Un ejemplo lo encontramos en el yacimiento íbero de la Alcudia, donde se encontró la dama de Elche. Hace 2500 años sus habitantes construyeron una muralla con características sismorresistentes y elevaron sus viviendas para prevenir daños por inundaciones. En el 49 a. C. Julio César narra cómo en los días de la batalla de Illerda (Lleida) irrumpió un repentino huracán con enormes aguaceros. Durante la Edad Media mutaron a castigos divinos que adquirieron dimensiones telúricas y meteorológicas. Pero ya en tiempos más modernos disponemos de informes bien documentados de DANAS catastróficas como la que se analiza en ‘Memoria sobre la inundación del Júcar’ de Miguel Bosch en 1864 (ver figura 1). Durante el último siglo vivimos la riada de Valencia de 1957, las del Vallés de 1962 con cerca de un millar de víctimas, Levante 1973, la Pantanada de Tous de 1982, Oliva en 1987 con el récord de más de 817 mm en 24h, las de Murcia en 2012 o las de Mallorca en 2018. Por lo tanto, culpar exclusivamente al cambio climático del carácter destructivo de estos eventos en un clima tan peculiar como el mediterráneo no sería de rigor. Hay algo más. La rambla o el barranco son iconos o emblemas que revelan la particularidad del clima mediterráneo. Se trata de una unidad geomorfológica esculpida por grandes, medianas y pequeñas avenidas que puede permanecer años o décadas en seco y en unas horas convertirse en un torrente (de torrencial) para transportar miles de metros cúbicos de agua y sedimentos por segundo, superando con creces, como hemos visto en el barranco del Poyo, al río Ebro en una de sus crecidas extraordinarias.

Los dos últimos cambios en el clima

Desde el último máximo glacial, hace unos 20.000 años, nuestro planeta experimentó una metamorfosis extraordinaria: pasamos de un páramo helado a un mundo templado en el que nuestra civilización pudo crecer y prosperar. En ese tiempo, la asombrosa cifra de 52 millones de kilómetros cúbicos de agua fue redistribuida por el planeta. El hielo era un gran continente sólido que se fundió elevando en más de 130 metros el nivel del mar, compensando así la distribución de masas. Este calentamiento global duró unos pocos miles de años y la temperatura del planeta aumentó unos 6°C. Ello se tradujo en una nueva circulación atmosférica con nuevos patrones mucho más rítmicos que dieron cabida a condiciones más o menos cálidas, húmedas y previsibles. Como consecuencia de la transformación postglacial de nuestro planeta fue posible el nacimiento de las civilizaciones mientras los efectos de aquellos descomunales cambios seguían (y siguen) su inercia. Así que la adaptación fue geológica, biológica y también social. El ser humano fue testigo de la adaptación geológica que consistió principalmente en un rebote elástico de grandes áreas corticales debido a la pérdida del peso de kilómetros de hielo. Ello produjo una sismicidad por relajación que aún continúa en Norteamérica o Escandinavia con elevaciones de la corteza de más de 300 m que cambiaron los perfiles de cuencas, ríos y taludes sumergidos con grandes deslizamientos submarinos y tsunamis. Islandia explotó en un vulcanismo que permanecía sellado bajo el hielo como el tapón de una botella de cava y la red fluvial global vivió una metamorfosis que dio lugar a nuevos perfiles de equilibrio, nuevas cárcavas, ramblas y barrancos esculpidos iban adaptándose al nuevo clima en la que una variante de lo más singular destacaría sobre las demás: la mediterránea. Flora y fauna transitaron parecidos derroteros y con la adaptación geológica, la vida, y por lo tanto, las sociedades humanas, también encontraron nuevas expresiones y áreas de expansión como hizo el hielo fundido. Pero aun siendo rápido aquel cambio, la dinámica cortical, la hídrica, la vida y las primeras sociedades humanas se adaptaron con intervalos de tiempo no solo suficientes, sino localmente muy favorables a las nuevas circunstancias y condiciones climáticas que han permanecido más o menos estables los últimos 12.000 años. Ciertos cambios genéticos, la selección y la cooperación entre especies fueron claves en el proceso adaptativo. Pero hace unos 170 años algo cambió.

Las DANAS mediterráneas en este nuevo planeta

El acelerado calentamiento actual no es comparable a nada de aquello. En menos de un par de siglos la temperatura global ha aumentado cerca de 2ºC y en el mundo científico damos por hecho que los 4ºC estarían a la vuelta de la esquina. El mundo entero, su geología, su flora, su fauna y las sociedades humanas intentan adaptarse, pero no hay precedentes de algo tan rápido que no sea un cataclismo. Cuando decimos que vivimos en un nuevo planeta es porque el proceso adaptativo actual no puede seguir los acelerados ritmos de cambio ambientales. Prueba de ello es que la geología, la biología, las sociedades y las diferentes culturas vivimos un creciente estrés que inevitablemente conlleva la rotura prematura de aquella geomorfología adaptada a un clima que ya no existe, el resultado es el desbordado o extinción de cursos fluviales, el adelanto en la rotura de algunas fallas, el rebosado o desaparición de barrancos mientras, cada año, miles de especies vegetales y animales perecen o desaparecen para siempre y algunas comunidades humanas deben abandonar los territorios que les sustentaban porque ya no puede hacerlo o simplemente han sido destruidos o han desaparecido. Los ritmos de reconstrucción de entornos humanos —que alcanzaron altos niveles de complejidad según avanzaron las condiciones de estabilidad de los últimos 12.000 años— comienzan a no poder sobreponerse ante la intensidad y frecuencia de los ritmos de destrucción impuestos por un medio que se vuelve desapacible o inhóspito.